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La ética del ocultismo, la Thelema de Crowley.

Extracto del "Tratado de filosofía oculta" por: Juan Sebastián Ohem.

LA ÉTICA.
Si te sujetas a ti mismo, serás libre para siempre.
Aleister Crowley.

Uno de los temas que más comúnmente se pasan por alto es precisamente éste, la ética. El ocultismo ha fascinado a muchos por trascender de la teoría e incitar a la práctica, sin embargo pocos son los que recuerdan la importancia de la vida recta y el bien vivir. El ser iniciado excede al mero conocimiento, el verdadero iniciado no es solamente el Hombre que tiene acceso a las profundidades de la doctrina secreta, sino igualmente se trata de un Hombre justo, prudente y sabio. El hincapié que hace en el ocultismo sobre la ética se debe a su visión integral de la tríada filosófica Hombre-Mundo-Dios, y el estudio del Hombre no puede limitarse a su mente, igualmente debe referirse a su conciencia y voluntad, la piedra filosofal del alquimista es el gran secreto de la vida, y aquel secreto no es para conocerlo sin más, sino para vivirlo, la reducción del Hombre a sus facetas sociales y productivas es un craso error de la filosofía moderna, pues cuando Sócrates, Platón o Aristóteles insistían en contestar la pregunta ¿cómo debe vivir el Hombre? Buscaban llegar a la raíz, a la llave de la felicidad del Hombre, una que no es posible descubrir desde las ciencias, sino solamente desde la filosofía.

Una vez que hemos dejado en claro la importancia que el ocultismo brinda a la ética, es momento de preguntarnos nosotros mismos, ¿cómo debe vivir el Hombre?, ¿qué es lo bueno y lo malo? Demos un somero repaso sobre la composición del Hombre, como hemos dicho a lo largo de la presente obra, el Hombre se compone de la carne, el alma y el espíritu, en otras palabras de la pneuma, psyke y voluntad, la razón y las emociones se encuentran divididas una frente a la otra, no necesariamente contrarias y mucho menos contradictorias, como si se tratasen de dos ejércitos en un campo de batalla, y en medio de ambos se encuentra el espíritu, la voluntad, la cual dependiendo de su fuerza será capaz de controlar a ambos lo mejor posible, otra manera de ver esto es el caduceo de Hermes, actualmente símbolo de los médicos, una serpiente es la razón, la otra es la emoción y la vara sobre las cuales se fundamentan es el espíritu. ¡Ay de aquél que permita a una serpiente devorar a otra! Razón sin emoción es monstruosidad, emoción sin razón es locura.

Debido a la voluntad libre del Hombre, éste es capaz de dirigir su obrar y pensar a distintos ámbitos, y es aquí donde se concreta el ámbito ético, visible en su calidad social, pues el Hombre no se pasea en soledad por el mundo, y debido a ello existen dos leyes universales para todos los Hombres, éstas son la Necesidad y Libertad, las cuales son mutuamente indispensables. En efecto, la necesidad sin libertad sería tan nefasta como la libertad sin su freno necesario. El derecho sin el deber es la locura, el deber sin el derecho es la esclavitud, cuando se hace a un lado la necesidad Roma arde en manos de Nerón, cuando se hace un lado la libertad el cristianismo se impone con el martirio y embriaga a los desesperados con su enajenado masoquismo.

El iniciado es pues, tal y como explicábamos al principio del presente capítulo, en su condición ética, o moral, un Hombre sabio y justo, que integra sus conocimientos en la praxis y equilibra con sumo cuidado sus pasiones y su mente, balancea su libertad y su necesidad como el un pintor equilibra un color específico de pintura tras horas de meticulosa prueba. No es de sorprendernos entonces que la masonería exhorte a sus miembros a una vida recta y de buenas costumbres, y busque materializar los principios de libertad, igualdad y fraternidad que los revolucionarios franceses exclamaban con tanta furia.

Es común que los lectores confundan términos morales o éticos, creyendo que el mal es tan real como el bien, cuando en realidad no es así; he utilizado el término “real” debido a que el mal no es una cosa en sí, sino que existe en virtud de la falta del bien. Comúnmente tememos al mal como si éste fuese un ser con razón y voluntad que merodea la Tierra inflingiendo dolores y penas, una visión bastante burda que muchos cristianos, y creyentes en general, imponen a la figura del diablo. El pánico hacia el diablo, de algunos creyentes, en ocasiones excede a la fe y el amor a Dios, constituyendo un absurdo y un insulto, no solo a Dios, sino hacia el Hombre mismo. Pero, ¿qué más podemos decir del mal? Podemos decir que el mal es el desorden, el brillante Eliphas Leví, padre del ocultismo moderno, en su obra póstuma “El gran arcano del ocultismo revelado”, dedica un breve capítulo para discutir acerca del mal, y sobre las absurdas creencias que algunos llegan a tener sobre este tema:
<< “En presencia del orden eterno, el desorden es esencialmente transitorio. En presencia del orden absoluto, que es la voluntad de Dios, el desorden es apenas relativo. La afirmación absoluta del desorden y del mal es, pues, esencialmente, la mentira. La afirmación absoluta del mal es la negación de Dios, puesto que Dios es la razón suprema y absoluta del bien.” >>

El dualismo del Zoroastro, mismo que sobrevivió a la instauración del cristianismo y se expuso en su máximo esplendor en la herejía maniquea, es la visión según la cual el mal es tan real como el bien, es decir, ambos son cosas en sí mismas, y ambas existen en todos los planos de la realidad, no solo en el obrar, o en el orden divino, sino en el terrenal, dando incluso características morales a objetos inanimados. Aquella noción, superada gracias al cristianismo, era en verdad una locura, pues tener dos principios contradictorios entre sí batallando continuamente en todos los planos de la realidad conllevaría a negarles a ambos, como bien dice Leví, afirmar absolutamente al mal es negar al bien, y si no existe el bien ¿cómo podría haber maldad? El mal es desorden, como decíamos, y es visible en distintos ámbitos humanos, en el orden filosófico el mal es la negación de la razón, en el orden social es la negación del deber, en el físico es la resistencia absurda a las leyes inviolables de la Naturaleza. El desorden solo lleva al desorden, en el ámbito que sea, negar a la razón es atentar contra la filosofía, como negar al deber es atentar ante la sociedad.

Nunca falta quienes denominan al sufrimiento un mal, aquello es falso, el sufrimiento es la consecuencia del mal, y en muchas ocasiones su remedio. Tomemos como ejemplo el sufrimiento físico, alguna patología, un órgano se ha ejercitado más de lo debido, o menos, y por ende sufre, el médico al recetarnos la medicina nos procura otro sufrimiento, pues las medicinas están pensadas para agradar al cuerpo, no al paladar, pero éste sufrimiento cesa al sufrimiento del cuerpo. El alma igualmente se enferma, y requiere de su propio médico, como era Platón el “médico de almas”, cuando se enajena en sus emociones y pierde la razón requiere de su medicina para que la voluntad domine sus pasiones. Cuando el Hombre abandona la razón para exaltar únicamente a la fe se convierte en un fanático, la fe sin razón es un sinsentido, igualmente quien abandona la fe para exaltar desproporcionadamente a la razón es igualmente un fanático, la razón sin fe es inútil. Nada que sea inevitable puede ser un mal, la noche es inevitable pues existe el día, el invierno es inevitable pues existe el movimiento de traslación de la Tierra, igualmente la muerte no es un mal, éstos son estados transitorios, de la noche al día siguiente, de una estación a otra, de una vida a la siguiente.

El filósofo francés Proudhon dijo en cierta ocasión “Dios es el mal”, que más tarde se convertiría en lema de batalla de centenares de ateos y miles de fanáticos intransigentes, y en lo personal, al igual que el sabio y maestro Leví, me adhiero a sus palabras y le doy la razón. Sin embargo, cuando se ha dicho “Dios es el mal”, no debemos creer que se refiere a Dios, el acto puro de ser, que es la bondad, no la tiene, sino que es bondad absoluta, sino en el absurdo que los Hombres crean y, en tal sentido, es notorio que tenía razón el francés, pues el diablo es la caricatura de Dios en la mente del ignorante, y la visión que el Hombre común posee acerca de Dios se asemeja más a un geniecillo malvado que a un ser bondadoso. Aquello es absurdo y muy peligroso cuando se observa con cuidado, pues no es posible amar al mal por el mal mismo, al desorden por el mero desorden, ésta es la imagen que los griegos poseían de las tierras que se extendían más allá del Olimpo, el caos, el sinsentido absoluto, que causaba, a un espíritu tan peculiar y culto como era el griego, un terror innombrable. Incluso cuando pensamos en seres que se regodean ante la creación del desorden, no debemos dejarnos engañar, como ellos a veces hacen, y pensar que se ama al desorden por el mismo desorden y por ello se infringen las leyes, que en ocasiones agrada al Hombre vulgar pues se siente superior a ellas, como dijera el nazareno “los Hombres no están hechos para la ley, mas la ley está hecha para los Hombres”, y en una visión similar encuadran a Dios, en esta dualidad del orden y desorden absolutos, pensando que Dios solo tiene derechos y ninguna obligación, como si se tratase de un licencioso ser que se deleita en su tenebrosa dictadura sobre nosotros meros mortales, un kabuki cósmico de tragedias continuas y exigencias absurdas. Mas es en virtud de Dios que somos, y aquello lo digo literalmente en más de un sentido, y siendo que es en su gracia que somos, es Él quien debe llenarnos, y así es, ¿acaso no está su Hijo extendiendo sus brazos hacia nosotros, aún en el calvario? Sobre esto ahondaremos en el capítulo relativo al cristianismo.

El error de la visión del dios sádico de los creyentes es legada ya desde la antigüedad, siendo así, y conteniendo en su haber tantos siglos y fanáticos adeptos, sería justo exponer la barbaridad de esta creencia, y para ello nadie mejor que el maestro Leví, cuando expone, con su elocuencia genial y su prosa tan típicamente francesa:
<< “Supongamos, por un momento, que uno de nosotros pudiese crear un insecto y que le dijese, sin que él pueda oírlo: criatura mía, adórame. El pobre animalejo da unos vuelos sin pensar en cosa alguna y muere al fin del día; un nigromante dice al hombre que echándole una gota de su sangre podrá resucitarle.
El hombre se hace una pinchadura –yo haría lo mismo en su lugar-, y he aquí que el insecto resucita. ¿Qué hará después el hombre? Os lo voy a decir, exclama un fanático creyente: “como el insecto en su primera vida, cometió la tontería de no adorarlo, encenderé una hoguera y lo lanzaré a ella, sólo lamentando no poderle conservar la vida en medio de las llamas a fin de quemarlo eternamente”. ¡Ea! –dirán todos–, ¡no existe loco furioso que sea tan cobarde y tan malo como éste! Yo os pido perdón, cristianos vulgares; el hombre en cuestión no podría existir, concuerdo; pero existe, aunque en vuestra imaginación solamente, digámoslo ya, alguien más cruel y más cobarde. Es vuestro Dios, tal como lo concebís y explicáis, y es precisamente de él de quien Proudhon tuvo mil veces razón de decir: “Dios es el mal”.”>>

Un ser que incapaz de refrenar su infantil rabieta, y cuyo sadismo le lleva regresar a la vida a su criatura, solo para hacerla sufrir es en verdad una bestia, y en más ocasiones de las deseables, el cristiano vulgar cree que Dios sería capaz de castigar a sus criaturas por ofensas que jamás ocurrieron, pues ¿cómo podría errar cuando no sé que debo hacer algo? Una religión cuyo bálsamo para las llagas de la humanidad fuese un dogma semejante, las envenenaría en vez de curarlas. De allí resulta el embrutecimiento de los espíritus y depravaciones de la conciencia, sería afirmar el mal y negar al bien. En pocas palabras, una mentira, y su consecuencia lógica es la injusticia, de la que se desprende la iniquidad, el libertinaje y la muerte. Desechemos de una vez tal creencia falsa y perversa que atenta no solo contra la razón del Hombre, sino contra Dios mismo.

Ya que hemos expuesto algunas cosas acerca del mal, los errores usuales y malos entendidos, cuyas connotaciones se elevan hasta Dios mismo y nuestra idea de Él. Será momento de profundizar en las acciones humanas, pues allí encontraremos a la ética, y no en ningún otro lugar, para efectos de claridad sería conveniente comenzar por las acciones del individuo en general, y más tarde del individuo en referencia a otros, es decir, el Hombre como ente social y por último la ética del iniciado en referencia con el mundo.

Lo primero que debemos decir es que la acción es el resultado del espíritu, en cada acción se cristalizan los movimientos de la psyke, de la pneuma y de la voluntad, aquello en lo que estemos pensando, sintiendo y queriendo, se ve reflejado, en mayor o menor medida en nuestras acciones, algunas acciones, sin embargo, son más claras que otras, por ello hay mentirosos, embaucadores y conspiradores. Es en la acción donde encontraremos a la virtud, en la virtud al gran secreto de la vida, el equilibrio. Ciertamente palabras como “sabiduría”, “moralidad” y “virtud” son respetables pero vagas, y sobre ellas pesan siglos de arduas discusiones, el ocultismo, ya desde las épocas de los sacerdotes de Thot, lo que más tarde se llamaría “hermetismo”, estudiaban estas cosas, y su sabiduría ha sido legada al ocultismo moderno, y es debido a su visión particular de la Naturaleza sensible, y oculta, donde todos los fenómenos son activados por fuerzas, que en la virtud se encuentra una fuerza, y aquello es lo primero que debemos saber acerca de la virtud es que la virtud es fuerza, y más que eso es la razón directora de la fuerza. Muchas ocasiones cuando el Hombre medita sobre la virtud se pregunta si es suavizar el rostro y postrar la rodilla, permitiendo que el perverso tome ventaja de la debilidad del otro, si es la abstención en el temor de abusar, pero esto es falso, en el ocultismo la virtud es lo opuesto de la nulidad, el opuesto a la impotencia, pues la virtud supone la acción.

Como dije anteriormente, la virtud es la razón directriz de la fuerza, de la acción, es el poder equilibrante de la vida, y siendo que la acción es movimiento, el gran secreto de la virtud, de la virtuosidad y de la vida, sea temporal o eterna, se puede formular del siguiente modo “el arte de balancear las fuerzas para equilibrar el movimiento.” El equilibrio que se necesita alcanzar no es el que produce la inmovilidad, sino el que realiza el movimiento, pues la inmovilidad es muerte, y el movimiento es vida. Y ésa es la ciencia de la vida, la ciencia del equilibrio moral, exclusiva para el Hombre, pues solo él debe aprender a vivir. En efecto, dado que la Naturaleza, gracias a sus leyes, se conserva equilibrando las fuerzas fatales, conserva y destruye para conseguir la supervivencia de las especies y así en ocasiones, produce la muerte del hombre mal equilibrado, sin embargo el Hombre se libera de las fuerzas fatales de la Naturaleza sabiendo sustraerse a la fatalidad de las circunstancias por el empleo inteligente de su libertad.
Cuando he usado el término “fatalidad”, fue solo en virtud del Hombre que ve en los movimientos imprevistos, incomprensibles y dañinos para él de la Naturaleza le parecen fatales. Conciliar el saber y la religión, la razón y el sentimiento, la energía y la dulzura es el fondo del equilibrio moral.

El opuesto a ello, es observable en el Hombre violento, pues la verdadera fuerza invencible es la fuerza sin violencia, mientras que el violento es débil e imprudente, su esfuerzo se vuelve en su contra, envolviéndole en su propia ira. El ocultismo ha visto en los poemas homéricos ejemplos perfectos para describir el misterio del equilibrio moral, en efecto, aún cuando es palpable la cólera de los fieros combatientes, sea para defender o conquistar Troya, aquella cólera es manejada a voluntad, los héroes de Homero se insultan entre ellos para provocar un furor recíproco, con la esperanza que el rival se deje enceguecer por la cólera y cometa errores. La Iliada comienza y concluye, en cierta manera, con la furia de Aquiles, es aquella furia la que empeora las condiciones, la que permite la muerte de su amigo y la que le llevará en algún momento al fracaso, era el más valeroso, aquello es cierto, pero su valor se veía opacado por su ira, y de ese modo trae desastres a sus conciudadanos. Quien conquista Troya no es Aquiles, sino Ulises, que sabe siempre contenerse y sólo ataca cuando es necesario, procurando siempre dar el golpe certero, nos encontramos ante una dualidad entre Aquiles, que simboliza la pasión desenfrenada, y Ulises y que representa la virtud. No es de sorprendernos que Homero educara a los griegos e inspirara en ellos aquel espíritu tan particular y fascinante.

La virtud y la condición ética, y moral, del iniciado no es un apéndice o tema aparte, poco consultado, dentro del ocultismo, como hemos dicho desde el principio del capítulo, sino un asunto central y necesario para todo lo demás, es por ello que el Gran Arcano de la Alta Magia es accesible solo sabiendo lo que se debe hacer, queriendo lo bueno, osando hacerlo y callando con discernimiento.

El Ulises de Homero, tanto en la Ilíada como en la Odisea, es la materialización de este misterio, tiene más condiciones en contra que a favor, a los dioses, a los elementos, a los cíclopes, a las sirenas, Circe, etc., es decir, todas las dificultades y peligros de la vida, su palacio es asediado, su mujer perseguida por ardorosos amantes, sus bienes son saqueados, pierde a sus compañeros, sus navíos son hundidos, en fin, queda solo en su lucha contra la adversidad. Y de esta manera, estando solo por completo, aplaca a los dioses, escapa del mal, ciega al cíclope, engaña a las sirenas, domina a Circe, recupera su palacio, libera a su mujer, mata a los que querían matarlo, y todo ello porque quería volver a Itaca y a su amada Penélope, porque osaba con decisión, porque sabía escapar siempre del peligro y porque callaba siempre que fuera conveniente. Y ese es el objetivo máximo de la alta magia, como se mencionaba en el capítulo precedente, es el mágnum opus que el alquimista guarda entre sus ropajes harapientos, es el secreto revelado del equilibrio moral.

El Hombre es la única criatura que obra de manera libre y conciente, las acciones de los Hombres modifican a los Hombres, y siendo así, podríamos decir que de cierta manera, todos somos hijos de nuestras acciones. Como había dicho anteriormente, luego de explicar algunas cosas acerca de la virtud y lo deseable del Hombre en particular, será momento de ahondar acerca de la visión ocultista acerca de la vida en sociedad y sobre lo que es deseable que haga el Hombre con los otros Hombres. Sería imposible abordar este tema de modo certero sin primero explicar ciertas particularidades del ocultismo y el libre albedrío. Ya en capítulos precedentes habíamos insistido en la causalidad, y más allá de eso, en la inexistencia de causas contingentes, todo cuanto ocurre sucede de ese exacto modo en ese preciso momento y en ese lugar en específico debido a una cantidad infinita, o casi infinita, de cadenas causales, igualmente condicionadas, de modo tal que no hay un solo evento en la naturaleza que ocurra de modo, primero azaroso, segundo contingente, desde el movimiento de los astros hasta el ritmo de las olas en las playas de Australia son de ese exacto modo, sin que exista ninguna otra posibilidad, e igualmente esos eventos son condicionantes, de un modo u otro, de otros muchos eventos.
Parecería hasta este momento que el Hombre carece de libre albedrío, sin embargo el ocultismo no se alista con la herejía fatalista de la predestinación, sin embargo concede que hay algunos más libres que otros.

El Kybalion es posiblemente el texto más claro respecto a este trascendental detalle, el sexto, de sus siete principios universales es el de la causa-efecto; en el rubro de la ética este principio debe ser comprendido antes de cometer la torpeza de atribuirlo todo a un karma fatalista, e incluso Leví se rehúsa a comentar sobre él en su obra “Dogma y Ritual” para no confundir a sus lectores; sin embargo y debido a la temática del presente capítulo será mejor aclararlo, aunque cualquiera puede conseguir el Kybalion comentado por los Tres Iniciados y estudiarlo sin ayuda.

El principio de la causalidad se establece en varios planos, no solo en uno más abstracto y espiritual, sino también en el físico, como habíamos dicho ya en su visión donde no cabe la causa contingente. El exclusivismo del hermetismo, además de varias otras razones, se debe a que se trata de una doctrina que mal entendida puede enviciarse y perderse, pero comprendida correctamente puede liberar al individuo. Todos somos víctimas de la causación, en lo personal no admitiría que al grado de la tesis de Freud, según la cual todo individuo sin excepción se encuentra condicionado por sus instintos inconcientes, pero sí es notorio que hay personas más libres que otras, hay quienes simplemente se dejan llevar por las mareas de la moda y la vida trivial, actuando conforme a estándares establecidos y obedeciendo los mandatos de una sociedad de consumo, quienes no se encuentran habituados a esta sociedad de consumo, como son los honorables Hombres de campo, ellos se dejan llevar por la rutina y la tradición, incapaces de cambiar y reflexionar, quizás por pereza mental, aunque más probablemente por falta de tiempo, e igualmente son movidos en el tablero como peones. Sin embargo el iniciado es capaz de reconocer las causas que rigen su vida y su medio, y es capaz de sobreponerse a ellas, cambiándolas a placer de modo conciente e inteligente; mientras que el vulgo, sus humores y actos, son meros efectos, el iniciado es causa. Este punto obsesionó a Crowley en gran medida, y es visible en su sistema de la Thelema, como veremos más adelante.

El vulgo, algunos más y otros menos, son motivados, sugestionados y conducidos por condicionantes externos a él, fuera de su control, en ocasiones son otros más fuertes y astutos que ellos, en otras ocasiones por personas igualmente condicionadas que establecen estándares sociales, comerciales y culturales. Si la vida es un juego entonces el iniciado no debe ser jugado, sino que debe jugar el juego de la vida, conocer, comprender y usar los siete principios herméticos universales para que éstos sean herramientas en sus manos, y no al revés, para que pueda regir sobre su propia vida con completa soberanía y así conquistar la corona (Kether), convertirse en lo que Crowley denominaba “causa divina”, un causante verdaderamente libre. Por ello los siete principios, así como toda la doctrina hermética, posteriormente ocultista, no son solo una teoría, sino una herramienta de uso personal, las llaves de su propio reino.

No es sorpresa que tantos ocultistas, herméticos y filósofos de esta línea se preocuparan por la psicología, pues se trata de causas invisibles, pero tan reales como las exteriores, que pueden llegar a condicionarnos y volvernos esclavos de nuestro inconciente, que es otra de las preocupaciones de Crowley, el control sobre la mente.

El iniciado es pues, el Hombre verdaderamente libre, una persona que desea, que osa, que sabe y que calla. Un Hombre activo, sin miedo, sabio y prudente, en efecto, es activo pues está vivo y se niega a vivir una vida muerta, es decir, sin sentido, carece de miedo pues ama al prójimo, cumpliendo la Ley universal que trajo Dios a los Hombres, la consumación de la Ley como se verá en el capítulo dedicado al cristianismo, es sabio pues se ha despojado de la pereza mental, aquel veneno cómodo de las almas insanas y es prudente para equilibrar sus capacidades y sus deseos. Sin embargo, aún no es tiempo de hablar de los iniciados, antes bien procedamos con la ética de los Hombres comunes.

Eliphas Leví nos hace un esbozo de un Hombre que vive en la rectitud ética completa, en su “Libro de los sabios”, así como en algunas otras obras, se remite constantemente a cuestiones éticas, y es debido a su entorno social de una Francia plagada de ateos radicales y movimientos sociales, que hace hincapié en la fe, aquello se ajusta de manera perfecta al ocultismo. El ocultista debe tener fe y razón, como cualquier otro ser humano, pues como bien dice Leví, tanto la razón como la fe son las piernas del alma, negar una sería tropezarse constantemente, atarlas a ambas sería como los niños que brincan para moverse unos cuantos centímetros, antes bien habría que consultar a un ortopedista de almas. No hay contradicción entre ciencia y fe, pues la fe es el amor, la ciencia el conocimiento, y no amar al conocimiento es no conocer el amor.

El ocultismo igualmente coloca al saber con ciertas connotaciones morales, como habíamos ya dicho en otro capítulo “quien más sabe más puede, quien más puede más debe”, sin embargo, y digo esto antes de crear confusión, la ignorancia no sería mala en sí misma, sino que lo verdaderamente funesto, el pecado del Hombre hacia si mismo y la blasfemia hacia el Espíritu Santo, radica en no querer saber, en conformarse en una cómoda ignorancia, aceptando por su gusto y libre arbitrio los designios de las fuerzas condicionantes externas a él. Incluso el Hermetismo, en el Corpus Hermeticum lo menciona, junto con otra serie de faltas, o pecados, en boca de Hermes, Thot para los egipcios, en su “Discurso secreto de la montaña”:
<< “Este desconocimiento, hijo mío, es el primer tormento; el segundo es la tristeza; el tercero la incontinencia; el cuarto la lujuria; el quinto la injusticia; el sexto la avaricia; el séptimo la mentira; el octavo la envidia; el noveno el fraude; el décimo la cólera; el undécimo la precipitación; el duodécimo la malicia... utilizan la prisión del cuerpo para atormentar a la persona interior con los sufrimientos de los sentidos.”>>

Estos doce males que aquejan al Hombre son resumibles en uno, el mal, es decir, el desorden provocado por la misma persona.
El “desconocimiento” del que habla es precisamente la pereza mental, que es un desorden del espíritu y de las emociones, que le llevan a la voluntaria conformidad con la mentira, la tristeza es un desorden del alma donde se enajena consigo misma y con el sufrimiento, la incontinencia es desorden máximo, o uno de los peores, que es la falta de prudencia, la lujuria es igualmente un desorden, donde se desea de modo obsesivo algo que no nos conviene, y así sucesivamente. Solo la voluntad es capaz de purificar estos males, aunque como el hermetismo mismo aclara entre sus puntos básicos, y como veíamos al principio de esta obra, hay rituales y acciones que nos ayudan a penetrar a los reinos sutiles, en este caso, a nuestra propia mente. Y así debe el Hombre obrar en sociedad, debe querer el bien al prójimo, deseándose a sí mismo el bien, debe osar a actuar en beneficio de todos, y no solo del suyo, debe saber lo que ocurre y lo que debe hacer, pues nada hay peor que un ciego guiando a otros ciegos y debe tener la prudencia de no actuar demasiado pronto pero tampoco demasiado tarde, y de callar cuando sea preferible.
Cuando el individuo desea, y hace todo lo posible, en poseer emociones equilibradas, una mente activa y despierta, y una voluntad libre, entonces está en camino para ser un maestro, un sabio justo y soberano de sí mismo.

Sin embargo es muy probable que el Hombre común sea incapaz de liberarse por si mismo de los acondicionamientos externos, e internos, que guían su vida hasta que su existencia se haga una con la causalidad rígida y necesaria, terminando por marchitarse en un muerto con pulso pero sin brillo en los ojos, aunque debemos aclarar que en ocasiones ocurre con resultados brillantes de personas que se sobreponen, como Ulises, a las más complejas y brutales adversidades que la vida les arroja. Y como había ya adelantado, es sin lugar a dudas Aleister Crowley quien se interesa en este tema y coloca en su sistema de la Thelema una importancia fundamental a tomar las riendas del espíritu, de gobernar sobre él.

Antes de comenzar me gustaría comentar brevemente que, a lo largo de esta obra, he intentado no citar mucho a Crowley o ahondar en su doctrina, esto se debe a que Crowley, a diferencia de Leví, no poseía la misma actitud pedagógica ni los ánimos de compartir la doctrina con los no iniciados, de hecho se jactaba de explicar su doctrina en alegorías tan oscuras y en un lenguaje tan agresivo que pocos serían los iniciados capaces de comprender su significado, frases como “soy el águila que picotea los ojos de Jesús en la cruz” nos suenan tan altisonantes que no podríamos sino sentir desprecio, y algo de nauseas, hacia su autor. Sin embargo esa era su intención, generar una cortina de asco y burla que protegiese a la tradición de la mirada de los tercos, y ocurrió precisamente eso, de modo tal que quienes habían visto en Leví un personaje demasiado cristiano para ser un “librepensador”, vieron en Crowley un satanista violento y peligroso, mientras que de hecho su doctrina, sobre todo en los ámbitos no tanto cabalísticos sino éticos y morales, son casi idénticos a los de Leví, con la diferencia que mientras Leví se tomaba el tiempo de profundizar en una crítica, entre sátira y reproche, hacia las supersticiones de los cristianos más fanáticos, Crowley prefería decir que le arrancaba los ojos al Hijo de Dios, en realidad Aleister quería decir exactamente lo mismo que Leví en menos palabras y de manera más agresiva. La labor de los críticos y sátiros de Crowley fue beneficiada en gran medida por la personalidad estridente de Aleister, que gustaba de asustar a los ignorantes autonombrándose “la Bestia 666” entre otros nombres, sin embargo el número seis es el número del Hombre, por lo que cuando las revelaciones de Juan nos hablan de “el número de la bestia es el número del Hombre y la mujer, 666”, triplica el dígito para centrar la atención en el número seis, de modo tal que autodenominarse “666” es adecuado, pues se es Hombre; pero veremos la cifra de la bestia más a profundidad en el capítulo dedicado al Apocalipsis y a la profecía de Ezequiel.

En lo personal no recomendaría que al lector que leyese las obras de Crowley sin antes haber estudiado a Leví y comprendido los misterios de la cabala, pues descifrar el lenguaje de Crowley requiere de cierta maestría y paciencia que no es fácil cosechar, al punto que ni yo mismo entiendo más allá de lo básico y ciertas alegorías no tan profundas como la anteriormente citadas. Aleister Crowley es en sí un personaje enigmático y ampliamente criticado, no solo en su época de la Inglaterra de finales del siglo XIX, sino en la actualidad, siempre añadiéndole un halo de perversidad a un Hombre que en sus finales días murió en solitario, un genio e iniciado iluminado que fue capaz, no solo de comprender los misterios de la cábala, sino de diseñar y esquematizar su propio sistema cabalístico, uno que en vez de basarse en el número diez, se basase en el número once, es decir, considerando a la sephira Daath. A este sistema le da el nombre de Thelema, que según él comienza con el Eon de Horus, aunque sobre el significado real de las eras y Eones dentro del ocultismo no habré de ahondar, simplemente clarificaré que, a grandes rasgos, se trata de una comunión completa con Dios, por ello escribe al principio de su Liber Al Legis “no hay mas Dios que el Hombre”, palabras fácilmente malinterpretadas que se acercan más a un significado místico de hacerse uno con Dios, de religar al Yo fenoménico con el Yo trascendental, que a una frase atea. Es en este Eon, o “estado”, donde nace la doctrina e la Voluntad Verdadera, encarnada en las once palabras “Do what thou Wilt, shall be the Whole of the Law”, que traducido quiere decir “Hacer tu Voluntad, será toda la Ley”, no obstante ésta máxima moral no incita al libertinaje, o al caótico hedonismo que comúnmente se malinterpreta, en realidad se refiere a todo lo contrario, a la más severa disciplina.

El comentador de Crowley, Kenneth Grant, explica la ley de la Thelema de la siguiente manera:
<< “El corolario de Hacer tu Voluntad es el de que no tienes más derecho que hacer tu Voluntad, hasta que el conocimiento de esta Voluntad (Thelema) haya sido obtenido, ningún hombre o mujer será capaz de apreciar la verdadera naturaleza de la libertad y mucho menos de ejercitar los poderes que ella desata. La Libertad es el sendero de aquellos que espontáneamente expresan sus Verdaderas Naturalezas y en consecuencia aquellos que permanecen ignorantes de su Verdadera Voluntad ignoran también el significado de la libertad.”>>

Sin embargo podría sonar oscuro el concepto de la “Voluntad Verdadera” o “Thelema” (griego para “Voluntad”), pero es el mismo Crowley quien, en una carta a un aspirante, clarifica el problema:
<< “Te concebimos a ti y a todos los demás egos conscientes como Estrellas. Cada uno tiene su propia órbita. La Ley de cualquier Estrella es por tanto la ecuación de su movimiento. Habiendo tomado en cuenta todas las fuerzas que actúan para determinar su dirección, habrá como resultado un solo vector que determinara su movimiento. Por analogía la Voluntad Verdadera de cualquier Hombre debería ser la expresión de un simple y definitivo curso de acción, que es determinado por sus propias características y por la suma de las fuerzas que actúan sobre él. Cuando digo 'Haz tu Voluntad' quiero decir que para vivir inteligentemente y en armonía contigo mismo, debes descubrir que tu Voluntad Verdadera es el resultado del cálculo de todas tus reacciones con todos los demás individuos y circunstancias, y habiéndolo hecho así, aplicarte a ti mismo en hacer esta voluntad en vez de permitirte ser distraído por miles de caprichos insignificantes que afloran constantemente. Ellos son expresiones parciales de factores subordinados y deberían ser controlados y usados para mantenerte en el propósito principal de tu vida en lugar de estorbarte y extraviarte.”>>.

Solo un espíritu fuerte, recordemos que el espíritu es la voluntad, será capaz de dominar a la razón y a la pasión para gobernarles, si la voluntad es débil fácilmente se extraviará por las minucias insignificantes de la vida cotidiana, y para ello la “Bestia 666” diseñó toda clase de sistemas y consejos que ayudaran al iniciado a tomar control sobre si mismo, que por cierto recuerda a la concepción que tenían los egipcios acerca de los pensamientos, según los cuales no eran propiamente construidos por la mente, sino que pasaban por la mente y la mente los escuchaba, cultivando más unos que otros.

En su obra “Liber III Vel Jugorum” explica de modo sencillo, considerando su estilo usual, y conciso algunas maneras para que el espíritu gobierne indudablemente, comenzando por:
<<“1. Son tres las Bestias con las que tiene que cultivar el campo: el Unicornio, el Caballo y el Buey. Y estos han de estar unidos por un yugo triple, y manejados por un Látigo. 2. En estos momentos las Bestias corren salvajemente por las tierras sin obedecer al hombre.”>>

El Unicornio simboliza la palabra, el caballo simboliza la acción y el buey al pensamiento, Aleister insta a obtener un completo control sobre lo que se dice, lo que se hace y lo que se piensa, mediante ejercicios simples, pero arduos, y castigando al cuerpo cortándose con una hoja de afeitar, aunque es muy probable, tal como apuntan todos cuantos le conocieron, que no fuese literal, so pena de morir por una hemorragia solo por fracasar en un intento de controlar la voluntad.

En el primer caso Crowley propone evitar a toda costa el uso de palabras recurrentes, tales como “pero”, “y” o “el”, igualmente invita a evitar el uso de pronombres y adjetivos de la primera persona o evitar palabras con ciertas letras, como podrían ser la “m”, la “t” o la “s”, exhortando a quienes lo intenten, a hacer una paráfrasis y a castigarse, de algún modo, en cada fracaso, el objetivo de este ejercicio es poseer un total control sobre lo que se dice, pensando y meditando cada palabra, de este modo se ejercita la prudencia y se adquiere el provechoso hábito de pensar antes de hablar, costumbre poco difundida en nuestros días. La cita que da inicio al capítulo “si te sujetas a ti mismo serás libre para siempre” se refiere precisamente a eso, a que una vez que el individuo posee completo control sobre sí mismo, éste no será un efecto de las interminables cadenas causales que arrastran a los demás como la marea arrastra a la arena del mar, sino que se transformará en una “causa divina”. Acerca del caballo, es decir, de las acciones, Crowley invita a los iniciados a decidir alguna acción recurrente, por ejemplo cruzar los brazos o las piernas, y evitarlo a toda costa, igualmente da la indicación de imponerse algún castigo para mantener alguna clase de registro sobre sus progresos. Finalmente, acerca del buey o los pensamientos, recomienda que se evite pensar en algo en especial y todo aquello que se relacione con ese tema, siendo algo que recurrentemente ocupe al pensamiento y sea estimulado con frecuencia por el medio en el que se desenvuelve y las conversaciones de los otros, la otra práctica que recomienda este brillante y poco apreciado ocultista es un poco más radical y agresiva, se trata de que, a partir de un detalle, como el cambio de un anillo de un dedo a otro, el individuo crea una personalidad alternativa, conteniendo en sí misma límites de ciertos pensamientos totalmente diferentes a los de la otra, aunque por supuesto aclara que no por completo, pues siempre habrán pensamientos comunes debidos a las necesidades de la vida cotidiana, ésta sugerencia aunque estimulante, he podido comprobar que no es de ninguna manera una tarea fácil, el adaptarse de una personalidad a otra cada vez que se cambia un anillo requiere de un gran esfuerzo, y aunque ejercita, al igual que en los demás casos, la atención y el meticuloso escrutinio de la razón sobre nuestras acciones, es fácil hundirse en un término medio entre ambas personalidades.

La propuesta moral de Crowley, aunque expuesta en términos agresivos y metáforas poco amables para el lector poco entrenado, no difiere mucho de la suave prosa del católico Levi, en ambos se presentan los rasgos elementales de la ética platónica referente al valor moral del conocimiento, que es poder, y el poder engendra responsabilidad, y sobre el sacrificio, que aunque solo es Leví quien traduce esta doctrina en conceptos cristianos, son en esencia la misma cosa. Tanto en Crowley como en Leví estamos hablando de una máxima moral del amor, “el amor es la Ley, el amor bajo la Thelema” escribiese Crowley, que aunque al lector pueda sonarle extraño, se trata de la revolución moral del cristianismo. El amor ocupa el objetivo máximo de la Voluntad, del espíritu, y el amor es sacrificio, en efecto, en el amor no hay Yo y Tú, sino un Nosotros, el amor verdadero es el abandono del ego falso, es volcarse sobre el Yo trascendental disolviendo al Yo fenoménico. En este sentido la única diferencia entre Aleister Crowley y Eliphas Leví, ambos máximos exponentes del ocultismo occidental, se encuentra en el hincapié que hace Crowley en conocer el desorden antes de combatirlo, es decir, de conocer al enemigo antes de vencerlo, de modo que instaba a la vida desordenada y viciosa para que luego la batalla se realizara solo en los iniciados más preparados, es decir, crea un filtro para que solo una elite muy pequeña consiga sobrevivir una temporada de vicio y desorden, en una palabra “maldad”, mientras que Leví argumenta lo contrario, que intentar combinar a ambos es imposible. De hecho en la obra de Leví “La clave de los grandes misterios”, se expone lo siguiente:
<< “El gran arcano, es decir, el secreto indecible e inexplicable, es la ciencia absoluta del bien y del mal. «Cuando hayáis comido del fruto de este árbol, seréis como dioses», dijo la serpiente. «Si coméis de él, moriréis», respondió la divina sabiduría. Así, el bien y el mal fructifican sobre un mismo árbol, y brotan de una misma raíz. El bien personificado, es Dios. El mal personificado, es el diablo. Conocer el secreto o la ciencia de Dios, es ser Dios. Conocer el secreto o la ciencia del diablo, es ser diablo. Ser a la vez Dios y diablo, es reunir en sí la más absoluta antinomia, las fuerzas contrarias más tensas; es querer sintetizar un infinito antagonismo. Es beber de un veneno que apagaría los soles y consumiría los mundos. Es vestirse con la túnica devoradora de Deyanira. Es abandonarse a la más próxima y a la más terrible de todas las muertes. ¡Desgraciado de aquel que pretende saber demasiado! ¡Ya que si la ciencia temeraria y excesiva no le mata, terminará volviéndole loco!”>>

Y Crowley proponía precisamente aquello que Leví condenaba categóricamente, quizás no le sorprenda saber al lector que Aleister Crowley, aunque un genio inigualable de la tradición oculta, murió demente y adicto a diversas sustancias en una situación de completo abandono sin amigos ni familiares, siendo sus últimas palabras, según se cuenta, y dichas a la única persona que le acompañaba, que era su enfermera, “a veces me odio a mí mismo”.

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