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La Gnoseología y la religión.

Por: Juan Sebastián Ohem.

Como apuntaba en el ensayo “¿qué es el ocultismo?”, ésta corriente filosófica se caracteriza de otras debido al principio de correspondencia, principio según el cual todos los elementos de la realidad se corresponden unos a otros por relaciones análogas, no espaciales ni intencionales, y éste principio de identidad no es exclusivo del ámbito humano, sino que se aplica a las doctrinas ocultistas mismas, es decir, existe una correspondencia entre la ontología, la gnoseología, la antropología y la ética. Uno de los temas fundamentales del ocultismo ha sido, desde siempre, la religión, sin embargo, debido al principio de correspondencia, como veremos en el presente ensayo, el acto gnoseológico se corresponde al acto religioso. La gnoseología es, en última instancia, la dialéctica entre el Hombre y lo cognoscible, mientras que la religión es la dialéctica entre el Hombre y Dios, en efecto, la religión nos provee de una serie de rituales y explicaciones que religan al Hombre hacia Dios, de modo similar a como el acto gnoseológico, el acto de conocer, religa al Hombre hacia la realidad. Sin embargo, adentrémonos más en la cuestión, desde el ocultismo ¿cómo se conoce y qué se puede conocer?

Evitando la sempiterna cuestión de la existencia de la Verdad objetiva se puede investigar cuál es la Naturaleza de la Verdad y cuáles sus implicaciones en el Hombre, quien es, en última instancia, quien descubre la Verdad. La Verdad, siendo la adecuación de la realidad a las formas mentales, no es en sí, a diferencia de la realidad, puesto que la Verdad no es sinónimo de la realidad, aunque guarde relativa cercanía, la Verdad es en virtud de ser conocida, puesto que es una adecuación, y la adecuación lo es en virtud de las formas mentales, es por tanto que podemos decir que la Verdad posee una Naturaleza dual. Si bien ya hemos dicho que es en virtud de la adecuación a las formas mentales, la otra naturaleza de la Verdad es ser en virtud de la realidad, por ende la Verdad es la tensión entre las formas mentales, que son parte del Yo, y el No-Yo que es la realidad, no con ello diciendo que el Yo no sea real, sino que el Yo no comprende la realidad de modo directo, pues debe adecuar sus formas mentales.

Ésta tensión entre contrarios, entre el Yo y el No-Yo, entre el Ego y el Otro, es el génesis de la Verdad pero siendo, como es, que la tensión entre los contrarios desencadena el movimiento, éste movimiento es el conocimiento. Sin embargo el conocimiento de la Verdad, tarea monumental que ha preocupado al Hombre desde el inicio, nos puede dejar a la deriva si nos adentramos en aquella telaraña que es la Teoría del Conocimiento, baste decir que el Hombre es quien conoce, y que conoce porque quiere conocer, no negamos que el Hombre de modo instintivo conozca u haga operaciones mentales que le lleven al conocimiento de algo, pero para propósitos del presente ensayo habré de denominar “conocimiento” como un producto del alma, en la cual se incluye el apetito intelectual, quien conduce las operaciones que nos llevan a un nuevo conocimiento, y por “aprender” al acto más instintivo de la conceptualización de un ente y la rudimentaria labor de contrastar por medio del principio de no contradicción que X es no-Y, es decir, que por “conocer” habré de denominar a la tarea de ejecutar dos premisas y obtener una conclusión, y por “aprender” la mera conceptualización, de modo que los animales aprenden, y los Hombres aprenden y conocen.

Pues bien, como decía la tensión entre las formas mentales (parte del Yo) sobre la cual adecuamos la realidad (no-Yo) desencadena el conocimiento que nos lleva a la Verdad, y la búsqueda de la Verdad es un acto operado por la voluntad del Yo. Ésta tensión de contrarios es incapaz de justificar el conocimiento completo de la realidad, si bien no niega a la realidad, y la hace necesaria, de modo contrario no existiría el conocimiento y tal cosa es obscena, no justifica que se pueda conocer toda la realidad. No se trata del regreso a un “cogito ergo sum”, pues ciertamente primero debe existir el Yo para poder conocer, pero es incapaz de determinar exactamente qué conozco, sea lo que sea que soy capaz de conocer, a eso le llamaremos Verdad, pues adecuamos nuestras formas mentales a la realidad, más objetivamente, a aquello que podamos acceder de la realidad, por lo tanto y a modo de resumen, la Verdad no es sinónimo de realidad, y el objetivo del conocimiento es la Verdad, y no la realidad, ¿cómo podemos entonces comprender la realidad, que si bien la Verdad se encuentra en contacto con ella debido a su Naturaleza, no se nos es asequible en su totalidad?

Primero que nada debemos entender que este deseo de poder “comprender” la realidad va más allá del conocimiento de la realidad, por lo tanto el término de “conocimiento” sería inexacto para tales propósitos. En segundo lugar, habiendo entendido los anteriores párrafos, debemos desechar que el Yo pueda comprender la realidad, pero no debemos desechar que la realidad exista, no por el mero hecho de llegar a un subjetivismo, sino porque negaríamos al conocimiento, siendo que es la tensión entre el Yo y el no-Yo. En todo caso el deseo de quedarnos satisfechos con la Verdad sí podría interpretarse como un subjetivismo, puesto que éstas formas mentales, alguien habrá de argumentar, dependen en gran medida de estímulos psicológicos particulares y por ello subjetivos.

El objetivo de la voluntad cognoscente del Yo no debe, ni puede, ser el conocimiento de la Verdad, puesto que ésta participa del Yo en gran medida, sería redundante hacer del fin último del conocimiento el mero conocimiento, de modo análogo a como no podemos decimos que el fin de la Naturaleza es la supervivencia de la misma, es decir, que su finalidad no puede ser lo que ya es. ¿Cuál es entonces el fin último, el objetivo de la voluntad cognoscente del Yo? El objetivo es precisamente algo externo a sí mismo, y lo externo del Yo es el No-Yo, la realidad, la comprensión de la realidad (recordemos que para efectos del ensayo utilizo el término “comprender” distinto del “conocer”, se conoce la Verdad, se comprende la realidad). Como ya he dicho anteriormente el conocimiento de la Verdad no nos asegura comprensión de la realidad, esto se debe a que el conocimiento de la Verdad se ve en gran medida influenciada por los subjetivismos del Yo, y siendo que nadie está exento de prejuicios sería inútil el insistir en que el conocimiento de la Verdad puede ser el reflejo objetivo de la realidad.

En ésta tensión de contrarios, si el Yo ha de ser unido con el No-Yo, alguno de los dos polos debe ser disuelto, siendo que la voluntad del Yo es incapaz de disolver el No-Yo, el Yo debe ser disuelto, pues de modo contrario los prejuicios del Yo entorpecerían la comprensión de la realidad. Este acto de disolución del Yo sería la solución al problema del Noumeno Kantiano, puesto que lo que es en si no se conoce gracias a los a priosismos, es necesario hacer desaparecer los apriorismos, lo cual es posible únicamente con la disolución del Yo, ¿sería justo decir que la disolución del Yo es una re-unión con el No-Yo? Para tal pregunta cabría analizar que para que se pueda efectuar una re-unión, el Yo y el No-Yo deberían haber estado unidos de algún modo en algún momento o respecto de algo, lo cual es posible dado que la existencia del Yo supone la existencia del No-Yo, puesto que toda afirmación supone una negación, toda juicio supone un contrario y toda tesis su antítesis, de otro modo carecería de sentido el que existiera un “Yo”, ya que para que algo exista y sea conceptualizado debe haber algo con lo cual confrontarlo, por ejemplo, si existiera solamente el color azul, tal cosa carecería de concepto, de nombre y de definición, pues nada hay que sea no-azul, de modo análogo, si existe el Yo, la única manera de corroborar su existencia es mediante aquello que le contrapone, a lo cual denominamos el No-Yo.

La siguiente pregunta obvia sería ¿cómo es posible la disolución del Yo? Tal incógnita ha sido la piedra angular de toda actividad mística-religiosa, y empleo ese término porque la definición latina de “religión” es “religare”, re-ligar o re-unir, y siendo que el No-Yo respecto del Yo están unidos, ya que coexisten (como causa y efecto, solo comprensibles en su existencia mutua) y se requieren mutuamente como el Acto y la Potencia y a la vez son contrarios sería justo afirmar que la religión busca reunir al Yo con el No-Yo mediante la disolución del Yo. Sería inconcebible practicar aquí una taxonomía de la religión, sin embargo es requerido que ahondemos en las características más fundamentales de toda práctica místico-religiosa.

Hagamos notar si bien de modo breve, que es característico de las religiones el presentar una Verdad, cuyos nombres difieren pero en esencia es idéntico, el “aquello”, lo divino, lo trascendental, el establecer ésta Verdad como dogma es requerido para la disolución del Yo, puesto que el Yo debe identificarse plenamente con la Verdad si desea eliminar la característica de contrariedad que posee con respecto al No-Yo. Ésta identificación con la Verdad es una actividad efectuada en lo más íntimo del Yo y requiere de ciertos atributos personales como la paciencia y la contemplación, ejemplo inmediato sería el de los budistas y el Nirvana, al identificarse plenamente con la Verdad consiguen el Nirvana, que es la comprensión de la realidad, digo entonces que primero debemos conocer la Verdad, más tarde debemos identificarnos con ella y finalmente habremos disuelto el Yo y comprendido la realidad.

Ahora bien, la Verdad que se nos es dada por la religión es un dogma, sin embargo no quiere decir que sea incognoscible ni incomprensible, el dogma religioso es, la mayor parte de las veces, simplemente la conclusión a la que se ha llegado partiendo de ciertos principios específicos, o “axiomas” si se prefiere. Estos axiomas son los que formalizan un sistema de conocimiento de otro, que separan una conclusión de otra, pueden aparentar ser muy diversos, sin embargo en esencia son siempre los mismos y parten necesariamente de la sentencia “El ser es”, sin embargo éste obvio principio se ve acompañado en el ocultismo del principio de correspondencia y del de causalidad, el primero es aquel según el cual todas las cosas se encuentran en un sistema donde se ven correspondidos por relaciones necesarias, intencionales, no espaciales y no temporales, es por ello que se puede hablar, además de una causalidad unívoca, de una causalidad análoga, a modo de ejemplo y para acelerar el curso de la presente explicación, dentro de la religión judía, o la cristiana o la musulmana, según dicta el libro del Génesis Dios “dice” y “se hace”, aquí podemos ver efectuados los principios o axiomas sobre los cuales se erigen las religiones, primero la causalidad, el “Dios dice” es causa de “se hace” (creación), y segundo del principio de las correspondencias, ya que la Naturaleza de la causa es distinta de la Naturaleza del efecto, el “decir” es de una Naturaleza X y el “Crear” es de una Naturaleza Y, pero no es una causalidad equívoca, es decir no se recurre al caos, ya que todas las cosas guardan relaciones necesarias entre sí, que son intencionales, no espaciales y no temporales.

Luego de esta breve analogía podemos seguir en el curso. El dogma, como he dicho, es una conclusión, pero no nos es incomprensible, podemos entender porqué se llega a ella si reflexionamos las conclusiones desde los axiomas. La disolución del Yo es pues, la reflexión, sobre el dogma o Verdad. No es de sorprendernos que la actividad místico-religiosa (para no confundirla con la práctica religiosa como una institucionalizada) haya sido, según tenemos registro, una constante universal de todos los tiempos y civilizaciones.

¿Es la trascendencia un sinónimo de esta “disolución del Yo”? Efectivamente la trascendencia, que no es más que la extrapolación del Yo en aquello que está afuera del Yo es inherente al Hombre, significa un sumario intento, instintivo quizás, de colocar el Yo en el No-Yo, sin embargo semejante acción es el contrapuesto de disolver el Yo al identificarse con la Verdad para comprender la realidad. Dicho de otro modo, la trascendencia es la impresión de la adecuación de la realidad a mis formas mentales en el no-Yo, la impresión de la Verdad, lo que se conozca de ella en la realidad, ejemplos de esto podrían ser el arte, el artista plasma un poco de aquello que conoce o que considera Verdad fuera de si mismo, el constatar un estado de ánimo o una apreciación personal en el papel, el lienzo o el celuloide son expresiones de trascendencia que, quizás lleven al artista y al espectador a una más amplia apreciación de la Verdad, pero es incapaz de comprender la realidad.

Sería menester hacer notar que esta tensión entre el Yo (o la voluntad cognoscitiva del Yo) y el no-Yo, en donde media la Verdad conforman una tríada, a la vez de ser Uno son Tres, ciertamente, puesto que el no-Yo, en algún punto, es concebido como el ser, es decir, que si se ha de tomar como verdad la sentencia antónima cartesiana, que “existo luego puedo conocer (Yo)” se sigue que primero es necesario el no-Yo, (aunque no sea denominado en ese momento de ese modo como Padre no es denominado sino hasta que tiene un hijo), y luego el Yo, es decir que para que haya un Yo debe haber un no-Yo, el Yo procede del no-Yo, y cuando ambos son, debe haber necesariamente la Verdad, de modo análogo en la religión se presentan necesariamente tres elementos claves, lo divino, el Hombre, y la mediación. Incluso si se ha de aceptar la cartesiana sentencia, “pienso luego existo” pues para que haya un No-Yo sería necesario que hubiese un Yo, “Yo entonces No-Yo” y el uno es incomprensible sin el otro, y en esa díada se forma la tríada, de esa tesis y antítesis se conforma la síntesis. Para ejemplificar esto tómese el caso del budismo, la mediación serían las vías contemplativas que dirigen al Nirvana, en el caso de las religiones basadas en la Biblia la tríada no sería la Trinidad, aunque nos pareciera fácil advertirlo, sino lo divino, el Hombre y lo que debe hacer para retornar a lo divino, la ley mosaica, la ley del ágape y la ley coránica.

Para ahondar en este “disolver el Yo” habría que establecer exactamente qué es aquello que debe ser disuelto, contrario a lo que se podría presuponer no se trata de una muy socrática noción del cuerpo como cárcel del alma y la muerte como liberadora, y sería conveniente dar un breve estudio de los componentes del Yo. Para efectos de este ensayo el “Yo” sería comprendido como la mente, es decir, la conjunción de apetitos intelectuales (sea que los sentidos ejercen una importante función en este rubro o no, no es algo que nos competa en este momento) y emocionales.
Los apetitos intelectuales serían aquellos que aprenden y conocen, es decir, que conceptualizan y que además pueden hacer juicios, premisas y conclusiones, dentro de los apetitos emocionales cabrían aquellos de los más instintivos, tales como el hambre, la sed, etc., las emociones y los sentimientos, el Dionisio y el Apolo, y de la conjunción de la autoconciencia, efectuada netamente en el apetito intelectual nace la voluntad, la cual reina sobre ambos apetitos y es capaz de efectuar la introspección. La disolución no es meramente una desaparición, sino que es también una culminación, esto no es en lo absoluto contradictorio, puesto que cuando la ecuación es solución, se culmina el problema y al hacer esto desaparece. Sería ingenuo por dos razones apuntar a la desaparición de alguno de los dos apetitos, primero porque sea que se pretende desaparecer el apetito intelectual, que es el que conoce la Verdad y se conoce a sí mismo, o el emocional que es quien nos brinda una sensación de sentido, amputaría severamente al Yo, en un sentido de privación más que de culminación y disolución, en segundo lugar porque la voluntad nace de ambos apetitos, tanto del emocional como del intelectual, por lo tanto la disolución no es tanto la desaparición de alguno de los dos apetitos como es la culminación satisfactoria de ambos, es decir, que la voluntad no esté al servicio del apetito emocional, ni al servicio del apetito intelectual, sino más bien que sepa mantenerse en un cierto balance, desechando todo aquello que obstaculiza la contemplación de la Verdad y renueve aquello que se lo facilita.

¿Qué es aquello que obstaculiza la identificación del Yo con la Verdad? La pregunta es justa y necesaria, porque la identificación con la Verdad supone de antemano el cabal conocimiento de aquella, que no es lo mismo que completo (aquello puede ser puesto en tela de juicio), por lo tanto los prejuicios deben ser desechados por completo, así como toda actitud que pueda desencadenar emociones no provechosas para la contemplación, o reflexión, de la Verdad. Como ya había dicho antes, esta “disolución” se lleva a cabo en ambos apetitos componentes del Yo por medio de la Voluntad, y sería preciso delimitar por separado aquellas facciones que la Voluntad debe disolver o culminar. En el apetito intelectual la Voluntad debe ejercer una severa introspección sobre todos aquellos prejuicios derivados de la educación primaria (la educación o los estímulos recibidos por la familia) y la educación secundaria (la educación o los estímulos recibidos por la sociedad), no se trata de una amnesia general, sino más bien una capacidad, ejercida por la Voluntad, por la cual el Yo aísla esos estímulos, experiencias, etc., como secundarios en el orden del conocimiento, y en su lugar habrá de poner a la razón, fría y carente de afecciones emocionales que son legadas por aquellas experiencias, el apetito intelectual no debe de ningún modo encontrarse influenciado por los apetitos emocionales. En el apetito emocional la Voluntad deberá desechar primero las actitudes, que son formadas en parte por la experiencia (la cual representa en sí una delgada línea entre ambos apetitos, parte conocimiento, parte sentimiento) y más tarde mantener los sentimientos en su justa proporción, ésta no es una sentencia vaga o ambigua, por “justa proporción” me refiero más al estado de imperturbabilidad o “ataraxia”, donde el enojo no opaca a la felicidad, ni la felicidad al enojo, pues cuando una emoción opaca a otra, por más que tengamos preferencias de una sobre otra (preferimos en ocasiones la felicidad al enojo) ocurre una enajenación, una embriaguez que de ningún modo es provechoso para comprender la realidad. Ésta acción, ejecutada por la Voluntad requiere de una gran introspección, en la medida que es el Yo el que debe ser “sublimado”, y no el no-Yo.

Una vez que el Yo haya sido purgado de todo aquello que obstaculizaba su cabal conocimiento de la Verdad, una vez que la Voluntad haya arrancado los prejuicios e instaurado la razón, y una vez que la Voluntad haya desechado las actitudes no provechosas para la reflexión seria, y que haya equilibrado las emociones, evitando una enajenación (desbalance), el Yo deja de ser quien era para hacerse de nuevo, es decir que el Yo se re-hace, si anteriormente el Yo era a imagen y semejanza de aquellos que le formaron (educación primaria o secundaria), ahora el Yo ha conseguido, a partir de aquello que era verdaderamente suyo, es decir, la Voluntad, re-generarse a imagen y semejanza de su Voluntad, la cual no le fue impuesta, ya que nace del ejercicio íntimo de autoconciencia (“Yo soy Yo” es decir, “conozco y conozco que conozco”). Se podría decir, en otras palabras, aunque más libres de ser confundidas, que el “Yo se forma de sí mismo sobre sí mismo”, es decir el Yo se forma a partir de lo que le es más propio (la Voluntad), pero su objetivo no es ser lo que ya es, pues como dije antes tal cosa sería redundante, sino algo externo a él, el no-Yo, la comprensión de la realidad.

El ocultismo busca siempre la causa última de todo, aquello le hace ser filosofía, pero el modo en que contempla a ese todo es lo que le caracteriza de las demás corrientes filosóficas, pues contempla al Hombre, a Dios y al Mundo, no como tres cosas separadas entre sí y distintas por completo, referidas a ámbitos absolutamente distintas en una suerte de división de la realidad en diversos sectores para su estudio, sino que los estudia a la vez, es por ello que la relación entre el Hombre y Dios, es decir, la religión, y la relación entre el Hombre y el Mundo, es decir, la gnoseología, son, en última instancia la misma cosa, es así como el ocultismo ha podido encontrar lo que Eliphas Leví tenía por llamar “el Dogma Universal”, es decir, el Lapis Philosophorum, la religión sustancial que está detrás de todas las religiones, razón por la cual la fe del ocultista es la fe de Abraham y de Buda, de Jesús y Mahoma, sin incurrir a contradicciones, pero sobre la religión subyacente hablaremos en otro momento. Por ahora, limitémonos a dar un resumen o síntesis de lo expuesto:

  1. El Yo es en sí, el no-Yo es en sí, pero la Verdad es en virtud de ambos, es la media entre el Yo y el no-Yo.
  2. El Yo y el no-Yo efectúan la tensión de contrarios que genera el movimiento del conocimiento.
  3. Se aprende el concepto, se conoce la Verdad (el Hombre aprende y conoce), y se comprende la realidad.
  4. La Verdad no es sinónimo de realidad, lo cual no niega a ninguno de los dos.
  5. El Yo no puede comprender la realidad, llega a la versión distorsionada por sus propias formas mentales (la Verdad).
  6. La finalidad del Yo es comprender la realidad, no conocer la Verdad.
  7. Para comprender la realidad es necesaria la disolución del Yo.
  8. La comprensión de la realidad es la constante universal de todas las religiones.
  9. La trascendencia no es la disolución del Yo.
  10. El Yo es el apetito intelectual y el apetito emocional. La Voluntad nace del primero y gobierna los dos.
  11. La Voluntad debe, en el apetito intelectual, erradicar todos los prejuicios de la educación primaria y secundaria, e instaurar la razón fría y metódica.
  12. La Voluntad debe, en el apetito emocional, erradicar toda actitud no provechosa para la razón fría y metódica, y equilibrar al máximo las emociones.
  13. El Yo se re-hace a sí mismo, a partir de sí mismo, sobre sí mismo.

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