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Isis, Osiris y Horus. Providencia y sentido en los tres Eones.

Por: Juan Sebastián Ohem.

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Cómo vemos al mundo determina en gran medida cómo nos vemos a nosotros mismos, cómo nos vemos a relación al mundo y en relación a los demás. A lo largo de la Historia registrada ha habido, argumentaría Crowley, tres grandes etapas o “eones”, los cuales van evolucionando y transformándose, transformando a la vez al Hombre y su relación con el mundo.

La Thelema distingue tres eones principales, Isis, Osiris y Horus, las diferencias entre ellos varían en perspectiva y en grado, determinando casi por completo todos los aspectos de la cultura, religión y ciencia del período.

Por Eón de Isis se denomina al período de tiempo que se expande desde los primeros asentamientos agrícolas hasta los cultos solares egipcios y la filosofía griega. El triunfo de la agricultura es simbolizado en la Biblia por la lucha entre Caín y Abel, los hermanos se disponen a darle ofrenda a su dios, Abel presenta las mejores cabezas de ganado y frutos, mientras que Caín a duras penas sobrevive, el primero es sedentario y el segundo es nómada. De este mito existen tres cuestiones rescatables, el nacimiento de la civilización en la desestabilización familiar, la batalla entre dos estilos de vida, y el establecimiento de pasados míticos.

La “civilización” nace, si por ella deseamos entender cualquier registro de asentamiento humano organizado, cuando los laces familiares son destruidos, al menos en parte, de forma que se permita la interacción con otros miembros de la misma especie, formando así comunidades. Cuando Caín mata a Abel ha destruido los lazos familiares, y es entonces cuando, según el Génesis, establece con sus hijos ciudades y grandes pueblos. El salto cualitativo de la existencia errabunda al sedentarismo es extraordinario, los grupos humanos previos a la agricultura se asemejaban más a los lobos que a los humanos civilizados, tal y como los lobos debían moverse en continuamente en compañía de sus familiares inmediatos, mientras que en el sedentarismo era indispensable que se permitieran otros lazos sociales que aquellos que emanan directamente de la sangre.

La batalla entre sedentarios y nómadas es simbolizada en la Biblia como la comparación entre dos ofrendas que son fruto directo del estilo de vida. Caín queda en evidencia de su pobreza, mientras Abel tiene mucho para ofrecer, Caín se rebela de la opresión moral al matar a Abel, pero conforme vaga por la Tierra y deja descendencia comienzan sus hijos a construir ciudades. La vida de Abel continúa existiendo en Caín ya que sus hijos reiteran justamente aquello contra lo cual Caín se había rebelado.

En los primeros grupos sociales, unidos por la agricultura y el trabajo común nace de forma más definida las urgencias espirituales del Hombre. Se tiene registro de ritos funerarios en grupos nómadas, pero no es sino hasta el nacimiento de las sociedades sedentarias que se da espacio para tener a ciertos miembros de la comunidad bajo la posición de sabios, chamanes o “ancianos”. Estos individuos serían los encargados de continuar y transmitir las leyendas fundamentales de sus orígenes, así como sus intuiciones sobre el mundo que les rodeaba.

Es posible generalizar que en esta época primitiva de la humanidad el Hombre había desarrollado una cosmogonía más o menos homogénea, en cuanto sus rasgos particulares, como para estudiarla en su conjunto en vez de analizar caso por caso. En aquella época el Hombre se encontraba en un ambiente hostil y desconocido, un cosmos compuesto por un número casi infinito de fuerzas invisibles, heterodoxas entre sí, pero con razón y voluntad.

Su acercamiento a la Naturaleza se daba siempre bajo un dejo de temor a lo sobrenatural, el Hombre se veía a sí mismo como ocupando un espacio o territorio que no era realmente suyo, sino compartido. Las nociones cíclicas en la Naturaleza, en la vida orgánica y en las cosechas son el combustible que daría forma a modos más complejos de sociabilidad. La conciencia del carácter cíclico del tiempo, esencial para la agricultura, se hace extensible a todos los órdenes de la vida humana, desde el período menstrual, hasta la luna, sus fases y las mareas, el Hombre se encuentra inmerso en una enorme máquina cósmica que sigue su marcha indiferentemente de su existencia. La indiferencia de la Naturaleza frente al Hombre fue vista, por aquellas mentes inmersas en primitivas culturas, como una forma de hostilidad, o al menos, como evidencia de algo “más grande” que el Hombre mismo, sean fantasmas de sus antepasados, los espíritus de bosques, volcanes o ríos, etc., la supervivencia del Hombre depende de su conocimiento de los movimientos cósmicos.

Es así como surge el segundo gran avance cualitativo en la evolución humana, después del descubrimiento de la agricultura, que es la magia. El “anciano”, o “chaman” o “sabio” de la comunidad al conocer cómo funcionaban las cosas, cuándo habría frío o calor, buenas o malas cosechas, se convierte en intermediario con lo divino, con aquello que era “más grande” que la existencia humana, cuando pasan de describir los ciclos de la luna, o de experimentar o describir eventos naturales como explosiones volcánicas, inundaciones, etc., a tratar de comunicarse con la Naturaleza se da la primer chispa de avance tecnológico, a parte de las herramientas de cultivo y caza ya existentes.

Las religiones primitivas que se desenvolvieron en ese ambiente atribuyeron, como es obvio, una gran importancia a la fecundación, a los ciclos, a la muerte y renacimiento, a lo femenino en la Naturaleza. Sus formas religiosas iban siempre acompañadas de rituales con el objetivo de comunicarse con la Naturaleza y tratar de causar efectos deseables, por ejemplo los rituales anuales de la primavera para pedir buenas cosechas. El ritualismo chamánico evoluciona en cuanto a su complejidad al entrar en contacto con otras culturas.

El contacto entre las culturas fue despertando y agilizando la evolución cualitativa de la humanidad, sea por el comercio, la exploración o por la razón que fuera, el contacto entre oriente y occidente, entre India y China y los pueblos de Egipto, Mesopotamia y otros, dieron nacimiento a una nueva etapa de la humanidad, y esto conlleva a la muerte de la etapa previa.

La muerte del Eón de Isis y el nacimiento del Eón de Osiris debe contemplarse desde tres perspectivas diferentes, la primera es el nacimiento de la trata de metales, la segunda es la conciencia del eterno retorno y el nacimiento del patriarcado, y finalmente el nacimiento de la Providencia Abrahamánica.

El uso de los metales simboliza el gran paso del chamanismo como una forma de deseo de buena fortuna y comunicación con la naturaleza, a la magia en su forma sacerdotal. El chaman del Eón de Isis buscaba generar efectos en la naturaleza, buscaba que a través de ciertos encantamientos y acciones lloviese para alimentar el campo, pero conforme las distintas culturas fueron creciendo en complejidad y se fueron encontrando con otras culturas, nació el deseo de “racionalizar” la magia, es decir, de buscar reproducir a la Naturaleza, y no ser solamente un elemento más en la máquina cósmica.

Se tenía en aquella época la idea que la Naturaleza era como el vientre de una mujer, y que en él se gestaban los metales, desde el más ordinario hasta el oro, y que era solo cuestión de tiempo para que el carbón, estando en el vientre de la Madre tierra se fuera nutriendo y creciendo. La trata de metales, o la alquimia, pasa de una mentalidad según la cual la Naturaleza era un organismo complejo compuesto de fuerzas invisibles y casi hostiles, a una mentalidad donde el Hombre mismo puede reproducir a la Naturaleza bajo condiciones controladas. Los primeros herreros y alquimistas formaban una réplica de la Naturaleza mediante sus instrumentos y, en vez de esperar los ciclos que fueran necesarios para pasar de un metal a otro, gestaban artificialmente a los metales.

Cuando el Hombre pasa de considerarse un extraño en tierra ajena, a convertirse en dueño de la Naturaleza, o al menos en ser capaz de reproducir a la Naturaleza en un ambiente controlado, se termina una etapa de la humanidad y nace otra distinta. Es semejante a la expulsión del jardín del Edén, y muchos mitos más que hablan de un pasado prototípico al que ya es imposible regresar, un pasado más “inocente”.

Las distintas civilizaciones fueron creando formas cada vez más complejas de convivencia, permitiendo y alentando el nacimiento del sacerdocio y de su preeminencia, las religiones folclóricas fueron consolidándose en mitos y sistemas más o menos concretos que el sacerdote estaba forzado a continuar e imponer por sobre su tierra. Aún cuando las culturas crecieron y se formaron en temibles imperios, aún así quedaba la idea del eterno retorno, y como el Hombre ya no era parte de una máquina cósmica compleja y cíclica, sino que se idealizaba a sí mismo como el gran maquinista, la persistencia del eterno retorno se convirtió en una angustia terrible.

India es particularmente susceptible al terror del eterno retorno, que no es sino la futilidad de la existencia humana frente a la inmensidad del tiempo y a la infinita cantidad de eventos que diariamente se llevan a cabo dando por resultado el olvido absoluto del individuo en las mareas del tiempo. Es así como surgen en India y China los yoghis o prácticas interiores de disciplina mental y emocional con el objeto de disolver la conciencia del tiempo. La existencia, frente a la conciencia del eterno retorno, se convierte en dolor, como habría de manifestar Buda en la primera de sus nobles verdades, aunque ya conocida por las escuelas hindúes anteriores.

Mientras que en Oriente se propagaba la meditación y la interiorización de las prácticas rituales, en Occidente se privilegió la exteriorización de tales prácticas, dando nacimiento así a la magia sacerdotal, que siglos después habría de consumarse como “misa” o “servicio religioso”. Tanto en Egipto como en Grecia, Sumeria y en otras civilizaciones occidentales se fueron sistematizando prácticas que anteriormente eran esporádicas e irracionales (bajo la figura del chamán en culturas agricultoras).

Las religiones egipcias, aún conservando su folklore politeísta y su falta de sistematización rigurosa mantiene clara la idea de que tras la muerte se da un juicio y se puede ir a vivir con los dioses en perfecta armonía (regresando a ese período perdido de “inocencia”, tras el “pecado original” de la dominación de la Naturaleza), o bien se reencarnaba. La reencarnación fue una creencia muy extendida a lo largo de la humanidad, incluso en formas más diversas que la más reconocida que es la hindú o budista, los judíos creen que la muerte es un sueño, del que despertarán tras la llegada del Mesías, algo semejante creen los cristianos con la segunda llegada del Mesías y el establecimiento de una comunidad de “salvos” gobernada por dios mismo. El sacerdocio ya no era solamente la encargada de educar a los más jóvenes en los ritos y leyendas de los antepasados, sino eran quienes debían salvar a los creyentes del horror del eterno retorno.

El patriarcado nace pues de dos fuentes, la primera directa es el nacimiento de los imperios, producto directo de la trata de metales y sus funciones militares, pero a su vez es un producto, aunque quizás no tan visible, del florecimiento de la magia sacerdotal como redentora del eterno retorno. No es posible en este espacio tan reducido hacer una larga deducción filosófica de la necesaria relación entre redención sacerdotal y patriarcado, pero valdría la pena analizar las relaciones entre los cultos o “cosmovisiones” de la época anterior y la de las nuevas civilizaciones.

Mientras que las comunidades primitivas de los primeros sedentarios basaban sus existencias conforme a un plan rigurosamente cíclico de muertes y resurrecciones, de mareas bajas y altas, las culturas más evolucionadas comenzaron a abandonar el modelo cíclico, para optar por una visión más “solar”, es decir, mientras que los primeros basaban sus existencias en un modelo “lunar” según el cual la existencia (y los productos de ésta, la cultura, religión, ciencia, etc.) tiene fases que van de la vida a la vejez, muerte y rejuvenecimiento; las culturas más evolucionadas optaron por un enfoque más linear donde no tuviesen que pasar por los ciclos de vejez y muerte, sino que pudieran siempre ser gloriosas y fructíferas. El simbolismo es pues obvio, por un lado tenemos a la luna que es la primera forma de medición del tiempo en forma cíclica, por el otro tenemos al sol que siempre es idéntico en todos los días y repite siempre los mismos movimientos.

Los cultos que podríamos denominar “lunares”, es decir, aquellos que no se permiten la racionalización de sus propias leyendas, que sostienen que el Hombre es un extraño en una propiedad ajena compuesta de espíritus y fuerzas ocultas, daban gran importancia a todo cuanto tenga que ver, o simbolice de un modo u otro, a lo femenino, entre ellos el agua y la sangre. El agua o el océano porque posee sus propias fases de crecimiento y decrecimiento, y la sangre por el carácter cíclico del período menstrual de donde todo nace.

Los cultos o cosmovisiones solares que optan por una dirección lineal en cuanto a sus productos culturales, su organización política (piramidal), las ambiciones de sus emperadores, etc., se ven espiritualmente (contemporáneamente diríamos “existencialmente”) angustiados frente a la posibilidad de la Nada, del eterno retorno que les hace ver infinitamente pequeños y sin importancia, de modo que la combinación entre una época y otra da una espiritualidad según la cual se hace nacer algo que sea perenne, es decir, que resista la prueba del tiempo y se mantenga siempre fuerte y glorioso, por ende nacen los mitos de reformadores religiosos, como Buda, que deben detener u ofrecer, tras la magia sacerdotal (sea la contemplativa e interiorativa oriental, o la exteriorativa o ritualística occidental), que en medio del océano de la eternidad elevan un pilar inamovible, la referencia fálica es obvia.

Esta “necesidad” espiritual nos llega hasta nuestros días bajo la forma de la eucaristía, que es la forma más elaborada y evolucionada de magia sacerdotal. En la eucaristía el hierofante toma un cáliz, que simboliza el útero, el cual está repleto de sangre, que simboliza tanto la vida como la eternidad del tiempo, sumerge en él un alimenta circular, como el sol, en el cual se inscriben fórmulas mágicas, y luego renace el sol bañado en sangre. La eucaristía es la ritualización del hieros gamos cósmico, es decir, de la unión entre los mares de la eternidad en el útero de la existencia, con el pilar de la manifestación particular, es decir, del momento presente, que se diviniza a sí mismo en medio del océano del eterno retorno. La eucaristía ya era utilizada en otras formas religiosas, como en algunos rituales egipcios, y en el yoga sexual oriental.

Conforme las naciones se solidifican y sus productos culturales se comunican con otros pueblos, se comienza una “racionalización” del cosmos, la filosofía griega es el ejemplo típico de esto. Sin embargo hay otro ejemplo quizás no tan obvio que prueba más o menos lo mismo, y es el judaísmo. Los hebreos antiguos eran tribus errantes que adoraban al dios Jehová en el desierto, creyendo que éste se comunicaba con ellos bajo la forma de rayos, el judaísmo hubiera pasado a la Historia como tanto otros cultos primitivos, de no ser por la genialidad de los escribas de la Torah, y por supuesto de la existencia del reino israelita.

El judaísmo ortodoxo como nos es conocido ahora, nace más o menos, con la instauración del reino de Israel y el establecimiento del canon de la Torah. La Torah contiene gran cantidad de mitos ya preexistentes en otras civilizaciones, sin embargo la idea más brillante que pudieron producir es la de la fe abrahamanica. El judaísmo fue siempre un henoteísmo, hasta casi la llegada de Jesús, que sostenía que había un dios sobre los demás dioses que cuidaba a su pueblo, mismo que entraba al pacto mediante la laceración del pene que es conocido como “circuncisión” (al parecer dios tiene sentido del humor o una obsesión fálica).

El completo rechazo a cualquier otra cosa que no fuese la Torah, es decir, a cualquier manifestación cultural que, de un modo u otro, contraria a lo estipulado en la Torah sirvió para mantener una cohesión nacional y para desarrollar la idea de la Providencia que es, sin duda alguna, una de las más importantes características del Eón de Osiris.

La idea de la Providencia es básicamente que existe un dios con razón y voluntad y que provee para aquellos que le confían. Se trata de un juego donde el creyente coloca su destino en manos de una voluntad invisible y ésta le promete que todo tendrá sentido, incluyendo el dolor de la existencia humana frente a la posibilidad de la Nada. Los cultos abrahamanicos posteriores habrían de reforzar la idea de la Providencia ya no como una característica de sus credos, sino como la base fundamental de sus creencias.

La noción de Providencia convierte al cosmos, de un sistema complejo e ininteligible de fuerzas ocultas, en un mundo jerarquizado y ordenado por una única voluntad, un sentido último que cuida a sus creyentes. De hecho es más sencillo de apreciar la importancia cultural de la Providencia cuando se analiza el inglés “provider” y “providence”, proveer y prever.

Platón y Aristóteles son las primeras dos grandes figuras de esta época, entre los dos se habrían de decidir todas las especulaciones filosóficas, o tendiendo al idealismo o hacia el realismo. La cosmovisión, ya entrado el siglo de Pericles, fue rápidamente establecida como un geocentrismo, es decir, tenemos a la Tierra en el centro del cosmos, los habitantes de la Tierra se encuentran en el escenario principal de un teatro cósmico que un único dios ha creado para complacerse.

Es fácil deducir cómo de la noción de Providencia en los judíos, cristianos y musulmanes, se siga la imposición forzosa de las creencias religiosas, morales y culturales. Los tres creen que existe una única verdad, la suya por supuesto, y que todos aquellos que no la crean no serán proveídos por la Providencia, es decir, no serán felices y, lo que es peor, tras la muerte serán recompensados o torturados dependiendo de si creyeron o no. De este modo el forzar a alguien a creer algo no es una brutalidad, es un acto de compasión con nuestros semejantes.

Cuando una cultura se vuelve violenta hacia aquellas manifestaciones culturales que, de un modo u otro, podrían poner en peligro la hermenéutica establecida de la revelación divina, es perfectamente natural que comience un movimiento contracultural o sub-cultura que permita expresiones que disienten de la “verdad oficial”, es así como nacen en Grecia los cultos de los misterios, modelados a partir de los misterios egipcios y, con el paso de los siglos, sus continuaciones llevarían el nombre de “esotérico”, de aquello que es guardado tras puertas cerradas. La cultura esotérica floreció a lo largo del medioevo a través de la alquimia y los deamonorums, creando un lenguaje oscuro y de simbolismo altamente sofisticado, haciendo imposible el reconocer su sentido oculto sin la transmisión, oral o escrita, de las claves interpretativas, ésta tradición luego hallaría un lugar natural en la masonería.

Es importante destacar que la función de las “escuelas iniciáticas” se asemeja en gran medida a la figura del chaman u “hombre sabio” de las civilizaciones agrícolas, se aseguran que una tradición siga viva, evolucione y no pierda su contenido.

Pero mientras se construía Europa tras la caída del imperio romano, y se propagaban las creencias excluyentes del cristianismo e Islam (el judaísmo es igualmente excluyente, pero demasiado primitivo para ser tan universalista como los dos últimos), la cosmovisión proveniente de un geocentrismo y de la providencia, así como del patriarcado, forzaron un cambio en el modo de interpretar el mundo.

Desde las tribus más antiguas hasta bien entrado el medioevo, se tenía la tendencia a medir según cualidad, y no cantidad, de este modo aunque los griegos habían conseguido construir un juguete que se movía por acción del vapor, no tenían idea alguna del ferrocarril o de cómo cuantificar la fuerza y dirigirla al terreno más práctico. Las “mediciones” o las formas de interpretar los objetos, los eventos y las acciones eran de carácter cualitativo, es decir, relacionaban objetos como los árboles, no a estrictas reglas sobre biología y química, sino a virtudes morales como la paciencia y la prudencia.

La creencia de los cuatro, o cinco, elementos primordiales que componen al cosmos, que tan solo podrían ser puestos a duda por un pueblo tan cosmopolita como el griego, tiene dos características, por un lado es un ejercicio de dominación, y por el otro es un sistema de medición o regla hermenéutica conforme a la cual archivar todo posible conocimiento. Se trata de un ejercicio de dominación ya que, al igual que en el trato de metales, se permite la unión entre conocimiento y uso, es decir, si no se sabe qué es una cosa no se puede usar, sin embargo al establecer cualidades específicas a los objetos, éstos podían ser usados de modo artificial, el conocimiento de la Naturaleza siempre significó el triunfo de la Voluntad por sobre ella. Es a la vez una regla hermenéutica que permite el desenvolvimiento de la cultura y del estudio, hasta el mismo Aristóteles considera que cada uno de los elementos tiene un “lugar natural”, y que por ende los objetos que se encuentren compuestos por estos elementos son propios de X o Y lugar dependiendo de en qué medida se encuentren presentes estos elementos.

La alquimia árabe y medieval fue muy precisa en establecer las propiedades de los objetos en materiales o cualidades, sin tal establecimiento de propiedades hubiera sido imposible el estudio racional de los metales y piedras, ni las sublimaciones o destilaciones que, con el tiempo, darían nacimiento a la química.

La Providencia solo funciona cuando existe una y no muchas, de modo análogo a cómo solo funciona un imperio cuando hay un solo emperador y no muchos. De modo que las guerras por cuestiones religiosas son conclusiones obvias de tales nociones. Es importante destacar, sin embargo, que la corriente que nace, mitológicamente hablando, con Abraham, es la columna vertebral del Eón de Osiris y no es un dogma inamovible, sino por el contrario, es una corriente o “modo de pensamiento” que fue evolucionando, del politeísmo bárbaro de los hebreos más antiguos al henoteísmo de los israelitas, al henoteísmo del cristianismo primitivo, al politeísmo católico, y de ahí al monoteísmo casi puro del Islam.

Es importante destacar, a su vez, que la corriente de Abraham predispone, por un lado, a la visión geocéntrica de un teatro cósmico, rechaza la visión de la máquina misteriosa e ininteligible de los más primitivos asentamientos humanos, y a su vez conlleva una violencia cultural entre las formas más racionales y el folclore o las formas más groseras de sus manifestaciones religiosas.

Los más grandes místicos, profetas y sacerdotes israelitas eran monoteístas casi puros, es decir, no creían en ningún otro dios más que Yahvé, mientras que el pueblo creía que existían los dioses de los reinos vecinos, pero que eran en realidad inferiores a su dios, la masacre contra los cananitas es clara muestra de ello, la demostración de un pueblo de que el dios baal es inferior a Yahvé, y que sus sacerdotes no pueden detener la matanza del “señor de los ejércitos”. Aún estando en posesión de una revelación que se proclama como verdad única no se puede detener el tiempo y el cambio, el cristianismo es fiel muestra de ello.

El cristianismo nace por dos razones principales, en primer lugar porque el reino de Israel, que Jehová había colocado al centro del mundo como nación que jamás sería derrotada, fue invadida y conquistada por Roma en muy poco tiempo, generando una desconfianza hacia la Providencia, los judíos tomaron la conquista como una prueba de fe por parte de Jehová, y a su vez como culpa de los sacerdotes que habían permitido la irrupción de los gentiles. En segundo lugar nace como una necesidad espiritual (o “existencial” como se le guste llamar) que, como toda necesidad espiritual, es producto, de una forma u otra de la conciencia del eterno retorno. En este caso particular la conciencia del eterno retorno se manifestó bajo la forma de la dominación romana, la cual puso a prueba la lealtad de los judíos quienes creían ciegamente que su cultura viviría para siempre imperturbable.

La experiencia de la posibilidad de la Nada, es decir, la conciencia de la insignificancia existencial frente a la marea de la eternidad ha sido el motor de toda reforma religiosa. Los egipcios creían, por ejemplo, que nunca morirían realmente hasta que sus nombres fueran olvidados, razón por la que solían escribir sus nombres en tabletas de arcilla y guardarlas para que nunca se borrara el nombre y sus existencias, gozos y dolores no fueran nunca olvidados o “en vano”. Esto persiste hasta nuestros días bajo la forma del cementerio y la lápida con epitafio.

Frente a la posibilidad de la insignificancia se hizo necesaria la rebelión judía contra su interpretación espiritual. Jesús busca encarnar el modelo del Hombre y el modelo de Dios, muy distinto a las distintas facetas que el dios hebreo había tenido en sus diversos momentos históricos. La posibilidad de un credo universalista que consagrara a cada uno de los creyentes como su propio sacerdote, es decir, le emanciparan de la fuerza del sacerdocio tuvo gran apreciación entre los estratos inferiores de la sociedad.

El cristianismo, sin embargo, siendo esencialmente una contradicción, es decir, la unión entre lo humano y lo divino, entre el sol y el océano, lo finito e infinito, necesitaba necesariamente de quien interpreta a la revelación, tal necesidad cultural tomó forma en la Iglesia católica, cuyas máximas aportaciones a la humanidad han sido, por un lado la institucionalización del chamanismo bajo reglas estrictas y rituales elaborados y sistematizados, y por el otro la hegemonía cultural y civilizadora por sobre toda Europa. El cristianismo real duró mil años, de la caída de Roma hasta la reforma protestante, momento en el cual el folclore europeo y la imperiosa necesidad de la evolución de la corriente de Abraham forzaron a la modernización del cristianismo y la purificación del monoteísmo hasta su única forma pura, bajo la forma del “gran arquitecto” de la masonería.

Es indispensable aclarar que no existe la religión monoteísta, el monoteísmo puro exigiría que la deidad sea indiferente a la existencia humana, siendo imposible la idea de providencia, o bien, como ocurrió históricamente, la transferencia de la Providencia de la voluntad divina, ahora indiferente, a la voluntad humana, bajo la forma del “humanismo ilustrado”. Ni siquiera el Islam es monoteísta, pues el Islam, como el judaísmo, sostiene que dios es incognoscible, pero como no se puede amar y adorar lo que no se conoce, se ama y adora su manifestación tangible, que es su voluntad (mediante revelación o profetas, etc.). El catolicismo no sufrió tal peligro al sostener la Trinidad como misterio inapelable que reúne la necesidad del politeísmo (pues solo así se permiten innovaciones culturales al adoptar distintos puntos de vista) con la evolución natural del monoteísmo como núcleo de la corriente de Abraham, mientras que a la vez sostenía, al ser inapelable el dogma, la existencia de la jerarquía como reflejo de un cosmos altamente jerarquizado y ordenado conforme a un sentido último. A su vez la Iglesia ventiló la necesidad del politeísmo mediante la adoración de santos y personajes destacados, permitiendo que el creyente pudiese elegir a su dios preferido de una plétora de opciones posibles.

La corriente de Abraham, que predisponía a una perspectiva geocéntrica de la existencia, así como una “racionalización” inexistente en la etapa previa, evolucionó naturalmente mediante el cambio de enfoque entre una forma de medir y otra. Como se ha aclarado anteriormente, hasta la edad media la realidad era medible según sus cualidades, incluso en la física de Aristóteles el estudio de la Naturaleza no busca el establecimiento de leyes matemáticas, sino la especulación sobre las cualidades o esencia del espacio, tiempo, movimiento, etc. La matematización de la revolución científica que nace en Copérnico supuso una supresión de la visión cualitativa de la realidad para adoptar una visión cuantitativa, llevando así la última evolución religiosa occidental, y la consumación absoluta de la corriente de Abraham y el Eón de Osiris bajo la forma del “Gran Arquitecto”.

La masonería nace como una necesidad para mantener un cosmopolitismo cultural, imposible fuera de sus puertas herméticas debido a las batallas entre la reforma y contrarreforma, así como un salvoconducto para reunir y salvaguardar la tradición esotérica occidental que se fue separando, lenta pero seguramente, de la Iglesia católica y la institucionalización de la magia sacerdotal. Reuniendo entre sus miembros a cualquier raza, creencia, condición social y afiliación política decidieron que su “dios”, es decir, su sentido último y referente absoluto, no sería el politeísmo católico, o el simplismo protestante, sino una etiqueta vacía de contenido, “Gran Arquitecto” es un concepto que reúne cualquier creencia monoteísta de la corriente de Abraham bajo la idea que, independientemente del credo particular de cada miembro, entre ellos pueden estar de acuerdo que Dios organizó el cosmos, como un arquitecto.

El monoteísmo más puro es el masónico, a la vez culmina lo que inició Abraham, es decir, el monoteísmo, o los intentos de alcanzar un monoteísmo absoluto, que únicamente fue posible tras la matematización de la Naturaleza y la muerte del modelo geocéntrico.

La dificultad del paso de un modelo geocéntrico a uno heliocéntrico no se explica mediante las dificultades hermenéuticas del libro de Josué (cuando en medio de la batalla el profeta detiene al sol), la Iglesia fácilmente pudo haber sostenido alguna excusa exegética como ya había hecho tiempo atrás. Únicamente credos tan simplistas y folclóricos como los protestantes podrían sostener la literalidad de la Biblia sin caerse de vergüenza. Tampoco se explica la dificultad como una de carácter social y político, es decir, como si la dificultad se centrara en la pérdida de poder a nivel social y académico por parte de la Iglesia, pues ya habían sostenido batallas intelectuales anteriormente, la escolástica misma nace tras una batalla intelectual. La dificultad de fondo se encuentra, ante todo, bajo una perspectiva cosmogónica, más que cosmológica, es decir, de carácter existencial.

Mientras que el Hombre podía dominar a la Naturaleza, tenía a su disposición alguna clase de artilugio mágico que le salvara de la conciencia del eterno retorno, o de la experiencia de la posibilidad de la Nada, y fuese siempre el preferido de la Providencia, no había mayor dificultad existencial, había libre paso para la especulación y perfección de las técnicas científicas, artísticas, etc. Sin embargo, cuando al europeo medio se le ha arrancado de los brazos de la Providencia, al demostrarle que no está en el centro de la creación, sino que es el Sol quien se encuentra al centro, que la existencia no es un escenario donde actúa alguna obra frente a la audiencia que hace de juez (o sea su dios), sino que la vida que lleva es una de millones como hay tantos planetas en el cosmos, entonces es inevitable la angustia existencial.

El heliocentrismo implica que la matematización del cosmos, en detrimento de su interpretación más alegórica y “espiritual”, funciona perfectamente, es decir, que un objeto, un árbol por ejemplo, antes de poseer la cualidad mística de la paciencia, mide y pesa y se explica por causas absolutamente naturales y comunes a todos. Es interesante hacer notar que, si bien el heliocentrismo parecería confirmar una visión teocrática del mundo, o “teocéntrica”, en tanto que al centro del infinito universo se encuentra la gloria y majestad de Dios, el esquema, desde el establecimiento de la Iglesia hasta ese momento no era tan “teocéntrico” como parecería. De hecho el sostener que la realidad está jerarquizada en base a una voluntad particular, y que tal Providencia es de Jesucristo, es antropocentrismo. Es decir, en Europa se rigió según la voluntad (o la interpretación de la voluntad por parte del sacerdocio, da igual) de un Hombre, aún si consideraban, o consideran, que resucitó y que es a la vez Dios, y demás dogmas contradictorios, es a final de cuentas un ser humano con emociones de seres humanos y capacidades humanas (además de las divinas). En tanto que Jesús cumple la función del Dios absoluto, es decir, del sentido último y fundamental de toda interpretación posible, a su vez cumple la función del molde perfecto de lo que el Hombre debería de ser. De modo que colocar al centro de la existencia la adoración de Jesús es colocar a un ideal del Hombre por sobre todas las cosas.

Es por esta razón que el heliocentrismo se enfrentó con tal furia, la mera mención del carácter de “pequeñez”, o de “intrascendente” de la existencia del sujeto particular revive la angustia existencial ya experimentada a inicios del Eón de Osiris, y solucionada por la magia sacerdotal. Las condiciones de posibilidad de una época es precisamente lo que acaba con ella. El Eón de Osiris fue la racionalización y patriarcado, la búsqueda del monoteísmo puro (del sentido único y último), y por esa misma vía comenzó a agotarse, hasta morir.

La búsqueda por el sentido llevó a la filosofía hasta Kant, quien no podía explicar el noúmeno y sostuvo la noción de las antinomias del conocimiento, de ahí hasta el sistema perfecto y esférico de Hegel, y se da nacimiento así a Nietzsche y la muerte de Dios.

Cuando la búsqueda por el monoteísmo, es decir, la búsqueda por el sentido último y absoluto, desemboca en el agnosticismo masónico de proponer una “idea contra fáctica”, que es exactamente idéntico a la función de Dios en Kant, es natural que se de pie al escepticismo, y que del escepticismo nazca la visión crítica que reexamine al pasado. Las intuiciones de Nietzsche derivan en la fenomenología hermenéutica de Heidegger, donde se reafirma el diagnóstico de Nietzsche, Platón ha muerto.

Es interesante hacer notar que, conforme se da el paso del geocentrismo al heliocentrismo, y así también se cobra conciencia de la pequeñez existencial, así también el paso del modelo heliocéntrico a la visión contemporánea sobre el cosmos, un infinito que obviamente carece de centro (infinito en el sentido vulgar de la palabra, en realidad es finito pero su tamaño es apenas concebido por la mente humana), va de la mano con la posición filosófica de la existencia humana sin centro, o bien, sin mayor centro que el de la perspectiva. En otras palabras, así como el cosmos se expande casi hasta el infinito, así también la existencia humana, a los ojos de la filosofía, se expande en casi infinitas posibilidades, y así como la angustia existencial de los antiguos dio nacimiento a las formas más avanzadas de religión y técnica, así también en la post-modernidad la posibilidad del sinsentido existencial hace necesario una salida o escape, en el caso de Nietzsche bajo la forma del superhombre, en el caso de Heidegger bajo la forma de la “existencia auténtica”.

Del mismo modo como Caín mata a Abel y se consuma la forma de vida de Abel, dando nacimiento al Eón de Isis, y de igual modo a como el paso entre el Eón de Isis a Osiris se manifestaron grandes cambios y cataclísmicos choques entre puntos de vistas, manifestados en sangrientas batallas (las conquistas hititas sobre los egipcios antes de su aprendizaje en la trata de metales es un ejemplo ideal), así también el paso del Eón de Osiris al Eón de Horus se da con grandes sufrimientos.

Vale la pena ahondar en la terminología, Isis era la diosa madre egipcia, Osiris era el patriarca que fue asesinado por Set, pero que resucita en asistencia de Isis, tomando su trono en la reino de los muertos y asumiendo la posición de juez de las almas. El hijo de Isis y de su hijo y marido Osiris, es Horus, el dios con cabeza de halcón. Crowley hace referencia a la forma egipcia de Horus de Ra-Hoor-Khuit o de Hoor-Par-Krat. Estos dioses pasaron al griego bajo el nombre de Harpócrates. En el Egipto antiguo Ra-Hoor-Khuit era el símbolo del faraón niño, y también el vengador de su padre que mata a Set siendo apenas un joven.

La analogía no debe quedarse en el mero sentido de una superación dialéctica. Cuando Set mata a Osiris no se deshace de él, del mismo modo que cuando Caín mata a Abel no se desembaraza de él, sino al contrario, su existencia es marcada (literalmente según la Biblia) por su homicidio. Set mata a Osiris pero éste no desaparece, sino que se convierte en juez de las almas en la Duat (la estancia post-mortem que hace las veces de juzgado), es solo cuando Ra-Hoor-Khuit mata a Set que se puede liberar el yugo de Osiris finalmente. En otras palabras, Osiris representa al patriarca metafísico que hace las veces de juez (es decir, quien ordena los sentidos últimos, los valores permisibles, etc.), Set al atentar contra él no consigue eliminarlo por completo, sino que su existencia gira en torno a su ausencia, tal y como Caín, su existencia gira en torno a la ausencia de su contraparte, Set simboliza el nihilismo y el racionalismo burdo, el cual al ser básicamente un ataque contra el cristianismo (y toda forma de platonismo), no puede desembarazarse de Dios, sino que existe justamente en virtud de él. Únicamente cuando Ra-Hoor-Khuit mata a Set es que puede existir un paso evolutivo, un olvidarse de Osiris.

El paso de un Eón a otro se vio marcado por guerras y plagas y un exagerado avance técnico, en primera instancia para usos bélicos. Se trata, si hemos de abundar en referencias bíblicas, de verdaderos “dolores de parto”. La guerra entre el comunismo, el nazismo y la democracia americana únicamente es posible cuando se pueden sostener más de dos sistemas de conocimientos (en este caso sistemas políticos) con coherencia interna, lo cual implica que no existe un solo centro, es decir, una única verdad o siquiera “la verdad” entendida como absoluta, clara y aprehensible. Las dos guerras mundiales se desarrollan como síntomas naturales de la muerte de una época y las fuerzas que desean tomar ventaja de este paso para retroceder en el tiempo hasta un pasado más inocente, en el caso del nazismo (claramente “pagano” en el sentido moderno de la palabra), y las fuerzas que deseaban tomar la oportunidad para establecer su visión totalitaria del mundo, su sentido último.

El ganador de la contienda fue la cosmovisión contemporánea de un estilo de vida democrático, es decir, donde se debería de tolerar todo punto de vista o perspectiva porque ninguna perspectiva puede imponerse arbitrariamente sobre otra. Es la más clara muestra de agnosticismo, pues si existiese realmente una verdad única y absoluta (una “visión heliocéntrica”) sería fácilmente demostrable, sin embargo la filosofía nos ha llevado a la conclusión, con Heidegger, que no solo no existe “la verdad” absoluta, sino que la palabra misma ya no quiere decir lo mismo que cuando se planteó por primera vez.

Esto en cuanto a su cosmología, sin embargo, retomando las mismas perspectivas que en el paso del Eón de Isis al de Osiris, es necesario comprender en primer lugar la configuración cosmológica en torno, no solo al cosmos, sino a lo que ordinariamente se manejan como verdades, también hay que profundizar en la evolución espiritual, tras la consumación y muerte de la corriente de Abraham.

La historicidad del sujeto que interpreta, innovación heideggeriana, daría por resultado a una imposibilidad de sostener verdades metafísicas, es decir, de sostener que el Hombre posee una esencia, sea “el amor” o “lo humano” o la que sea, abre a la vez la posibilidad, una vez que se ha negado la metafísica y la Providencia, del sinsentido, que es una configuración moderna para el mismo malestar de la conciencia del eterno retorno que nació en el momento en que el Hombre pasó de ser parte del conjunto de la naturaleza, a dominarla por la razón.

Dado que el núcleo de la vida fáctica es la hermenéutica no existen valores a priori, esto en conjunto a los argumentos nietzscheanos, hacen imposible el juicio moral objetivo, típico del Eón de Osiris, es tan arbitrario decir que la homosexualidad es moralmente mala como decir que el genocidio es moralmente malo, ya que las valoraciones morales parten de un punto arbitrario.

Toda moral es artificial, toda racionalización y estudio de la Naturaleza es parcialmente arbitrario, el Hombre ha quedado desamparado y a su propia suerte. La ciencia misma le ha abandonado. Durante la Ilustración se tenía la vaga ilusión de que la ciencia habría de traer toda suerte de mejoras a la humanidad que convertirían al planeta en un jardín del Edén, pocos quedan tras el terror atómico, que puedan sostener ilusiones semejantes. Ésta es, en parte, una consecución de la muerte de Dios, dado que la ciencia no es una revelación divina, sino que es obra humana, no hay porque esperar que sus frutos sean sobrehumanos, o nos lleven a un mundo no-humano, es decir, pacífico y donde todos sean iguales y satisfechos.

En parte la esperanza de la ciencia como redentora de la humanidad, creencia expresa del comunismo soviético, es en esencia cristiana, supone que algo nacerá de entre los Hombres, en este caso la gaya ciencia, que llevará a los Hombres, en comunidad, a un mundo perfecto y celestial. Después de las catástrofes nucleares, políticas y biológicas existe aún la esperanza de la “salvación en comunidad”, se trata de un germen, desde el Eón de Isis, de plantear las cosas siempre desde la comunidad y el grupo, es por ello que les era natural a los cristianos esperar la llegada de su Mesías y el establecimiento de una comunidad de santos. Dado que la cosmología contemporánea no postula un centro, todo sueño de “salvación en comunidad” es vano e ilusorio, sea en la vaga imagen de la ciencia, la filosofía, las artes, la religión, etc.

El arte mismo clarifica esta particularidad del Eón de Horus. El arte en la época clásica lo era en virtud a su adecuación con la Idea de Belleza o con la proporción (del mismo modo que “verdad” se convertiría en la adecuación de un juicio con la realidad), después el arte se clasificó en virtud del espectador, de las emociones sublimes que provocaba en él, para finalmente considerársele arte, no en la voluntad metafísica, ni en la voluntad del espectador, sino en la voluntad del artista mismo. Una obra es arte en la medida en que su creador transporta su subjetividad a ella, es la etapa lúdica del arte, conocida también como “la muerte del arte”. El arte lo es en la medida en que su creador ha manifestado su interioridad de manera libre. Lo que es esencial rescatar es la noción de voluntad individual y de subjetividad como la naturaleza que es transportada a la obra, no la naturaleza visible y física.

La cosmología científica del siglo XX ha colocado, en conjunto con la filosofía, en una posición desgarradora. Por un lado la física llegó a alturas nunca antes vistas en Einstein y su teoría de la relatividad, el cosmos rápidamente se hizo cada vez más complejo, en vez de tres dimensiones se le hicieron cuatro (y teorías contemporáneas manejan hasta once), el tamaño mismo del espacio, el número de estrellas, de posibles planetas, su origen y desarrollo, etc., han vuelto al mundo en un infinito inimaginable, cuando hace apenas unos cuantos siglos vivíamos en el escenario de un teatro fantástico donde ya sabíamos qué “debíamos” hacer, qué cabía esperar, y en qué radicaba la verdad.

Por el otro lado las innovaciones en el estudio de la física cuántica han desembocado en otro infinito, en este caso microcósmico, que coloca al Hombre en peor disyuntiva, ya que hacia arriba se encuentra el infinito sin centro, y hacia abajo otro infinito que rompe con sus estructuras del sentido común aristotélico, con sub-partículas atómicas que aparecen y desaparecen, con “nubes de posibilidad”, etc.

En un par de siglos el Hombre mira al cielo contemplando un infinito enigma, contempla lo más pequeño con el mismo asombro, y frente a su vida cotidiana queda sin leyes preestablecidas, sin verdades a priori, la imagen cambia radicalmente, del burgués francés vestido en seda y oro redactando artículos para enciclopedias, al sujeto común vestido con tela artificial sin conocimiento real y último del mundo que le rodea. El salvaje del Eón de Isis tenía más certidumbres que el Hombre moderno.

Ciertamente las circunstancias entre el fin de una época y el nacimiento de otro son distintas en cuanto especificaciones científicas, conceptuales, religiosas y contenidos culturales, pero la posición es la misma, un desamparo frente a ruinas de épocas gloriosas y las tormentas del futuro aún sin concretarse con la absoluta certeza de la incómoda presencia de aquello que es “más grande” que su propio entendimiento, por más elevado que lo considere.

En un mundo sin Providencia, confundido en un relativismo completo, Aleister Crowley fue capaz de hacer, en el terreno espiritual, lo que Heidegger haría en el terreno filosófico-conceptual, es decir, rescatar y reunir al pasado, reexaminarlo, deconstruirlo y plantear un modo de ver el mundo.

Aleister Crowley reúne en su sistema de la Thelema a la filosofía post-moderna, el arte, la espiritualidad y más de dos mil años de tradición esotérica reuniendo en ésta las dos vertientes espirituales, la occidental que se había ritualizado, y la oriental que tendía hacia la interiorización. En la Thelema se continua con la tendencia, preexistente ya en la figura del chaman en el Eón de Isis, y del sacerdote en el Eón de Osiris, de postular una salvación frente a la experiencia de la posibilidad de la Nada, o de la conciencia del eterno retorno, es decir, de la primer noble verdad del Buda.

La cosmología thelémica es sabia al hacer uso del “silencio sagrado” del Buda, quien se negó rotundamente a clarificar la naturaleza del mundo, los astros, y cuestiones filosóficas semejantes, únicamente dejó en claro que la existencia es dolor, que el dolor es maya (que quiere decir ilusión) y que puede ser superado. La cosmología thelémica reúne a la vez la tradición mitológica occidental al hacer uso de dioses del panteón egipcio (en particular del culto draconiano de la dinastía XXVI en el 600 AC) con un tratamiento tal que evade cualquier metafísica.

Nuit es la existencia y la posibilidad de la existencia, es por ende como el cielo en el cual navegan las estrellas, la naturaleza de Nuit es éxtasis, su conciencia es pues, no la conciencia del amor de la Providencia del Eón de Osiris, en el amor frío e impersonal, sino en el amor pasional, una suerte de arrebato de éxtasis. Nuit es también referida como Babalon, la Ramera del Apocalipsis, en cuanto que es éxtasis, invita a todos a beber de su copa, acepta a cualquiera y no se niega a ninguno.

Hadit es la realidad concentrada en un punto, es decir, es el “aquí-ahora”, la reunión del pasado y el futuro en un solo punto. Es por esto que Crowley se refirió al culto de Hadit como el culto atómico. Es por ende el núcleo de cada estrella, cuando “todo Hombre y toda Mujer es una estrella”. La conciencia del presente es la abolición del Tiempo, dado que el Dasein es temporalidad, es decir, en el Hombre se reúne el pasado, lo que fue, lo que interpretó, lo que pensó, etc., con el futuro, lo que ambiciona ser, lo que cree que ocurrirá, cómo interpreta lo que podría ocurrir, etc., el reunir el pasado y el futuro juntos detiene el flujo de la temporalidad. Esto no es otra cosa que el objetivo del Yoga como fue planteado desde su nacimiento ancestral en India. La reunión de los tiempos se lleva a cabo sin desearlo (pues el deseo remite a un objeto deseado, y todo objeto remite a la temporalidad), es decir, siendo amo de la mente y de la voluntad, solo así se puede renunciar a la voluntad plenamente y alcanzar el estadio previo a la iluminación, que los hindúes denominaban el “Samadhi”.

La reunión de Hadit y Nuit, es decir, cuando el individuo posee plena conciencia de la infinitud de Nuit, cuando ha experimentado la angustia que proviene de la conciencia del eterno retorno, y más importante aún, cuando ha sabido superar ese dolor, y reúne con ella la conciencia del presente absoluto, saliéndose de la temporalidad, consigue la iluminación. No debe pasarse por alto los significados más esenciales de semejante “iluminación”, la cual se denomina “Voluntad Verdadera”, un estado de iluminación y ataraxia en completa armonía con el cosmos, pero que no es estático, como en su forma budista, sino dinámico. El matrimonio o hieros gamos de Nuit con Hadit dan por nacimiento a Ra-Hoor-Khuit (símbolo o dios de la voluntad verdadera), este hieros gamos es idéntico al de la eucaristía en un nivel mucho más profundo y “existencial” que el de la misa católica. En el útero de la reproducción, colmados con el océano de la eternidad del tiempo, de sangre que es vida o existencia, es sumergido el sol (la hostia es reemplazada por Hadit) y renace habiendo derrocado la obra del tiempo y realizándose plenamente. La metáfora cosmológica es de radical importancia, la sumatoria de las posibilidades de la existencia (Nuit) más lo que realmente es en un X momento y circunstancia (Hadit) es la misma ecuación que cuando trazamos la órbita de una estrella en el cosmos, su posición más su dirección y velocidad nos da una órbita, el descubrimiento de la órbita personal, es decir, la abolición de la angustia existencial no queda ya en manos del sacerdocio, sino en el individuo.

Esto es semejante a la noción heideggeriana de la existencia auténtica, la cual se da cuando el sujeto acepta su propia finitud y en cada uno de sus actos se hace patente su conciencia de la muerte, resistiendo lo más posible la tendencia a la caída al Uno, el quedarse absorto, o absorbido, frente al Uno. En el lenguaje de la Thelema se expresa la misma cosa, el sujeto acepta su finitud, se acepta como proyecto cuando asimila la angustia del eterno retorno (que se traduce en un saberse finito e intrascendente en las mareas del tiempo, una gota de agua en un vasto océano), y en cada uno de sus actos reúne su conciencia de la finitud (que se obtiene mediante la adquisición o entendimiento de Nuit) con su verdadero ser (Hadit), o lo que es igual, rehúsa quedarse absorto frente al Uno.

Estos actos, que serían los verdaderos actos libres, son la forma en que la Thelema reúne a la vez el arte y el misticismo occidental. El misticismo occidental, como ya se ha establecido anteriormente, se caracteriza por su exteriorización mediante símbolos y rituales, o en otras palabras magia en su sentido más profundo. La magia que propone Crowley rechaza toda noción de espíritus y fuerzas ocultas en la naturaleza, como en el Eón de Isis, y rechaza a su vez una Providencia como en el sacerdocio del Eón de Osiris, le denomina “Magick” y es posible denominarla, hasta cierto punto, una metafísica de la acción que se resume en “Magick es causar cambios en la realidad en conformidad con la Verdadera Voluntad”. Todo acto que reúna las características que Heidegger denominaría como necesarias para la existencia auténtica, son Magick, y a la vez son arte, pues como ya se ha visto, en el Eón de Horus una obra o acción es arte justo en la medida en que la interioridad del autor se manifiesta de la forma más pura posible, es decir, en libertad.

Todo intento por recuperar la fuerza de los credos del Eón de Osiris, es decir, de recuperar la corriente de Abraham probarán ser inútiles, el cristianismo persiste en países subdesarrollados y en pocas esferas académicas pagadas por la Iglesia, misma que se encuentra perdiendo fieles. El Islam es el último retazo del antiguo Eón con la suficiente barbarie y falta de cultura como para afrontar los hechos, pero subsiste básicamente en áreas subdesarrolladas y poco evolucionadas. Tras la muerte de Dios, el abandono de la Providencia, únicamente persisten las supersticiones, bajo la forma del New Age, que buscan desesperadamente un regreso al Eón de Isis, sea en Wicca o en neo-paganismo, satanismo y otras corrientes menos influyentes.

Es importante hacer destacar que, así como en el Eón de Isis las mediciones o interpretaciones del mundo eran eminentemente cuantitativas, y que con el paso de los siglos, ya bien entrado el Eón de Osiris, se cambió a un modelo puramente matemático, vale la pena rescatar que la perspectiva matematizante ha ido perdiendo fuerza. Luego de las exageraciones de tal vertiente en la forma de la ingeniería social, la filosofía fue la primer rama del análisis racional en recobrar la importancia de la perspectiva cualitativa, esto es evidente en el segundo momento de Heidegger, cuando adopta la hermenéutica del escucha, frente a la incapacidad de hablar por el ser, que aquello presupondría que el ser es un único sentido, mientras que el ser es sentido, es decir, sería regresar a la metafísica, se permite que el ser hable mediante la obra poética y el lenguaje. Muchos otros filósofos han encontrado en la obra poética la apertura hacia el mundo del ser, mientras que hace pocos siglos la mera idea hubiese causado terror y repugnancia.

Cabe notar que la Thelema incorpora la misma idea, aunque de manera diferente mediante su concepto de Magick, de hacer de cada acto un ritual y por ende una obra de arte, en tanto que en cada acción se manifiesta la interioridad del sujeto. Esto posee otra dimensión cuando se considera que el Eón de Osiris fue predominantemente “logocéntrico”, es decir, hizo de la razón, el discurso y el orden su máxima aspiración, particularmente patente en el cristianismo y la adoración de la Palabra como si ésta poseyera significado en sí, y en la filosofía altamente logicista, la exaltación del Logos dio paso a su muerte, a su agotamiento, y ahora la filosofía se cuestiona si el lenguaje realmente remite a la realidad perceptible o si más bien la construye o recrea, dando paso a la exaltación, en vez de la Palabra, de la Voluntad, o en griego “Thelema”.

Aleister Crowley, en su poema “AHA!”, que en su momento fue considerado como el Bhagavad Gita occidental, una conversación entre Olympas y su maestro Marsyas, retoma la figura del místico o santo pero bajo una nueva perspectiva, más en sintonía con el nuevo Eón, clarifica en gran medida la noción de “santidad” que ha ido transformándose del chamán u hombre sabio de las culturas más primitivas, hasta el santo católico y musulmán, sería prudente terminar el presente artículo mostrando un fragmento de esta obra poética:

Marsyas: - Thine hermit dwells

Not in the cold secretive cell,

But under purple canopies

With mighty-breasted mistresses

Magnificent as lionesses—

Tender and terrible caresses!

Fire lives, and light in eager eyes;

And massed huge hair about them lies.

They lead their hosts to victory:

In every joy they are kings; then see

That secret serpent coiled to spring

And win the world! O priest and king,

Let there be feasting, foining, fighting,

A revel of lusting, singing, smiting!

Work; be the bed of work! Hold! Hold!

The stars’ kiss is a molten gold.

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