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Introducción a la Alquimia

Por: Juan Sebastián Ohem.

En estos momentos me encuentro estudiando y recopilando información para uno de los capítulos de la que promete ser una magna obra, el “Tratado de Filosofía Oculta”, y simplemente no podía olvidarme de la alquimia. Había ya estudiado hace unos años varios textos sobre alquimia, sin embargo mi memoria envejece a un ritmo distinto que mi cuerpo y se le han escapado varias cuestiones. En este redescubrimiento de la alquimia no he podido evitar el asombro que lleva a la reverencia por este gran arte, y por ello he decidido dar algunas palabras, superficiales si quiera, sobre la ciencia de los filósofos.

La alquimia, contrario a la opinión popular, no es simplemente el ancestro de la química, como si se tratase de un acercamiento infantil o arcaico a la verdadera ciencia de la razón, hay algo más profundo en ella, más fascinante. La alquimia es a la vez ciencia y a la vez arte, en la operación alquímica los metales cambian, como también cambia el alquimista, su práctica no es exterior solamente, o exotérica si se prefiere, sino igualmente interior, o esotérica. La búsqueda por la piedra filosofal no debe quedarse en la búsqueda egocéntrica por la vida eterna y el oro, sino que es un símbolo de la búsqueda de la humanidad, por las respuestas y el enriquecimiento espiritual. Es la ciencia sagrada por antonomasia, dado que al estudiar los metales, es decir, el Mundo, revela al Hombre y revela a Dios, tal y como lo hace la filosofía oculta, y por ello se trata de su máximo exponente práctico.

La alquimia es en parte psicología, en parte mística y en parte química, es en si mismo un símbolo, como escribiese el genial Eliphas Leví, “todo es metafórico y trascendental en esta gran epopeya de los destinos humanos”, pues es la práctica más pura del hermetismo, que es sin lugar a dudas, al menos en occidente, el primer gran conceptualizador de la tradición oculta, conservando por supuesto su visión macro y micro cosmos, el Hombre como símbolo, o mejor dicho, el Universo como símbolo del Hombre, su lógica es pues analógica, que es causa, al menos la parte, de su expresión por medio de símbolos. Razón por la cual aclara el Kybalion que “la verdadera alquimia es mental”, fruto, según mi tesis, del idealismo planteado por la corriente filosófica que denominamos ocultismo. El hombre sólo puede encontrar los principios en él mismo, y lo puede hacer porque lleva consigo una correspondencia de todo lo que existe, pues no hay que olvidar que, según una fórmula del esoterismo islámico, "el hombre es el símbolo de la Existencia Universal"; y si llega a penetrar hasta el centro de su ser, alcanzará entonces el conocimiento total, quien se conoce a si mismo, conoce a su Señor.

El proceso alquímico de sublimar los metales, transmutarlo a su verdadera esencia en busca del Azoth, la sustancia o materia primordial tanto en el sentido espiritual como en el sentido físico, posee fuertes correspondencias con el proceso iniciático de la tradición, como bien lo apunta René Guénon en muchas de sus obras. La transmutación se genera en el alma, del plomo al oro, se trata de la sublimación del Yo, o disolución del Yo como apunto en mi artículo “la gnoseología de la religión”, es la expresión de la religión más pura en la técnica, es por ello una técnica religiosa, o una religión técnica, ciencia divina llamémosle.

Para el alquimista hay tres sustancias principales, la sal, el mercurio y el azufre, sin embargo no es la sal, el mercurio o el azufre al que podríamos estar acostumbrados, sino en su calidad perfecta, la sal, para el alquimista, está compuesta a su vez por estos tres elementos solo que predomina más la sal que el mercurio o el azufre, y así sucesivamente, lo que la sublimación busca es encontrar el solvente universal, aquello que posea la sal, el mercurio y el azufre de modo perfectamente balanceado, a este se le llama Azoth. Dentro del simbolismo alquímico, el Azoth es representado de la siguiente manera:

El Azoth es representado por el número diez, debido a que la sal está compuesta por tres elementos, sal, azufre y mercurio, lo mismo con los dos restantes, sumando así nueve divisiones, y la sustancia perfecta que le sigue, el Azoth, es la décima de Pitágoras, el simbolismo de su nombre, según Eliphas Leví, es el siguiente A, como primera letra del alfabeto griego, latino y hebreo, Z que es la última letra del alfabeto latino, O que es el omega del abecedario griego y T que es la tau de los hebreos. A todo esto, el lector podrá preguntarse, ¿qué importa que en otras épocas la gente creyera que la sal fuese un compuesto no equilibrado de si mismo, azufre y mercurio? Importa, y mucho. La sal es la pneuma, el mercurio la psyké y el azufre la thelema. Se encuentra oculta en la alquimia la clave de los grandes misterios. La composición trinitaria del Hombre se corresponde en la alquimia a la composición trinitaria del Mundo, y de Dios, es mi tesis que aquello se debe a contemplar la Trinidad como proposición ontológica, según expongo en un artículo en este mismo sitio, y en mi obra.

El Azoth, A y Z, alfa y omega, aleph y Tau es pues, Dios mismo, con un pie en la tierra, símbolo de una pareja de los cuatro elementos, tierra y fuego, y otro pie en el agua, que simboliza a los dos restantes elementos. El círculo corresponde a los pasos para sublimar el alma, entrar en comunión con Dios, alcanzar el Lapis philosophorum o piedra filosofal. A sus pies dice Corpus, con el cubo de Platón, en el lado izquierdo leemos “anima” y al derecho “spiritus”, es el ternario que tanto insiste Leví cuando expone que “el cuaternario se convierte en binario y se explica por el ternario”. El ternario del espíritu, alma y cuerpo se equiparan, alquímicamente hablando con el Azufre, el Mercurio y la Sal, el Azufre es el Yang, el Mercurio el Ying y la Sal es la respuesta neutra y complementaria a su tensión.

Los alquimistas antiguos creían que la Tierra era la madre que en su vientre cargaba con los metales, y que éstos se gestaban hasta llegar al oro, la importancia de imitar ese proceso por modos humanos es inescapable, el uso de los metales, los primeros herreros y alquimistas domaron la Tierra, comprendieron el cosmos y su importancia en la Historia es fundamental, como advierte Mircea Eliade en su “Herreros y alquimistas”, el uso de los metales dio la victoria a los pueblos, construyo los imperios y el simbolismo de poseer la capacidad de imitar a la Madre tierra por vías racionales dieron fin al miedo hacia el cosmos, para comenzar su domesticación y reinado

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