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Filosofía del fin del mundo: Segunda Parte

Por: Juan Sebastián Ohem.

Continuando con la primer parte de “filosofía del fin del mundo” es momento de acercar la discusión filosófica al terreno que nos ocupa primordialmente en esta página, a la filosofía de la Thelema. En el presente trabajo habremos de acercar la Thelema a las discusiones de la filosofía contemporánea, ¿hay una oposición real entre Voluntad y ser como sostiene Heidegger?, para lo cuál habrá que explorar primero la relación que existe entre Nietzsche y Crowley. De este modo podremos concluir en la tercera parte al indagar sobre la relación entre Palabra, Ser y Voluntad.

Respondiendo a la cuestión hay que tener en cuenta que la Thelema de Crowley sostiene una cosmología muy semejante a la hegeliana, toda esta idea del devenir de la realidad de un modo dialéctico, pero en cuanto a la relación del Hombre con ese cosmos descrito de manera tan hegeliana, Crowley parece inclinarse continuamente hacia Nietzsche, las sentencias mordaces y detonadoras, las imágenes de violenta destrucción, y en particular, sobre todo en el Liber Al Vel Legis, encontramos dos sentencias que podrían ayudarnos a acercar al inglés con el alemán, I:13: “Estoy arriba de vosotros y en vosotros. Mi éxtasis está en el vuestro. Mi goce es ver vuestro goce”, o bien: II:9 “Recuerden todos ustedes que la existencia es goce puro; que todos los pesares son sólo sombras; pasan y están concluidos; aunque hay aquello que resta.”, ambas citas nos recuerdan inmediatamente al impulso dionisiaco, aquella embriagadora fuerza de la Naturaleza que arrecia contra toda estructura (Apolínea por definición, diría Nietzsche) sin disculparse nunca, o sin buscar una justificación para su existencia, siendo ella misma su propia justificación, o al menos, pretendiendo serla.

La “Voluntad de poder” de Nietzsche es más que un instinto humano, es una fuerza “cósmica” por decirle de alguna manera, y todo cuanto observamos en el mundo es una representación de esa fuerza ciega y caótica, indeterminada, es decir, que la Voluntad de poder es la fuerza causal y directriz de todo fenómeno de la Naturaleza, y por ende el sujeto es epifenómeno de la Voluntad de poder. Es notorio entonces que la Thelema no es un refrito místico de Nietzsche, pues éste sostiene que la Voluntad de poder es caótica, en vez de poseer una finalidad, que es ciega e indeterminada, en vez de ser el Espíritu que se desenvuelve de un modo concreto y en lo concreto.

Nietzsche sostiene que esta Voluntad de poder es un instinto básico, es anterior incluso a la conciencia misma, y que todo otro impulso humano se puede reducir a esta voluntad de poder, esto supone un problema enorme, dado que todo en la realidad, incluyendo las pulsiones humanas, es Voluntad de poder, entonces no podemos compararlo con algo que no sea voluntad de poder, y por lo tanto no podemos conocer qué esa voluntad de poder. En otras palabras, que si todas las cosas del Universo fuesen de color verde, y no pudiésemos contrastar o comparar lo verde con otro color, no podríamos saber qué es el verde.

Si bien se le fue la mano a Nietzsche con esta cuestión al afirmar que todo es esa voluntad, la cual se podrá encausar bajo la máscara de Apolo, es decir, proporción, determinación, sentido, etc., pero que sigue estando allí, no por eso deja de ser un concepto interesante y de tener una cierta relación con la Thelema.

La dicotomía Dionisio/Apolo que hace Nietzsche no es un dualismo entre principios contrarios, como ser versus no-ser, en “el origen de la tragedia” apunta que occidente se formó por estas dos fuerzas, la fuerza dionisíaca que es puro impulso, encausado a través de lo apolíneo que es pura forma, pero que en cierto sentido es artificialidad (por lo tanto no puede ser un dualismo), y que desde Sócrates se presta demasiada atención a lo apolíneo, se hace un encubrimiento que polariza a ambas fuerzas, ocultando a la verdad, que solo se da a través de su interacción (por eso Nietzsche apuntará después, según la lectura heideggeriana, que la verdad está solo en la obra de arte).

Con esto en mente, queda claro entonces que lo que Crowley adopta de Nietzsche, más que la idea de una voluntad de poder como explicación de toda la realidad, es la posición del Hombre frente al mundo, es decir, del dasein, del ser-en-el-mundo que, a grandes rasgos, se puede definir como “el mundo es dolor, pero la conciencia es éxtasis”, idea a la que habremos de volver más tarde.

El impulso de vida, la Voluntad Verdadera, es decir, la Thelema, no es el acto, o la esencia inmóvil y estoica (en cierto sentido), sino un impulso brutal, que no ciego, y embriagante, como toda hipóstasis mística. Para entender esto último hay que recordar que, tal como Nietzsche defiende que el Hombre es epifenómeno de la Voluntad de poder, Hegel argumenta que el individuo es, en un cierto momento, epifenómeno de la Idea Absoluta, y siendo así, es decir, que la Voluntad Verdadera del individuo es uno con el devenir de la realidad, el encontrar la Thelema se convierte en una unión mística y embriagante con el impulso, con el devenir.

Es así como el lugar del ser-en-el-mundo, su posición, por decirlo así, no se justifica mediante el ser, o en última instancia mediante el lenguaje (como habrían de decir algunos filósofos contemporáneos), sino mediante la Voluntad Verdadera, mediante el impulso embriagador que arrecia con titánica potencia en torno al devenir de la realidad.

Es interesante advertir que Sartre, quien se pensaba a sí mismo como seguidor de Heidegger, habría de llegar a decir lo mismo, y más aún, que no hay ser, solo hay hacer, es decir, que la existencia precede a la esencia. El error de Sartre se debe a una confusión, o malentendido con respecto a Heidegger, quien indica que el dasein no es algo sólido, algo que se da en acto una vez y para siempre, sino que es, en esencia, histórico, es decir, en completa apertura al ser (la misma expresión de ser-aquí, o ser-ahora del dasein lo demuestra), y más aún, en Ser y Tiempo habrá de terminar de relacionar al ser con el tiempo, y de este modo, con la Historia, en una muy compleja inversión del trascendentalismo de Platón y bajo una lectura muy particular de los presocráticos. Heidegger sí invita a una visión del Hombre como carente de Naturaleza, constituido en vez de ello de Historia, como habría de decir Ortega y Gasset en su célebre frase “El Hombre no posee Naturaleza, posee Historia”, sin embargo esto se debe a un error de percepción, el Hombre no es Historia, diría Heidegger, está en la Historia, que es distinto.

Es decir, Sartre identifica a la Historia, es decir, al tiempo y al “hacer”, con el Hombre, mientras que Heidegger coloca al Hombre detrás del tiempo, o mejor dicho, en apertura al ser, pero no definitivamente contingente y pasajero como el existencialismo derivado del francés, sino con una constitución ontológica bien definida.

Sartre pone al Hombre, como ser-en-el-mundo, en la más absoluta indeterminación, y en ese sentido, en la nada, el Hombre es potencia absoluta, que es lo que no comprende de Heidegger, para quien el dasein es como el concepto presocrático de la physis, es decir, la apertura, conteniendo tanto al ser (en el sentido estático y sólido), como al devenir. En el momento en que la indeterminación absorbe y define al Hombre, Sartre habría de inaugurar al nihilismo y al absurdo, en tanto que el Hombre no posee nada que le sea sólido y definitivo, el ser es potencia, libertad, y por más que el sujeto se defina, es decir, se de su propia esencia, mediante decisiones y acciones, nunca jamás estará completo.

Es por esta razón que de la búsqueda por el ser que hace Heidegger, terminará, en manos de los pensadores franceses como Sartre, en el nihilismo, pues una filosofía que no busca al ser, que es el fundamento último o sentido de la realidad, es una filosofía sin sentido.

Es por esta razón que la Thelema no contrapone a la Voluntad contra el ser, como haría Heidegger, ni erradica al ser, como hace Sartre en cierto modo, sino que separa o define al Hombre, en torno al ser y le da su lugar en el mundo en torno a la Voluntad, equilibrando lo más posible la libertad como indeterminación y apertura al ser con el impulso dionisiaco del devenir.

Al postular un principio vital, un motor, que es la Verdadera Voluntad, la Thelema es capaz de sostenerse sobre algo sólido y obvio a la experiencia, en contraposición a la indeterminación del existencialismo de Sartre, y al ser en el lenguaje de los filósofos posteriores a Heidegger. En otras palabras, Sartre hace del hacer, de la libertad y en última instancia de la Historia (siguiendo su concepción de lo que Heidegger quería decir), una Idea, en el pleno sentido kantiano es decir, una noción indeterminada, indefinible aunque regulativa, mientras que para la Thelema, es un concepto, o sea, determinación y determinante.

Crowley no contrapone la Thelema (Verdadera Voluntad) al Ser, dado que, a diferencia de Nietzsche la Voluntad no es arbitraria y ciega, sino que es en conformidad con el Absoluto, con el Ser o fundamento último de la realidad, de este modo, en vez de imponer una voluntad o capricho arbitrario al ser del ente para imponerle una finalidad distinta a la suya, actúa en conformidad con el ser del ente, pues si la Verdadera Voluntad no es sino el devenir de la realidad, entonces no puede errar, es decir, no puede imponer algo artificial por sobre el ser de los entes. Esto es enunciado en el Liber Al Vel Legis en una gran cantidad de lugares, entre ellos I:3 “Todo hombre y toda mujer es una estrella” y I:44 “Pues querer puro, libre de propósito, rescatado de la lujuria de resultado, es perfecto de todos lados”.

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