Nos hemos mudado a este blog como parte del Proyecto: Thelema en Español

No lo dudes más e inscríbete en el foro de Thelema en Español

Fenomenología del sexo.

Por: Juan Sebastián Ohem.

El Yo y el Otro, la Naturaleza y la libertad, la objetividad y la subjetividad, todas estas dualidades desgarraban conciencias en la Alemania del siglo XIX, los filósofos, ya desde Kant, dedicaban su vida y obra a encontrar una explicación, una solución a estas dualidades excluyentes, por ejemplo ¿cómo puede haber libertad, la cual es carente de leyes, en la Naturaleza, que se define precisamente por sus leyes objetivas?, ya luego de Hegel y de Marx la filosofía decidió apostar por escoger tan solo uno de esos elementos, para evitar pensar en la desquiciante dualidad, se escogió el subjetivismo por sobre la objetividad, los existencialistas apostaron por la libertad antes que por la Naturaleza, los personalistas se inclinaron al Yo por sobre el Otro, en fin, la cuestión no se resuelve, se desprecia.

Aún bajo estas circunstancias el Hombre continúa su existencia sin tener la pesada frustración de una existencia contradictoria en sí misma, sin el pesimismo de Schopenhauer o la demencia de Nietzsche, ¿cómo es que lo logra?, ¿porqué no estamos hincados ante la desesperación tras haber atestiguado que no puede haber ilimitación en lo limitado? La respuesta es sencilla, y nos hace regresar a la época de los griegos, pues así como ellos se veían ante la paradoja del movimiento, el cual no podían explicar racionalmente aunque estuviesen frente a él, así también nosotros podemos atestiguar que somos libres (indeterminados), aunque la Naturaleza en sí misma sea determinación (leyes y orden), aunque no lo podamos explicar racionalmente. Quizás eso del “eterno retorno” no es tan descabellado como uno podría pensar.

Nos enfrentamos ante la dualidad en muchas ocasiones y en muchos sentidos, pero quisiera resaltar uno, el sexo. Hacer el amor es la acción que contradice a la realidad, que la reta y refuta, que no le importa hacer lo imposible. En el sexo el Yo, que es un ser-en-el-mundo, y como tal está definido por el espacio y por el tiempo, desaparece en el seno del Otro, que es igualmente un ser-en-el-mundo, se comparte el aquí y se comparte el ahora, se está dentro del otro, es pues, la máxima experiencia de la otredad, y quizás por eso se le consideraba un ritual religioso entre los hindúes, pues así como la experiencia con Dios, el gran Otro, que nos envuelve y nos confunde hasta dejar de ser nosotros mismos en un éxtasis absoluto, así también el hacer el amor nos envuelve y nos confunde en un éxtasis.

El hombre, con su propio contexto, su propio aquí y su propio ahora, se funde con la mujer, que también posee su propio contexto, su aquí y su ahora, en una sola unidad, y por eso la Biblia describe al sexo como “hacerse una sola carne”, pues en efecto, los dos se hacen uno, la dualidad entre Yo y Otro desaparece, no es que alguno de los elementos de esta dualidad se desaparezca, o sea ignorada, sino que se convierten en una síntesis, un tercero que es indefinible, e inexplicable, pero no por ello menos real, y es quizás más real que el Yo y el Otro.

Hacer el amor posee, entonces, un trasfondo religioso, religa al Yo con el Otro, hace de un Yo y de un tú, un nosotros, y no sólo eso, sino que cuando tras el sexo viene la concepción, se repite el acto creador que aparece relatado en el Génesis, y que los cabalistas, tan sabiamente, han descrito como la unión de lo masculino con lo femenino de Dios, es decir, el agente activo y el pasivo, el acto y la potencia. La creación divina del cosmos habrá ocurrido una sola vez, un magnífico y sonoro Big Bang, un “estruendoso milagro” le llama Lucas Lucas, pero el orgasmo, sin importar que ocurra cientos de veces al día en todo el mundo, es tan milagroso y potente, como la explosión inicial del Universo. No es de sorprendernos que tantos mitos de la creación del Universo posean cierto elemento sexual.

Algunos pueblos han hecho del sexo un arte, han escrito libros sobre cómo hacer el amor, basta y sobre mencionar al Kama Sutra, otros han hecho del sexo un acto vergonzoso, avergonzándose así de su propio Dios, creador de ese orgasmo cósmico que llamamos hoy día “Big Bang”, otros han hecho del sexo una liturgia, como es el caso del yoga tántrico, e incluso hombres de ciencia han hecho de la sexualidad el impulso primario de la psique, como Freud por ejemplo. No es extraño, después de todo, ninguno de los que estamos en este mundo hemos nacido de huevo, pero, se podrá decir por ahí, ¿es que no hubo una vez una cierta judía que parió siendo virgen?

No hay mejor ejemplo para lo que quiero ilustrar que la “inmaculada concepción” de Maria. Antes que nada, ¿por qué se le llama “inmaculada” a su concepción? “Porque fue sin mancha” dirán algunos, pero vamos, es obvio ahora que nada hay de sucio con el sexo, a excepción de tratar de convertirlo en tema vergonzoso, eso sí es sucio. La concepción de María la Virgen es la repetición de la creación de la luz del génesis, el Espíritu Santo la embaraza sin contacto físico y milagrosamente “hágase la luz”, tal y como el Dios del Génesis dice unas palabras y se hace la luz en un cosmos vacío, en un infinito y virginal útero que de un momento a otro se ve bendecido con la vida. Si pudiésemos elegir un solo evento, uno solo, de la Historia para celebrar como “momento más majestuoso de la humanidad”, sin dudarlo dos veces votaría por el orgasmo de María la Virgen, orgasmo divino y creador.

Un cierto francés, existencialista por supuesto, escribió en su momento, que suelen ser cortos y mal vividos, que “nacemos desnudos, mojados y gritando, lanzados al mundo del ser”, se le olvido mencionar que así somos concebidos, de una pareja desnuda, tan desnuda como Adán y Eva, y carentes de vergüenza como el momento inicial del mito, mojados por el sudor y que seguramente gritaron. El existencialista en cuestión mencionaba esto, por supuesto, como un argumento para vivir la vida de manera pesimista y oscura, ¿pero porqué vivir tristes si somos todos hijos de un orgasmo?, y no solo eso, un orgasmo cósmico que da vida, una repetición de la creación, hijos de un momento que carece de tiempo, en un “ahora” que es eterno, en un “aquí” que carece de espacio, de un “nosotros” que ya no es la mera suma de un “yo” y un “tú”, hijos de una contradicción mágica, digna por cierto de tanta adoración como se le da al Hombre-Dios. Sí, el sexo es cosa religiosa, un ritual sacramental que, luego de millones de años, aún existe, aún hace gritar y soñar, la única reunión religiosa a la que sí da ganas de asistir puntualmente, y donde, claro está, no hay un código estricto de etiqueta.

El hecho empírico del movimiento daba pesadillas a los filósofos griegos, “¿cómo puede moverse Aquiles si para recorrer un metro debe recorrer medio metro, y luego la mitad de eso, y la mitad, y así hasta el infinito?” se preguntaba Zenón, y sin embargo ocurre. Los filósofos modernos no se preocuparon por ello, ya conocían buenos argumentos racionales para explicar el movimiento, eran las dualidades, como ya he dicho, las que les quitaban el sueño, y sin embargo, aún cuando son inexplicables, ocurren en todo momento y a toda hora, siendo de ellas, el sexo, la más importante y fascinante contradicción de todas.

En el sexo, me refiero en este momento al sexo que resulta en la concepción de una nueva vida, dos se hacen uno para que haya tres, y en los mismos términos planteaban los cabalistas renacentistas el misterio de la Trinidad, una contradicción empíricamente observable, y por ello meritoria a más celebración que la transubstanciación de la misa católica, convertir vino y pan en sangre y carne de Cristo. Según los judíos y cristianos, dado que dependen del Génesis, contemplan a la creación como un orgasmo divino, los cristianos sobretodo hacen del orgasmo divino, el dado por Dios a María, el pivote de su drama cósmico-redentor, el orgasmo hace que se mueva el mundo.

¿Si nacemos como somos concebidos, a gritos y mojados, será la muerte así también?, de haber una existencia post-mortem, ¿será igualmente orgásmica? Algunos místicos católicos han descrito al cielo como una comunión extática con Dios, probablemente se refieran a un éxtasis orgásmico eterno (y reitero “probablemente” pues esos místicos, de haber tenido sexo alguna vez, seguramente ya no lo recuerdan), los budistas describen al Nirvana de manera similar, ¿habrá pues un impulso sexual en las descripciones de la vida después de la vida? Freud diría que sí. Quizás sí y quizás no, como todas las cuestiones post-mortem.

Es así como el sexo es lo que el movimiento era a los griegos, algo inexplicable y fascinante, el sexo es algo religioso, algo milagroso, y, por sobre todas las cosas, algo filosófico. No por nada dice el inglés “el mundo es dolor, pero la vida es éxtasis”

Volver arriba.
Página principal.

No olvides firmar mi libro de visitasFirmar el Libro de visitas Ver libro de visitas

Hosted by www.Geocities.ws

1