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Evolución espiritual de occidente, del monoteísmo al panteísmo

Por: Juan Sebastián Ohem.

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Eduardo Hartmann, en su libro “la religión del porvenir”, se propone hacer un recuento de la evolución de la religión, en particular la religión cristiana, y hacer un esbozo, quizás crudo, de lo que sería una religión del porvenir. Sus tesis y argumentos son profundos y sabe hilar la composición de su obra con gran maestría, no es mi intención, y vale la pena aclararlo desde el principio, refutar tesis alguna o menospreciar su obra (que se puede leer gratuitamente en: http://www.filosofia.org/aut/001/hartrp.htm) sino más bien aportar una perspectiva paralela a su itinerario filosófico para apoyar e iluminar su tesis desde un punto de vista alterno.

Cualquier ser humano, con mediana educación y una pizca de sentido común, es capaz de intuir cierta evolución en materia religiosa, sea a gran escala, como la transición del politeísmo al henoteísmo, o a mayor profundidad, del cristianismo medieval al protestantismo liberal, sin embargo centrar la tesis de la evolución de la religión exclusivamente en el cristianismo puede ser un error, no en cuanto al hecho de su evolución, sino en cuanto que se ofrece una perspectiva insuficiente, e incapaz de elaborar un mejor cuadro de lo que, Hartmann reconoce como, “la religión del porvenir”.

La evolución del animismo al politeísmo, es decir, de la creencia tribal en una subjetividad en la naturaleza y sus fuerzas, a la noción de varias subjetividades superiores a la naturaleza, perfilaba ya de inmediato que, más tarde o más temprano, habría de encontrarse un dios superior a los otros. Es por esta razón que el tránsito del politeísmo al henoteísmo no solo no fue violento, sino que pareció ir naciendo, en cada cultura y en cada pueblo, a su manera y por motivos diversos.

Los israelitas, que no fueron los primeros henoteístas, pero sí los más reconocidos, se unieron como un solo pueblo bajo la dirección de su dios Jehová, quien había estado con ellos desde sus más remotos antepasados, cuando eran apenas mercaderes del desierto y él un dios del trueno. El judaísmo coloca al Hombre en las manos de su dios, que por una parte es bondadoso y fiel, pero que por otra parte es celoso de los otros dioses, viéndose forzado en múltiples ocasiones, a lanzar a su pueblo a crueles batallas para probar que él es más poderoso.

Este tránsito judaico del politeísmo al henoteísmo, que al principio se sucedió pacíficamente, se fue tornando cada vez más violento, conforme pasaban de un henoteísmo a un monoteísmo. El que un pueblo tenga la idea de que, si bien existen muchos dioses, el suyo es el mejor y más poderoso, puede permitir cierto intercambio cultural con otras naciones, pero cuando un pueblo se hace la idea de que su dios, no solo es el mejor y más fuerte, sino el único, se sucede una transición violenta donde se debe negar la validez de las otras culturas, impidiendo así un tránsito cultural.

Es por el nacionalismo judío, que si bien nace en su etapa henoteísta, se recrudece en su monoteísmo, que el judaísmo no se podía colocar como una religión universal y universalista, el único dios amaba solo a los judíos, y a nadie más. Esto causó problemas, como es obvio, cuando los romanos invadieron y conquistaron el reino de Israel con gran facilidad, y mientras que los judíos ortodoxos vieron este fracaso como castigo del único dios por alguna culpa pasada, muchas otras facciones del judaísmo vieron necesaria la posibilidad de una universalidad de este monoteísmo.

El cristianismo irrumpe en un judaísmo helenizado, y es incomprensible sin el helenismo, y al entrar en contacto con la cultura cosmopolita no hubiera podido aferrarse a un nacionalismo al estilo del judaísmo ortodoxo. El monoteísmo que proclamaba el cristianismo no es un monoteísmo puro, pues su dios se convierte en Hombre, se hace Hombre, y por analogía, y hasta un cierto y limitado sentido, el Hombre se hace Dios, se da una analogía equilibrada entre la esfera de lo divino y la esfera de lo humano.

El cristianismo, sin embargo, se debate entre un monoteísmo puro y trascendental, o una religión mistérica donde se unan el Hombre y Dios, haciendo Hombre a Dios, y Dios al Hombre, tal debate es natural y comprensible si comprendemos al cristianismo desde su eje más íntimo, la contradicción. El monoteísmo cristiano causó gran furor ya que presentaba una contradicción inherente, por un lado Cristo es Hombre, es finito, limitado, sufriente, por otro lado es Dios, y por ende eterno, infinito y perfecto, por un lado Dios, que está más allá del tiempo, pero a la vez que se une al Tiempo, se hace histórico, se “asocia”, por así decirlo, con su creación.

Este monoteísmo contradictorio, donde eternidad (es decir, el estar “fuera del tiempo”) se hace Historia, donde lo infinito conoce a lo finito, produce grandes problemas teológicos que no son explorados cabalmente sino hasta San Agustín. La revolución cristiana requiere de la razón, exige al logos como bien apunta Hegel, se hace necesaria una explicación racional, un sistema que explique y ordene, dándose finalmente la sinonimia, dentro de la Iglesia católica, de la “Palabra”, que en su sentido original era el judío, con el “Logos”, la razón griega. Evito en este punto comentar sobre la crítica de Eduardo Hartmann al cristianismo como una forma de politeísmo, debido a la noción de la Trinidad, por cuestiones de espacio principalmente.

Tal complejidad no puede sino acelerar la evolución de la religión, o del impulso espiritual, hacia un monoteísmo más “simple”, por así llamarlo, que se da finalmente en el Islam. El Islam pretende solucionar la contradicción del cristianismo, contemplándola no como el motor de la espiritualidad (como sí hacían los cristianos), sino como un estorbo innecesario, de ahí que el monoteísmo unicista de Mahoma tome tal fuerza en sus primeras etapas, conquistando gran parte del mundo.

El monoteísmo unicista del Islam sostiene que Dios es trascendental al máximo, de tal suerte que es imposible la asociación, es decir, no solo Dios no se ha hecho Hombre, sino que asociarlo con cualquier categoría humana es una blasfemia, Dios es, en sí mismo incognoscible. Al principio tal revolución podría interpretarse favorablemente como un paso en la dirección adecuada, sin embargo la incognoscibilidad de Dios abre las puertas a una plétora de problemas.

En primer lugar, si Dios es, en sí mismo incognoscible, dado que ninguna categoría imaginable se le puede aplicar, entonces tal dios no es la bondad, ni es bueno, no está forzado a seguir sus propias reglas, no tiene porqué ser justo o piadoso, y el Hombre no tiene mayor razón para someterse a su Voluntad que el hecho que tal dios es infinitamente superior y poderoso, es decir, el que se somete a un dios que no puede conocer y que no tiene porqué ser justo o piadoso, se somete únicamente porque es más poderoso, así como cuando un poderoso terrateniente obliga a los demás a someterse a sus caprichos. En segundo lugar, nada podemos saber de Dios, dice por un lado Mahoma, pero se contradice en cuanto que debemos seguir la voluntad de Dios, y es una contradicción en tanto que si sabemos que posee una Voluntad, entonces sabemos al menos una cosa de tal dios, y es que posee voluntad, pero no necesariamente es racional y coherente, haciendo de su voluntad un capricho.

Este monoteísmo unicista que recrea un nexo entre un dios que no se ve forzado por su propia naturaleza a ser bondadoso o racional, a través del capricho metafísico, no puede sino desencadenar la violencia. La moral que brota de un dios que no es racional, es una moral que no tiene porqué atender a la razón, es decir, no tiene porqué tener sentido o coherencia, simplemente es lo que es, y se eleva a nivel de ley positiva, mediante la sharia, para que todo musulmán (y en esencia, todo mundo) se vea atado a los caprichos de tal dios, que los siga ciegamente y no los cuestione. Es de esta manera como el salto del monoteísmo cristiano al islámico, que en un principio suponía ser un salto más racional, en tanto que se evita la contradicción y complejidades de un sistema más o menos racional, termina siendo un credo irracional. De este modo podemos comprender el porqué la cultura musulmán no fue capaz de dar el brinco de un renacimiento a una Ilustración, y porqué, luego de tener su propio renacimiento, se retrajo a una etapa oscura semejante a un medioevo.

La evolución cultural del renacimiento contrajo, para occidente, grandes problemas para la espiritualidad, por un lado se recuperaban nociones espirituales de los griegos clásicos, por el otro se daba una reforma a la cristiandad, reforma que buscaba regresar al espíritu originario del cristianismo. Lutero en su reforma desconoce el hecho que la religión evoluciona naturalmente, y es más, necesariamente tiene que evolucionar, de otro modo la cultura que de ella se desprenda caerá en el salvajismo y la irracionalidad (como es el caso del Islam), su intento de alejarse de un cristianismo al estilo de la escolástica y la curia romana, para volver sobre los cimientos, o lo que él consideraba, eran los cimientos de la fe cristiana, llevó consigo la peste al cristianismo, comenzando su lenta e inexorable muerte. Vale la pena en este punto citar a Hartmann, de su capítulo “Irreligión del protestantismo liberal”:

<< “El cristianismo ofrece al pueblo «la verdad», es decir, la metafísica de la Edad media, fusión maravillosa de la filosofía judía y de la filosofía griega, sistema admirablemente completo, que tiene para todas las objeciones respuestas lógicamente encadenadas y que no puede ser objeto de desdén más que para aquellos que a su vez no han traspasado el punto de vista de la hostilidad para llegar a la objetividad histórica. Si en sus buenos tiempos la verdad de esta metafísica estuvo preservada de los ataques de la duda, esto procede de que no tenía competencia, de que la teología era la única ciencia de la época. Al declinar la Edad media, alzóse de nuevo una ciencia libre, que se apoyaba sólo sobre la razón o la experiencia, sin tener en cuenta la revelación: las contradicciones entre esta verdad laica y la verdad cristiana fueron salvadas merced a la extraña doctrina de los dos órdenes de verdades. En la Reforma comienzan los ensayos de conciliación entre estos dos órdenes, ensayos cada vez más efímeros y que se suceden rápidamente. El protestantismo, con la falta de lógica que lo caracteriza, exige que se crea en la posibilidad de un acuerdo entre la revelación y la razón, entre la fe y la ciencia: sólo cuando el protestantismo ha terminado su carrera, ha roto con la revelación y ha cesado de [104] poseer una teología en el sentido propio de la palabra, sólo entonces desaparecen estos castillos de la hada Morgana, sólo entonces la verdad del cristianismo, tenida en otro tiempo por divina, cede su sitio a la verdad laica de la ciencia.”>>.

El nexo entonces entre el protestantismo y el laicismo es visible, y hasta cierto punto es irónico que mientras los renacentistas italianos, tan proclives a espiritualidades extrañas, a mezclar el esoterismo hebreo con un cristianismo pagano, no pudieron derribar al cristianismo medieval, y tuvieron que ser los protestantes, que tanto odiaban a los renacentistas italianos por su espíritu libre, quienes, inadvertidamente, dieran final al cristianismo como tal, es decir, no al cristianismo en cuanto a su existencia histórica, sino fin al mundo netamente cristiano, donde sus verdades reveladas eran indiscutibles y perfectas, dando comienzo al laicismo y, más tarde o más temprano, a la Ilustración.

Es entonces, gracias a las verdades laicas de la ciencia empírica, que se da la siguiente evolución religiosa, cuando se consuma el Deísmo, la máxima y más perfecta expresión del monoteísmo, pero a la vez la negación de posibilidad de la religión.

Por más que se trate continuamente de dirigir la espiritualidad hacia un monoteísmo, del animismo al politeísmo, del politeísmo a un henoteísmo, del henoteísmo a un monoteísmo nacionalista, de ahí a un monoteísmo contradictorio, y finalmente al monoteísmo unicista, tiene que existir necesariamente un nexo entre el Hombre y Dios de tal suerte que se le pueda adorar, es decir, tal dios necesariamente debe poseer una subjetividad, una voluntad, pues de caso contrario la religión carece de sentido y dios existiría en una realidad paralela, sin contacto alguno con el mundo del Hombre, y esto es precisamente el deísmo.

El Deísmo concluyo lo que Mahoma no pudo terminar, es decir, un monoteísmo absoluto y perfecto, donde Dios, aquel Gran Arquitecto, ha afinado la máquina que es el cosmos, la ha dejado correr por si sola, y no se introduce en la Historia, es decir, su existencia es paralela a la del Hombre, su Voluntad son las frías e impersonales leyes de la Naturaleza, y hasta cierto punto es posible decir, la subjetividad del Gran Arquitecto es la Naturaleza. Un dios de matemáticos, de científicos y racionalistas, un dios que es indiferente al Hombre, ese es el único monoteísmo perfecto, tan distinto al Hombre que no posee nexo alguno con él, dándose así la muerte de la religión monoteísta, el gran equinoccio de los dioses.

Tratar de argumentar que el paso siguiente y obvio sería el ateísmo absoluto es un absurdo, sería demasiado miope concluir tal evolución con el concepto moderno de ateísmo, concepto vulgar y poco refinado que tan solo sirve para negar la existencia de una subjetividad distinta a la humana. El Hombre es religioso por Naturaleza y la tradición religiosa o espiritual sobrevive y evoluciona, no gracias al Hombre, sino a pesar de él.

Tal tradición espiritual, libre de los grilletes de la religión sistematizada, desde casi los inicios de los tiempos, ha ido evolucionando, en ocasiones a la par y en virtud de las religiones establecidas, sin embargo en el siglo XIX habrá de independizarse de las religiones establecidas a tal grado que marcaría el futuro de los movimiento espirituales de occidente, sosteniendo finalmente la batuta de la evolución como no lo había hecho desde la época de los pitagóricos.

En este siglo, cuando el laicismo se ha convertido en norma deseable, y cuando la batalla entre el deísmo masónico y el monoteísmo cristiano se hallaba en su punto culminante, aparece la figura de Eliphas Lévi. Alphonse Lous Constant, que más tardé se cambiaría el nombre a Eliphas Lévi es, en mi opinión, quien da inicio a la modernidad religiosa, en el más puro sentido de la palabra, y ni siquiera él lo hubiera imaginado.

La misión de Lévi es reunir el laicismo masónico, encarnado en el deísmo, con la Iglesia católica, a través, no del deísmo o del cristianismo, sino a través de la cábala judía, demostrando, creía él, que tanto unos como otros brotaban de la misma fuente, de este “dogma universal” como él le llamó. Como era de esperarse los masones le repudiaron por católico, y los católicos por masón.

En un principio podrá parecer que Lévi habría de pasar a la Historia por su fracaso, pero en realidad este fracaso no hace sino ocultar su verdadera victoria, en primer lugar traer la tradición esotérica de regreso a la luz y a la sociedad común, en vez de mantenerla oculta de los demás, y en segundo lugar, más importante aún, genera una explosión cultural en la cual el esoterismo florece en occidente, paulatinamente al principio, pero que finalmente habría de marcar la pauta para la evolución de la religión en los países civilizados.

Helena Petrovna Blavatsky viene a ser la respuesta a Lévi, si bien él ha logrado que el esoterismo sea aceptado, o al menos tolerado (aunque pasó tiempo en prisión por defender su libertad de prensa), es ella quien primero detecta que la tendencia occidental hacia el monoteísmo ha llegado a su fin, es decir, más allá del deísmo no queda nada más que el vacío de la ignominia, el agnosticismo brutal que no puede existir más que en formas y protocolos pero que es, en esencia, insuficiente.

Blavatsky introduce Oriente a Occidente, en su crítica a la cábala ella expone que se han perdido las claves, es decir, los sentidos primarios de la cábala, y que postular que el misticismo hebreo es el “dogma universal” ha sido un tremendo error, ubicando el verdadero “dogma universal” en su interpretación, poco académica por cierto, de las religiones de Oriente.

Esta crítica posee un trasfondo interesante, su teosofía denuncia a la cábala como muerta, estéril e incapaz, y en cierto sentido se puede comprender el porqué, si la evolución religiosa que más predominó en occidente ha sido el monoteísmo (en todas sus variantes, del cristiano al deísmo), entonces su semilla está en los judíos, y si el monoteísmo ha muerto, esto es, si se ha producido finalmente el equinoccio de los dioses, entonces regresar a los judíos sería condenar a occidente a repetir un ciclo que ya ha caducado.

René Guenón descalificó duramente sus tesis, y cualquiera con una educación poco más que simple o mediocre podría hacerlo con facilidad, y renegó del título, autoimpuesto por la autora, de “Teosofía”, calificándole él como “Teosofismo”. Esta diferencia va más allá del nombre, pues la teosofía ya existía en Europa desde siglos antes, en Swedenborg, Jacob Boehme, incluso algunos opinan que en la doctrina rosacruz del mitológico Christian Rosenkreutz.

La teosofía pretende reunir todas las religiones en una sola, en un intento de componer un “conocimiento divino” (teo-sofía), o religión universal, sin embargo tal intento fracasa desde el inicio, y si bien su tesis de que toda religión proviene de una fuente común y se dirigen a lo mismo, expresada ya en Eliphas Lévi, generó una fuerte impresión a nivel mundial, su movimiento se tornó sectario, una secta de origen cristiano y esotérica influida fuertemente por el budismo y directamente relacionada con los movimientos espiritistas de finales del XIX, así como diversas sectas gnósticas y rosacruces.

La influencia del teosofismo se dejó sentir rápidamente en EUA y Europa, creando un conflicto entre el esoterismo occidental iniciático y ortodoxo, encarnado principalmente en las sociedades masónicas y paramasónicas, pues mientras éstas últimas aún sostenían un sistema deísta basado en la cábala hebrea, y esto implica cierta sistematización y racionalización, el teosofismo se fue fundando en intuiciones, más o menos carismáticas, que sincretizaban diversos aspectos del cristianismo con el budismo y el hinduismo, formando un caldo de cultivo para lo que más tarde se habría de llamar “New Age” o “Nueva Era”.

En este punto vale la pena admitir ya abiertamente, cosa que no era posible en su cabalidad aún en Lévi, que de este punto en la Historia en adelante, toda evolución en lo que respecta a la religión o espirtualidad, sistematizada o no, tiene una conexión, más o menos transparente, con la tradición esotérica, sea de la rama del teosofismo, o del esoterismo occidental más ortodoxo.

Es aquí donde habría que introducir a Crowley, y comprender la tradición que encarna, sostiene y fomenta, que no es sino la tradición occidental más o menos ortodoxa del esoterismo fuertemente influenciado por el deísmo masónico y su universo cabalístico. Lo que Crowley causa, mediante la creación de la orden del Astrum Argentum y su estancia en la Golden Dawn, es solucionar el conflicto que encaraba la tradición esotérica occidental, este es, abrazar un deísmo y matar todo sentimiento religioso, o caer en la superstición de creencias no sistematizadas, irracionales y altamente proclives al panteísmo animista.

Aleister Crowley, mediante la introducción de la Thelema combina hábilmente el panteísmo con el deísmo, pues por un lado procura que se desconozca al cristianismo como verdad revelada vigente, esto al introducir un sistema serio de etapas de evolución o “Eones”, según el cual la verdad cristiana fue realmente una verdad, pero no lo es más, pues la realidad deviene (Conviene aquí introducir el artículo “la herencia hegeliana en Aleister Crowley”), y de este modo, al desconocer al cristianismo, tanto como verdad absoluta, como en el uso de su mitología, recurriendo él a una mitología egipcia completamente desconocida e indiferente para con el cristianismo. Por otro lado, habiéndose ya desembarazado de este ciclo que ha llegado al deísmo, retorna a un panteísmo que no es animista, y este es probablemente su mayor triunfo, el cual le permite a la tradición occidental hacer frente contra el teosofismo.

La doctrina de la Thelema de Crowley reúne lo que Hartmann esboza como una posible religión del porvenir, pues se trata de un monismo panteísta, es decir, “todo Hombre y toda mujer es una estrella”, “Homo est Deus”, cada ser humano posee en su interior una “Voluntad Verdadera”, un impulso radical divino, no dependiente de un dios único trascendental. Cito a Hartmann en su último capítulo:

<< “Si, pues, se considera el estado actual de la ciencia, lo que hay de más verosímil es que la religión del porvenir, si de un modo general se juzga tal religión posible, será un panteísmo, y con más precisión un monismo panteísta (excluyendo todo politeísmo), o un monoteísmo inmanente impersonal, del cual la divinidad tiene en el mundo su manifestación subjetiva, no fuera de sí, sino en sí. Pero ni el cristianismo positivo con un politeísmo de la Trinidad, ni el protestantismo liberal con su teísmo personal abstracto, son capaces de dar satisfacción a la necesidad que se siente: según la historia de las religiones, no puede hallarse lo que se busca más que por una síntesis del desenvolvimiento religioso indio y del desenvolvimiento judeo-cristiano, constituyendo una forma que reúne en sí las ventajas de las dos tendencias, eliminando sus defectos, y por eso solamente se hace capaz de reemplazarlos, es decir, de llenar el papel de religión verdaderamente universal.”>>

En este punto crucial, dentro del devenir de la espiritualidad occidental, se debatió, y se debate, pues nos llega aún a nuestros días, un conflicto entre dos tendencias que van cobrando fuerza en sus distintos ámbitos. Por un lado el teosofismo que se convierte en “New Age”, del cual Marilyn Ferguson en su “Conspiración de Acuario” nos ofrece una clara exposición, donde la idea de religación es comunitaria, es decir, se da una suerte de salvación cósmica, en tanto que el cosmos deviene naturalmente a un punto donde habrá paz mundial solo porque los “acuarianos” tienen bonitos pensamientos. Este movimiento tiende a un panteísmo animista, errando así el camino, pues procura una hermenéutica muy parcial de las religiones originarias, y el ejemplo más claro de esto sería la “Wicca”, una serie de supersticiones carentes de coherencia en donde tanto pueden haber dos dioses trascendentes, uno masculino y otro femenino, como podemos establecer contacto con los dioses que habitan en bosques y en los fenómenos naturales.

Por el otro lado encontramos la tradición que, si bien ya se iba perfilando por sus propias fuerzas, es empujada y formada definitivamente por la Thelema de Crowley, en la cual un monismo panteísta atiende al individuo, en vez de esperar una iluminación colectiva, reuniendo así gran parte de las técnicas de meditación orientales. Esta tradición, a la cual Crowley ha servido, en gran parte, como combustible, se ha ido expandiendo e incluso sectorizando, lo cual es absolutamente comprensible, después de todo si cada individuo se religa por sí mismo, es tan solo natural que surjan casi infinitas variaciones dentro de esta tradición occidental, casi tantas como tantos individuos contiene.

En conclusión cabría recalcar varios puntos expuestos anteriormente: En primer lugar, que la tendencia monoteísta que nace con los hebreos culmina en el deísmo masónico y que, a la vez, significa el fin de todo sentimiento religioso. En segundo lugar que las corrientes espirituales occidentales a partir del siglo XIX son incomprensibles sin el factor de las tradiciones esotéricas, que desde un principio, en la figura de Lévi contrapuesto a Blavatsky definen dos tendencias, que no son necesariamente mutuamente excluyentes (como el ejemplo de la Wicca, que en su estadio más refinado es una introducción a la Thelema), y que tales tendencias se destacan entre sí dependiendo de si hacen énfasis en la comunidad o en el individuo, entre la irracionalidad de los cultos matriarcales, o el espiritualismo individualista del monismo panteísta de Crowley y las órdenes esotéricas delineadas por Rojas. Finalmente que toda innovación espiritual que encontramos hoy día, dentro y fuera de las religiones establecidas, sea en el hare krishna, en los cultos cristianos esotéricos, en la Wicca, etc., están todos relacionados, de un modo o de otro con la influencia de estas dos grandes tradiciones, el esoterismo teosófico o el esoterismo occidental.

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