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¿Qué hacer tras la muerte de Dios?.

Por: Juan Sebastián Ohem.

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“Apolo se agita con claridad sobre

las nieblas del amanecer,

¡Nietzsche es su estrella matutina!”

Aleister Crowley

La expresión “Dios ha muerto” ya es parte del vox populi, la filosofía ya no necesita usar a Dios para sus especulaciones, la ciencia ha prescindido de él para sus explicaciones, la sociedad misma ya no se comporta conforme a los valores tradicionales, ejemplo de ello es el nihilismo europeo contemporáneo que no podría ser más lejano a los valores tradicionales aún si lo intentara. Es cierto también que aún existen creyentes en el mundo, hay aún residuos de una filosofía escolástica, que aún persisten discusiones científicas entre quienes prescinden de toda inteligencia superior y quienes buscan refutarles, o que hay partidos políticos que llevan el nombre de “cristiano”. Sin embargo todo intento por traer al dios cristiano de regreso a la vida probará ser inútil, se le ha relegado a las iglesias, cada vez más vacías, y a la ética de unos cuantos idealistas. Europa ha matado a Dios, y pasar más tiempo tratando de regresarlo a la vida que manifestando una superación frente al terrible evento es un absurdo.

El pensamiento de esta Europa se ha construido a partir de dos mitos, el primero lo encontramos en el tercer capítulo del Génesis, el segundo en el mito de la caverna de Platón. El mito del tercer capítulo del Génesis ha dado un marco de referencia a la realidad existencial en tanto que justifica el sufrimiento de la existencia por la vía mítica. Delimita a su vez el alcance del Hombre, quien no debe alcanzar el nivel de Dios, esto es, de juzgar a las cosas buenas o malas, de valorar o dar significados. Justifica la sumisión a Dios, que derivaría después en la moral de esclavos.

El segundo mito fundamental de Occidente es el de la caverna de Platón. En el mito de la caverna tenemos a un prisionero que logra escapar de la caverna y salir al mundo real, se queda enceguecido por el Sol pero poco a poco va captando, por medio de su luz, la realidad de los entes. Es importante hacer notar que el prisionero tiene que escapar de la caverna y salir al mundo real, es por ello que Heidegger dirá que el “escándalo de la filosofía” no ha sido que no ha podido demostrar racionalmente el mundo real, sino que se lo haya planteado.

El mito de la caverna estableció para Occidente que el filósofo ha de “salirse del mundo” para ver la realidad, pues el mundo al cual es arrojado originariamente es un mundo falso e intrascendente, lo único que merece tener valía es ese mundo trascendente fuera de la caverna, la vida misma debe tener sentido solo en relación a ese mundo. Ésta es la “visión heliocéntrica”, donde se supone que el cosmos es un todo acabado y estrictamente jerarquizado, donde en el centro se encuentra “la Verdad”, como el Sol, y los entes, como los planetas, giran en torno a esa Verdad, en la medida en que son iluminados por el Sol así también reciben el Ser.

La “muerte de Dios” es la negación de estos dos mitos fundamentales. El cómo y el cuándo ocurrió el homicidio no es tratable en este espacio, lo importante es destacar que frente a la tesis de la “visión heliocéntrica” ha acontecido una antítesis, su negación está en el nihilismo.

Nietzsche escribe, en “Así habló Zaratustra”, una hábil descripción del nihilismo: “pero vosotros os decís: “somos reales, no tenemos ni fe ni supersticiones”,… ¿cómo podríais vosotros creer, gente pintarrajeada, si no sois más que pinturas de todo lo que se ha creído en otros tiempos?... en vuestro espíritu parlotean todas las épocas”. El nihilismo pretende negar la “visión heliocéntrica” al negar cualquier valor, sentido o significado a la existencia, su realidad consiste en que “todo merece perecer”.

Esta actitud de “todo merece perecer” proviene de dos gérmenes principales, primero del ideal del “conocimiento inmaculado” y segundo como la continuación de la moral de esclavo. El ideal del “conocimiento inmaculado” procede de un estéril racionalismo, mismo que es descendiente directo del mito de la caverna, donde el filósofo se sale de la “mundanidad” (en el sentido heideggeriano), como si el mundo fuese sinónimo de lo repugnante o perverso, para ser capaz de vislumbrar la realidad de forma ascética, no deseando nada ni interpretando. Este racionalismo estéril es insostenible por los argumentos ya propuestos por Nietzsche, pero sobre todo por Heidegger, todo conocimiento es expresión de la “vida fáctica”, la cual no hace sino interpretar, de modo que no existe realmente ese “conocimiento inmaculado”, ni bases para fundamentar que el filósofo deba “salirse del mundo” como si éste sinónimo del mal.

Es a la vez hija de la moral de esclavo en tanto que ésta moral surge del resentimiento que tienen los oprimidos y que, al llegar al poder, convierten en “justicia”. En éste caso quienes son oprimidos por su propia concepción de la existencia como absurdo desean externarla y obligar a los demás a creerla ciegamente. El “Uno” (en su acepción heideggeriana) se ha tornado nihilista, la masa colectiva anónima que la compone actúa negando que pueda existir un valor, clamando que “todo merece perecer”, imponiendo el dolor de su absurdo existencial sobre los demás, derribando iglesias y dogmas, ridiculizando a los creyentes públicamente, incluso legislando prohibiciones a los usos y costumbres religiosas, como es el caso del hijab en Francia, o la corrección política que busca censurar prédicas cristianas por ser “homófobas”, etc.

Esta actitud, y las acciones emanadas de ella, se derivan del hecho que el nihilismo es la antítesis de la “visión heliocéntrica”, y en la medida en que es su negación no puede sino pensar y actuar conforme a ésta visión, haciendo uso de sus categorías para atacarle. Lo único que el nihilismo hace es estudiar cómo se compone la “visión heliocéntrica” para negarlo y postular su exacto contrario, analiza como se comportan quienes sostienen tal visión para predicar el opuesto a estas acciones. Esto se manifiesta más comúnmente en la forma de un infantil anti-cristianismo que, incluso en el más ácido de los casos, como es el ateísmo militante contemporáneo o el satanismo, es incapaz de desembarazarse de Dios, por más que atentan contra él. En la medida en que el nihilismo impone que la existencia es absurda y carente de valor se lamenta de la falta de sentido y en la medida en que se lamenta añora a Dios. El ateo que debe pensarse a sí mismo como ateo y siente la necesidad de atentar contra el cristianismo (o cualquier otra manifestación de la “visión heliocéntrica”) no hace sino lamentarse de su propia falta de fe, no es realmente ateo, es un creyente cobarde.

A toda tesis sigue una negación, y a ésta una superación. Zaratustra fue el primer “hombre santo” en separar el Bien del Mal y postularles como dos grandes principios, dos Soles alrededor de los cuales gravita toda existencia. Nietzsche obliga a Zaratustra a ser el primero en reconocer su error. Zaratustra es el profeta sin Dios, su prédica atenta igualmente contra creyentes que nihilistas, su existencia no procede de un “salir de la caverna” para ver al “mundo real” y más tarde negarlo, como hace el racionalismo estéril, sino que exclama: “si existieran los dioses, ¿cómo iba yo a poder soportar el no ser uno de ellos? Luego no hay dioses. Aunque yo soy el autor de esta conclusión, es ella la que me deduce a mí; a ella debo mi existencia”. Zaratustra es impulsado, no por el exilio del jardín del Edén como los seguidores de la “visión heliocéntrica” y su antítesis, sino por el “placer de la voluntad de crear y de devenir”. Este placer de la voluntad creadora es guiado y sistematizado por Aleister Crowley en su sistema de la Thelema.

Aleister Crowley (1875-1947) es un pensador, poeta y místico fuertemente influenciado por Nietzsche. El propósito de sus obras, cuyos títulos superan la centena, es el de exponer una doctrina que pueda sistematizar esta “voluntad de crear y devenir” al tiempo que permanece fiel a su espíritu. Su doctrina, denominada “Thelema” (“Voluntad” en griego) pretende unificar la filosofía, la espiritualidad y el arte en un mismo sistema. Su núcleo doctrinal sostiene dos sentencias fundamentales, la primera es “Do what thou wilt shall be the whole of the Law”, traducido como “Hacer tu Voluntad será el todo de la Ley”, la segunda es “todo Hombre y toda mujer es una Estrella”.

“Hacer tu Voluntad será el todo de la Ley” no se trata de una licencia para “haz lo que quieras”, pues por “Voluntad” entiende Crowley no la suma de caprichos y deseos, sino la “Voluntad Verdadera”. Según la filosofía de Crowley late en el Hombre un impulso primario, más profundo incluso que el del inconciente o “ello”, es el “genio” o voluntad creadora, una ansia creadora carente de los límites de la razón y anterior a la dicotomía falsa entre Bien y Mal. En la obra principal de Crowley “Liber Al Vel Legis”, explica Hadit, dios egipcio que representa el estado latente de la Voluntad Verdadera: “Soy la llama que arde en todo corazón de hombre y en el núcleo de toda estrella. Soy Vida y dador de Vida.” Ésta llama o pulsión radical se ve “opacada” o “frustrada” por los innumerables deseos y caprichos de la vida común, y para lograr que el individuo pueda manifestarla debe ejercer un máximo autocontrol sobre su propia persona. “Hacer tu Voluntad” es a la vez un derecho que una responsabilidad, en la medida en que para hacer o cumplir la Voluntad Verdadera el sujeto debe ante todo conocerse a sí mismo en un ejercicio de meditación e introspección, que ha de suspender todo juicio moral proveniente del superyo, para después colocar a su Voluntad Verdadera en el centro de su ser, dominando todos sus demás caprichos en completa autarquía.

Esta autarquía es la vez liberadora en tanto que, en primera instancia, el individuo se hace conciente de la enorme cantidad de actos nacidos, no de modo conciente y voluntario, sino inconcientemente, producto del “ello” o de causas exteriores, y, en segundo lugar, es capaz de controlar tales acciones, evitando lo más posible, como Heidegger diría el quedarse “absorto frente al Uno”. De este modo sus acciones son consecuencia de su Voluntad propia, y no consecuencia de la Voluntad de otro individuo o del “Uno”, es simbólicamente hablando “causa incausada”, por eso afirma Hadit que: “Estoy solo: No hay Dios donde yo soy”. El individuo se da a sí mismo un sentido, un propósito a su existencia, en vez de que categórica y arbitrariamente se le asigne uno.

Crowley rescata la visión del Hombre como microcosmos y su sistema de la Thelema busca que la Voluntad Verdadera se coloque en el centro de este cosmos, de modo que el Hombre se convierta en Rey de sí mismo. Se trata de una interiorización de aquella “visión heliocéntrica”, en vez de que la existencia esté dictada por los innumerables actos inconcientes y caprichos comunes, la existencia se ordena de forma tal que la Voluntad Verdadera se convierte en el Sol alrededor del cual giran los demás planetas.

La segunda sentencia fundamental “Todo Hombre y toda Mujer es una estrella” es una consecuencia lógica de la primera. Cada individuo posee tal pulsión radical, y cada individuo es capaz de manifestarla, por ende para Crowley, como para Nietzsche, la virtud es todo aquello que fortalezca la Voluntad, mientras que lo “malo” es todo aquello que se lo impide o restringe, por eso dice el Libro de la Ley: “La palabra de pecado es restricción”, de este modo, en la medida en que cada persona es capaz de manifestar su Voluntad Verdadera, reconoce a los demás como semejantes, pero no iguales pues así como cada Estrella tiene su órbita, así también el genio de cada individuo es único e intransferible.

Esta reinterpretación de la filosofía de Nietzsche asume a su vez la misma problemática ética, un replanteamiento de las categorías morales tradicionales de “justicia”, “virtud”, “igualdad”, “misericordia”, etc. Zaratustra exclama: “Mi idea de la justicia me dice que los hombres no son iguales… Si yo pensara así, ¿cómo iba a poder amar al superhombre?”, y no es sino bajo la perspectiva de la Thelema que se puede entender porqué los hombres no son iguales, y que el mero hecho de concebir que sí lo son impediría amar al superhombre.

Dado que la Voluntad Verdadera, si bien es originaria y anterior a todo acto o deseo, se encuentra “opacada” por los deseos y caprichos de la vida común, adquiridos por el medio exterior o por cuestiones psicológicas, entonces la libertad no puede ser sino en grados. En la medida en que el sujeto se conoce a sí mismo y conlleva la autarquía interior, coloca a la Voluntad Verdadera al centro de su microcosmos, se va haciendo más libre, y dado que no todas las personas son igualmente libres, entonces no existe la igualdad en el más extremo sentido de la palabra, es decir, como idénticos o igualmente valiosos. De este modo se evitan los penosos malentendidos de interpretaciones erróneas, tanto en la obra de Nietzsche como de Crowley, que conciben que esta desigualdad se remita a la esencia del sujeto, insostenible pues “todo Hombre y toda Mujer es una estrella”, sino que tiene que ver con su grado de libertad, o lo que es lo mismo, que tan impoluta es su Voluntad Verdadera.

La idea de “Justicia” de Zaratustra es la Naturaleza misma, en tanto que el Superhombre es, para él, quien “da sentido a la Tierra”, y dado que entre los Hombres hay superiores, quienes manifiestan de manera más perfecta su “Voluntad de crear y de devenir”, e inferiores, aquellos que la reprimen o viven una existencia inauténtica al quedarse “absortos frente al Uno” no siendo realmente individuos, la Naturaleza opera por sus propias fuerzas aplicando la “ley de la selva”. Una ética planteada así resulta en que aquellos que se han dominado a sí mismos merecen hacerlo, y quienes son incapaces, por la razón que sea, no merecen tender al superhombre.

Por eso aún cuando el Libro de la Ley dice “la Ley es para todos” a la vez mantiene que “los esclavos servirán”, no en el sentido literal de la expresión, sino que si verdaderamente son “esclavos”, es decir débiles de Voluntad y disciplina, entonces necesariamente serán herramientas, “cosificándose” en cierto sentido, se arrastrarán en las mareas del Uno, en vez de ser individuos.

La “misericordia”, “piedad” o “humanidad” no reside en imponer forzosamente que todos los seres humanos tengan necesariamente que ser iguales en forma más extrema, yendo contra la naturaleza misma, sino que se provean los medios necesarios para que cada Hombre y Mujer se de cuenta que es una Estrella, que pueden trascenderse a sí mismos. Ésta es la eliminación de los débiles, no mediante la violencia, sino abasteciendo de lo que es necesario para que cada vez haya menos débiles, menos “esclavos” en el mundo. Esto contrapuesto a la noción cristiana o socialista de la caridad, donde se permite a los débiles regodearse en su mediocridad, o en su nihilismo, con la falsa ilusión de que la “ley del más fuerte” se pueda detener o revertir.

Todos los experimentos por revertir o detener esta ley natural en la sociedad han resultado en el fracaso o en la mediocridad. Europa, y Occidente en general, ha estado bajo el yugo de la corrección política y la igualdad forzada típica del socialismo por demasiado tiempo, ha dado limosna a los alienados e incultos por tanto tiempo que éstos se sienten lo suficientemente seguros como para externar sus deseos de venganza sobre los demás, como es el caso de los atentados terroristas perpetrados por musulmanes que han transformado la adoración en violencia y el amor a su dios en terror sobre los demás.

La solución no se encuentra en ensalzar la debilidad, la mediocridad o el nihilismo, sino en su contrario, en amar al superhombre, como hace Zaratustra, proveer de una educación apropiada, necesidades básicas, de un ambiente pacífico, de un sistema económico que estimule a los ciudadanos, de manera en que se potencialicen las oportunidades para que se reduzca la debilidad y cada vez más sujetos se conviertan en individuos, y dejar así que la Naturaleza siga su curso, elimine por sus propias fuerzas a los débiles, seguramente mediante su autodestrucción personal o colectiva, y recoja a los suyos.

La Naturaleza lleva a cabo sus propias sublimaciones, los leones más viejos son derrotados por los más jóvenes, los antílopes más lentos son devorados, los ratones más torpes son atrapados por sus cazadores, y la Naturaleza no se compadece de ellos, no podría. La sublimación es el triunfo de la Voluntad, quienes logran ser individuos, aquellos que alcanzan su Verdadera Voluntad ciertamente lo merecen, pues la Naturaleza no regala nada, por eso dice el Libro de la Ley: “¡Cuidado entonces! ¡Ama a todos, no sea que acaso un Rey esté encubierto! ¿Eso crees? ¡Tonto! Si es un Rey, tú no puedes dañarlo”.

Es así como encontramos la inversión de los mitos fundamentales de Occidente. El capítulo tercero del Génesis se centra en que el pecado es comer la manzana del conocimiento del Bien y el Mal, la manzana es la experiencia de la posibilidad de la Nada, o del eterno retorno en el caso de Nietzsche, de su propia finitud o pequeñez, frente a ella los individuos pueden exaltarse o desmoronarse, el verdadero pecado está en 3:11: “Te oí andar por el jardín y tuve miedo, porque estoy desnudo; por eso me escondí”. El Hombre se ve a si mismo “desnudo”, esto es, no como una obra ya concluida, sino abierta a infinitas posibilidades, pero siente vergüenza, de este pecado es culpable el nihilismo, que por su vergüenza imponen que la existencia es un absurdo sin sentido, implantan su pequeñez sobre los demás, exiliándose así del jardín del Edén, de esta estancia de los dioses, negándose a ellos mismos la oportunidad de convertirse en superhombres o de manifestar su Voluntad Verdadera.

Ahora el prisionero sale de la caverna, que simboliza el útero de su madre, o en otras palabras es arrojado al mundo, pero ya no está el Sol que le enceguece y alumbra a los entes con ser y sentido, sino que ha caído la noche estrellada parcialmente oscurecida por negros nubarrones. El prisionero debe ser capaz de ver más allá de aquellas nubes, que constituyen el nihilismo, y darse cuenta que cada Hombre y cada Mujer es una de esas estrellas, o que al menos pueden llegar a serlo. El nihilismo que oscurece la Tierra con sus desesperantes nubarrones no encuentran sentido pues lo ensombrecen ellos mismos, mientras que las estrellas, cada Estrella, posee una visión particular e irrepetible de ver el mundo, estando aún más arriba que las nubes. El día de Platón ha terminado, ha caído el Sol y se muestran las estrellas. La filosofía nace, según la exégesis tradicional, con Tales, quien contemplaba a las estrellas, y culmina ahora con Zaratustra, que es una estrella.

Es fundamental rescatar la noción de “justicia” de Zaratustra para comprender que el flujo de la visión heliocéntrica como afirmación, la negación en la forma del nihilismo y su superación en la forma de Zaratustra o la Thelema, no es un imperativo moral, no se trata de un “deber ser”, o siquiera que fuese “deseable”, en el sentido más puro de esta palabra, sino que la Naturaleza sigue su curso dialéctico de modo tan sencillo como el día se transforma en noche.

Para concluir solo faltaría exponer que es natural que de todo esto se siga una reinvención de la ironía, una “ironía existencial” si se gusta, pues la ironía es un desapego emocional para con el mundo que se manifiesta mediante el cinismo, la exageración o la creatividad, es por eso que Zaratustra mantiene que solo seguiría a un “dios que supiera bailar” o que Crowley dedicara varios ensayos al estudio de la gracia, pues una vez que el sujeto se hace individuo es capaz de desprenderse del Uno, esta libertad le permite un desapego para con lo que el “mundo” considera burdamente como “tragedia”. No hay mejor manera de refinar esta idea, y de terminar el presente ensayo, que recogiendo el poema “Onion peelings” de Aleister Crowley en el cual expone irónicamente esta verdad:

“The Universe is the Practical Joke of the General

at the Expense of the Particular, quoth FRATER PERDURABO, and laughed.

But those disciples nearest to him wept, seeing the Universal Sorrow.

Those next to them laughed, seeing the Universal Joke.

Below these certain disciples wept.

Then certain laughed.

Last came those that wept because they could not

see the Joke, and those that laughed lest they

should be thought not to see the Joke, and thought

it safe to act like FRATER PERDURABO.

But though FRATER PERDURABO laughed openly,

He also at the same time wept secretly;

and in Himself He neither laughed nor wept.

Nor did He mean what He said.”

Bibliografía:

  • Nietzsche, Friedrich, Así habló Zaratustra, Edimat Libros, traducido por Francisco Javier Carretero Moreno, España 1999

  • Crowley, Aleister, Liber Al Vel Legis, A.:.A.:. Publications, traducido por la Ordo Astrum Argentum, España 2005

  • Biblia de Jerusalén, Nihil Obstat Scheifler Amezaga, Jose Ramón, Editorial Porrua, México 1988

  • Crowley, Aleister, Book of Lies, Ordo Templis Orientalis, Estados Unidos 1992

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