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El psicodrama dibujado

El quiasma del devenir

Sergio Canade

Lo que no cae por su peso

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LA FIESTA Y LAS MASCARAS



La máscara es la estabilización que se da, en un objeto, entre las actitudes de ocultamiento y exhibición. En este sentido es un útil simbólico para gestionar la angustia que produce en el ser humano todo aquello que no logra insertarse en las formas sociales vigentes.
¿Qué es lo que oculta? La máscara, como el disfraz, disimula el aspecto conocido, consciente y proclamado en la cotidianidad de la vida social.
¿Qué es lo que revela? Para esta pregunta tenemos varias perspectivas desde donde responder, según el momento histórico o la teoría a la que se apele. Así, pues, en tiempos prehistóricos y en algunos pueblos primitivos las máscaras pueden revelar, hacer aparecer, poderes mágicos, las fuerzas de la naturaleza, los dioses, el espíritu de los muertos. En el teatro clásico lo prohibido, lo censurado. En un sentido psicoanalítico las fuerzas del inconsciente, la cara oculta de la persona.
La máscara es un objeto mediador entre los dos mundos: el visible y el “invisible” no consciente. Y en esta función de mediación deviene simbólica, ocultando y mostrando la “cara” de lo que angustia: la región de lo indeterminado.
Por eso las máscaras expresan siempre la presencia de una fuerza. La verdadera máscara no solo esconde un rostro, como lo hace la careta simple, sino que manifiesta un estado en el portador, estado relacionado con una dimensión distinta a la de todos los días.
Gracias a la máscara lo desconocido se concreta, se objetiva y de algún modo se controla.
La máscara no es solo un objeto. No puede existir sola como un cuadro o una escultura. Para que cobre su verdadero significado ha de estar puesta en un individuo e inmersa en una situación dinámica; asistimos entonces a la decodificación de la dramática que contiene, ya sea esta cómica o trágica. Al transgredir “a propósito” la apariencia habitual cumple una función de receptáculo de “lo otro” y una función de relación de lo otro con la mirada del espectador.
La máscara en un sentido antropológico siempre es utilizada en un tiempo y en un espacio bien definidos. Hace mucho tiempo en el espacio y el tiempo “sagrados”. Más cerca en el espacio del teatro. Ahora viene el tiempo del Carnaval y dentro de él las fiestas de máscaras.
Las máscaras de nuestros carnavales seguro que disimulan al portador de la misma, pero ¿metamorfosean? ¿espantan? ¿tienen un poder transformador como en una ceremonia africana? ¿o solo son adornos, retoques bonitos y nada más? Las máscaras aún conservan ciertas funciones esenciales de las prácticas originales y los elementos de base de las fiestas de máscaras primitivas.
La variedad de las fiestas de carnaval es muy grande. Cada ciudad hace surgir sus variaciones. En todas se utilizan el disfraz y la máscara, sin embargo la palabra carnaval, no hace, en sí misma, ninguna relación entre lo que actualmente llamamos carnaval y las máscaras. La palabra etimológicamente quiere decir quitar la carne (del latín: carnem levare) parece estar anunciando simplemente la cuaresma.
Un antecedente bastante claro de las fiestas urbanas modernas lo encontramos en las fiestas romanas dedicadas a Saturno. Saturno es el doble de Cronos, es el dios de las semillas y el grano. Estas saturnales celebradas alrededor del 15 de diciembre y aproximadamente hasta el 25, eran las más populares de las fiestas romanas: todo trabajo era suspendido, los esclavos eran liberados temporalmente y podían decir y hacer lo que les viniese en gana, los regalos se intercambiaban entre amigos, conocidos y clientes. En estas saturnales está contenido el germen de muchas fiestas urbanas: las fiestas de año nuevo, los aspectos transgresores del carnaval, las fiestas de navidad, etc.
También dio origen durante la Edad Media, a la llamada “Fiesta de los Locos”. En estas fiestas se da libre curso a las parodias grotescas del poder, especialmente del poder espiritual. Fiestas donde clérigos y sacerdotes enmascarados y con ropas de mujer bailan en el lugar santo, cantando canciones disolutas y comiendo donde se celebra la misa. Mientras que otros como burla sacrílega inundan el templo con el olor nauseabundo de cueros viejos quemados a modo del perfume de los incensarios. En tiempos de Carlomagno el carnaval será castigado con la pena de muerte. Desde entonces el carnaval tiene una referencia cristiana, un argumento cuaresmal. La negación de lo cotidiano es burlona y provocativa: hombres disfrazados de mujer, niños que se toman las prerrogativas de los adultos y el pueblo llano juega a ser el poder. Es el orden momentáneamente suspendido.

No hay carnaval que no sea urbano, en estos grandes carnavales las participaciones autóctonas se van diluyendo con los afluentes exógenos. La fiesta entonces es el resultado de la unión de vestigios arcaicos con las estructuras posteriores de evolución e integración social.

La fiesta es ambigua como la máscara, autoriza un exceso, pero este exceso es ritualizado. Es un exceso controlado. La fiesta es a la sociedad lo que la máscara es a la persona: el “doblete” de lo vivido habitualmente, una subversión permitida de los valores y los baluartes. Las fiestas de máscaras se dan en un campo “cercado”, en un tiempo acotado y allí se enfrentan, en la cobertura de máscaras y disfraces, el instinto y los dispositivos culturales que lo gestionan.

Es su lugar en la fiesta lo que le da a la máscara su significación y sus poderes. Su poder está junto a otras máscaras. Cada máscara tiene sus complementarias, hace “juego” junto a otras y en este juego interactivo se va expresando una trama, un argumento social que sale de la clandestinidad. Así como la máscara y el disfraz le permiten al individuo ser otro, la fiesta de carnaval produce una alteridad temporal y cualitativa de lo social. Pero eso sí, tiempo recortado y controlado. Tiene un final. Los integrantes de fiestas de máscaras “saben” que están disfrazados y también que la fiesta tiene un final. Que es un tiempo de contraste; la aparición del reverso de lo social en un recreo autorizado. Las máscaras y los disfraces son las líneas que separan y unen al mismo tiempo el control y la desmesura. Es un caos controlado. Es una gestión simbólica como la de los sueños.


Sergio Canadé 1991

Artículo publicado en Mascara – Periódico de Arte y Carnaval – Universidad de La Laguna
 
                 

 

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