"DON ALEJANDRO"
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Las mujeres sentadas alrededor de la enorme habitaci�n esperaban que las saquen a bailar. Por lo general con una se�al, con una mirada ya hab�an elegido a su pareja, pero ten�an que esperar la aceptaci�n de la madre para atreverse a salir con el galante invitador. Fue entonces que muy tarde ya, despu�s de haber esperado demasiado, la mirada de mi madre se encontr� con la de �l.
           Con una breve se�a, con un movimiento de cabeza �l le hizo saber que la pr�xima pieza ser�a de ellos. As� fue. Una alegre mazurca fue testigo de sus temblores, de su nerviosismo, de los agitados latidos de sus corazones. Despu�s de esa pieza, bailaron el resto de la noche. Conversaron incansablemente. Quedaron en encontrarse al d�a siguiente en la plaza principal, ella acudir�a all� saliendo del colegio. �l le llevaba 18 a�os de edad. Ella sab�a de sus amores pasados. Pero a�n as�, conociendo de su fama, de sus amor�os, lo amaba, sab�a que era el hombre de su vida. Cuando accedi� a su amor, cuando ella di� el �si� a la petici�n de ser su enamorado hab�an transcurrido ya m�s de un a�o de aquella fiesta. �l comenz� a frecuentar la casa. Se fueron integrando de a pocos, se fueron conociendo como pareja. �l era muy aceptado por la familia. Saliendo del trabajo corr�a a verla. Do�a Aurora, mam� de Manuela, la cu�ada de mi madre era muy popular por preparar un rico caf� pasado. Gran conversadora, le gustaba la tertulia y mi padre era especialista en esas lides. Dominaba todos los temas. La pol�tica era su pasi�n, pero igual hablaba de literatura, de arte, de cualquier tema.
              En esos tiempos gobernaba el pa�s un general, un dictador de turno, enemigo ac�rrimo de V�ctor Ra�l Haya de La Torre fundador del APRA (Alianza Popular Revolucionaria Americana). Los integrantes de ese partido eran perseguidos. Los allanamientos a sus domicilios eran constantes. Se los apresaba e inmediatamente eran conducidos al SEPA -una c�rcel inaccesible en la enmara�ada selva- donde mor�an por inanici�n o contagiados por la terrible lepra. Mi padre era un correligionario m�s, en la ciudad de Cajamarca. Era fundador de la Sede Norte. Ten�a el carn� N� 03. Sesionaban clandestinamente, de casa en casa. El diario que  editaban -�La Tribuna�- circulaba a escondidas, dentro de la canastas de pan, entre la cargas de le�a que tra�an las ac�milas. Por aquel tiempo hubo una revuelta aprista. El sanguinario ej�rcito de turno se encarg� de la represi�n. Hubo un enfrentamiento en la Plaza de Armas. Las balas cruzadas se escuchaban desde los domicilios. No s� si mi padre lleg� a participar. Alguno de sus viejos amigos me confirm� que si. Pero �l nunca toc� el tema, seguramente por el gran dolor que sent�a al recordar a sus compa�eros ca�dos y apresados  en la lucha.
            
           Esto motiv� que mi madre, quien ya era su novia, le pidiera que renuncie, que se aparte de la pol�tica. La complaci� a medias, pues nunca lo pudo hacer. Siempre mantuvo contacto con sus compa�eros. Al mismo tiempo fijaron la fecha de su boda para el mediod�a del 18 de Diciembre de ese a�o, pero con el inconveniente que mi madre era todav�a menor de edad por lo que tuvieron que adulterar su partida de nacimiento. Se cursaron las invitaciones. Todas las amistades acudieron a la ceremonia. El templo de la Catedral hab�a abierto de par en par las enormes hojas de su pesada puerta. Se hab�a decorado la iglesia con pompones blancos. El aroma de las  azucenas y lirios perfumaban el templo.
            Ese d�a mi madre luc�a radiante. Con su vestido blanco parec�a una musa, una diosa del Olimpo y mi padre elegante como siempre se encontraba muy nervioso. Dicen que a la hora de aceptarla por esposa su voz se quebr� y derram� algunas l�grimas. En la casa el alboroto y ajetreo era general, en la puerta de entrada hab�an colocado un arco de guirnaldas, el patio luc�a con cadenetas de pared a pared y en el centro una enorme mesa con mantel blanco tejido a crochet, serv�a de base a la enorme torta de tres pisos elaborada por la esposa del t�o David. Los m�sicos templaban las cuerdas y afinaban sus instrumentos. Desde la cocina sal�a el olor a lechones horneados. La comida era variada y abundante al igual que los licores. Hab�a desde chicha de jora, un buen aguardiente, vinos y oportos espa�oles. En fin para todos los gustos. Al momento que llegaron los novios dos hileras de gente los esperaban. Los nuevos esposos caminaron muy altivos, sonrientes, felices, recibiendo la lluvia de arroz,una vieja costumbre para augurar felicidad. A los acordes del "Danubio Azul" bailaron con mucho donaire y gracia, ella se dejaba conducir como una pluma, como una gacela.
            Cuenta mi t�o Fabriciano, un poco menor que mi madre pero testigo de esa boda, que la fiesta dur� 8 d�as. M�s de una semana de baile, comida y trago. Al final fueron en caravana a dejarlos a su nueva casa, a su nido de amor. Llegaron cansados. Desde ese momento vivir�an su propia vida, la que dur� 55 a�os teniendo como fruto 6 hijos: Elia, Alejandro, Augusto, Nelson, Mar�a Elena y Carlos Alfredo. Fue un hogar  modelo de comprensi�n, de amor, donde se respiraba paz. Nunca escuchamos a mi padre levantarle la voz. Ambos siempre estaban con la sonrisa a flor de  labios. Claro que hubo necesidades, pero �l nos conversaba tan bonito, haci�ndonos conocer los problemas de la vida, inculc�ndonos valores, rog�ndonos practicar la honradez y la sinceridad.
             Recuerdo que en mas de una oportunidad le propusieron que ocupara la Prefectura del departamento. Se negaba por principios. Aseguraba que ese puesto no ten�a raz�n de ser. Que era un cargo bur�crata, que no aportaba nada al pueblo ni a la sociedad. Bien hubiese podido aceptar y tener el poder que otorga el cargo. Pero n�. �l prefer�a ser el honrado contador, cajero y vendedor de la firma Grace y Cia Ltda. Era el hombre orquesta de la empresa. Muy estimado por sus jefes y compa�eros.
             Estos son en conclusi�n algunos recuerdos que tengo de mi padre. Hablar de �l es para escribir cientos de hojas. Innumerables an�cdotas enriquecieron su vida. Probablemente en alguna oportunidad me anime a redactarlas, pero al momento de escribir estas l�neas ya �l est� descansando en la gloria de Dios. Su recuerdo est� intacto. Su presencia vive en m�. Siempre lo recordar� con cari�o. S� que debe de estar entreteniendo con sus amenas charlas a un auditorio desconocido. Pero desde donde se encuentre quisiera que sepa que lo amo y que nunca olvidar� sus buenos consejos.... �TE EXTRA�O VIEJO QUERIDO�
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