El día 3 de junio de 1828, después de comer, el Libertador, el General Soublette y yo fuimos a pasear a pie por el camino de Girón.

Conversando llegamos a una casita muy miserable, donde Su Excelencia quiso descansar un rato. La dueña de casa nos ofreció al momento los únicos asientos que tenía, uno al General Soublette y el otro a mi, no haciendo caso del Libertador a quien no conocía. El General Soublette y yo estábamos vestidos de uniforme y el Libertador de humilde paisano, con una corta chaqueta blanca, por lo cual no mereció ninguna atención de parte de la mujercita.

Yo brindé mi asiento a Su Excelencia y me coloqué en el suelo, pero entonces la mujer me trajo una esterita.

Al cabo de un instante, el Libertador preguntó a la dueña de casa si tenía mucha familia; la mujer le presentó dos chiquitos. Su Excelencia regaló a cada uno un escudito de oro y un doblón de cuatro pesos a la madre, quien se sorprendió mucho al ver que el peor vestido y aquel a quien ella no había obsequiado, fuera tan generoso. Desde luego se imaginó que era el Libertador, y echóse de rodillas a sus pies para pedirle perdón. Su Excelencia la hizo poner de pie y le preguntó por su marido; conversó un rato con ella, y volvimos a tomar el camino de Bucaramanga, corriendo detrás del Libertador, quien se había marchado a galope, después de perder de vista a la mujer.

Perú de Lacroix


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