Volver a la página principalEstampa CAMPESINA

Félix FERNÁNDEZ .
(Diario de Burgos, 19 de Mayo de 1972)

Moral e Iglesia desde la vargaVeinte Kilómetros separan este pueblecito de Ros de la capital, de Burgos. La carretera de Aguilar es ruta y guía en casi todo el trayecto, exceptuando un último tramo a partir del cruce de Las Celadas, donde la corriente del Úrbel (agua-bella) a modo de cancela, corta la carretera.

No reconocíamos este lugar pero nuestros acompañantes, el Reverendo Calleja y el Licenciado Lasao, hombres enamorados del lugar, fueron consejeros e introductores en nuestro caminar por campos, eras y calles de Ros. Era un atardecer tibio, que pronto volvió el Norte moderado y fresquete que invitaba a pasear en busca de lo atractivo, pintoresco y espiritual del desconocido pueblo. Comenzamos nuestro documental al pie de las eras, sorprendentes cosos amurallados, con piedra patinada por el correr de los tiempos y con imágenes de la Ciudad Augusta, de la que parecen han procedido. Los anfiteatros cubiertos de limpio y espigado césped invitaban a un buen revolcón sobre la hierba; pero nos resistimos de tal espectáculo, por no tener un balón para despistar a la loca intención.

Desde las eras, dominábamos el cerro de La Frontera, que, a modo de cabeza de puente, retaba a Ciudad Augusta, que según la leyenda e historia, fue campamento de César Augusto. Cerca de allí están las Celadas, tumba del ejército romano, camino de Las Galias.

Volvamos al presente. Cerca de las eras y en la plaza , lo primero en visitar fue la antigua Casa Rectoral, durante un tiempo convertida en albergue juvenil del Centro Educativo San Pedro y San Felices. Una fugaz visita a esta residencia colegial, es suficiente para ver sus habitaciones con 30 literas, comedor con gloria, cocina y baño donde los estudiantes de Formación Profesional y Bachiller, en sus puentes vacacionales, convivían en un ambiente humano, austero y feliz, revelando un afán noble de vida comunitaria. La casa cural, de concertada mampostería, estaba adornada en el interior por un improvisado palenque de burdo estilo ranchero; en las eras los chicos tienen un espacio para el deporte.

Plaza y bar del puebloEl núcleo rural, hacinado en sobrias casas de noble piedra, lo recorrimos detenidamente, observando el conjunto urbano, desde la iglesia hasta la más pequeña herrería. Sólo desmerecía un anexo de ladrillo y cal junto a la carretera y calle de la Amargura.

Primeramente, circunvalamos el pueblo y nos detuvimos en la era de la ermita de San Roque, santo lugar -dicen los nativos- que fue profanado y se llevaron los rateros una bella imagen del siglo XI de gran valor. Todavía las buenas gentes la siguen esperando. De este lugar, punto panorámico del vallejillo sinclinal del pueblo, se divisaba una imagen interesante; en medio de una parcela de trigo de varias fanegas, se alzaba un recuadro amurallado de regulares dimensiones: era el nuevo camposanto, del que resaltaba su escala real, con arco de tres cruceros; el conjunto simulaba una nave en medio del océano, con rumbo seguro bien definido y capitaneado por el rey de los mares.

Otra imagen que se veía en el mismo meridiano y en la ladera del Páramo de Las Celadas, era un barbecho roturado con profunda labor de subsolado, muestra del gran genio y laboriosidad de los hombres del campo, de este lugar.

Cerca de la ermita, como madre a la expectativa, estaba la iglesia, monumental y espléndida; en su explanada, un moral milenario le daba sombra de penitente; éste, como una Biblia, abría sus entrañas traspasándose la luz de lado a lado; de sus cortezas se pueden estrujar mensajes de verdad, historia y toda la vida de Ros.

Anexo a la iglesia, un pequeño y antiguo lugar sagrado con puerta desvencijada; sobre su dintel, una cruz de piedra carcomida daba la impresión de haberse contagiado de la última transformación del cuerpo humano y quería convertirse, al igual  que los que yacieron bajo su sombra, en polvo impalpable; también unas hiedras, que en otro tiempo chuparon de la esencia humana, subían pared arriba, lamiendo las piedras seculares del edificio neoclásico de Ros.

Puerta Iglesia parroquialLa iglesia, mezcla de varios estilos y épocas, es un monumento interesante y bonito; el gótico florido de sus ventanales y el neoclásico de su pórtico y torre son sus dominantes, destacando el geométrico acabado de la piedra de la torre, las bóvedas góticas en el interior del templo y el reloj del frontispicio bajo el campanario; todo el conjunto forma una bella obra de arquitectura.

Después de esta visita y como final del paseo, caímos en la taberna del pueblo. Muy curiosa y recién pintada, de reducidas dimensiones, es el cobijo común del labrador. A ella, iban llegando los hombres del campo con su faz atezada de muchos soles y las manos encallecidas. Todos tomaron la misma ración diaria de todas las tarde: el porroncillo de vino que les sirve para suavizar la garganta por el polvo del roturo y la sequedad de largo trabajo de sembradura de primavera.

Observamos cómo este ambiente es para ellos agradable y necesario, pues después de varias horas en la soledad del campo, necesitan intercambiar sus pareceres con amigos y vecinos de Ros, que, con una memoria privilegiada nos contaron una historia del pueblo humana y reveladora.

Contaban los vecinos de Ros que en tiempos pasados ocurrió un hecho titulado "el pleito". Se trató de un enfrentamiento ante jueces de un terrateniente y un humilde pero sano rentero. Le inculparon de faltas por allanamiento de heredades en le Juzgado de Primera Instancia. En estos primeros juicios, el terrateniente ganó y arruinó todos los ahorros del rentero. Este, derrotado y desilusionado, acudió al dueño de las fincas que llevaba en renta, para entregárselas, pues no le quedaba dinero para llevarlas de nuevo y el arrendado, viendo la tristeza que tenía su fiel rentero, dijo: tú llorar ahora pero veremos quién ríe el último; seguirás el pleito en la Territorial. Yo me ocupo de las costas. Así fue: en la Audiencia Provincial se vio el juicio de poder a poder entre el terrateniente y su sensato arrendador. Este, abogando con razones y dinero a su rentero, que al final ganó y vivió feliz. Fueron las ironías del destino las que ponen punto final a los azares de la vida.

Retablo Mayor IglesiaLos hombres de Ros contaban este recuerdo como triunfo a su noble tarea de trabajo honrado, que solamente Dios se le puede quitar. Ahora, en tiempos actuales, no les falta labor, pero hay algo que les mina el alma a estos hombres, es el porvenir de los pueblos pequeños y medianos de Burgos. Por eso, cuando llegan estas centurias de jóvenes estudiantes, se ven traspasados a la realidad viendo cómo dos generaciones se complementan y por unos días los nativos se olvidan de lo triste, recordando a hijos y nietos que se fueron a los centros industriales a buscar una vida distinta, mejor o peor, no se sabe. Esta savia joven estimula a los habitantes de Ros. Por eso seguirán yendo más jóvenes a beber el porroncillo con los hombres de Ros, a seguir buscando el tesoro, que, se dice, está escondido desde las carlistada en algún ribazo o desván y a elevar el espíritu de los viejecitos en los últimos días de su vida.

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