SANTORAL CAPUCHINO

Edición coordinada por

Rufino María Grández

Introducción

La tarea evangélica de ser santo

En este libro va a encontrar el lector, en la primera parte, los nombres y las vidas de los 56 santos y santas que actualmente, en noviembre de 2003, forman el Santoral capuchino, los que han sido declarados por la Iglesia Beatos y Santos. Pasará a la segunda parte y verá una lista copiosa de múltiples decenas, llamados Siervos de Dios o Venerables - según el punto en que se encuentra la causa - también de la familia capuchina. Es la lista de quienes van camino de los altares, desde que nacimos en el siglo XVI hasta el último de la fila, que murió en 1997.¿Qué es lo que esto significa? ¿Cómo vamos a leer este libro? ¿Qué utilidad puede aportarnos?

La nueva geografía de los santos en el Calendario de la Iglesia

Cuando terminó el Concilio Vaticano II, se reformó el Misal, una de cuyas partes es el "Propio de los Santos". La renovación litúrgica fue el primer fruto del Concilio, fecundísimo por cierto. Se reelaboró el calendario de los santos, respetando, claro está, el existente. Aparte de dejar a un lado tradiciones legendarias adheridas a la veneración de ciertos santos, que gozaban de favor popular, se quiso que el nuevo calendario destinado a la Iglesia universal representara todos los siglos, todas las latitudes geográficas, y, en lo posible, las variadas formas de vocación cristiana. El rostro de la santidad había de ser el rostro de la vida cristiana. Esto ocurrió en el pontificado del Papa, de venerada memoria, Pablo VI.

Pasaban los años, y bien pronto advertimos la especial querencia del Papa Juan Pablo II de poblar el cielo de la Iglesia con nuevos y abundantes ejemplos de santidad, canonizados, a veces, no en Roma, sino en su propia tierra de origen.

Avanzaba el tiempo, y muy premeditadamente el Papa anunció un largo Jubileo de la Encarnación. El Jubileo del 2000, un eje del pontificado de Juan Pablo, estuvo preparado por años en que se invitaba a la Iglesia a una profunda renovación de sí misma, como a una gran misión que se hacía en su propio interior.

El lenguaje acerca de la santidad adquirió un nuevo relieve. Ser santo, aspirar a la santidad era, en la sensibilidad de muchos, como un lenguaje de élite, propio de libros espirituales ya pasados. Era mejor hablar del seguimiento de Cristo... Lo cierto es que, en el fondo de la cuestión, la fidelidad al Evangelio se llama "santidad" y esto es lo que se pretendía. Ser santo es el ideal cristiano, y no había que ruborizarse de ello. Muy especialmente se habló de la Memoria de los mártires. La bula convocatoria del Jubileo Incarnationis mysterium (28 noviembre 1998) hablaba con estas palabras:

"Un signo perenne, pero hoy particularmente significativo, de la verdad del amor cristiano es la memoria de los mártires. Que no se olvide su testimonio. Ellos son los que han anunciado el Evangelio dando su vida por amor. El mártir, sobre todo en nuestros días, es signo de ese amor más grande que compendia cualquier otro valor. (...)

Además, este siglo que llega a su ocaso ha tenido un gran número de mártires, sobre todo a causa del nazismo, del comunismo y de las luchas raciales o tribales. Personas de todas las clases sociales han sufrido por su fe, pagando con la sangre su adhesión a Cristo y a la Iglesia, o soportando con valentía largos años de prisión y de privaciones de todo tipo por no ceder a una ideología transformada en un régimen dictatorial despiadado. Desde el punto de vista psicológico, el martirio es la demostración más elocuente de la verdad de la fe, que sabe dar un rostro humano incluso a la muerte más violenta y que manifiesta su belleza incluso en medio de las persecuciones más atroces.

Inundados por la gracia del próximo año jubilar, podremos elevar con más fuerza el himno de acción de gracias al Padre y cantar: Te martyrum candidatus laudat exercitus. Ciertamente, éste es el ejército de los que "han lavado sus vestiduras y las han blanqueado con la sangre del Cordero" (Ap 7, 14). Por eso la Iglesia, en todas las partes de la tierra, debe permanecer firme en su testimonio y defender celosamente su memoria. Que el Pueblo de Dios, fortalecido en su fe por el ejemplo de estos auténticos paladines de todas las edades, lenguas y naciones, cruce con confianza el umbral del tercer milenio. Que la admiración por su martirio esté acompañada, en el corazón de los fieles, por el deseo de seguir su ejemplo, con la gracia de Dios, si así lo exigieran las circunstancias" (n. 13).

En el marco del Año Santo apareció el libro que está a la base de esta publicación, titulado Sulle orme dei santi: Il santorale cappuccino: Santi, Beati, Venerabili, Servi di Dio (Tras las huellas de los santos: El santoral capuchino: Santos, Beatos, Venerables, Siervos de Dios). Lo publicaba el Instituto Histórico de la Orden y la Postulación General, bajo la dirección de Costanzo Cargnoni. Era como un obsequio espiritual al 82º Capítulo General de los Capuchinos, que se celebraba en Roma precisamente en el Año Jubilar de la Encarnación. Y en torno a nuestra Tradición, a los Santos, al Jubileo, giraba una amplia Introducción del editor y coordinador de la obra.

El libro continuaba el intento de presentar los modelos capuchinos, que una veintena de años antes, con motivo del VIII centenario de la muerte de San Francisco, se había publicado en la Orden: Santi e santità nel'Ordine cappuccino, traducido al castellano con el título de El Señor me dio hermanos.

Santidad, primera consigna para el Tercer Milenio

Concluyó el Jubileo, y la cosa no terminó. Justo en la Misa de clausura, celebrada en la Plaza de San Pedro, al final de la misma, el Papa firmaba la exhortación "Tertio Millennio ineunte" (6 enero 2003), para lanzar a la Iglesia por los caminos del nuevo Milenio que se abría. Recordando el fruto del Jubileo, que había sido un contemplar el rostro de Cristo, proponía a la Iglesia, como primer objetivo de su pastoral, sencillamente la santidad:

" En primer lugar, no dudo en decir que la perspectiva en la que debe situarse el camino pastoral es el de la santidad. ¿Acaso no era éste el sentido último de la indulgencia jubilar, como gracia especial ofrecida por Cristo para que la vida de cada bautizado pudiera purificarse y renovarse profundamente?

Espero que, entre quienes han participado en el Jubileo, hayan sido muchos los beneficiados con esta gracia, plenamente conscientes de su carácter exigente. Terminado el Jubileo, empieza de nuevo el camino ordinario, pero hacer hincapié en la santidad es más que nunca una urgencia pastoral" (n. 30).

El Concilio había reivindicado con palabras inequívocas esto que llamó vocación universal a la santidad. « Todos los cristianos, de cualquier clase o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección del amor».

El Papa quería recuperar el lenguaje de la santidad como lenguaje fuerte y vigoroso, lejos de lo que pudiera aparecer como un tópico endeble y pío. Y decía, en el citado documento, frases tan plásticas como éstas: "En realidad, poner la programación pastoral bajo el signo de la santidad es una opción llena de consecuencias - continuaba -. Significa expresar la convicción de que, si el Bautismo es una verdadera entrada en la santidad de Dios por medio de la inserción en Cristo y la inhabitación de su Espíritu, sería un contrasentido contentarse con una vida mediocre, vivida según una ética minimalista y una religiosidad superficial. Preguntar a un catecúmeno, «¿quieres recibir el Bautismo?», significa al mismo tiempo preguntarle, «¿quieres ser santo?» Significa ponerle en el camino del Sermón de la Montaña: «Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial» (Mt 5,48)" (n. 31).

Si ésta es la perspectiva, comprendemos la táctica seguida en este pontificado, en el que se ha enriquecido por centenares y centenares el catálogo de los Santos y Beatos. Al cumplirse los XXV años de pontificado (16 de octubre de 2003), la Estadística de los canonizados y beatificados por el Papa, era la siguiente:

477 hombres y mujeres canonizados,

1.318 beatificados.

Números que pocos días después hubo que cambiar, porque el 19 de octubre, con motivo del Domingo Mundial de Misiones, era beatificada, a los seis años de su muerte, una mujer querida en todo el mundo, la Madre Teresa de Calcuta.

Recuerdos de nuestra historia capuchina

Nuestra Orden Capuchina, una rama fuerte de la Familia Franciscana, ha sido madre fecunda de santos. La prueba no es solamente el retablo que aquí se presenta. La prueba sencilla y directa es lo que nuestros ojos han visto de hermanos con quienes hemos compartido la forma de nuestra vida y regla. Quienes llevamos unos decenios de profesión podemos dar un testimonio simple, directo y auténtico, diciendo: Pues yo he vivido con gente que podía ser "santo de altar": personas endiosadas, servidoras, que han gastado su días bajo la mirada del Señor, haciendo el bien. Pero no serán "santos de altar", porque no han tenido un biógrafo, porque tampoco la fama les ha favorecido, porque es ley común de existencia acabar en la huella de un buen recuerdo... y nada más.

A lo largo de su historia, la Orden, sin duda repleta de santos, ha ido seleccionando figuras, y de alguna manera "ha promovido" a los destinados a ser "santos de altar". Muchas veces, de manera sorprendente, no ha sido la Orden, ha sido el pueblo, más bien, el que ha escogido las figuras de santidad...

Convendría recordar fechas y ver nuestra historia de "santos de altar". La Reforma Capuchina comienza a moverse en torno a 1525 y tiene su bula de aprobación el 3 de julio de 1528 (Religionis zelus, de Clemente VII). En un siglo, los capuchinos no veneramos a ningún santo "nuestro". En 1625, es decir, después de cien años de historia bullente de santidad, aparece la primera figura, el Beato Félix de Cantalicio. Durante aquel siglo XVII, cuando la orden florecía pujante, no tuvo otro "santo de altar".

Al pasar al siglo XVIII, fue canonizado el Beato Félix, y desde 1712 es San Félix de Cantalicio. En 1729 aparece el segundo "santo de altar" de la Orden, el Beato Fidel de Sigmaringen, protomártir de Propaganda Fide, canonizado unos años después, en 1746. En suma, en 200 años, una Orden, llena de santidad, no ha tenido más que dos santos propios a quienes venerar. Todos los santos, numerosos, de la familia minorítica eran santos nuestros, patrimonio común, por ser santos de nuestra Regla franciscana.

El panorama se fue ensanchando, pero siempre dentro de los límites de Europa, y cuando la Orden Capuchina contaba con cuatro siglos de existencia (1928), el Santoral Capuchino nos daba un catálogo de 15 santos y beatos y de 2 Capuchinas (Santa Verónica y la Beata Martinengo).

El muestrario era espléndido; los modelos se diversificaban: predicadores, misioneros, mártires, monjas contemplativas... y el prototípico hermano laico capuchino; la mayoría, es decir, todos menos cinco, italianos. Santos capuchinos detrás de los cuales estaban las preciosas Constituciones del origen de la Reforma, las Constituciones de 1536, que se aprendían en el noviciado.

El desafío presente

En los últimos decenios, la Orden ha estado muy activa en la promoción de sus santos. Pero ha ocurrido también que, contra viento y marea, Dios ha hecho lo que ha querido, como en el caso, verdadero fenómeno eclesial, del Padre Pío, que fue venerado como santo en vida, pese a todos los pesares, y apoteósico santo, como nadie en tiempos recientes, después de su muerte.

En el cuadro de santidad de la Orden se asumen, como un florilegio, los testimonios de santidad del Martirologío del siglo XX, que ha sido el siglo de los mártires, y ahí están nuestros mártires del nazismo y un grupo numeroso de la persecución religiosa en la España de 1936. Otros, que tienen los mismos méritos, quizás ya no pasen al Santoral. Así la Provincia capuchina de Cataluña, al clausurar el 27 de octubre de 2001 el Proceso diocesano de los mártires de Federico de Berga y 25 compañeros, bajo la presidencia de mons. Pedro Tena, obispo auxiliar de Barcelona, manifestaba su voluntad de dejar ahí la causa de los mártires, verdaderos testigos - nadie lo niega - de Jesucristo.

Encontramos figuras tan sorprendentes como la del polaco Padre Honorato Kozminski, que decenios antes, bajo un régimen de persecución, es fundador de numerosas congregaciones y pionero del apostolado de los laicos. Realmente la generosidad siempre es inventiva.

Echando una mirada a nuestro Santoral actual, advertimos dos características:

Primera: Que todos nuestros santos son europeos.

Segunda: Y que todos son santos según las anteriores Constituciones, es decir, según los valores de vida que ha profesado la tradición capuchina.

Los desafíos que nos lanza este Santoral son claros. En correspondencia con lo que acabamos de señalar diremos: santos que hayann crecido en culturas de fuera de la vieja Europa, santos de las Constituciones de después del Concilio.

En el Catálogo de Siervos de Dios y Venerables encontramos a Solano Casey, de los Estados Unidos de América; a Santiago de Gazhir, libanés; al primer capuchino chileno, Francisco Valdés, vidas fascinantes. Encontramos a hombres que vinieron de Europa y fueron grandes misioneros o se encardinaron en tierras que fueron su nueva patria. He aquí algunos: Esteban de Adoáin (Centro América), Guillermo Massaja (Etiopía), Alejandro Labaka (China y selva amazónica), Damián (Brasil).

Hoy buscamos - y éste es nuestro desafío - capuchinos nacidos en la India y santos en la India, nacidos en Filipinas y santos en Filipinas, nacidos en África y santos en África, nacidos en Brasil y santos en Brasil... Y lo mismo, santas clarisas capuchinas en Thailandia, en Filipinas, en África...

La conclusión personal

Este libro está dedicado, ante todo, a los que formamos nuestra familia capuchina para que sepamos: éste es nuestro patrimonio espiritual.

Muy especialmente a los jóvenes: Éste es el camino, seguidlo. Hay que leer las vidas de nuestros santos...; y, no sólo porque lo digan las Constituciones, sino porque es así. Son mi familia, me interesan.

Este libro, en fin, está dedicado a todos los amantes del franciscanismo. Todo lo franciscano es patrimonio y gozo común; no hagamos parcelas divisorias al apreciar justamente lo que tenemos más cerca y conocemos mejor. Nuestra casa es nuestra Provincia, nuestra Orden y sigla..., pero nuestra casa es el mundo entero.

Este libro es para la Iglesia, nuestra Madre.

Este libro - última palabra - es "para mí", para ti, hermana lectora, hermano lector, porque yo (es decir, lo mismo tú), yo también quiero ser santo, quiero ser discípulo de Jesús. No hace falta que nadie escriba mi vida..., pero queden nuestros nombres escritos en el corazón de Cristo.

11 de noviembre de 2003

fr. Rufino María Grández

Nota sobre la elaboración de este libro

1. Este libro es la edición castellana de Sulle orme dei Santi (como se ha dicho), con profundas modificaciones. Como traductores, aparte del coordinador, han colaborado los hermanos capuchinos: José Ángel Echeverría, José Vicente Esteve, Julio Micó e Ignacio Rueda.

2. Entre la redacción italiana y la castellana, figuras que estaban en la parte de Siervos de Dios y Venerables han pasado al catálogo de Santos y Beatos: Andrés Jacinto Longhin, Beato Marcos de Aviano, Beatos Aurelio de Vinalesa y compañeros, mártires (semblanza redactada por José Vicente Esteve), Beatas María Jesús Ferragut y compañeras, vírgenes y mártires (semblanzas redactadas por la Vicepostulación y capuchinas de Valencia).

3. Se ha dado especial realce y nueva redacción a las personas de nuestro ámbito hispano y latinoamericano. He aquí, por orden de aparición, estos nombres: Beato Diego José de Cádiz (Alfonso Jiménez Peralbo); José de Carabantes (Bernardino García de Armellada); José Tous y Soler (Trinidad Peiró Callizo); Esteban de Adoáin (José Ancín); Francisco de Orihuela (Vicente Taroncher); Luis Amigó y Ferrer (Amparo Alejos); Mártires Capuchinos de la Provincia de Andalucía (Alfonso Jiménez Peralbo); Mártires Capuchinos de la Provincia de Castilla (Bernardino García de Armellada); Mártires Capuchinos de la Provincia de Cataluña (Pedro Cardona); Leopoldo de Alpandeire (Alfonso Jiménez Peralbo); Francisco Valdés Subercasseaux (hoja de la Vicepostulación); Alejandro Labaka (Rufino María Grández ); Rafaela María de Jesús Hostia (Alfonso Jiménez Peralbo).

4. Se ha querido involucrar a las clarisas capuchinas en la redacción de sus propias hermanas Siervas de Dios y Venerables (Maria Francesca Filadoro, Chiara Lacchini; eventualmente hemos utilizado semblanzas antes escritas por Alfonso Jiménez Peralbo). No se recoge en este libro la figura de la mexicana Madre Margarita María Macotela (+1985), dado que su causa canónicamente no ha comenzado.

5. La Orden tiene su "Index-Catalogus Causarum beatificationis et canonizationis apud Postulationem Generalem OFMCap" (1957), y "Acta et Decreta Causarum beatificationis OFMCap" (1963), libros que exigen una actualización (véase AOFMC 2000, p. 615). La designación de Siervo de Dios y de Venerable se hace en conformidad con los datos encontrados en Sulle orme y en la relaciones posteriores de Analecta Ordinis (años 2000 y ss), no pudiendo integrar los datos referentes a las figuras, no descritas en la edición italiana, de los Siervos de Dios: Damián de Cingoli (1875-1936), Lázaro de Sarcedo, Miguel Ángel Maranella (1916-1995), Guillermo de Laufen, Nazareno de Pulla (1911-1992).


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