Médicos & famosos:
Miguel Servet.

SOBRE  MIGUEL  SERVET

Por el Dr. Rodio Raíces

 ***
(Publicado en: Sociedad Argentina de Antropología e Historia Médicas. Trabajos y Comunicaciones. Año I, N° 1, Año 1974, páginas. 10 a 13).

***
   Durante el Renacimiento el ser humano intentó liberarse de la autoridad dogmática y del fanatismo intolerante. Se pretendió verlo todo con la mirada del que llega al mundo desde el vientre materno. Pero el parto ya se había producido y aún era imposible cambiar los ojos que habían leído a Galeno y que hurgaban todavía en los abstrusos libros de astronomía.

   Las huellas de la memoria hacen tan bien a nuestra identidad como mal a nuestra libertad. Pese a lo cual el corazón, que palpita ansioso de verdad, irriga con savia renovada las ideas.

El Renacimiento, que vio la obra de Vesalio, de Paré, de Gutemberg y de Leonardo, ve agonizar en la hoguera a una de las más ilustres víctimas de la estulticia humana: a Miguel Servet, médico español, teólogo, viajero de Europa, espíritu rebelde e inquieto, por tal, símbolo de una época a la que tantos
como él harían gloriosa.

   El 26 de octubre de 1553 el Tribunal del malvado Calvino, reformador religioso y dictator fidei con sede en Ginebra, dicta una de las sentencias de muerte más célebres de la historia.

   “Contra Miguel Servet en el Reino de Aragón, en España: Porque su libro llama a la Trinidad demonio y monstruo de tres cabezas; porque contraría a las escrituras decir que Jesús Cristo es un hijo de David; y por decir que el bautismo de los pequeños infantes es una obra de la brujería, y por muchos otros puntos y artículos y execrables blasfemias con las que el libro está así dirigido contra Dios y la sagrada doctrina evangélica  ´Restitución del cristianismo, para seducir y defraudar a los pobres ignorantes.
“Por estas y otras razones te condenamos, M. Servet, a que te aten y lleven al lugar de Champel, que allí te sujeten a una estaca y te quemen vivo, junto a tu librito manuscrito e Impreso, hasta que tu cuerpo quede reducido a cenizas, y así termines tus días para que quedes como ejemplo para otros que quieran
cometer lo mismo”.

   De esta forma habló el Tribunal. Envuelto en cadenas, atado a un palo, con unas leñas ardientes en los pies y una corona de paja azufrada flameante en la cabeza, murió el hombre que, al pasar, en unas breves líneas del libro con que se lo quemaba, describiera la circulación menor de la sangre, cuya relación total completaran más adelante Harvey y Malphighi.

   El pasaje de referencia indica  - en contradicción con Galeno – que el corazón derecho está separado del izquierdo; que desde el ventrículo derecho la sangre llega a los pulmones (donde se vuelve roja), tras lo cual retorna al lado izquierdo de la bomba cardiaca.

   Esta explicación había sido dada, siglos atrás, por Ibn an Nafis, un médico árabe.  Pero el hombre olvida por igual a la gratitud que a la sabiduría y continúa con los ojos cerrados, y a tientas, por el mundo. Tal vez algún día ignore así al facultativo español, verdadera antorcha humana.

   Servet había nacido el 29 de septiembre de 1511 en Vilanova de Sixena, provincia de Lérida,  o en Villanueva de Aragón, donde su padre – don Antonio – ejercía el notariado.

   En Zaragoza había estudiado griego y hebreo, y leyes en la francesa ciudad de Tolosa a los 17 años de edad. Allí, tras la lectura de una Biblia que tradujera el judío español Cipriano de Valera, los “Logi Theologici” de Melanchton y otros escritos nada ortodoxos, abjura de la fe católica heredada de sus mayores.

   Con fray Juan Quintana, religioso sabio español que había conocido en Barcelona, y que fuera confesor de Carlos V, viaja no obstante por Italia y Alemania (años 1529 y 1530). En este país traba relación con jefes de la Reforma, que a poco le vuelven la espalda por sus tendencias antitrinitarias.

   De Basilea va a Estrasburgo. En Hagenau, pueblo de la Alsacia entonces germánica, publica en 1531  “Los errores de la Trinidad”  (De Trinitatis erroribus), libro que le sirve para acumular odios y desencadenar persecuciones. El padre Quintana – su protector – muere por entonces, lo que determina su alejamiento de Alemania.

   Lyon, importante centro cultural de Francia, lo ve llegar con su nombre cambiado. Ahora es Michel de Villaneveuse. Pero el nuevo personaje que figura ser, tiene una extraña facilidad para encontrar dificultades. En 1535 publica la obra geográfica de Ptolomeo, en una edición plena de correcciones y de notas. Judea –dice, por ejemplo, en una de ellas – es un paraje “pobre y desolado”, y no la ubérrima tierra de Moisés.

   La Reforma es –sin duda – para los que cuentan con apoyo suficiente para realizarla, no para un teólogo errante y aislado. Trabajando para una firma editora conoce a Sinforiano Champier, amigo de Rabelais y uno de los médicos humanistas más notables de su tiempo. Gracias a su influjo marcha a París a estudiar la ciencia de Hipócrates.  Aprende de Fernel, Andernach y Silvio, y diseca al lado de Vesalio, su condiscípulo. También traduce al latín la obra médica de los griegos, y finalmente enseña Matemáticas y Medicina en la Universidad de París, pero... no puede con su genio y dicta un curso de Astrología, muy concurrido por cierto. También publica su opúsculo Syruporum Universa Ratio ad Galeni censuram diligenter exposita. En éste enjuicia por igual a los árabes que al pergamense, propone gustosos vehículos para los asqueantes remedios de la época, e intenta evitar las incompatibilidades medicamentosas. Pero hasta este inofensivo librito le ocasiona problemas: un juicio del que sale afortunadamente absuelto, y el saldo de turbulentos disturbios en las calles y
malheridos estudiantes.

   El peregrinaje de Servet continúa.  Charlieu, Lyon y - al fin - Viena, bajo los delfines. Allí es acogido como médico de cámara de Palacio por el liberal arzobispo Paulmier, que concurriera a sus clases astrológicas tiempos atrás. Parece tranquilo. Pero no. Otra vez la polémica, que  ahora se hace realmente peligrosa. Su contendiente epistolar es nada menos que Calvino, señor todopoderoso en Suiza. Calvino publica “Constitución cristiana”. Servet, “Restitución del cristianismo” (Cristianismi restitutio, Viena, 1553), el libro con que arderá en la hoguera.

Formando parte del texto, ahlí describe, en breves párrafos,  la circulación menor. Antes de ponerse en venta llega un ejemplar a manos de Calvino. Y Servet es encarcelado en el palacio delfinés. Mas los carceleros facilitan su huida. Se quedan sin él. Lo queman es efigie. En julio se expide la Inquisición: también es condenado a morir.

Servet está libre y errante todavía. Rumbo a Italia, pone a Ginebra en su itinerario. Es como si tentara al diablo. Es demasiado riesgoso, es cierto, pero Servet nació para el desafío... o para el fatalismo expresado por la doctrina calvinista. Pese al nombre de Miguel Vilamonti, con que encubre esta vez su identidad, es reconocido, y procesado y condenado a la pira, en juicio sin defensa. Al día siguiente se cumplirá la sentencia.

   Calvino lo visita en la prisión, a la madrugada, y debe haber sido horripilante la mirada cruzada entre ambos. Servet pide el hacha, pero se le niega. Las llamas torturarán su cuerpo durante dos horas. Alguien dijo que ese era el destino reservado a los que juegan con el fuego. Creo que esa no era la intención de Servet. Él quería expresarse sin temores, sin censura, haciendo uso de su libertad.

   Servet creía que el alma era una emanación de la Divinidad, y que tenía como sede a la sangre. Merced a la sangre el alma podía estar diseminada por todo el cuerpo, pudiendo asumir así el hombre su condición divina.

   El ansia de conocer la circulación de la sangre tenía pues, más impulso religioso que científico. De ahí que la descripción del circuito chico esté inserta en un volumen de teología y no en uno de fisiología. De ahí que la mención sea sucinta, clara, sin la mención expresa de un descubrimiento trascendental.

   Sin embargo es exacta, precisa, veraz. Y su autor es un médico que ha tenido en sus manos el corazón quieto del cadáver – con la vena arteriosa que le sale y la arteria venosa que le entra – y  ha sentido crepitar entre sus dedos el
retenido aire del pulmón.

    Que el contenido de su descubrimiento no esté acunado en una obra ex profeso no mengua la valoración del hallazgo, y  encomiable es, de otro lado,
su ansia de develar el arcano.
   No fue un delirante ni un obseso sino simplemente un hombre inquieto, con una fuerte preocupación por yodo lo visible y lo invisible que lo rodeaba.

   No se lo ajustició a Servet, repetimos, por sus aserciones respecto de la circulación menor, sino por sus afirmaciones teológicas. Y esto nos mueve a una reflexión: que la intolerancia es mala en cualquier sentido, aunque el fanatismo religioso sea mayor que el científico, y qué borrosos aparecen los límites.

   El redescubrimiento de Servet no constituyó en la práctica un avance para la ciencia, desde que su libro no tuvo difusión en ninguno de los sentidos sentidos. Se dice que fuera leído por Realdo Colombo, que describió de igual forma la pequeña circulación en De re anatomica, pocos años después (Venecia, 1559). Este libro sí propagó la doctrina del funcionalismo anatómico pulmonar. A él se debe la popularización, pero no la prioridad, reivindicada para Servet recién en las postrimerías del siglo XVII.

   Lo que nunca podrá olvidarse de Serve, empero,  es más bien su figuración  como mártir de la libertad de pensar y de expresar sus ideas por escrito, cialesquiera que éstas sean, en abierto desafío quienes se creen dueños de la verdad, de la libertad  y hasta de la existencia.

La descripción de Servet bien pudo quedar reducida a las cenizas de unas hojas de libro, y la ciencia retrasada durante muchas, pero muchísimas décadas.  El progreso exige de la libertad como la sangre del aire para que exista la vida. Con la libertad son posibles la conciencia y la ciencia. Sin ella la humanidad desciende y se enajena, el mérito se anula y hasta la gloria es opaca.=




 
 
Hosted by www.Geocities.ws

1