JUAN ALONSO GONZÁLEZ,
EL INIVIADOR
Por Rodio Raíces
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Ahora era un holgado ciudadano porteño.
En otra época había
llegado hasta Santiago del Estero - por la madera, se dijo - y desposado
a una dama criolla, doña Lucía Islas y Alva (año 1715).
Con ella constituyó un hogar ejemplar al que arribarían los
niños. Gregoria sería la abuela del abogado Juan José
Castelli, prócer de la Revolución de Mayo. Juan Manuel casaría
con una joven de apellido Casero, de la que nacería María
Josefa, que contraería nupcias con el italiano Domingo Belgrano
Peri (o Pérez), engendrando a once hijos incluido Manuel Joaquín
del Sagrado Corazón de Jesús, doctor en leyes, economista
fisiócrata, general del Ejército, terciario dominico y hacedor
de nuestra bandera. Otro hijo de Juan, llamado José, recibiría
el Orden Sagrado a la temprana edad de 22 años, para continuar
de inmediato la obra de su progenitor.
Ocho años después
de la muerte de su esposa, ocurrida en 1726, Juan Alonso ingresó
al sacerdocio, pasando a desempeñarse como capellán y ocasionalmente
como prior de una Hermandad religiosa creada por su iniciativa.
Avizorando la formación del
Hospital de Mujeres, falleció con fama de santidad en l768 - a los
81 años de edad - mientras administraba la cosa pública el
temido gobernador Francisco de Paula Bucarelli, que ese año expulsaría
de nuestras comarcas a los padres jesuitas, enviándolos a España,
en cumplimiento de un decreto de Carlos III de 1767.
Al momento de su deceso este religioso
se desempeñaba como capellán del Convento de Santa Catalina
en Buenos Aires, a cuyas monjas fundadoras había traído desde
Córdoba - en 1745 - por encargo de la jerarquía.
El nacimiento de este altruista gaditano
había ocurrido el 10 de febrero de 1687, con la identidad de Juan
Guillermo Gutiérrez González y Aragón.
La causa de su beatificación
habría sido abierta por la Santa, Católica y Apostólica
Iglesia Romana, de no haber mediado un desgraciado episodio: la quema de
un cuadro en que - junto a su hijo José, los dos de hábito
- veneraba la representación de Nuesttra Señora de los Remedios,
“Virgen vestida” que él mismo había traído de Europa.
Así pienso porque las imágenes
son necesarias al culto y la de nuestro varón, contenida en la tela,
era la única conocida (según la información que poseo
al presente).
El óleo, situado en el Templo
de San Miguel, fue preso de las llamas provocadas por las hordas de la
barbarie la "noche de los incendios" del 16 de junio de 1955, junto a otros
objetos religiosos dados al saqueo y la profanación.
La Virgen de los Remedios - que presidía el altar mayor - salvó milagrosamente del sacrílego acto, y hoy luce incólume y victoriosa en el lugar habitual. Allí la reentronizó en 1927 monseñor Miguel de Andrea (1877-1960), que la había encontrado en la sacristía del Templo, donde permanecía desde 1830, año de su inexplicable reemplazo por la estatua de San Miguel.=