Salón de Notables
del Hospital Rivadavia:
 Enrique B. del Castillo.

TRAYECTORIA DEL DOCTOR

ENRIQUE BENJAMIN DEL CASTILLO

Por el Dr.  Rodio Raíces

***
Nació en Mendoza, el 14 de Diciembre de 1897, ciudad fundada por su ascendiente el capitán español Pedro del Castillo, en la segunda mitad
del siglo XVII.

    El ingeniero Enrique A. del Castillo, su padre, fue ejemplo de "amor al estudio y contracción al trabajo" - según sus palabras-.  Su madrre, la dama sanjuanina Adela Mallea - según su propio sentir- "acarició sus ensueños de niño" en la calidez de un hogar ejemplar.

    Cursó estudios secundarios en el Colegio Nacional "Agustín Álvarez" de esa capital cuyana, y desde allí cosechó inolvidables amistades.

    En 1916 ingresó como alumno regular en la Universidad de Buenos Aires, y comenzó como ayudante en el Laboratorio del Hospital Ramos Mejía, pasando a practicante externo el siguiente año.

    Durante 1920 y 1921 concurrió también como practicante, pero interno esta vez, al Hospital Alvear, graduándose al finalizar esa tarea. Su tesis la intituló "Crisis hemoclásica".  Desde 1922 se desempeñó como médico agregado
de la misma Casa.

    En 1930 se trasladó a la Sala 10 del Hospital de Clínicas, con igual jerarquía,
y a poco pasó a la Sala 21.

  En 1931, siendo médico interno de la Sala 14, fue designado encargado de la Sección de Endocrinología Ginecológica en la cátedra de Clínica del profesor Iribarne, llegando a médico de los Hospitales en 1936.

    Paralelamente al desempeño  institucional abrió su consultorio particular en la cercana localidad de San Vicente (desde 1921 hasta 1926), trasladándose luego a la Capital Federal. De este entonces data su acercamiento vespertino al Instituto de Fisiología del profesor Houssay, quien se constituyó en su maestro y amigo. Allí trabajó en el ciclo sexual de la rata albina y las funciones ováricas, así como en las relaciones con las funciones suprarrenales y tiroideas.

    En 1933 casó con Teresa Palacio, mendocina, también de tradicional familia, que le dio tres hijos, y en la que encontró la comprensión y el aliento necesarios para continuar llevando, hasta el fin de sus días, esa existencia dedicada a
un ideal superior.

    La enseñanza también fue su preocupación. Desde 1922 hasta 1931 actuó como jefe de Trabajos Prácticos de Semiología y Clínica Propedéutica, en la cátedra del profesor Alfredo Vitón, del doctorado en Odontología.

    En1932 ejerció la docencia libre de la misma materia, y al año siguiente fue designado jefe de Clínicas y de Trabajos Prácticos de igual disciplina, en el curso oficial del profesor Tiburcio Padilla.

    En 1939 ganó el concurso de profesor adjunto de la Segunda Cátedra, pasando a la Primera en 1954, sin optar nunca a titular, para no emplear en la enseñanza de pregrado el tiempo que necesitaba para la formación de especialistas jóvenes. No obstante, el mejoramiento docente no le fue ajeno, como lo demostró con su proyecto póstumo de ley universitaria.

    En 1942 la Sociedad de Beneficencia de la Capital lo designó directamente - como solía hacerse- jefe de la sala 16 del Hospital Rivadavia, que comandaría hasta 1967. Del Castillo hizo de ella el primer Servicio de Endocrinología del país, invistiendo por tal hecho, así como por su especial actuación, el título mayor -por todos reconocido- de padre del la Endocrinología Clínica nacional.

    El dinamismo entusiasta de nuestro médico, su iniciativa brillante y la vivacidad de una palabra llana y comunicativa -pero meditada y seria en lo científico- así como la realización de cursos y ateneos de enjundia, que repercutían en la Sociedad Argentina de Endocrinología (que contribuyera a formar en 1939), ayudaron a forjar una época de oro en el Hospital Rivadavia, y a prolongarla más allá del ´45, cuando la Patria toda, y la ciencia en especial, parecían fenecer a manos de la mediocridad y de la indiferencia.
    Republicano por vocación, de la fe demócrata de tantos mendocinos ilustres, despreció el autoritarismo y logró el engrandecimiento del terruño desde el refugio intelectual del estudio fecundo, de la asistencia dedicada, de la investigación creativa y de la docencia formadora.

    No lo envanecieron las distinciones nacionales y extranjeras, ni la gloria académica del sitial Nº 22.  Escribió siete libros y más de doscientos artículos, casi todos en colaboración, porque creía en el trabajo compartido más que en el quehacer del ermitaño.

    Descubrió, con otros, que inyectando una dosis fija diaria de estrógenos, se produce el estro en la rata cada tres a cinco días; que el ciclo sexual se observa no sólo en la vagina sino también en el sedimento urinario urocitograma), y también el síndrome de amenorrea-galactorrea.

    Encontró casos de ausencia selectiva del epitelio germinal, sin alteraciones de las células de Leydig y de Sertoli, y también de células de Leydíg con disminución del epitelio germinal y gonadotrofinas.

    Con un grupo de Harvard, Buenos Aires y Mendoza,  estudió el metabolismo del iodo, comprobando la disminución de su ingesta en el paciente con bocio, lo que permitió hacer su profilaxis mediante el uso del citado metaloide. Y merced a su prédica se creó el Instituto del Bocio de Mendoza.

    También en conjunto estudió las relaciones de la hipófisis con la tiroides; la ginecomastia en el cáncer de pulmón y en la cirrosis hepática; las hipertrofias maxilares en disendocrinias, y ensayó el injerto de paratiroides en la insuficiencia de esta glándula.

    Padeciendo de artritis reumatoidea invalidante, y usando  para paliar su mal, los corticoides que tanto había estudiado, trabajó en silla de ruedas hasta su muerte, acaecida el 30 de junio de 1969.

    Sería injusto no mencionar a quienes compartieron con él tantas horas de labor en el Hospital Rivadavia y por eso escribo los nombres de los doctores Gambín, de la Balze, de Majo, de Delbue, Alzugaray y Truco, junto a los de Joaquín Argonz (ex gobernador de Santa Fe), Arturo Oñativia (futuro gobernador de Salta), Galli Mainini (que descubrió una práctica reacción para el diagnóstico del embarazo, en el sapo), Juan Reforzo Membrives (hijo de artistas y autor de obras de teatro), Guillermo Jáuregui (su brillante sucesor en la Sala y actual académico), y Adolfo E. Raíces (primero en dosar hormonas esteroides en América meridional).

    La lista de egregias personalidades se amplía al nombrar a profesionales de la talla de Ahumada, Calatroni, Sammartino, Poumeau Delille, Staffieri, Lencioni, Lanari, Trabucco, Leloir, Deulofeu, Manfredi, Pinto, Quirno y Salaber, omitiendo por razones de espacio a otros prestigiosos científicos.

    Conforme a su voluntad, el profesor del Castillo recibió cristiana sepultura en Mendoza, ciudad que como dijera Houssay fue "cuna de hombres emprendedores, laboriosos, fuertes y tenaces", un lugar "cerca de las cumbres y de los cóndores", que de alguna manera simbolizan sus logros.     Este premio Nobel argentino - poco dado al elogio-  expresó que del Castillo "fue el especialista más completo en Endocrinología Clínica de nuestro país y probablemente de Sudamérica", lo que me exime de todo otro juicio.

    Como especialista debió huir de la petulancia y poner máxima dedicación en el estudio de lo mínimo, que era todavía muy extenso. Como especialista debió estrechar sus miras según la necesidad de la división del trabajo, sin olvidar las normas de la cooperación voluntaria y la interacción necesaria con otras ramas de la Medicina y disciplinas vinculadas.

    Con nítido criterio de realidad no perdió de vista el amplio panorama de la ciencia y -más allá de ésta- del conocimiento general, desde que en el individuo (que significa "indiviso") todo se acrisola en la formación del plan y del hallazgo.

    Testimonio de lo afirmado son sus palabras, pronunciadas en la Academia Nacional de Medicina el 3 de agosto de 1965: "Siempre he sostenido que si bien es necesario conocer una enfermedad endocrina, también es conveniente saber lo que no es endocrino, y lo más difícil son las fronteras. Para ser un buen endocrinólogo es necesario antes ser un clínico experto y bien dotado".
    Palabras de actual vigencia, que invitan a la meditación y al esfuerzo.

    Una fotografía de Del Castillo se encuentra en el Salón de Notables del
Hospital Rivadavia.=




 
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