EL DOCTOR HOUSSAY, DE LA ARGENTINA
Por el Dr. Rodio Raíces
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Houssay no quiso abandonar su país.
Rechazó innumerables ofrecimientos de Europa y de Norteamérica.
Se propuso “hacer ciencia” en la Argentina, para la humanidad, encauzar
la vocación del investigador por el lecho más adecuado, y
promover en sus colegas las facultades que él mismo poseía
en grado sumo: seriedad, idoneidad, sencillez, método y constancia.
Amaba a su tierra y quiso realizar y realizarse en ella.
La graduación con diploma de honor en nuestra Facultad de Medicina, sus dos títulos universitarios – de médico y de farmacéutico – sus diez y siete doctorados honoris causa en Medicina, los seis doctorados en Ciencias y los trece profesorados honorarios, no le pesaban para nada.
Tampoco eran carga para él los cinco títulos académicos de nuestro país y los dieciséis del extranjero, así como integrar más de doscientas sociedades y haber recibido el Premio Nacional de Ciencias (en 1923).
Había nacido en Buenos Aires el 19 de abril de 1887, vástago de un profesor de francés contratado por la universidad local. Éste había confiado a su país de origen la educación de tres hijos suyos, pero sin mayor aliento. Bernardo Alberto, en cambio, lo hizo en Buenos Aires, con una precocidad sorprendente. En dos años aprobó los grados primarios, a los ocho era oyente en el Colegio Nacional, y tras seis meses como tal, se le permitió rendir exámenes de segundo año. A los 12 era bachiller, a los 17 farmacéutico, jefe de Sala del Hospital Alvear a los 22. A este cargo renunció para dedicarse de lleno a la Fisiología.
En 1919 era nombrado catedrático
de esta materia en la Facultad, estableciendo un Laboratorio que se transformaría
en el Instituto de Fisiología (año 1920), que contaría
– en una época gloriosa – con 135 investigadores graduados.
La Academia Nacional de Medicina no
tardaría en llamarlo a ocupar el sillón Muñiz, sucediendo
a don Ángel Gallardo, el célebre naturalista.
Mientras tanto las investigaciones y la docencia se desarrollaban ininterrumpidamente para él. Pero un día de 1943, tras firmar una declaración acerca de loa principios democráticos amenazados, quedó excluido de la Cátedra. Claudio Bernard, en cuyo libro “Introducción al estudio de la Medicina experimental” Houssay encontrara una guía señera, había dicho que “no hay ciencia sin conciencia, y no puede haber conciencia sin libertad”. Houssay creía, con toda lógica, que “sin libertad no se puede elegir entre el bien y el mal, y no existiendo esa elección no hay moral”.
En su condición de hombre probo,
y por sostener esos derechos irrenunciables, fue dejado cesante en la Facultad
de Medicina. En 1945 se lo repuso en el cargo, pensando que podría
más su vocación de científico y docente que su profesión
de ser humano. Pero se equivocaron: una y otra fase eran en él inseparables,
y en 1946 se lo apartó por segunda vez, como a una rama seca. Pero
la rama se transplantó al Instituto de Biología y Medicina
Experimental, sostenido por varios mecenas y la Fundación Soubeirán,
y creció con gran brío.
En 1947 el Instituto Carolino de Suecia,
le concordaba el máximo galardón a que pueda aspirarse en
nuestros tiempos, el Premio Nobel (compartido con los esposos
Carlos Cori y Gerty Radwitz), por sus experiencias sobre el funcionalismo
hipofisiario, que fue recibido en nombre de si Escuela. Pero Houssaty no
era de los que se detenían ante los atropellos ni ante la gloria.
Decía que era importante tener clara visión de nuestra realidad,
y de conocer en especial nuestras limitaciones y atrasos, para encontrarles
el remediarlo.
Había expresado que las autoridades
de los países, a lo sumo proyectan ayudar lo inmediatamente práctico,
lo que se aplica enseguida. Ahora no se podía pensar ni en eso.
Pese a lo cual, sustentando que los hombres de ciencia “representan el
capital más esencial de una nación moderna”, siguió
bregando para formar científicos disciplinados y capaces de sortear
todo tipo de dificultades.
La Revolución Libertadora de 1955 le devolvió ulteriormente sus cargos, que asumió simbólicamente durante un corto período, renunciando en 1958.
En 1962 falleció su esposa, la doctora en Química María Angélica Catán, con quien había compartido una vida austera y ordenada.
La muerte lo sorprendió como
Presidente de la Comisión Nacional de Investigaciones Científicas
y Técnicas, este año actual, el día de
comienzo de la Primavera.
Espero que este hecho sea interpretado
como augural por la legión de estudiosos formados a su lado, y que
la llama palpite cual bandera.
Más allá de la muerte de un grande
hombre está la ciencia que avanza en pos del bienestar y del progreso.
Houssay, con su grandeza de alma, estuvo sobre el “escepticismo estéril” y el “patrioterismo jactancioso”. Representó e hizo conocer el esfuerzo argentino allende nuestras líneas geográficas, y traspuso los límites del conocimiento, que se vislumbra casi, ya, sin fronteras.=
Tomado de la “Revista Médico-Quirúrgica
de la Asociación Médica del Hospital Rivadavia”