VESALIO Y EL RENACIMIENTO
Por Rodio Raíces
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Relato de la Mesa Redonda “Los Médicos renacentistas
en Italia”. Sociedad Argentina de Antropología e Historia
Médicas”. Buenos Aires, 13 de noviembre de 1971.- Tomado de LA SEMANA
MÉDICA.
Buenos Aires,1º de marzo de 1973, páginas
213 a 216.
Tras la estación gris de la Edad Media, arriba
a occidente una primavera
feliz: el Renacimiento.
El tremendo espectro de la muerte ha de ser desterrado
a toda costa de la mente. El miedo desaparece cuando se conoce lo temido.
El cadáver ha de ser mutilado, investigado. Debe
vencerse el desprecio a la materia humana con o sin hálito vital.
Al cuerpo vivo hay que sentirlo, amarlo, gozarlo y admirarlo
(admirar es como ver reflejada la propia existencia en los demás).
El cuerpo humano muerto debe ser abierto para hallar
la belleza de la forma en la armonía integral, y para hacer la descripción
exacta en aras del progreso de la ciencia, en cuyo canpo no cabe lo dogmático.
Si la enfermedad no es un castigo -como se decía-
sino un desarreglo natural, inesperado, tal vez se dé un buen paso
adelante para encontrar sus orígenes.
El saber anatómico debe ser preciso si quiere
conocerse la función con certeza.
La Italia, que resucita el amor griego por lo bello, proclama
que la muerte no es horrorosa, que la carne sin vida no es abominable,
que mirar en sus
entrañas no es profanación.
Los jueces buscan, respecto de los sentenciados a morir,
el modo más apropiado para no perjudicar el estudio ulterior de
los médicos. Los anatomistas, la manera más adecuada de arribar
a la realidad por la observación y el método.
Ha llegado el momento de hablar de uno de ellos. Fue
escogido paradigmáticamente entre muchos porque, para mí,
constituye el típico representante de las ideas de este esplendoroso
período de la Historia.
Su nombre es Andrea Vesalio.
,
Andrés nació el último día
de 1514. Venía de una familia alemana de médicos destacados,
que habían atendido durante largos años a los
emperadores de su tierra.
Recibió su primera instrucción en Lovaina,
aprendiendo lenguas tan difíciles como latín, griego y árabe,
demostrando desde muy joven una remarcada afición por conocer el
interior de los animales pequeños.
Llegado a París (1533 a 1536) se hizo discípulo
de Guido Guidi, el afamado anatomista, trabajando además como ayudante
de otras dos destacadas figuras: Jacobo Dubols (llamado Silvio) y Günther
von Andernach, y al lado de su condiscípulo Serveto, que habría
de ser ese notable que escribiera sobre el menor circuito de
la sangre.
El estudiante no era, ni de lejos, feliz. Los profesores
leían, con serio aire doctoral, los libros de Galeno. Un grupo de
jóvenes aburridos, distraídamente “escuchaban”, mientras
un demostrador señalaba con un puntero, en un cadáver disecado
sin arte, alguno de los sitios que se nombraban.
A veces el mismo maestro interrumpía la clase,
contagiado del bostezo general.
Cuando lo que aparecía a la vista era distinto
de lo que decía Galeno, nadie osaba disentir. En todo caso se explicaba
a regañadientes que era el cuerpo humano el que había cambiado
al través de los siglos. Como si la evolución sucediera veloz.
Los errores del gran sabio de la antigüedad son puestos
en evidencia con el cadáver al descubierto. Todos los reconocen.
La existencia es notoria. Pero ninguno se anima a romper con la tradición.
Dice Silvio que "la simple lectura no ha enseñado
nunca a nadie a pilotear un barco", pero él mismo no se atreve a
cambiar el mal rumbo.
Los alumnos, disconformes, murmuran.
Los profesores, temerosos, callan.
Para destruir el error hay que mostrar la verdad, si
no pueden abrirse
las fauces del abismo.
A esto vendrá el impaciente muchacho, de mente
abierta y corazón dispuesto, que sufre el peso de un dogmatismo
de siglos, basado en el magíster dixit, o sea,
en la autoridad del maestro.
Tanta es la pasión de Vesalio por la Anatomía, que hacia la noche ronda el Cementerio de los Inocentes para proveerse de huesos, y hasta para robar el cuerpo de un ahorcado. No es el primer estudiante en hacerlo. Ni tampoco será el último (y me consta).
Vuelve a Lovaina durante el año
1536 y en Lovaina permanece al siguiente. Allí puede practicar
dos autopsias. Mas se cree que el retorno es debido a la guerra declarada
entre Francisco I de Francia y el emperador Carlos V, del que Vesalio era
decidido partidario, a imitación de su padre que era su boticario.
En este último año de 1537 se imprime en
Basilea, y en latín, Paraphrasis in nonum librum rhazae ad Almansoris,
para lo que bien le valiera
su dominio del árabe.
En busca de nuevos horizontes se dirige a Venecia, donde conoce a su compatriota Juan Esteban van Calcar, que había aprendido la técnica pictórica con el Tiziano y que sería de allí en más, el ilustrador de sus textos. Al fin se radica en Padua, ciudad universitaria de la República Véneta..
Poco antes de cumplir los 23 años (diciembre de 1537) rinde su prueba doctoral, y al día siguiente es nombrado profesor de Cirugía. Ahora podrá desarrollar sus ideas sobre la enseñanza, en la libre atmósfera renacentista italiana.
Se acabaron las clases magistrales. Él mismo Vesalio diseca, inclinado sobre el cuerpo de par en par abierto. Los jóvenes lo rodean y atienden sus acciones con avidez. De tanto en tanto toma el lápiz y dibuja, para aclarar más las cosas.
Con tres grabados suyos y otros tantos de Calcar,
publica, en Venecia, sus Seis tablas anatómicas (Tabulae anatomicae
sex), durante 1538, loable esfuerzo didáctico, es cierto, pero todavía
con los errores que Mondino enseñara
durante la Edad Media.
Ese mismo año, dejándose llevar por el vivificante impulso que lo anima, publica además una revisión de las lnstituciones anatómicas (lnstitutionis anatomicae) de su viejo maestro von Andemach.
En el siguiente, a instancia del doctor Florena, médico de Carlos V y protector suyo, explora el conducto venoso endotorácico y descubre la vena ácigos mayor con su desembocadura en la cava superior. Y da cuenta de este trascendental hallazgo en su Carta docente (Epístola docens, 1539).
Su fama se acrecienta aun más y lo llama
la Universidad dc Bolonia,
pero rechaza el ofrecimiento.
La Casa Giunta, de Venecia, le encarga entonces la revisión de las pruebas de imprenta -en latín- de la obra de Galeno, que termina en 1540.
En 1541 realiza la disección de un simio y esto
determina la ruptura total, definitiva, con el pasado.
Ahora ya sabe de qué se trata: Galeno describía
la contextura del mono, no la del hombre. El lo había comprobado
en los hechos.
Entonces se hace necesario publicar una obra auténticamente humana, que reemplace a la dcl médico de todos los tiempos. Para un joven de 28 años es demasiado. Pero hay que hacer el esfuerzo e intentarlo.
En agosto de 1543 ve la luz en Basilea, del otro lado de los Alpes, De humani corporis fabrica, libri septem, que se traduce como La estructura del cuerpo humano (dedicado a CarIos V), y a poco aparece un Compendio (De humani corpois fabrica, librorum epithome), dedicado al hijo de éste, el futuro Felipe II.
Para la magna obra, Calcar graba en madera más
de 1OO planchas. Tiziano dibuja la portada. El mismo Vesalio controla la
impresión.
Al pie de un esqueleto en actitud meditabunda manda escribir:
Vivitur ingenio, caetera mortis erunt (sólo a través de su
ingenio puede el hombre vivir eternamente, todo lo demás habrá
de morir). Medulosa frase que trasunta con claridad su concepto sobre la
inmortalidad y el valor de la mente.
No se trata de una obra de la razón sino del sentido.
El ojo descubre la verdad. El ojo ávido del conocimiento de la forma.
La mirada táctil que delimita y que sólo une por la
armonía lo que separa lonealmente,netamente,individualmente. Individualmente
-repito- como realizan su labor los cient&iiacute;ficos y
los artistas del Renacimiento.
El cuerpo humano es una estructura, un edificio,
una fabrica. Las vigas y las paredes son los huesos, armazón estático
hecho para albergar la vida según Gaeno, pero para Vesalio
un edificio dinámico movido por la vida desde adentro. El órgano
creado que crea la función necesaria, frente a la función
creada que crea el órgano útil, expresado en otros términos.
La “Fábrica” de Vesalio es una obra cumbre por
varios motivos. No sólo corrige errores y aporta observaciones fundamentales,
sino que es testimonio y símbolo de una época floreciente.
Re - nascere significa volver a nacer. Mirar todo con ojos nuevos, con prescindencia de lo que escucha el oído desde el pasado lejano. No es, como se afirma, una copia de él, sino una libre y desprejuiciada observación destinada a captar la realidad, actitud parecida en esencia a la de aquellos hombres de la Grecia inmortal. Quien renace busca individual y objetivamente la verdad, y su método preferido para hallarla es la experiencia sensoria. Así de fácil y así de difícil por lo visto.
Para que el hombre se sienta satisfecho
no debe hacer que la naturaleza sea únicamente contemplada sino
también que sea contemplable, digna de ser vista. Debe ser bella.
El hombre renacentista verá la realidad y le placerá la armonía.
Sentirá intensamente su cuerpo. Tendrá un sentido de su corporeidad
más importante que en cualquier otro tiempo y se desnudará
de su ropa y de su piel, y de sus huesos y de sus músculos, y hurgará
sin temor, libremente, dentro de él.
El artista debe ir hacia adentro para comprobar
lo de afuera, y la armonía es la que debe integrar a las partes
de ese todo.
El cuerpo humano es tan digno del estudio y tan bello
como una flor, y aún más. El sujeto es también el
objeto.
Los pintores y los escultores piden dato a los médicos.
Si no se los proporcionan los buscan por mismos y no vacilan en tomar
el cuchillo y abrir
paso a su necesidad.
Leonardo diseca más de treinta cadáveres.
Vesalio toma el lápiz y dibuja. Ambos buscan igual: conocer la verdad
diáfana, mirar al hombre sanamente, sin creer en la indignidad que
sugiere su corrupción. Para ello hay de proceder sin temor,
desatando al impulso que es sano porque busca el descubrimiento de
la Creación.
Contra las enseñanzas de su Fábrica, muchos esgrimen el puñal o empuñan el palo. Hasta Silvio, otrora su maestro, lo tilda de “loco insensato que envenena con sus quimeras el aire de Europa”.
Según dice la leyenda, desilusionado y quemando
sus papeles, abandona Padua, y va a Bruselas al encuentro de Carlos
V, a quien desde 1544
asiste médico clínico.
Entonces contrae matrimonio, se hace cortesano y abandona
sus investigaciones, sólo interesado de las noticias sobre las actividades
de sus continuadores.
Cuando en 1556 abdica su protector, pasa a ser médico
de su taciturno sucesor don Felipe II. Y ahora es solicitado para asistir
a
Enrique II de Francia.
El conde de Montgomry, en el transcurso de un torneo,
entra con su lanza por la visera del casco del monarca, y le perfora el
frontal. Los cirujanos de la Corte extraen las astillas más grandes
y vendan al paciente.
Ni bien arriba a París, Vesalio se hace cargo
del caso. Para determinar la extensión de la herida decide
experimentar con cuatro decapitados en la víspera, cuyas cabezas
fueron también empelladas. Pese a todo lo actuado, fallecerá
el Rey y nuestro médico practicará la autopsia que evidencia
la importancia de los daños sufridos.
En 1159 se traslada a Madrid. Se halla molesto, incómodo,
en la capital española. Las costumbres son distintas, detesta a
sus colegas palatinos. Tiene serias diferencias con su mujer y con su hija.
El vástago del rey, el infante don Carlos, muere
también bajo la impertérrita y fulgurante mirada suya.
Debe responder a Falopio, su ex alumno y sucesor en la
Escuela de Padua, que rectifica algunos de sus conceptos en las Observaciones
anatómicas (Observatione anatomicae). Pero la réplica no
llega a su crítico, que muere
prematuramente en 1562.
La tormenta que siempre amenazó descargarse
sobre Vesalio se desata ahora sin control e implacable. La ira de la Inquisición
lo azota con iracundia cuando denuncia algunos vicios del clero. Sus curaciones
son consideradas ahora
como frutos de la hechicería.
Tras haber disecado a un hombre a quien se daba por muerto
y de quien se dijo no lo estaba, es condenado a la máxima pena.
Pero los oficios del rey vienen a cambio de una peregrinación a
Tierra Santa.
Sea por lo cierto de esta versión, sea hastiado y renegando de todo y de todos, lo que se avenía con su carácter de última, parte desde Madrid hacia Jerusalén, en 1563, tocando a Venecia en el itinerario. Invitado a retomar su ex Cátedra, se dirige a Padua, al año siguiente.
Mas finalmente parte a destino, con tan mala suerte que una tempestad, en el mar Jónico, hace naufragar la nave que lo transporta, siendo empujado a la isla de Zante, donde muere finalmente por el tifus que lo aquejaba.
Fue a dejar en esta pequeña isla griega sus huesos, esas viejas columnas y vigas de su edificio, a los cincuenta años de edad, lejos de la Italia de sus amores.
La realidad sensible había sido su meta, pero la
realidad insensible, como para todos, constituyó su fin inexorable.
Había penetrado en el cuerpo hasta la profundidad
misma, para extraer la verdad práctica, basada en los lineamientos
que insinuara una época, a la que
influyó y de la que fue hijo.
Basó la ciencia en la observación e inició
de esta guisa la marcha hacia el
método experimental.
Ello le permitió dar a su vida, más que
el brillo de una merecida gloria, la mejor simpleza de una razón
suficiente; y al mundo, más que la bondad de unos excelentes hallazgos,
la mayor trascendencia y orgullo de haber encontrado el camino del que
ninguno debería apartarse jamás.=