Alrededor de las 9:30 p.m. un auto partió de la calle 5 de febrero, en su interior y acostado en el asiento trasero, un hombre revolvía algunos papeles entre sus manos y de vez en vez observaba a la luna, así como también dedicaba algún tiempo para dirigirse al conductor.

--Ve con cuidado y toma el camino más corto, pero seguro.

--Sí señor gobernador, antes de las 10:20 le aseguro que estaremos en Encarnación.

--Así lo espero, recuerda que me desagrada ser impuntual y más si se trata de una dama.

--Faltaba más señor gobernador, a una dama no se le debe hacer esperar y menos en una noche como esta.

--Como ésta y como tantas otras noches en las que se puede respirar el romanticismo en la atmósfera, así como también en ciertas correrías nocturnas se ha respirado alegría y diversión.

--Como en la feria.

--¡Ah!, la feria:

Si atruena los aires, magnifica y bélica

la zacatecana marcha de Codina,

su voz evangélica ruge mexicana

santigua su azoro frente a la. ruleta

y ante la cantina

hace una discreta circunvalación.

--Qué bellos versos, realmente la poesía es tan hermosa como la mujer.

--Sí, tiene todas sus virtudes, y al igual que ellas hace temblar nuestro interior y hace que perdamos la cabeza.

--Pero también es orgullosa señor gobernador, porque no a cualquiera se le entrega, usted ha sido privilegiado ya que ni las mujeres ni la poesía le han negado sus favores.

--No es para tanto, pero hay instantes que no se deben dejar pasar como lo es un momento de inspiración poética o pasar una velada al lado de una bella dama.

--¡Ah las damas!. Cuánto no hacemos por gozar unos minutos de su compañía.

--Cierto, recorremos distancias y hacemos mil y un piruetas, tan sólo para tenerlas unos leves instantes que se esfuman y disipan como el humo, cuanta ironía viéndome yo en dicha situación como un colegial.

--Para el amor no hay edad señor gobernador y si la dama es bella, bien justifica el viaje.

--¡Vaya que sí lo justifica!, su belleza despierta envidias.

--En ese caso apresuraré la marcha. Señor gobernador.

***

--Ah, pero esto no se va a quedar así, ese gobernadorcillo me va a conocer, seré lo que quieran pero tengo mi orgullo.

--Ya “Mela” ni que juera el único politiquillo, que nomás porque es influyente se agandalla a una pobre “servidora pública”, la alborota y luego se va con otra más petacona.

--Pues así sea el mismísimo Presidente de la Repúb1ica, a mí ningún fulano me deja como novia de pueb1o, ¡y menos ahora! que tan pepenado lo tenía.

Carmela le da el último trago a la botella de tequila, para luego arrojarla violentamente contra la pared, donde se hace añicos y causa gran alboroto.

Barullo seguido por los gritos de Rómulo, padrote y dueño de aquel tugurio y que minutos antes platicaba plácidamente con el Presidente Municipal, el secretario de éste y Don Isidro, rico ganadero de la región, y sobre todo de Encarnación.

--¡Piruja infeliz, me vas a dejar sin botellas! ¡“Yunta” si no la puedes controlar llévatela de aquí! Viejas chillonas, por eso siempre les digo que no se enamoren de la clientela. ¡Nomás les recitan unos cuan­tos versos, y ya se sienten “damas de sociedad”!

--¡Con este trasero --le responde Mela enfurecida-- te compro hasta tu mugroso congal!, ¡vas a ver de lo que soy capaz, y no solo tú, sino también ese desgraciado!

--¡Vete a chillar a algún cuarto antes de que te ponga la carne morada a patadas!, “Yunta” llévatela o también te toca a tí!

La Yunta ante tal amenaza, como puede saca a Carmela del pequeño bar, adaptado como sala anexa al lupanar que contaba así mismo con una serie de cuartos y con las mujeres mejor formadas del lugar, uso exclusivo de los importantes, tanto política como económicamente.

--Y te aplacas, porque tu poeta lo más seguro es que traiga a su nuevo juguetito. ¡Ah! qué viejas estas, cómo les gusta armar borlote; afortunado usted Don Isidro, que sus vacas no le han de dar tanta lata y disgustos como las mías.

--Pues no se crea; pero ni se compara, que diera yo por tener unas vacas así en mis corrales, no como el tremendo bovino que es mi mujer.

--Pues por unos cuantos de a 50, hasta tres días, nomás no se empalague ya me han dicho las muchachas que luego hasta queda debiendo.

--Disculpe que retome el tema Don Rómulo, pero ¿porqué se fue tan alterada. “la Constitución”?

--Momento, como Presidente Municipal, no puedo permitir que se ofenda al sustento de nuestra patria delante de mí, y menos si tal blasfemia la dice mi propio secretario.

--Cálmese Don Nemesio, aquí Pascual se refiere a la Carmela.

--Y ¿qué demonios tiene que ver entonces “La Constitución”?

--Su secretario le puso así porque todos los políticos la pisan.

--O la han pisado, permítame agregar.

--Y qué me dicen de los no pocos gendarmes del pueblo que la han manoseado.

--Deje usted eso Don Isidro, yo como trabajador de la presidencia, he visto como todos los políticos que llegan, nomás le violan el artículo a “la Constitución” y después como si ni hubie­ran pasado por aquí.

--¿Está usted acusando al municipio representado por mí?

--Ni Dios lo mande Señor Presidente, yo lo decía por lo que le sucede a “La Constitución” con el gobernador aguascalentense, es decir a la Carmela.

--Ándele, siga pateando el “divino pesebre” y un día de estos se me queda sin comer.

La entrada de uno de los meseros interrumpe la conversación.

--Patrón, ay disculpe, pero ya cayó el primero de la tarde y creo que trae mas o menos pesos, como para que le toque algo de lo peorcito de este lado.

--Ahorita le mandamos al secretario... ja ja ja ja, no se crea Pascualito, hasta pálido se puso, ja ja. Ve por la “Yunta” que está gorda pero tie­ne buena pierna, y de paso llévate al “Ropero” para que los vigile, luego esos huarachudos creen que nomás porque se tardaron años en ahorrar se merecen horas extras, y dile a la “Yunta” que lo que debe ser, estos mugrosos deben aprender que la carne es cara.

--Salud por eso, ja ja, y si no que me pregunten a mí, que soy ganadero.

--Y hablando de ganado... ¡Mire nomás Pascualito, ya salieron las reinas de sus aposentos!

--Ajúua, ¡Estas son mujeres y no con lo que me casé!

--Pásenle mis niñas y saluden a los señores, pero eso sí, cada besito es una de a cinco, ja ja.

--Y por cierto --interviene el Presidente Municipal-- ¿dónde está esa nueva belleza de exportación? ¿a dónde está “la Revolución”?

--“La Revolución” está descansando, si se fatiga luego se nos desgasta.

--Pues los del pueblo la mentan mucho.

--Pues que se la menten --agrega el secretario-- porque ¿dónde está esa nueva belleza de exportación? ¿a dónde está “la Revolución” no se hizo para ellos.

--Si es otro chiste anti-institucionalista de este malagradecido le voy a descontar dos semanas.

--Pues mejor ya ni le pague, le puso “la Revo1ución” porque según él, los del gobierno la trajeron nomás para disfrutarla ellos --le dice don Rómulo--.

--Ja ja ja, mejor ya ni haga bilis Señor presidente --interviene el secretario-- y vaya para que “la Revolución” lo reanime, ya me contó el gobernador de Jalisco que es toda una diosa griega.

--Si pero primero sacando los “doraditos”, esa diosa sólo despierta cuando suenan los pesos de oro.

***

El auto se detuvo en una esquina poco iluminada y que se encontraba completamente desierta, hasta que apareció una figura femenina que poco a poco se iba acercando al auto, aunque se detuvo dudando un momento, pero al parecer luego de reconocerlo completamente, se dirigió sin más titubeos, e inmediatamente se abrió la puerta trasera para que ella lo abordase.

--Rosita, que bella está usted esta noche, envidia han de tener los án­geles al contemplar su rostro desde las alturas.

--Es usted demasiado galante Don Edmundo.

--Quita esos títulos señoriales que me hacen sentir viejo, si yo te he hablado en algunos instantes de usted, es porque no me atrevo a tutear a la hermosura, ni a las criaturas divinas que gozan de ella.

--Yo tampoco me puedo quitar de encima que le estoy hablando a un señor gobernador.

--Pues olvídalo junto a todas aquellas cosas que debas olvidar esta noche. No veía la hora en que llegaría al encuentro, pero al fin estoy contigo y mira que usé el cansancio del viaje y cierto dolorcillo para que me dejaran solo y no me molestasen; me he apurado lo más que pude y creí que cansada de esperar ya no la encontraría.

--Yo también me tarde un poco, mi marido no se movía de la casa, pero llegó su compadre y se fueron a emborrachar, pero no te apures, esta noche creo que se quedara a dormir en casa de la Lencha.

--Que salvaje, que desperdicio hace de tu belleza.

--No te enojes, mejor dime a dónde iremos hoy, pero recuerda que tiene que ser un lugar seguro y donde nadie me reconozca, si le avisan a mi marido ¡la que se arma!

--No te apures conozco el sitio indicado y podremos disfrutar de música, del elixir afrodisíaco y de privacidad, Raúl dirígete a “Los placeres”.

--¡Al prostíbulo ese yo no voy a entrar!

--Tranquila, no vamos a estar con los de la parte baja, también hay un bar decente justo atrás de ese lugar de perdición, el cual es poco frecuentado, a tal punto que ni tú lo conocías aunque eres de aquí.

--Una cantina es una cantina, le digas como le digas, pero con tal de que estemos juntos.

--Confía en mí, bello ángel, esta será una noche inolvidable, dudo tener otra igual.

***

“Los Placeres” era el lupanar de Encarnación, dividido en dos partes: la zona popular y lo que conocían los hombres importantes como palcos. En la primera había una pista y alrededor algunos cuartuchos con una cobija en el suelo y los más sin ella; un conjunto de músicos alegraba el ambiente mientras los trabajadores del pueblo bailaban con las muchachas y tomaban pulque o aguardiente. Las muchachas que ahí estaban ninguna pasaba como bonita, según los cánones marcados por occidente en cuanto a atractivo.

Por el contrario, la zona de palcos tenía su cantina bien surtida de tequilas, vino y cerveza; sus mesas, mariachis y una serie de cuartos al fondo, todos con su cama, baño y buró; además de que las mujeres ubicadas de este lado eran bonitas y agraciadas.

El carro entró por una puerta vigilada por tres tipos armados, pero localizada de tal modo que la oscuridad y los perros impidieran el paso a cualquier extraño y que sólo los que sabían la pudieran encontrar.

La pareja descendió del carro seguidos del conductor, una vez adentro de palcos, fueron recibidos por Rómulo.

--Pero que placer que se encuentre entre nosotros tan distinguido y honorable personaje, permítame que sea yo mismo quien los lleve a su mesa, a ver esos mariachis, vénganse para acá, y usted amigo venga conmigo y no importune a los enamorados, ahorita le consigo mesa y compañía.

--Raúl ponte cómodo y cuando te necesite te hablo. Ah disculpe, Don Rómulo me permite unas palabras en privado.

--Faltaba más, venga a mi oficina y me dice qué le preocupa, mientras, que atiendan bien a la dama que le acompaña.

Ambos se dirigieron a una de las puertas, pero antes de entrar, Don Ed­mundo lo detuvo y le susurro al oído:

--Sólo espero que usted no se incomode por la presencia de la dama, pero no tuve otra alternativa, además me apena lo de Carmela.

--Usted esté sin pendiente, y en cuanto a lo de Carmela pierda cuidado, yo sé amansar a mis potrancas.

--Se lo agradezco, entonces divirtámonos y mándeme una botella de vino.

--De inmediato se la mando.

Don Edmundo se volvió a sentar, mientras que Rómulo se dirigió hacia la mesa donde continuaban el Presidente Municipal y compañía.

--Suelte Don Rómulo, qué le dijo nuestro ilustre poeta, porque veo que anda con esa preciosidad que no es otra que la mujer de Martín.

--Pos será la hija del cura, lo mismo da; sólo que le preocupaba que yo me fuera a molestar por traer una que no está en mi sindicato.

--Y usted que piensa de eso.

--¿Yo?, pues a mí qué me importa, a ver Don Isidro, ¿a usted le importa si sus vacas se encelan porque el buey anda con otra vaca?

--La verdá no.

--Ay está, yo tengo mis vacas y mis bueyes que me dan dinero; a mí, ¿qué me interesa qué vaca quiere el buey, mientras éste deje aquí los pesos? Y es más, que tal si al final también me deja a la vaca.

--No pues así sí, mírenlo nomás como retoza de gusto, y esperemos que le dure porque si Martín se entera.

--Martín es otro buey que nomás trabaja para darme lo que gana, seguramente está con su compadre en la zona popular, y teniendo tremenda hembra, a ver si un día de estos se endeuda hasta los huaraches, y como compensación le pido su vieja, al cabo que ni caso le hace.

--Ah que don Rómulo, habla como todo un ganadero.

Continuaron vaciándose las botellas y prosiguieron las canciones, cuando se asomó Carmela y contempló a Don Edmundo embriagándose con su nueva amiga, y hubiera corrido a arañarlo de no ser porque tropezó con Raúl, se controló y lo saludó cortésmente, además de abrasarlo y besarlo, esperando que Edmundo la notara, pero esto no ocurrió, por lo que se dirigió hacía la cantina y pidió un trago, esperando a que el cantinero se distrajera para tomar el picahielo y esconderlo entre sus ropas. Raúl por su parte se había quedado sin saber qué hacer, además de estar medio borracho, no había reconocido a la mujer que le acababa de besar, pero esto se le olvido, o mejor dicho su compañía se encargó de hacérselo olvidar, pues lo comenzó a besar para luego llevárselo y desaparecer en uno de los cuartos obscuros.

Por su parte, Rómulo ya bebido se levantó para ir a disfrutar la compa­ñía de “la Revolución”, dejando a sus compañeros en muy buenas compañías femeninas.

Carmela mientras tanto miraba su vaso, con los ojos llorosos trataba de hurgar en su mente qué le dolía, ¿era eso amor? No, ella sabía que donde estaba recibiría muchas cosas menos amor, lo que le dolía era la humillación, su orgullo, tenía hombres a sus pies, ¿pero que uno la retara y se sintiera vencedor? Nunca.

Se dio la vuelta y su visión la posó sobre Edmundo y su compañera, y luego comenzó a avanzar hacia ellos, pero como se estaban besando ni la vieron, se sentó a un lado de él y toco su hombro.

--Edmundo, para que no me olvides y siempre recuerdes que por mas gobernador que seas no se endurece el pellejo.

Y entonces le descargó golpes con el picahielo, ante los gritos y la desesperación de Rosa, el presidente corrió y le quitó el picahielo mientras su secretario detenía a Carmela auxiliado por el cantinero, y los meseros corrían gritando como locos el nombre de su patrón, él no tardó en bajar medio vestido y echando maldiciones, dando patadas a cuanto objeto vio a su paso.

--Ora que pendejada hicieron.

--“La Constitución” que intento matar al gobernador, córrale antes de que se nos enfríe.

--Me lleva la tiznada, háblale a su... a su... al buey que venia con él.

--Ahí viene, agárrenlo antes de que mate a la Carmela.

--Suéltenme, ¿dónde está esa piruja del demonio?

--Cálmese don Raúl, la tenemos encerrada en un cuarto, primero hay que resolver esto que es más importante, se nos muere Don Edmundo.

--¿Dónde está Don Edmundo? Válgame ¡se desangra!, ¡¿quién de ustedes puercos asesinos fue tan canalla para hacer esto?

--Fue Carmela, estaba celosa y pues...

--¿Pues?, eso no es una respuesta, ¡pero hagan algo que se nos va!

--Ya tranquilícese, usted venía con él, díganos a quien le avisamos que nos pueda ayudar.

--A su secretario, a Don Joaquín.

--¿Su secretario?

-- Bueno es Secretario General de Gobierno, él sabrá que hacer.

-- Pues llámele mientras intentamos taponear la herida y que venga el doctor, ¡¡¡No!!!, esperen, mejor que ya ni venga, éste ya murió.

***

A las 12:50 sonó el teléfono de la casa del Secretario General de Gobierno.

--Sí, bueno... ¡ah! eres tú ¿ahora en que lío te metiste?..., ¿cómo que el gobernador está muerto en un prostíbulo?..., ¿qué pasó?, ¿cómo lo pudieron matar?, ¿dónde estabas tú entonces?... No muevas nada voy para allá, dame la dirección..., ¿están en Encarnación de Díaz? ¿y qué diablos hacen allá?... Voy inmediatamente.

Como pudo se vistió y despertó a su chofer, 1imitándose a decirle que fuera hacia la Chona; pensando durante el recorrido una explicación lógica, aunque lo único que giraba una y otra vez era la idea de que algún novio o esposo celoso le hubiera encontrado y agredido, pero no era posible porque hubiera pedido ayuda, a menos de que lo sor­prendieran sólo, pero ¿y Raúl?

Mientras meditaba en esto, el carro llegó al lugar que Raúl le indicó, pero se topó con el peor tugurio que pudiera imaginar, pero sin rastro del gobernador ni de tumulto alguno, salió y trato de verificar la dirección, imaginando que tal vez era una broma de mal gusto que le jugó el par de ebrios y parranderos compañeros.

De pronto vio acercarse a Raúl por un callejón oscuro, indicándole que se acercara con todo y auto.

--¿Dónde está Edmundo y qué broma es esta?

--Está muerto, venga lo tenemos acá.

Ese “lo tenemos” no era muy agradable, aún dudaba a pesar de la palidez y expresión de Raúl, quien todavía se veía muy tomado, pero lo siguió; entraron en el cuarto, el secretario se quedo paralizado ante el cuerpo tendido, entre aquella multitud de mujeres de faldas cortas, mariachis y tipos ebrios.

--No sabe cuanto lo sentimos, pero las heridas que le causo el arma fue­ron mortales y ya no se pudo hacer nada.

--Ahora díganos qué hacer, no lo hemos movido desde que expiró.

¿Qué hacer?, ¿Qué hacer? Giraba la pregunta en su cabeza mientras con­tinuaba viendo el cuerpo, sin responder y sin prestar atención a sus interlocutores.

--Mire, pues yo como Presidente Municipal y autoridad máxima, estaba pensando que ya que tenemos a la asesina, pues entregarla a la justicia.

--¿Cómo? --replicó don Rómulo-- Considere usted que me deja sin una de las mejores trabajadoras, ella tan buena y me la quiere encerrar, si no desmiéntame, que bien que la solicitaba.

--Pero vea la situación, yo pierdo tanto como usted.

--Mejor inculpe al esposo de la Rosa, total fueron celos.

--Eso me parece mejor idea, hasta de paso puedo arreglármelas aquí con Rosita, digo para que le echen menos de cárcel.

--Ya ve, sirve que de paso trabaja un rato aquí para que junte lo de la fianza, ¿y usted cómo ve?

Le preguntaron a don Joaquín, quien de repente volvió a la realidad, sin embargo ya comenzaba a pensar un poco mas claro.

--¿Que yo qué pienso? Que el gobernador no puede morir así, nadie debe de enterarse que culminó su existencia en un lugar mugroso como éste. Él merece una muerte digna, quítenle esa ropa y laven el cuerpo, tengo otro traje en el carro, Raúl ve y tráelo, nos llevaremos al gobernador para Aguascalientes.

***

Luego de cambiar y limpiar el cuerpo, se procedió a sentarlo en el asiento trasero de su carro, tal y como había llegado.

--Ya no hay nada que hacer aquí, será mejor irnos de inmediato y pensar alguna explicación de su fallecimiento, piensa en algo tu también Raú1, ¿Raúl?, ¿para qué demonios traes a esa mujer hacia el auto?

--Disculpe licenciado, pero es que... pues ella es....es la “amiga de Don Edmundo” y pues está muy nerviosa, me ha pedido casi histérica que no la dejemos aquí, y pues como Don Edmundo la trajo aquí, pues yo creí que...

--¡Edmundoooo! Déjenme despedirme de él, ¡¿por qué?!, ¡¿Porqué te hicieron esto?! --gritaba Rosa con angustia e impotencia--.

--Raúl ya cállala, si la tienes que llevar que Roque la lleve en mi auto, y que de ahí se vaya para Aguascalientes.

--Pero vea como está, que tal si comienza a gritar y le dice todo a Roque.

--Tienes razón, que le den un tranquilizante y cuando se duerma nos vamos.

--¡Señores! no encontré doctor, pero pos traje al veterinario de mis vacas, véngase por acá doitor.

--Péreme primero le inyecto aquí un tranquilizante a la señorita, que no ve que está como loca, mire cuanta patada da, ni le destape la boca al cabo ahorita cae dormida; toros más bravos han quedado como borreguitos.

--Nomás no se le vaya a pasar la dosis.

--Pierda cuidado, ya me sé la medida.

--Bueno ya basta de perder el tiempo, súbela y que se vaya adelante, no quiero que despierte y nos mueva a Don Edmundo. Raúl dile a Roque que ya se vaya, y ya súbete para irnos de este pueblo de locos.

Luego de dejar a Rosa en su casa, se dirigieron inmediatamente hacia Aguascalientes.

--Don Joaquín, creo que estoy demasiado nervioso para conducir.

--Pues no veo otra forma, ya vamos a medio camino y si alguien ve que el carro del gobernador no lo maneja su chofer va a sospechar.

--Pero es que... usted comprenderá, hace rato hasta poemas venia declaman­do y ahora... lo veo todo tieso.

--¿Tieso? ¡Válgame!, ahora cómo vamos a decir que murió dormido, no hay forma de meterlo a la cama en semejante posición, ha quedado rígido por el rigor mortis.

--¿ Y si murió sentado en su sillón de la sala?

--¿Cómo alguien va a dormir en un sillón a las 12 de la noche? Mejor apúrate, pasaremos por el doctor Carrillo y por el Doctor Ramírez, ellos sabrán qué hacer.

De esta manera el automóvil llegó por los doctores, para luego trasladarse de inmediato a la calle 5 de febrero; para llevar el cuerpo al cuarto: cambiarlo, poniéndole su ropa de dormir, acostarlo. Y mientras los doctores se quedaban dentro, Raúl acudía a despertar a los amigos del gobernador y a sus colaboradores.

Mientras que el licenciado despertaba a Doña Jesusita –la esposa de don Edmundo- que estaba dormi­da en otro cuarto, para no molestar a su marido, que luego de quejarse de un dolor y de aplicársele un calmante se fue a acostar.

--Doña Jesusita, vístase que a Don Edmundo ya le regresó el dolor, aquí están los doctores y le aplicaron otro calmante, pero parece que no mejora y cada vez está mas grave...

Minutos después sonaba el teléfono del diario El Sol del Centro, para comunicarles que incluyeran una esquela fúnebre en la edición que estaba por salir: Edmundo Gámez Orozco, oficialmente había fallecido.

***

El miércoles 9 de julio de 1953 aparecía la nota siguiente en E1 Sol del Centro

"Un derrame en el Páncreas fue la Causa.”

Se Sentía Algo mal Desde un día Antes Pero no de Gravedad.

por Ramón MORALES JR.

reportero de El Sol del Centro

El gobernador del Estado, profesor Edmundo Gámez Orozco, falleció a las 0.45 horas de hoy de un infarto pancreático, según el dictamen de sus médicos de cabecera doctores Ernesto Carrillo Abascal y José Ramírez Gámez.

Desde el martes por la tarde, el jefe del Ejecutivo comenzó a sentirse enfermo y en la madrugada de ayer fue atacado por un intenso dolor en el páncreas. Los doctores Carrillo Abascal y Ramírez Gámez fueron lla­mados de inmediato y desde esa hora (las 2 a.m. del miércoles) hasta el momento que expiró, no se retiraron de su cabecera.

Todos los esfuerzos humanamente posibles fueron hechos por los citados médicos, para rescatar de las garras de la muerte al primer mandatario del Estado, pero desgraciadamente todo resultó inútil y a las 0.45 horas de hoy dejó de existir.

A las 1.30 horas de este mismo día, el Secretario General de Gobierno, licenciado Joaquín Cruz Ramírez, dio a conocer la infausta noticia. En la casa que habitaba el Gobernador del Estado, en la calle 5 de Febrero, se encontraban sus más cercanos colaboradores, entre ellos: el propio licenciado Cruz Ramírez, el señor Alfonso Bernal, Auditor del Gobierno del Estado, el Tesorero General del Estado, señor Hidalgo Esparza, el profesor Antonio J. Mejía, jefe de ayudantes del Gobernador. También se encontraban allí, el Comandante de la 14a. Zona Militar, general Raúl Caballero Aburto, el comandante del 45 batallón, general José ÁlvarezVillaseñor, y el Presidente de la Comisión Permanente del Congre­so del Estado, diputado Edmundo L. Bernal; todos ellos visiblemente consternados.

E1 licenciado Joaquín Cruz Ramírez, al ser entrevistado, dijo que el Gobernador del Estado, profesor Edmundo Gámez Orozco que contaba al morir con 51 años de edad, aparentemente se encontraba sano el martes. Presidió una junta para nombrar el Patronato de una Biblioteca Técnica en la ciudad de Guanajuato, de cuya iniciativa era autor el propio Mandatario.

Después de que concluyó dicha junta, el Gobernador dio muestras de sen­tirse ligeramente enfermo y le fue aplicado un calmante. Horas más tarde se recluyó en sus habitaciones con miras a recuperarse. Como antes diji­mos, en las primeras horas del miércoles fue atacado por un intenso do­lor en el páncreas, a consecuencia de un derrame sanguíneo o infarto.

***

Algunos datos biográficos

El profesor Edmundo Gámez Orozco era originario de esta ciudad y miembro de una destacada familia. En el año de 1934 fue nombrado Director de Educación Estatal en Aguascalientes y años más tarde fue designado por la Secretaría de Educación Púb1ica como Inspector Federal Escolar en los Estados de Zacatecas y Coahuila. Posteriormente ocupó la dirección de Educación Federal en el Estado de Aguascalientes, para el período 1946 - 52. En abril de 1950 renunció al escaño para lanzar su candidatura a la Primera Magistratura del Estado, resultando victorioso en las elecciones efectuadas el 6 de julio de ese mismo año, sin llevar siquiera contrincante.

El primero de diciembre de 1950 toma posesión del Gobierno del Estado, su gestión duró exactamente dos años, siete meses, ocho días.

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Nota importante:

El presente trabajo es sólo una versión novelada de la muerte del Prof. Edmundo Gámez Orozco, y no necesariamente coincide con los hechos reales.

 

 

 

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