Para qué estudiar y enseñar la historia

Enrique Florescano Mayet

A continuación transcribimos algunos de los fragmentos                         

más importantes de la conferencia Para qué estudiar y enseñar

la historia, enunciada por el Dr. Florescano, el 1 de septiembre

del presente, en el Aula Isóptica de la Unidad de Estudios

Avanzados de la Universidad Autónoma de Aguascalientes.

El estudio de la historia es una indagación sobre el significado de la vida individual y colectiva de los seres humanos en el transcurso del tiempo. Hasta el momento no se ha encontrado otra guía mejor para adentrarse en la complejidad de la existencia humana que este arte, inventado en los albores de la humanidad.

Dotar a un pueblo de un pasado común y fundar en ese origen remoto una identidad colectiva, es quizá la más antigua y la más constante función social de la historia. La inquisición histórica nos abre al reconocimiento del otro y, en esa medida, nos hace partícipes de experiencias no vividas pero con las cuales nos identificamos y formamos nuestra idea de la pluralidad de la aventura humana.

El oficio de historiador exige una curiosidad hacia el conocimiento del otro, una disposición para el asombro, una apertura a lo diferente y una práctica de la tolerancia. En este sentido podemos decir que la historia es el oficio de la comprensión.

En los dos últimos siglos, pero sobre todo en el que está por terminar, el estudio de la historia se convirtió, más que en una memoria del pasado, en un análisis de los procesos del desarrollo humano, en una reconstrucción crítica del pasado. Cuando el estudioso de la historia analiza los hechos ocurridos en el pasado, se obliga a considerarlos según sus propios valores, que son los valores del tiempo y el lugar donde esos hechos ocurrieron. Al proceder con este criterio de autenticidad, el historiador le confiere a esas experiencias una significación propia y un valor duradero, único e irrepetible dentro del desarrollo humano general. Por esa vía las experiencias individuales y los actos nacidos de la intimidad más recóndita se convierten en testimonios imperecederos, en huellas humanas que no envejecen ni pierden valor por el paso del tiempo.

Dice Ruggiero Romano que cuando una vez le preguntaron por qué había elegido la carrera de historiador y no otras que parecían más excitantes, respondió: para leer bien los periódicos. Con esta ocurrencia quería decir que uno de los atractivos más interesantes de la historia es la posibilidad que ofrece de aprender a ver, más allá del escrito, la intención del que escribe... En suma, la investigación histórica enseña que no (existe) solamente el texto, sino sobre todo el contexto; que uno no puede servirse de un texto sin la crítica (filológica, semántica, conceptual) de ese mismo texto; que el acontecimiento aislado es poco significativo y que lo que cuenta es el mecanismo que articula un conjunto de acontecimientos.

En una obra ejemplar, que resume las bondades y los peligros del oficio de historiador, dice Luis González que en la medida en que el historiador tuvo mayor cuidado en la crítica y selección de sus fuentes, mejoró sus métodos de análisis y entró en contacto con las ciencias y las disciplinas humanistas, en esa medida se transformó en un impugnador de las concepciones del desarrollo histórico fundadas en los mitos, la religión, los héroes providenciales, los nacionalismos y las ideologías de cualquier signo.

La conciencia de que nuestras vidas se realizan en el tiempo y se modifican con el transcurrir temporal la adquirimos primeramente en el seno de la vida familiar y en el propio entorno social.

La historia al recoger y ordenar el conocimiento del pasado, se convierte en el almacén de la memoria colectiva, en la salvaguarda de la nación. La historia es el saber que da cuenta de las raíces profundas que sostienen las sociedades, las naciones y las culturas y, asimismo, es la disciplina que esclarece el pasado de los individuos: es el saber que desvela las raíces sociales del ser humano.

Desde el inicio de la vida civilizada el conocimiento histórico ha sido el mejor instrumento para difundir los valores de la cultura nacional y para comprender el sentido de la civilización. En ese sentido la enseñanza de la historia es uno de los conductos más adecuados para conocer los valores universales que han guiado a la humanidad y un transmisor eficaz de los valores e identidades nacionales.

La reforma de la enseñanza de la historia y del sistema educativo no puede olvidar que la enseñanza “nunca es una mera transmisión de conocimientos o destrezas prácticas, sino que se acompaña de un ideal de vida y de un proyecto de sociedad”. Como dice Savater, el proyecto democrático y universalista de educación debe rechazar “el servicio a una divinidad celosa cuyos mandamientos han de guiar a los humanos”, sea ésta “el espíritu de una nación o de una etnia”, de una clase o de un Estado.

Para llevar a cabo esta reforma sabemos que se requiere el esfuerzo conjunto de maestros y pedagogos, de alumnos y padres de familia, de las autoridades educativas y del conjunto de la sociedad. Espero entonces que esta obra (Para qué estudiar y enseñar la historia) sea especialmente leída por los maestros, a quienes está dedicada.

 

 

 

 

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