Nanos Valaoritis

Nanos Valaoritis, nació el 5 de julio de 1921,  uno de los más destacados escritores de la Grecia de hoy. Ha publicado como poeta, novelista y dramaturgo desde 1939. Criado en una familia cosmopolita con raíces en la Guerra de Independencia griega, estuvo dos veces en el exilio por dichos acontecimientos. Valaoritis ha vivido en Grecia, Inglaterra, Francia y Estados Unidos. Como escritor y académico ha jugado un papel importante en la introducción de las expresiones literarias de cada país en su patria. La calidad, el atractivo internacional y la influencia de su trabajo ha llevado a Valaoritis a ser descrito como el poeta más importante de la diáspora helénica desde Constantino Cavafis. Estudió a los clásicos y derecho en la Universidad de Atenas. Escapó, junto a otros, de la ocupación alemana de Grecia en el Mar Egeo en Turquía y desde allí a través del Medio Oriente hasta Egipto, donde entró en contacto con Seferis que servía al gobierno griego en el exilio en El Cairo. En 1944, por iniciativa de Seferis, Valaoritis fue a Londres para desarrollar vínculos literarios entre Grecia y Gran Bretaña. Conoció a las grandes figuras literarias del momento y trabajó en la BBC. Estudió literatura inglesa en la Universidad de Londres, tradujo poetas griegos al inglés. Su primer volumen de poemas, se publicó en Londres en 1947. En 1954 se trasladó a París, donde, además de estudiar la gramática micénica en la Sorbona, se destacó entre los poetas surrealistas bajo André Bretón. Allí también conoció a su esposa Marie Wilson, pintora surrealista americana. En 1960 Valaoritis regresó a Grecia, y entre 1963 y 1967 fue editor y redactor en jefe de la revista griega de vanguardia literaria Pali. Cuando la junta llegó al poder en el 1967, sintió que no tenía más remedio que ir al exilio voluntario, y en 1968 viajó a Estados Unidos donde se convirtió en profesor de literatura comparada y de escritura creativa en la Universidad Estatal de San Francisco, cargo que ocupó durante veinticinco años. En 2004 la Academia de Atenas de Letras y Ciencias le otorgó a Valaoritis el prestigioso premio de poesía, en reconocimiento de su obra y su vida. El Presidente de Grecia le hizo entrega de la Cruz de Oro de Honor, por sus servicios a letras helenas.

 

Promeleón

Nanos Valaoritis

La sentencia de Hermes Trismegisto, la conozco " ...cuando todos los seres estaban sin formar y no se podía ver a través de ellos... recogían en sí mismos la simiente del renacer... y rebrotaban en lo que serían grandes monumentos de su industria que dejaban sobre la tierra...pues lo divino es la amalgama entera del cosmos renovada por la naturaleza" (Tercer discurso sagrado de Hermes*.) Conozco la sentencia y la repito con otras palabras, mías esta vez; muchos retazos de medio cuentos refundidos en un redondel convincente, experimentado y antiquísimo.

En los viejos tiempos vivía un rey que se llamaba Promeleón porque era medio hombre medio león. Este hombre quería casarse y buscaba una mujer como él, medio humana medio leona. Pero no era justo ni apropiado el que encontrara una señorita así. Rebuscaban los sabios en sus cuadernos, a ver si se había dado algún caso semejante, y los no sabios también escudriñaban por toda la tierra en busca de la leona de forma humana. La estúpida humanidad se creía todo esto y difundía e inventaba, angustiada, teorías y consejos; y no se hablaba de otra cosa, se hacían cálculos sobre quién sería el afortunado que la encontrase, porque Promeleón, el antiguo y poderoso rey, había prometido muchas cantidades muy convenientes y dones y regalos y una gran recompensa a quien le encontrara la leona, la mortal sacada medio de animales medio de humanos que le estuviese uno a uno, aparejada. Los días pasaban, los meses pasaban, los años se iban, los años desaparecían y Promeleón seguía soltero. Al final de los finales Dios tomó el parecer de arreglar el asunto y una noche de invierno le nació a un hombre pobre una hija medio niñita medio leoncita. Al principio éste y su mujer se asustaron tanto que faltó bien poco para que hicieran caso al cura y la mandaran al diablo, de donde había venido. Pero se pusieron a darle vueltas en la cabeza a la promesa de Promeleón y cambiaron de opinión y decidieron ir a ver si tenían la suerte de que su hija le gustara a aquel rey inmortal.

Enviaron pues una noche un mensajero a escondidas, no fueran a enterarse en el pueblo y cayera sobre ellos la vergüenza de prometer en matrimonio a un bebe. La contestación llegó enseguida; y al día siguiente ya la llevaban al palacio del rey, envuelta en pañales para que no se viera su cuerpo de león. Allí le quitaron primero que todo los pañales, para ver si habían dicho su padre y su madre la verdad, y luego les pagaron con muchas monedas de oro y de plata, y con piedras preciosas y cuanto se pueda imaginar. Al volver al pueblo la pareja, como no se sabía cómo unas personas tan pobres se habían vuelto ricos de repente, en una sola mañana, sospecharon de ellos; empezaron a pensar mal y terminaron corriendo la voz de que andaba por medio el diablo, y de que los florines eran un embeleco y si los tocabas, se convertían en carbón. Con esta justificación fueron una noche y rompieron la puerta de la casa y buscaron por todos los armarios y cajones y arcones; pero no encontraron nada. Porque dio la casualidad de que en el bargueño donde los tenían escondido no miraron. Y se marcharon enfurecidos diciendo que se vengarían de que les hubiesen mentido y los hubiesen humillado por no haber encontrado nada de cuanto se rumoreaba. Pero el tiempo no sufre detenciones y su hija se hizo mayor; y dejó de ser una niña; y se convirtió en una jovencita; y entonces el rey quería casarse con ella, y hacerla reina suya, y compartir su lecho con ella, y tener muchos hijos humano-leoncitos. Pero ella quería conocer antes a sus padres y pedirles su consentimiento; y, entonces ya sí, volverse reina con la ceremonia que se estilaba en su pueblo. Así ocurrió y la muchacha se marchó y quiso obtener el permiso de sus padres. Pero ellos, que temían reconocieron; aseguraron que no era hija suya, por más que hubiera llegado con escolta real y con el aparato oficial de bulas y escrituras donde ponía que era hija de ellos; los muy ignorantes no se enteraban de nada y votaban a Dios y al diablo que si sabían algo de su hija, no vieran más la luz del día. Entonces el pueblo dio rienda suelta a la lengua; y concluyeron que no podían haber tenido aquella visita tan principesca sin que allí hubiera gato encerrado y enterrado en algún lado; y volvieron a ir a la casa armados de picos y palas y levantaron hasta los pisos de las habitaciones; y al final encontraron el tesoro enterrado en el jardín, donde habían tenido la precaución de esconderlo después del primer asalto a su casa; y se lo repartieron entre ellos después de haberlo exorcizado para que no se les convirtiera en ceniza entre los dedos. La hija, entretanto, se fue desconsolada a Promeleón y le dijo que no quería ni podía casarse; ya que sus padres no la reconocían como hija suya, ni le daban su permiso y su bendición.

Entonces Promeleón volvió a hacer llamar a los padres y les ofreció un banquete espléndido y les prometió de nuevo incontables regalos si reconocían a su hija y le permitían casarse. Aquellos, sospechándose algo malo, hicieron de la necesidad y del interés virtud; y ya que habían perdido todo lo que les había dado anteriormente el rey, aceptaron; y se celebró la boda en palacio con sus bendiciones. Pero al volver a casa los asaltaron en un bosque oscuro unos bandidos. Y se contaba que mientras los asaltaban se oían gruñidos y rugidos de león. Y se dijo que su propia hija había prometido una paga a los bandidos para que los asaltaran. Y cuando llegaron al pueblo se encontraron con otras desgracias: las bestias robadas y la casa quemada por los del pueblo. Entonces maldijeron la hora en que engendraron aquel monstruo y regresaron donde Promeleón llorando amargamente su desgracia; mas esta vez el rey no se conmovió en absoluto y los echó con dureza; porque en lo único que pensaban era en el dinero. Y se murieron de hambre y de sed, y se los comieron las fieras salvajes en los montes. Mientras tanto su hija se arrepintió de haber dejado a Promeleón echar a los autores de sus días; y marchó al pueblo para llevárselos.

Cuando vio la casa quemada y que ellos no aparecían, supuso que los habían matado los del pueblo y se detuvo a comérselos uno tras otro, hombres, mujeres y niños. Promeleón al enterarse de la conducta de su mujer lo lamentó mucho; pero, qué podía hacer el desdichado, que estaba orgulloso de tenerla y la colmaba de atenciones y no le decía que no a ningún capricho, le pidiera lo que le pidiera. En aquel tiempo apareció un mago poderoso que pregonaba y presumía de poder convertir en personas a los leones reales, si ejercía todo su poder y en ese momento no eran contrarios los demonios dea tierra y los astros del cielo; y que poseía el secreto de un bebedizo que tornaba a su forma humana incluso a los árboles; y ordenó que le trajeran una tortuga y la hizo beber allí mismo y la convirtió en persona humana capaz de caminar, no sólo a cuatro o tres patas, sino también a dos e incluso a una.

Y la fama de sus proezas se extendió por Oriente y Occidente y llegó a los oídos de Promeleón que le mandó llamar y le dijo que si le convertía a él y a su compañera en personas le daría muchas riquezas indecibles, que no las había visto ni en sueños; y le enseñó algunas de sus riquezas y el mago se quedó pasmado y aceptó. Pero el rey le pidió por si acaso antes, que uno nunca sabe, que probase primero con su mujer, la reina, y luego con él, porque no quería ser humano él solo y que ella siguiera como antes y se separaran. El mago probó entonces primero a hacer humana a la mujer; pero le resultó imposible conseguirlo, y entonces el rey le dijo que le había engañado; e iba a expulsarlo de allí cuando el mago, sin pedirle permiso, para salvar el pellejo, lo convirtió en persona. En cuanto se convirtió en persona, el rey se olvidó de todo, tan contento se puso; y no sólo no castigó al mago; sino que le pagó la mitad de los dineros que le había prometido; ya que no había conseguido convertir también en persona a la reina, sino solamente a él.

Cuando el mago se marchó, le asaltaron al llegar la noche unos bandidos en el mismo sitio que habían asaltado a los padres de la muchacha, y se oyeron otra vez rugidos de león mientras los bandidos hacían presa en él. Pero Promeleón, que ahora era humano, olvidó a su mujer y tomó otra esposa, humana. Entonces Promeleona, así la llamaban, fue al bosque y se escondió con los bandidos y no dejaba pasar un solo viajero sin comérselo, después de que le hubieran afanado los bandidos. Por último, el mal llegó a tal extremo que Promeleón se vio obligado a ordenar que la prendieran; y cuando la capturaron, la metió en una jaula y le daba de comer todas las mañanas coderitos tiernos, pero la nueva mujer se puso celosa y pagó a unos hombres para que la mataran. Estos la llevaron a un lugar desierto y la torturaban; entre los tormentos Promeleona decía: "¡Ay! ¿por qué habré nacido de tales padres que no me dieron permiso para casarme, y que me maldijeron para que no me volviera jamás humana y para que no funcionara la magia conmigo, y que me quisiera comer lo que vieran mis ojos; y que no tuviese corazón para dolerme ni lágrimas para llorar, y que me los comiera vivos y todo? que si me libré de ellos, de su maldición no me libré. Y poco después expiró; y los hombres esos regresaron donde la mujer de Promeleón, la nueva, y le contaron como la habían matado y lo que les dijo antes de morir y aquélla se alegró; pero Promeleón lo escuchó todo a escondidas y ordenó que ahorcaran inmediatamente a los asesinos, y a ella la hizo aherrojar, diciéndose "no esperes nada bueno de los hombres."

Entonces ocurrió un milagro y llegó un día un hombre con una piel de león por capa; y Promeleón reconoció la piel de Promeleona y le preguntó donde la había encontrado. Aquel contestó que se la había comprado a unos bandidos que la vendían. Pero Promeleón era astuto y no lo creyó y volvió a preguntárselo hasta que confesó el hombre de la piel que era el cuero de una leona humana, que la había encontrado herida y agonizante en un lugar desierto; y que le había dado pena y la llevó al médico que la curó; pero ella permanecía inconsolable y se fue muriendo poco a poco de una pena que no quiso explicar a nadie; y que un poco antes de morirse le hizo jurar que se pondría su piel e iría al palacio de Promeleón; pero que no le dijera de quién era la piel hasta que la reconociera él mismo. Y entonces fueron todos al lugar donde la había enterrado y levantaron un león de piedra con rostro de mujer, y le pusieron alas para indicar que Promeleona estaba ya en el cielo; y así surgió la historia de que quizá en cierta ocasión había preguntado a uno: "¿Qué es lo que primero nada, después pasea y luego vuela?" y contestó: "El hombre; porque primero nada en el vientre de su madre; después pasea sobre la tierra; y luego, cuando expira, su alma vuela al cielo." Y aquella le contesto que no la quería nadie, ni sus padres, ni su marido, como para que cobrara alma para volar; y por eso la llamó Esfinge, porque la esfingía (apretaba) la pena, el misterio y la angustia del mundo.

Nanos Valaoritis

Atenas, marzo, 1961

*El autor transforma el texto que cita uniendo fragmentos muy separados unos de otros. Además introduce un par de modificaciones puntuales que cambian aún más el sentido: αδιοράτων (impenetrables, imperspicuos, opacos) en lugar de "αδιερίστων" "(que se considera debe leerse αδιαιρίστων" -no divididos-) y "ανακυθέναι ("rebrotan", -pasiva insólita de "κύω", "preñar" o "estar preñada" + "ανά"-, "re-"-.) en lugar de "αναλυθέναι" (se disuelven). Por último, no son citas del "tercer discurso sagrado", sino del que convencionalmente se designa como "tercer tratado hermético" cuyo título es "discurso sagrado."

 

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