M. Karagatsis


M. Karagatsis (en griego Μ. Καραγάτσης) seudónimo del novelista, periodista, crítico y dramaturgo Dimitris Rodopoulos. Nacido en Atenas, vivió en Larisa y estudió derecho en Francia. La "M" responde a Mitia, diminutivo ruso de Dimitris. "Karagatsis" proviene de "Karagatsi" el árbol a cuya sombra escribía de joven. Karagatsis es esencialmente un escritor de prosa, que enfoca las ilusorias vidas y situaciones igualmente ilusorias de sus personajes Su escritura es atrevida, sensual, de gran imaginación y peculiar estilo narrativo. Sus trilogía de novelas tan conocida trata de extranjeros que viven y trabajan en Grecia. Karagatsis ubica estas obras dentro de la vida moderna y cosmopolita de Grecia, en contraste con la vida típica y conservadora del país. Ha publicado novelas, cuentos de atinado enfoque sicológico pues recibió la influencia de Freud. Sus escritos se distinguen por su realismo que con frecuencia tocan la ironía y la sátira cáustica.

 

Datos de Wikipedia

 

La Señora Nitsa

Michael Karagatsis

Mi primer amor era mayor que yo diez años, acaso más. Inmediatamente, uno imagina el éxito de caza de una mujer viuda, más o menos evasiva, y el eterno romance superficial con un adolescente inmaduro, o tal vez fuera producto de su imaginación. Pero no, mi primer amor en aquel tiempo, cuando me encanté con ella, tenía solo veinte años de edad. Yo tenía ocho.

La diferencia de edad no hubiera sido problema, si la frecuencia de los encuentros no hubiera  sido tan baja. Pero qué importa. En aquel momento, ¿a cuál momento podía llamar superior sino al mío? Yo sabía que tenía ocho años, mas estaba seguro de que la cifra solo significaba un punto de clasificación, convencional, en torno a mi edad, y vista al cristal de edad de quien estuviese a mi lado. Podría ser que solo fueran ocho desde el día en que viera la luz. Pero otros habían vivido mucho tiempo, veinte, treinta años, que sé yo...

No vamos a invocar los argumentos fantasiosos sobre reencarnación. No hay que ver mucho para encontrar un alma que, subconsciente e instintivamente, piense a esa edad que vivió y vive otra vez en un cuerpo nuevo. Yo era ignorante de tal realidad, es todo. Porque de haber vivido antes, hace ya mucho tiempo, y si mi alma hubiera estado en trayectoria temporal sin rememorar algún recuerdo de alegría la vida terrenal, no cometería el error de volver a nacer.

Muchos encontrarían que yo tendría desarrollado prematuramente lo erótico. ¡Gran error! El amor no lo niego, pero lo erótico, ¡imposible! Y, sin embargo, si le echamos un vistazo a la novelita "Primer amor" de Kondilakis, se verá que no hay nada nuevo bajo el sol. En cada madrugada sombría de la vida, se esconde, en estado embrionario, la libido. Le encanta que el amante sea inconsciente, o tenga complejo de Edipo. Que no entienda el valor del oeste en su vida, sino para difundir ante el mundo, los primeros rayos tibios del sol.

No hay nada nuevo bajo el sol, pero hay mucho secreto.

Ella era una chica blanca, enfermiza, transparente, una chica hermosa. Una creación de la imaginación de Musset de temple romántico. Un cuadro de Gkrez, pero sin ingenuidad. Mucho más moderna. Esta fórmula se encuentre tal vez en Frapier o en Bazen. ¿La rosa maternal? Era una maestra de escuela. La maestra de mi sentir.

Ifigenia enseñaba tercer grado, en una escuela provincial. El gran patio en las esquinas tenía dos pequeños céspedes bien recortados y tres acacias con algunos banquillos que eran su único adorno. En invierno, el agua se congelaba y era duro romper el barro bajo los gruesos zapatos nuestros.

La Sra. Nitsa, tal es el nombre de mi primer amor. Nunca estaba a tiempo. El Director se hacía de la vista larga ante aquella pequeña falta disciplinaria. El invierno de los llanos es muy malo para las pobres chicas de este tipo que se ganan la vida. El viento del norte se derrama desde las cumbres del Olimpo y los mármoles quedan completamente helados en los campos de Tesalia.

Nuestro salón de clase quedaba en un cuarto de esquina, donde siempre brillaba el sol, aun cuando estuviera nublado. La estufa de la esquina, echaba ruido y humo por el arco. Yo me sentaba en el primer banco, y esperaba pacientemente. Mis compañeros más próximos lucían agradables diseños.

Lo primero que hacía, al salir del lugar, era irme al patio a jugar de base o de prisionero. A continuación, el director de la dama, desalojaba el patio porque el ruido interrumpía y perturbaba a la gente "grande". Esta fue la mayor satisfacción que tuvo mi libertad, que germinó en una nueva alma humana, como la de ellos. Entonces venía la manifestación de esta epifanía de verme vagando por las llanuras. Y aquellas visiones pasaron delante de mis ojos.

Me gustaba ir a la estación. El camino era de barro, pero eso no importaba. Era tan agradable sentir el suelo ceder bajo mis pies, como una masa suave resbaladiza. Desde allí, llegábamos con voluntad a la habitación donde estaba el acetileno junto a un motor. Nos relacionamos bien con el personal,  y con aquel objeto precioso en las manos, fuimos a la gran Magoula, a la “Orman Magoula”, y a voluntad arrojamos la primera lata de leche Nestlé contra el firmamento, con ayuda de los gases de aquella sustancia orgánica.

Puede observar que en el anterior período la palabra "voluntad" aparece varias veces contra cada sentido de sintaxis y estilo. Y sin embargo, esta palabra es todo el período. Pues en general responde a lo fuerte de nuestro sueño, cuando se abrió la puerta y entró, pálido, fría, envuelto en su humilde abrigo, mi maestra, la Sra. Nitsa.

Dime, ¿cómo es que lo recuerdo después de tantos años de los acontecimientos?; ¿y luego del nacimiento de mi primer hijo, se mantiene perfectamente en mis recuerdos? Con un poco de buena voluntad, se encuentran viejas imágenes rebosantes de frescura e inocencia. Nuestro pequeño tiempo es tan poco y tan característico, que no puede comprender la gran chusma de vida ingrata. Es un juego de claro y limpio, una línea recta y definida. Como este pasar más tiempo por donde empieza el laberinto y el zig-zag de agonía exigiendo lo que somos. Somos grandes. Queremos, queremos, y no sabemos lo que queremos. La mayor característica de la vida es esa anticipación angustiosa, como la de los niños, algunas buenas, y en cuanto crecemos, un tanto malas.

Mira bien tus recuerdos. Allí encontrarás a otro hombre, diferente a ti, desconocido, un amigo o, tal vez, un enemigo. No eres él. Anatole France no es las "pequeñas piedras". Es el delgado y nostálgico niño sucesor de Patrick que tenía su nombre. Es como un soplo de aire fresco, o como una pizca de cocaína.

La clase de la señora Nitsa era un rito. La débil mujer, anémica y frágil, se impuso en mí más que una gran fuerza muscular. Curiosa prueba de ambos extremos. Su voz suave y dulce hablaba a las almas inmaduras. La lección se libaba como la miel de su boca.

Cuando se evoca colectivamente aquellos viejos tiempos, tratando de desentrañar algunos de los misterios de mi alma de niño, concluyo que era su presencia, pese a lo dedicada que era, lo que caracterizaba mejor a esta mujer. Su cara bonita de cera, sus rojos labios sueltos, sus párpados muertos y las grandes pestañas negras en aquellos ojos claros color violeta, la volvían una mezcla de inocente niña y mujer fatal. Fuera en el ocaso de un desayuno soleado o en una puesta de sol a la luz del verano, todo tuvo un encanto enormee  involuntario de inocente agradecimiento.

Por supuesto, en ese momento yo era incapaz de tales juicios. Las imágenes se guardan en mis imágenes y cobran vida bajo la presión de la nostalgia. Y si vivió o vive ahora es lo mismo.

Mis manos se deslizaban sin letras torpemente sobre el papel rayado. El latido del corazón no me hacía las letras tampoco. Así, inclinaba la cabeza con cautela, iba tirando líneas inefables en el cuaderno azul claro. Sólo un leve repiqueteo de fricción sonaba en la habitación blanca. La Sra. Nitsa en el asiento, parecía más blanca que nunca, bajo el volumen castaño de su cabello.

La agonía anidaba dentro de mi pecho. Las letras, a pesar de mi insistencia, me salían torpes, como de niño travieso ante el grosor del papel. Mi frustración alcanzaba el máximo. Levanté mis ojos con terror y súplica, hacia la maestra. ¿Atraje su atención? Sus transparentes ojos violeta, bajo aquellos párpados ennegrecidos, viajaban. ¡Suspiros! ¿Por qué? ¿Estaba enfermo? ¿Qué buscaba? ¿Lo olvidé?

Levantó su cabeza de blanco rostro. Miró y me vio. Su cabello ahora quedaba más cerca de mí que nunca.

¿Qué sucede, Giannakis?

¿Qué sucedía? Tantas cosas misteriosas que mi pequeña alma tenía, debía haberlo entendido un poco, la aireada profesora. Dentro de cada niño se esconde un hombre, un hombre como todos los demás, como el apuesto capitán, por ejemplo, que pasa con aplomo cuatro veces al día, bajo la ventana de la sala de clase. Este hombre lleva un niño escondido, que hace tiempo debería haber sido descubierto para domar sus mujeres con su arte. Pero no tuve tiempo. Su propio hombre, el hombre maduro, la descubrió, y si no la subyugó a caballo, se explica por todo lo que se estaba al pie de la ventana abierta, que excavaba la tierra en su ronda con sus piernas decididas.

Nos trataba como a hijos, la pobre señora Nitsa.

Mi voz se quebró cuando le respondí:

No puedo hacer la psi...

La psi. Tirana del estudiante neófito. El terror de la caligrafía. La mano se confunde cuando empieza temblando a perseguir el gran nudo gordiano de esta letra del alfabeto griego.

Una sonrisa bondadosa como de  Dios había estampada en su rostro. Los ojos divinos chorreando miel. Descendió de su asiento. Y se sentó a mi lado, al borde de la banqueta. El cuello de una mujer tiene un olor indefinible, pero a la misma vez esa inconsciente sensación, misteriosa y agradable desde siempre. El tiempo que su cuerpo descansó sobre mí; su elástica carne capturó bien mi memoria; sentía algo extraño parecido al placer. Tengo razones para pensar que esto es el placer en estado embrionario.

Sus largos dedos de cera de cálida fragancia manejaron mi mano infantil e ignorante. Y me guiaron por el laberinto de la psi, con correcta intelectualidad al niño analfabeta que había en mí como una mujer madura o adolescente guía al ignorante en el laberinto del amor.

A veces hago asociaciones con aquella mujer que hace unos años, por unas dracmas, se encargó de enseñarme en el ascensor, a subir al séptimo cielo del amor. No tengo sentimientos nuevos. Estoy seguro de que la Sra. Nitsa, hizo un papel realista en su debut conmigo. La señora Nitsa, esba ignorante de mi romance, de verdad. ¿Cómo iba la pobre muchacha a conocer los vericuetos y rincones del alma de sus alumnos?

Cada cosa conocida es el primer conocimiento que se tiene de lo que se hizo de nuevo desde las épocas más remotas de nuestra vida. Lo que acabamos de conocer hoy, ¿lo habíamos visto antes? ¿Cuándo? Es un misterio. Una vez cae en el rayo de nuestros sentidos, ya es una de sus innumerables formas. Tal vez, en algún momento, los dos últimos, ya olvidados, por lo que nuestra imaginación le pone una fecha bien alejada de nuestro nacimiento. Y digo nuestra imaginación, sin tomar argumentos que ventilen la metempsicosis para  apoyarme con ciencias inciertas. No, no me lo permito.

El final de la novela es breve. A la señora Nitsa la promovieron. El próximo año de clase había una más grande que daba el curso. Era una fea solterona, ingrata, cuya cara marchita estaba llena de granos con puntitas de pus lo que indicaba que era una joven retrasada e insatisfecha.

El sueño se desvaneció de mis ojos y, poco a poco, de mi corazón.

La Sra. Nitsa se casó con un capitán. Yo estuve presente en su boda. A veces los celos me sacudían el alma. Pero ya estaba civilizado. La veo a menudo, hoy en día. Los diez años que nos separaban ya no son una barrera mental ni social insuperable. El cosmopolitismo nos ha puesto en pie de igualdad. Está muy bien todavía, a pesar de que ha perdido el atractivo de la debilidad. Es la mujer, no la visión. Su esposo es ahora coronel y ha participado en tres movimientos. Vive feliz, y tiene una hija que se le parece mucho. Nos llevamos más de diez años, pero esta vez soy yo el que es mayor. Puede desaparecer de tu mente… Pero ese es otro tema. Sólo quería contarles acerca de mi primer amor...

Supongo que no hará falta añadir que ya no la amo más.

 

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