La Señora Nitsa
Michael Karagatsis
Mi primer amor era mayor que yo diez años, acaso más. Inmediatamente,
uno imagina el éxito de caza de una
mujer viuda, más o menos evasiva, y el eterno
romance superficial con un adolescente inmaduro, o
tal vez fuera producto de su imaginación. Pero no, mi primer amor en aquel tiempo, cuando me
encanté con ella, tenía solo veinte años de edad.
Yo tenía ocho.
La diferencia de edad no hubiera sido problema, si la frecuencia de los
encuentros no hubiera sido tan baja. Pero qué importa.
En aquel momento, ¿a cuál momento podía llamar superior
sino al mío? Yo sabía que tenía ocho años, mas estaba seguro de que la cifra solo significaba
un punto de clasificación, convencional, en torno a
mi edad, y vista al cristal de edad de quien estuviese
a mi lado. Podría ser que solo fueran ocho desde el
día en que viera la luz. Pero otros habían vivido
mucho tiempo, veinte, treinta años, que sé yo...
No vamos a invocar los argumentos fantasiosos sobre reencarnación. No hay
que ver mucho para encontrar un alma que,
subconsciente e instintivamente, piense a esa edad
que vivió y vive otra vez en un cuerpo nuevo. Yo
era ignorante de tal realidad, es todo. Porque de
haber vivido antes, hace ya mucho tiempo, y si mi alma
hubiera estado en trayectoria temporal sin rememorar
algún recuerdo de alegría la vida terrenal, no
cometería el error de volver a nacer.
Muchos encontrarían que yo tendría desarrollado prematuramente lo erótico.
¡Gran error! El amor no lo niego, pero lo erótico,
¡imposible! Y, sin embargo, si le echamos un vistazo a
la novelita "Primer amor" de Kondilakis,
se verá que no hay nada nuevo bajo el sol. En cada
madrugada sombría de la vida, se esconde, en estado
embrionario, la libido. Le encanta que el amante sea
inconsciente, o tenga complejo de Edipo. Que
no entienda el valor del oeste en su vida, sino para
difundir ante el mundo, los primeros rayos tibios
del sol.
No hay nada nuevo bajo el sol, pero hay mucho secreto.
Ella era una chica blanca, enfermiza, transparente, una chica hermosa. Una
creación de la imaginación de Musset de temple romántico.
Un cuadro de Gkrez, pero sin ingenuidad. Mucho más
moderna. Esta fórmula se encuentre tal vez en
Frapier o en Bazen. ¿La rosa maternal? Era una
maestra de escuela. La maestra de mi sentir.
Ifigenia enseñaba tercer grado, en una escuela provincial. El gran patio en
las esquinas tenía dos pequeños céspedes bien
recortados y tres acacias con algunos banquillos que
eran su único adorno. En invierno, el agua se
congelaba y era duro romper el barro bajo los
gruesos zapatos nuestros.
La Sra. Nitsa, tal es el nombre de mi primer amor. Nunca estaba a tiempo.
El Director se hacía de la vista larga ante aquella
pequeña falta disciplinaria. El invierno de los
llanos es muy malo para las pobres chicas de este
tipo que se ganan la vida. El viento del norte se
derrama desde las cumbres del Olimpo y los mármoles
quedan completamente helados en los campos de
Tesalia.
Nuestro salón de clase quedaba en un cuarto de esquina, donde siempre
brillaba el sol, aun cuando estuviera nublado. La
estufa de la esquina, echaba ruido y humo por el
arco. Yo me sentaba en el primer banco, y esperaba
pacientemente. Mis compañeros más próximos lucían
agradables diseños.
Lo primero que hacía, al salir del lugar, era irme al patio a jugar de base
o de prisionero. A continuación, el director de la
dama, desalojaba el patio porque el ruido interrumpía
y perturbaba a la gente "grande". Esta fue
la mayor satisfacción que tuvo mi libertad, que
germinó en una nueva alma humana, como la de ellos.
Entonces venía la manifestación de esta epifanía
de verme vagando por las llanuras. Y aquellas
visiones pasaron delante de mis ojos.
Me
gustaba ir a la estación. El camino era de barro,
pero eso no importaba. Era tan agradable sentir el
suelo ceder bajo mis pies, como una masa suave
resbaladiza. Desde allí, llegábamos con voluntad a
la habitación donde estaba el acetileno junto a un
motor. Nos relacionamos bien con el personal, y
con aquel objeto precioso en las manos, fuimos a la
gran Magoula, a la “Orman Magoula”, y a voluntad
arrojamos la primera lata de leche Nestlé contra el
firmamento, con ayuda de los gases de aquella
sustancia orgánica.
Puede observar que en el anterior período la palabra "voluntad"
aparece varias veces contra cada sentido de sintaxis
y estilo. Y sin embargo, esta palabra es todo el período.
Pues en general responde a lo fuerte de nuestro sueño,
cuando se abrió la puerta y entró, pálido, fría,
envuelto en su humilde abrigo, mi maestra, la Sra.
Nitsa.
Dime, ¿cómo es que lo recuerdo después de tantos años de los
acontecimientos?; ¿y luego del nacimiento de mi primer
hijo, se mantiene perfectamente en mis recuerdos? Con un
poco de buena voluntad, se encuentran viejas imágenes
rebosantes de frescura e inocencia. Nuestro pequeño
tiempo es tan poco y tan característico, que no
puede comprender la gran chusma de vida ingrata. Es
un juego de claro y limpio, una línea recta y
definida. Como este pasar más tiempo por donde
empieza el laberinto y el zig-zag de agonía
exigiendo lo que somos. Somos grandes. Queremos,
queremos, y no sabemos lo que queremos. La mayor
característica de la vida es esa anticipación
angustiosa, como la de los niños, algunas buenas, y
en cuanto crecemos, un tanto malas.
Mira bien tus recuerdos. Allí encontrarás a otro hombre, diferente a ti,
desconocido, un amigo o, tal vez, un enemigo. No
eres él. Anatole France no es las "pequeñas
piedras". Es el delgado y nostálgico niño
sucesor de Patrick que tenía su nombre. Es como un
soplo de aire fresco, o como una pizca de cocaína.
La
clase de la señora Nitsa era un rito. La débil mujer, anémica y frágil,
se impuso en mí más que una gran fuerza muscular.
Curiosa prueba de ambos extremos. Su voz suave y
dulce hablaba a las almas inmaduras. La lección se
libaba como la miel de su boca.
Cuando se evoca colectivamente aquellos viejos tiempos, tratando de desentrañar
algunos de los misterios de mi alma de niño,
concluyo que era su presencia, pese a lo dedicada
que era, lo que caracterizaba mejor a esta mujer. Su
cara bonita de cera, sus rojos labios sueltos, sus párpados
muertos y las grandes pestañas negras en aquellos ojos
claros color violeta, la volvían una mezcla de
inocente niña y mujer fatal. Fuera en el ocaso de un
desayuno soleado o en una puesta de sol a la luz del
verano, todo tuvo un encanto enormee involuntario de
inocente agradecimiento.
Por supuesto, en ese momento yo era incapaz de tales juicios. Las imágenes
se guardan en mis imágenes y cobran vida bajo la
presión de la nostalgia. Y si vivió o vive ahora
es lo mismo.
Mis manos se deslizaban sin letras torpemente sobre el papel rayado. El
latido del corazón no me hacía las letras tampoco.
Así, inclinaba la cabeza con cautela, iba tirando líneas
inefables en el cuaderno azul claro. Sólo un leve
repiqueteo de fricción sonaba en la habitación
blanca. La Sra. Nitsa en el asiento, parecía más
blanca que nunca, bajo el volumen castaño de su cabello.
La agonía anidaba dentro de mi pecho. Las letras, a pesar de mi insistencia,
me salían torpes, como de niño travieso ante el
grosor del papel. Mi frustración alcanzaba el máximo.
Levanté mis ojos con terror y súplica, hacia la
maestra. ¿Atraje su atención? Sus transparentes
ojos violeta, bajo aquellos párpados ennegrecidos,
viajaban. ¡Suspiros! ¿Por qué? ¿Estaba enfermo? ¿Qué
buscaba? ¿Lo olvidé?
Levantó su cabeza de blanco rostro. Miró y me vio. Su cabello ahora quedaba más cerca
de mí que nunca.
–¿Qué sucede, Giannakis?
¿Qué sucedía? Tantas cosas misteriosas que mi pequeña alma tenía, debía
haberlo entendido un poco, la aireada profesora.
Dentro de cada niño se esconde un hombre, un hombre
como todos los demás, como el apuesto capitán, por
ejemplo, que pasa con aplomo cuatro veces al día,
bajo la ventana de la sala de clase. Este hombre
lleva un niño escondido, que hace tiempo debería
haber sido descubierto para domar sus mujeres con su
arte. Pero no tuve tiempo. Su propio hombre, el
hombre maduro, la descubrió, y si no la subyugó a
caballo, se explica por todo lo que se estaba al pie
de la ventana abierta, que excavaba la tierra en su
ronda con sus piernas decididas.
Nos trataba como a hijos, la pobre señora Nitsa.
Mi voz se quebró cuando le respondí:
–No puedo hacer la psi...
La psi. Tirana del estudiante neófito.
El terror de la caligrafía. La mano se confunde
cuando empieza temblando a perseguir el gran nudo
gordiano de esta letra del alfabeto griego.
Una sonrisa bondadosa como de Dios
había estampada en su rostro. Los ojos divinos
chorreando miel. Descendió de su asiento. Y se sentó
a mi lado, al borde de la banqueta. El cuello de una
mujer tiene un olor indefinible, pero a la misma vez
esa inconsciente sensación, misteriosa y agradable
desde siempre. El tiempo que su cuerpo descansó
sobre mí; su elástica carne capturó bien mi
memoria; sentía algo extraño parecido al placer.
Tengo razones para pensar que esto es el placer en
estado embrionario.
Sus largos dedos de cera de cálida fragancia manejaron mi mano infantil e
ignorante. Y me guiaron por el laberinto de la psi,
con correcta intelectualidad al niño analfabeta que
había en mí como una mujer madura o adolescente guía
al ignorante en el laberinto del amor.
A veces hago asociaciones con aquella mujer que hace unos años, por unas dracmas,
se encargó de enseñarme en el ascensor, a subir al
séptimo cielo del amor. No tengo sentimientos
nuevos. Estoy seguro de que la Sra. Nitsa, hizo un
papel realista en su debut conmigo. La señora
Nitsa, esba ignorante de mi romance, de verdad. ¿Cómo iba la pobre muchacha a conocer los
vericuetos y rincones del alma de sus alumnos?
Cada cosa conocida es el primer conocimiento que se tiene de lo que se hizo
de nuevo desde las épocas más remotas de nuestra
vida. Lo que acabamos de conocer hoy, ¿lo habíamos
visto antes? ¿Cuándo? Es un misterio. Una vez cae
en el rayo de nuestros sentidos, ya es una de sus
innumerables formas. Tal vez, en algún momento, los
dos últimos, ya olvidados, por lo que nuestra
imaginación le pone una fecha bien alejada de
nuestro nacimiento. Y digo nuestra imaginación, sin
tomar argumentos que ventilen la metempsicosis para apoyarme
con ciencias inciertas. No, no me lo permito.
El final de la novela es breve. A la señora Nitsa la promovieron. El próximo
año de clase había una más grande que daba el
curso. Era una fea solterona, ingrata, cuya cara
marchita estaba llena de granos con puntitas de pus
lo que indicaba que era una joven retrasada e
insatisfecha.
El sueño se desvaneció de mis ojos y, poco a poco, de mi corazón.
La Sra. Nitsa se casó con un capitán. Yo estuve presente en su boda. A
veces los celos me sacudían el alma. Pero ya estaba
civilizado. La veo a menudo, hoy en día. Los diez años
que nos separaban ya no son una barrera mental ni
social insuperable. El cosmopolitismo nos ha puesto
en pie de igualdad. Está muy bien todavía, a pesar
de que ha perdido el atractivo de la debilidad. Es
la mujer, no la visión. Su esposo es ahora coronel
y ha participado en tres movimientos. Vive feliz, y
tiene una hija que se le parece mucho. Nos llevamos
más de diez años, pero esta vez soy yo el que es
mayor. Puede desaparecer de tu mente… Pero ese es
otro tema. Sólo quería contarles acerca de mi
primer amor...
Supongo que no hará falta añadir que ya no la amo más.
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