Cómo
el pueblo se volvió cristiano
Ioanis
Kondylakis
He
tenido una semana extraña, y como venganza contra
los elementos, he hecho una cosa un poco extraña.
Había
oído hablar a menudo a mi padre la historia de por
qué tuvo que vender en Modi y pasarse a la aldea
montañesa de Akaranou. La razón fue por “un
musulmán”‒con
perdón‒y
por un cerdo ‒con
permiso‒,
así es como hablaba y expresaba su odio hacia los
musulmanes en particular, y a los musulmanes en
general. Modi en aquel entonces era todavía una
aldea musulmana. Había algunos cristianos, pero era
en las tierras bajas y eran humildes, eran
“terceros”‒es
decir, los que cultivaban las fincas de los
musulmanes por un porciento de los ingresos. Eran
casi siervos. El único que tenía cierto grado de
dignidad y orgullo, porque tenía bienes suficientes
como para no tener que trabajar para los aghas, era
mi padre Mikhalis Alefouzos. Pero, precisamente
porque tenía un espíritu independiente y su
columna vertebral no se doblaba fácilmente, se ganó
la antipatía de Kerim Agha, el musulmán más rico
y poderoso de Modi, un hombre fanático y tiránico,
que quería que los cristianos sintieran que vivían
sólo a través del sufrimiento por cuenta de los
musulmanes. Por esa razón, cada vez que Alefouzos
pasaba y saludaba con un simple: Buenas noches,
Kerim Agha, él sacudía su cabeza y lo miraba
amenazante. Pero él siguía su camino.
Un
día, dijo a otro musulmán:
‒Ese
hombre, por Alá, Alefouzos, no solo es
revoltoso, sino que se atreve a mirarle a uno a los
ojos, no es sumiso.
Cuando
el período de la dominación egipcia trajo algo de
alivio a la situación de los cristianos de Creta,
Alefouzos se animó lo suficiente como para cometer
un gran acto de audacia. Compró un cerdo y lo
alimentó para la fiesta de Navidad. ¡Un cerdo en
Modi! ¡Un cerdo en la aldea de Agha Kerim, justo al
lado de su casa! ¡Como una sífilis! ¡Que se confunda su
madre, la infiel!
Los
primeros chillidos del cerdo propagaron terror en el
pueblo, y el pelo de muchos musulmanes se erizó.
Hubo un consejo de los aghas de Kerim Agha y
decidieron que los de Alefouzos, los rebeldes, deberían
ser expulsados de la aldea o matados. Pero antes que
todo lo demás: el cerdo también tenía que ser
asesinado. Sencillamente intolerable. El día
anterior, mientras Kerim Agha fumaba su pipa en el
patio, vio al sucio meter su hocico a través de la
puerta de su patio semicerrado. ¡Una sífilis es! ¡Sea
su padre!
‒Un
día de estos, por Alá, se va a llegar hasta la
mezquita ¡y nos arruina el día! ‒dijo
el otro Afga. Se asoma
allí adonde encuentre una apertura en su camino y,
¡chui, chui!
‒Lo
tengo que matar, mis afgas, al chancho, ‒dijo
el bulbashi musulmán albanés, ‒una
especie de sargento de policía, que representaba la
autoridad en el pueblo. El que aprobaba totalmente
las decisiones tomadas en las reuniones.
Al
día siguiente, al pasar frente a casa de Alefouzos,
sacó su pistola y mató al cerdo.
‒¿Por
qué no lo amarró, señora, a la bestia, adentro?
¿Por qué ‒
Dios lo condene‒,
y lo dejó asomarse entre nuestros pies? ‒dijo
a la mujer de Alefouzos que había oído el disparo
y se apareció preocupada a la puerta.
Alefouzos
era terco; dentro de una semana tenía otro cerdo más
grande, traído desde Platania.
‒Por
amor a Dios, ¿estás buscando a morirte, Mikhalis? ‒Le preguntó uno de los hermanos cristianos de la aldea. ¡Que no
levante sus narices, porque te asesinan!
‒No
me matan, ‒respondió
Alefouzos con calma‒.
El tiempo de los jenízaros es cosa del pasado.
Pero
la época de los jenízaros no era tan del pasado
como suponía. El bulbashi le mató el otro cerdo,
ahora con la excusa de que le había virado su pipa hookah.
Por lo que Alefouzos concluyó que, si seguía
insistiendo en la compra de cerdos, estaría
ayudando a los albaneses musulmanes en sus prácticas
de tiro.
Pero
Karim Agha, furioso, finalmente consiguió su
liberación un día, cuando se encontró con
Alefouzos en la calle:
‒¿Qué
es toda esa confrontación?
Cochino, infiel. ¿Qué es lo que estás trayendo a
este pueblo?
‒No
es ninguna confrontación,
Kerim Agha, ‒dijo
Alefouzos en tono respetuoso, pero firme‒.
Nuestra fe nos permite comer carne de cerdo, con
perdón…
‒Su
fe... ¡su fe!
Al
mismo tiempo alzó la pipa y golpeó a Alefouzos.
Pero aquel evitó la trifulca aguantando la mano de
Agha.
‒¡Levantas
la mano contra mí, perro infiel! ‒
gritó Kerim
Agha y comenzó a golpearlo furiosamente. Otros
musulmanes se allegaron, a él y a Alefouzos, y
pronto se lo llevaron a su casa, inconsciente y
ensangrentado. Después de un mes, al salir una
noche para alimentar a sus bueyes, fue baleado por
unos desconocidos; resultó herido en el hombro, y
estuvo cerca de morir; quedó postrado durante mucho
tiempo. Seguro de cuanto los musulmanes tenían
decidido hacerle, se vio obligado a vender todo y
buscar refugio en un pueblo de la montaña en
Akaranou.
Su
hijo, Stamatis, a menudo había oído aquella
historia sobre su padre en su niñez, y había
acumulado suficiente odio en su alma contra los
musulmanes y en especial contra los de Modi. Soñaba
vengarse.
Kerim
murió, y el viejo Alefouzos también, ‒¡vamos,
a los dos les va bien en el Inframundo, a donde
seguramente se llevaron su odio consigo!‒.
Pero de igual manera que Alefouzos había dejado un
hijo atrás, también Kerim; uno llamado: Arif Agha.
Ambos ansiosos de ajustar cuentas a la familia de
uno y otro. Pero Arif era completamente diferente a
su padre. Era un hombre de buen corazón, amaba el
vino y el entretenimiento, andaba en buenas
relaciones con los cristianos y con los musulmanes.
Dividía su tiempo entre Modi ‒donde
tenía esposa e hijos‒,
y en Chania, ‒donde
además tenía amantes más compañeros de bebida.
Su única preocupación era divertirse y pedir
prestado o vender, cuando sus ingresos eran
insuficientes a sus necesidades.
Stamatis,
había heredado la laboriosidad de su padre, y su
venganza particular contra los musulmanes de Modi.
Era de la misma edad de Arif, ‒un
joven de acaso treinta y cinco años, de hercúlea
constitución, barba rubia y áspera, y los ojos
llenos de chispa y astucia.
Un
día el pueblo, de repente, descubrió que Alefouzos
Stamatis había vuelto y comprado la propiedad de su
padre. En pocos días se habìa instalado en ella
junto a la villa de Arif. Una de las primeras cosas
que hizo fue traer de Akaranou una cerda con seis o
siete lechones, tan ruidosos que por estar todo el
tiempo en movimiento se pensaría que todo el pueblo
estaba lleno de ellos. Que, de hecho, así era,
porque los cristianos de Modi tenian ya otros cerdos
comprados y los habían dejado libres de pasearse
por el pueblo y por las granjas de los alrededores,
o visitar la cafetería musulmana, y hasta entrar en
los patios musulmanes para angustia y horror de las
damas caseras, pues le destruian sus huertas.
Ahora
ya no había un bulbashi, y el tiempo de los
jenízaros estaba tan distante que había quedado
casi en el olvido. Modi había pasado de ser un
pueblo musulmán a uno cristiano, pues durante la
rebelión última, muchos musulmanes murieron o se
quedaron en Chania. A los musulmanes restantes, le
sucedieron los cristianos de los pueblos de la montaña,
siguiendo el ejemplo de Stamatis, que también le
compraron sus fincas a los musulmanes que andaban
vendiéndolas. Así, al ver la población cristiana
crecer y a la musulmana disminuir, Stamatis se
regocijó. Un día dijo a Arif, con burlona sonrisa:
‒Hey,
Arif Agha, ¡si su difunto padre estuviera vivo para
ver lo que ha pasado con el pueblo!
Arif
frunció el ceño.
‒¿Y
qué ha pasado con el pueblo?, ‒dijo
con voz ahogada.
‒Pues
que se volvió cristiano, te digo. ¡Mira, mira!
Y
con gesto triunfal, señalaba una manada de cerdos
que iban por allí tras su madre de lento andar.
Pero Arif observaba a los lechones, sin escupir ni
jurar, como su padre habría hecho.
‒Si
tu padre viviera, ‒añadió
Stamatis, ‒estaría
a punto de estallar.
Pero
al ver que Arif no se enojaba, y en su lugar se
entristecía por la burla, la terquedad de Stamatis
se aplacó. Así abandonó el acto de venganza
que había planeado por mucho tiempo: enviarle al
hijo de Kerim Agha su mejor cochinillo de regalo.
Pero
el alma de Stamatis nunca se alegró tanto como aquel
día de Nochebuena, cuando todo Modi se hizo eco del
sonido de los cerdos sacrificados. Para reforzar el
regocijo, con una sonrisa de oreja a oreja, segun se
dice, repetía:
‒¡Hoy,
por primera vez, veo que Modi se ha hecho
cristiano!
Siempre
andaba con la idea que, pese a la apatía demostrada
por Arif, en sus adentros este debía sentirse
devastado. ¡No fue cosa pequeña, matar a dos
cerdos frente a su puerta! Pero tras unos días,
Arif al volver de Chania, detuvo su caballo ante la
puerta de Stamatis.
‒Buenas
noches, vecino, ‒le
dijo.
Tráeme vino como invitado. Estoy de buen humor esta
noche.
Stamatis
fue a traer el vino, pero Arif lo detuvo.
‒Y
algo bueno de picar.
Luego
se bajó del caballo, y en voz baja le dijo:
‒¡Un
buen pedazo de salchicha de cerdo...!
Traducción
del inglés. No decía nombre del traductor.
|