Vuelta a la derecha
Adolfo
Sánchez Rebolledo
El
gran cambio, con mayúsculas, prometido por Vicente Fox no se produjo. Más bien, el
sexenio de la alternancia siguió las inercias que ya estaban presentes en la coyuntura
del año 2000, así no se reconocieran todos sus signos: la preminencia de los medios como
modeladores de la conciencia social, la concentración del poder en una elite divorciada
de la ciudadanía, el culto al mercado y el temor clasista a la pobreza, el respeto
sagrado al equilibrio macroeconómico, la ausencia de cualquier equivalente de proyecto
cultural, la asunción de la democracia con minúsculas, en fin, la falta de una visión
de futuro atada a la negación mesiánica del pasado siempre en tinieblas.
Sin embargo, el foxismo ha conseguido concretar un cambio
fundamental en un terreno históricamente minado: el de las relaciones con la Iglesia
católica. Allí, la rectificación iniciada por Carlos Salinas de Gortari ha dado pasos
de gigante. Ningún presidente mexicano había dado tantas pruebas de obsecuencia hacia
una institución que combatió desde el comienzo al Estado surgido de la Revolución
Mexicana, como lo ha hecho Vicente Fox.
No hablamos de las creencias personales del Ejecutivo o sus
secretarios más próximos, sino de la institución presidencial y, en definitiva, del
Estado, ante la más poderosa de las congregaciones religiosas del país. Contra lo que
suele afirmarse, el tema de fondo no es la libertad religiosa de los funcionarios,
ampliamente protegida por la Constitución, sino el laicismo concebido como verdadera -no
simulada- separación entre Estado y religión. La presencia del secretario de
Gobernación en un acto de celebración cristera no es, como se dice, mera expresión de
fe individual, por cuanto la misa realizada en el estadio Jalisco fue un acto público
claramente destinado a cumplir, más allá de sus funciones religiosas, con una finalidad
grata a la derecha: oponer al mundo creado por la secularización y el laicismo la opción
conservada por la "iglesia del silencio", a la que hizo referencia la jerarquía
antes de la primera visita papal y de la que paralelamente obtienen Fox y el panismo la
visión negativa de la historia mexicana.
Casi al mismo tiempo que en Guadalajara se beatificaba a los
cristeros, en México se presentaba el Compendio de doctrina social, obra magna donde se
pretenden sistematizar los puntos de vista expresados por la Iglesia católica para
comprender y enfrentar los problemas planteados por la sociedad moderna. Allí también
estuvo el Presidente y, además de la fórmula de cortesía protocolaria, tomó la palabra
para hacer un elogio de la aportación del pensamiento religioso: "Necesitamos de una
poderosa ofensiva de espiritualidad, y una intensísima promoción de valores universales;
centrar nuestra atención en la persona, en su dignidad, en el bien común". Sin
duda, el compendio merece ser estudiado con respeto y rigor, pero es increíble que el
Presidente diga, sin inmutarse, que el texto será una "gran guía" y que las
"iglesias ecuménicas son el gran aliado" para ganar la batalla al terrorismo,
la injusticia, la pobreza y la violación a los derechos humanos", siguiendo así el
ejemplo de otros gobernantes que, desafortunadamente, se empeñan en mezclar la religión
con la política. No extrañe, pues, que mañana la Iglesia pida la inclusión de la
religión en la enseñanza pública o el derecho a marcar con sus propios signos
religiosos otros espacios ciudadanos, o que algún candidato reciba por ahí algo más que
bendiciones en su parroquia. En definitiva, pasado por este tamiz político religioso, el
laicismo queda reducido a una división administrativa entre profesos de la misma
creencia, es decir, a la reiteración oportunista, pero inocua, de subrayar que los
negocios de Dios y los del césar no se juntan, aunque nuestros gobernantes (y algún
entusiasta candidato) olviden el significado de la expresión. Al parecer, a los partidos
no confesionales tampoco les importa demasiado defender el laicismo, sin ver que la
Iglesia católica ya tiene candidato y no dejará de hacer lo que pueda para asegurar la
continuidad del panismo en el gobierno, mal que le pesen sus torpezas.
Con todo, las palabras presidenciales sonaron con un ruido
extraño en la cabeza de algunos prelados que, al igual que monseñor Rivera, se
adelantaron a decir que la Iglesia sólo busca "hacer política en un sentido más
amplio, o sea, la política que mira al bien común y a la sociedad". A estas
alturas, la derecha puede sentirse satisfecha con sus logros. El país no.
|