Parémoslo, porque anda suelto
Guillermo
Almeyra
Desde
el punto de vista del país, aunque no desde el de su clase, Fox es un peligro, pero sabe
lo que hace, ya que avanza porque no tiene una verdadera oposición ni en el campo de los
partidos (gobierna con la yunta PRI y PAN) ni en el de la sociedad, pues no hay
actualmente movimientos sociales que lo enfrenten. Por eso muestra desafiantemente sus
músculos a Venezuela para dar seguridad a los posibles inversionistas y granjearse el
apoyo de la Casa Blanca. Está destrozando, así, la posibilidad de alianzas
latinoamericanas, particularmente con Venezuela y el Mercosur, que puedan contrarrestar la
presión de Estados Unidos, y está atando el país al carro de Washington, además de
desangrarlo y debilitarlo con su política económica y su presupuesto abiertamente
antipopular. Promete entregar o entrega todo lo que le dejan entregar, y sirve -además,
gratuitamente, sin obtener nada para el país- a la política de Bush, que incluso una
buena parte de las clases gobernantes de Estados Unidos quiere abandonar. Anda suelto, sin
control alguno, como un elefante en una cristalería, imponiendo en el presupuesto para
2006 recortes al apoyo al campo, a la cultura, a la educación, y reforzando la alianza
con Carlos Salinas de Gortari, influyendo en la campaña electoral con su apoyo abierto a
Felipe Calderón, pero también reforzando a Roberto Madrazo. Después de hacer el papel
de muñeco del ventrílocuo imperial en Mar del Plata, ahora lleva al país al borde de la
ruptura de relaciones con Caracas con el pretexto nimio de la torpeza e inoportunidad de
las palabras de Hugo Chávez, al cual, sin embargo, había previamente insultado y
provocado. Su actitud ante los desastres en el sureste del país y el presupuesto que ha
hecho aprobar por la alianza PRI-PAN demuestran por enésima vez la continuidad de su
política con la del salinismo.
Es indispensable frenarlo. Pero para ponerle coto e
impedir que utilice todo el peso del Estado a favor del PRIAN y de la continuidad de las
políticas neoliberales es necesario encauzar la protesta social y darle objetivos. El PRD
no lo hace, y su oposición -al presupuesto, al retiro del embajador en Venezuela, a la
intromisión presidencial en el proceso prelectoral- ha sido sólo formal y de una tibieza
extrema, y el propio López Obrador ha creído necesario, para mostrarse moderado ante los
del Pacto del Castillo de Chapultepec, respaldar la majestad de la figura presidencial en
el mismo momento en que el inquilino de Los Pinos la arrastraba por el lodo y hacía el
ridículo día tras día. Tampoco las organizaciones sociales han presentado,
unificadamente, una propuesta alternativa de presupuesto, explicada y fundamentada, a
millones de personas para enfrentar realmente la política gubernamental, funesta para las
clases subalternas, terrible para el país. En cuanto a la otra campaña, sigue
empantanada en deslindes internos, sin hablar de los objetivos sociales que unen, sin
intentar organizar la protesta y la resistencia de los sectores populares -que están
huérfanos de propuestas y de dirección-, y sin intentar definir con ellos los puntos
centrales para una movilización alternativa que frene la ofensiva gubernamental contra
los salarios reales y contra las conquistas sociales. El electoralismo de unos (PRD y
direcciones sindicales) y el antielectoralismo de otros, es decir, de quienes hacen, por
ausencia, otro tipo de política electoral, dan como resultado el abandono del terreno de
las luchas y de la construcción de alternativas. Ese vacío es el que le otorga
protagonismo a quien, desde Los Pinos, sólo piensa en los intereses del gran capital
internacional, presenta como única política lógica y posible la de George W. Bush y da
garantías al capital financiero incluso antes de que se las pidan.
La campaña electoral de López Obrador no alza vuelo, y
hasta hoy tiene aliento entrecortado no sólo por la gran moderación y el conservadurismo
de los discursos del candidato del PRD, sino también porque no despierta ni moviliza
esperanzas en las mayorías, que están ajenas a la disputa electoral y no ven la
posibilidad de un cambio social y político real. El PRD, pues, está lejos de tener una
victoria asegurada, y no sólo por la actuación gubernamental a favor de Felipe Calderón
o por el fraude que le harán sino, sobre todo, por su propia impotencia.
¿Qué queda? Si en el lapso corto que queda hasta las
elecciones no intervienen los hasta ahora inaudibles, campesinos, indígenas, obreros,
pobres de la ciudad y del campo, México sufrirá una nueva dosis masiva y letal de
políticas neoliberales, los salarios reales seguirán disminuyendo, la desocupación
aumentando, la emigración será aún más masiva y descenderemos un nuevo peldaño hacia
la barbarie. Ahora bien: ni las direcciones sindicales y campesinas, ni los estudiantes y
profesores, ni nadie (con excepción de la digna protesta de los trabajadores de la
cultura), ha suplido con su iniciativa y acción el vacío dejado por una oposición
parlamentaria preocupada por las elecciones que dejó pasar un presupuesto regresivo sin
mostrar siquiera sus implicaciones, sin movilizarse contra el mismo. No hay sólo un
vacío político: tampoco hay movimientos que traten de dar un cauce a la protesta, que
sí existe pero está desorganizada. Las víctimas "votan con los pies" en todo
México, incluso Chiapas, yéndose silenciosamente "del otro lado", o se
preparan estallidos de desesperación salvajes y sin objetivos. Más que nunca es
necesario un plan de lucha, de meses, y un amplio frente social para cambiar este negro
panorama. |