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Red Jalisco, Coalición de Trabajadores de la Educación

Foro: "Salud, Seguridad Social y Pensiones"


Conferencia del Dr. Ángel Guillermo Ruiz Moreno

Redes Ciudadanas de Jalisco

El ominoso futuro de la seguridad social de los servidores públicos en México*

* Conferencia dictada en el marco del Foro: "Salud, Seguridad Social y Pensiones", organizado por la Red Jalisco Coalición de Trabajadores de la Educación y la Red de Salud, Seguridad Social y Cultura de Jalisco, el pasado 18 de febrero de 2006 en el Casino del Médico (Sierra Nevada No. 910).

Para empezar debo expresar mi gratitud al Comité Organizador de este evento, y de manera especial al Profr. José Luis Rodríguez Flores, la amable invitación que me hicieran para participar en este evento cuya pertinencia y oportunidad es indiscutible en los albores de una sucesión Presidencial. 
     Resulta muy gratificante hablar en este magnífico marco, para tocar un tema que a los investigadores nacionales nos ocupa y preocupa en nuestro cotidiano quehacer académico. Abordaré ahora un tema poco explorado no obstante tratarse de un asunto de interés nacional: El ominoso futuro de la seguridad social de los servidores públicos en México.

Contextualización del problema
Como ya sabemos todos, al menos en lo que atañe al trabajo ordinario, el fenómeno laboral se trasforma deprisa siguiendo ineluctablemente las nuevas tendencias mundiales: posicionamiento global, productividad al tope, flexibilización y desregulación, una menor responsabilidad contractual por parte de los empleadores, notoria reducción de los programas de protección social y, por sobre todas las cosas, un palpable decrecimiento de las prestaciones laborales. La regla actual es muy clara: producir más con menos. Lo demás, de plano a muchos no les importa.
     Cierto es que el trabajo se transforma de manera radical, por lo cual la primera gran interrogante en que deberíamos meditar todos es si el Derecho Burocrático también ha sufrido alguna transformación a inicios del siglo XXI, y en la hipótesis de que así haya sido, si hemos actuado en consecuencia. Al menos para el suscrito resulta notorio su declive. Explico por qué.
     El total recargamiento –por no decir descargamiento– en los esquemas públicos de la seguridad social de la otrora magnífica previsión social laboral, tanto en el trabajo ordinario como en el burocrático, antaño negociada contractualmente entre patronos y trabajadores y que tanto lustre diera al Derecho del Trabajo, es una especie en plena extinción al menos en México; y aquí surge una segunda gran interrogante a dilucidar: si todavía existen esquemas de previsión social en el servicio burocrático, a partir de si en verdad los sindicatos de servidores públicos cumplen su función esencial para el que fueron pensados; o bien si el Estado –entendido aquí como el gran empleador en nuestro país–, siguiendo modas mundiales harto cuestionables, ha descargado también sus obligaciones naturales como empleador en los esquemas existentes de la seguridad social.
     Detengámonos un instante en este punto para lanzar una pregunta que nos parece pertinente: ¿Por qué se habla de previsión social y de seguridad social como si fueran 2 conceptos y cosas distintas? Y la respuesta es acaso obvia para la gran mayoría de nosotros como juslaboralistas, pero no lo es para más de 105 millones de mexicanos, incluidos aquí nuestras autoridades: porque son 2 conceptos diferentes y aluden a cosas distintas.
     En efecto, es una lástima que a pesar del notable avance científico logrado a la fecha, hasta los juristas –ya no digamos los legisladores, gobernantes y juzgadores mexicanos– continúen confundiendo conceptos básicos tales como asistencia social, previsión social, seguro social, seguridad social, o Derecho de la Seguridad Social, como si todo ello fuese lo mismo, negándole de paso a esta última disciplina jurídica la real autonomía que tiene respecto del Derecho del Trabajo o del Derecho Burocrático.
     Ése es un asunto técnico-científico que no es privativo de México (si el mal de muchos sirve de consuelo), sino que se palpa en el planeta entero. De manera que en esa especie de “Torre de Babel” académica en que nos desenvolvemos cotidianamente, hay una mezcolanza terminológica tan notoria que hemos sido capaces hasta de confundir el Seguro Popular de Salud –sin duda uno de los más pregonados Programas públicos en materia de asistencia social de la administración del Presidente Vicente Fox–, con un esquema de seguridad social, pero sin serlo en realidad.
     El colmo es que hasta se le ha puesto a competir con los seguros sociales tradicionales que están legalmente instituidos –pregonando incluso pensiones construidas “peso por peso”, metidas con calzador en el Programa Oportunidades desde inicios de 2006–, todo lo cual es un error inaceptable desde cualquier ángulo, porque engaña a la gente y hasta resulta lesivo para los más pobres de este país, dado que el Seguro Popular de Salud no es un seguro, tampoco es popular y menos aún lo es de salud.
     Diseñado dizque “para quienes no tienen seguridad social básica” (sic) por tipos que se quieren pasar de listos y para colmo con errores estructurales gravísimos, se parte de premisas falsas y por consecuencia se obtienen conclusiones erróneas, lo que nada bueno puede augurar; convirtiéndose en un verdadero atraco en despoblado pues injustamente se cobra el servicio de salud por adelantado a quienes menos tienen, haciéndolo sin derecho alguno pues la asistencia social debe ser gratuita, siendo pues un asunto clientelar en épocas preelectorales.
     Para ver si lo entienden de una buena vez, alguien debería explicárselo a la actual administración federal que, pregonada como “la del cambio” (sic) no ha cambiado nada y lo que ha modificado, lo ha hecho mal; el aludido es un botón de muestra del porqué la seguridad social contemporánea está como está. Al grado que si Bismarck (su creador) o Beveridge (su transformador) vivieran hoy día, se volverían a morir de pena ajena.

El servicio público de la seguridad social en el siglo XXI
Visto lo anterior, es factible afirmar que si hoy tienden a abandonarnos los Derechos del Trabajo, Burocrático y el de la Seguridad Social –surgidos todos del mismo tronco común: el artículo 123 Constitucional, y por ende de vecindad innegable, aunque los bienes jurídicos tutelados y sus naturales campos de acción sean muy diferentes, si bien son complementarios–, si nos abandonan digo, en un mea culpa obligado como académico, pienso que lo hacen en simple reciprocidad al abandono ideológico en que nosotros los juslaboralistas les hemos tenido desde hace al menos un par de décadas.
     Los creíamos ya “hechos” e inmutables, pero comprobamos que no era así; creíamos que los derechos que consagraban era irrenunciables, y ya vemos que no; sentíamos que no había marcha atrás, pero constatamos que sí.
     Pero vamos a lo nuestro. La seguridad social, otrora magnífica “red protectora” en el circo de alto riesgo de la vida, lentamente comienza a ser soltada por el Estado aduciendo su presunta incosteabilidad, siendo ésta una tesis economicista en la que jamás podremos estar de acuerdo por la sencilla cuanto contundente razón de que, en cuestiones de  protección social, si el Estado no puede asumir las responsabilidades, entonces nadie podrá hacerlo. Así de simple y, a la par, así de complejo el asunto.
     ¿Qué es lo que ha ocurrido?, nos preguntamos a diario. ¿Cómo fue que extraviamos el camino? ¿Fue ignorancia o indiferencia? ¿Fueron intereses contrapuestos a los nobles fines perseguidos por la seguridad social? ¿Hubo en todo esto mala fe o simple ignorancia? Pues bien, podría ser cualquiera de ellas o una combinación de todas la razón primordial del actual estado de cosas. Sin embargo, más que el simple diagnóstico de la causa, es el efecto lo que a nosotros nos debiera interesar; centrémonos entonces, por razones de simple congruencia, al análisis del esquema protector de los servidores públicos federales.
     Es muy triste tener qué reconocer que la seguridad social brindada por el Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (ISSSTE), manto protector básico de los servidores públicos federales y sus derechohabientes, se halla en crisis y al borde del colapso financiero debido a multitud de factores, aunque uno de los más importantes es que se ha socavado de raíz su financiamiento tradicional.
     En efecto, contradiciéndose el discurso oficial y lo que se exige a los gobernados, miles de servidores públicos en el país son contratados dizque “por honorarios”, enmascarándose una relación subordinada mediante la elaboración de “contratos de prestación de servicios”, intentando “romper” con la subordinación como el detonante de una relación laboral e incorporación forzosa a la seguridad social básica.
     Hay a lo largo y ancho del país miles de burócratas con “nombramientos temporales” (sic). Como eventuales que son, se les registra y paga mediante simples listas de raya, sin pudor alguno; cuando lo quiera el jefe en turno se irán como llegaron: calladitos y por la puerta trasera. Esta vergonzosa situación –al menos en el papel, claro–, en nada obliga al empleador Estado en cualquier Poder o nivel de gobierno.
     Y ésos servidores públicos “de segunda”, que de facto no están amparados por el derecho Burocrático vigente en el país, no tiene más remedio que aceptarlo pues necesitan el trabajo para sobrevivir.
     De lo cual se colige que si el propio Estado abusa de ellos, de su necesidad o de su ignorancia, ¿qué puede esperarse del resto de empleadores? Si las organizaciones sindicales burocráticas fingen no ver lo evidente, asumiendo con ello una complicidad difícil de entender, ¿qué no harán el resto de organizaciones sindicales, que sólo ven en su liderazgo un trampolín político para algún encargo público? Y si el ISSSTE no hace nada al respecto, no registra a tales empleados públicos eventuales y no les incorpora a su padrón de asegurados, ¿qué puede esperarse del resto de nuestros seguros sociales quienes con hechos nos demuestran que no operan de toda buena fe? En idéntica situación se halla el IMSS, para no variar.
     Lo grave, lo sorprendente, lo preocupante, es que como si nada ocurriese, nadie hace caso del asunto debido a que las prestaciones laborales y el coste de la protección social se percibe todavía más como un gasto que como una inversión en lo mejor que tiene México: su gente.
    
Querámoslo o no reconocer, sucede que la realidad es más sabia que el Derecho, pues la primera siempre avanza a un ritmo mucho más vertiginoso que la regulación legal y ésta se halla rebasada. De modo que fenómenos como la “terciarización” laboral o  el outsourcing –que es además de escamoteador natural de derechos, un instrumento jurídico sin pleno control legal en México–, junto a otros fenómenos similares o análogos, nos dan una palpable muestra de beneficios mal entendidos para patrones que carecen de sentido social; siendo de unos años a la fecha, copiados sin pudor por el propio Estado cuando funge como empleador.
     Hay pues una “flexibilización laboral” peligrosa y hasta vergonzosa en el caso específico del Derecho Burocrático, alcanzándose supuestos “ahorros” en salarios y prestaciones laborales, así como del coste de la seguridad social básica –intentando burlar acaso el asunto medular de las pensiones–, eludiendo el Estado su responsabilidad natural.
     Aquí las preguntas se vuelven obligadas: ¿Quién controla al Estado en la observancia de marco legal que rige su actuación? ¿Quién le vigila y somete al cumplimiento cabal y oportuno del Apartado “B” del artículo 123 Constitucional? ¿De qué sirve la Ley Federal de los Trabajadores al Servicio del Estado? ¿Y la Ley del ISSSTE, qué rol juega en todo este asunto?
     Es odioso tener qué contrastar situaciones relativas a esquemas nacionales de protección social, pero mientras algunos países intentan reforzar su seguridad social nacional, otros calladamente apuestan a su eventual privatización o desaparición.
     Se enfrentan aquí dos puntos de vista diametralmente distintos entre sí y hasta opuestos: por un lado, la de los países que aún creen en la seguridad social –el manto protector de todos los habitantes de un país y especialmente de aquellos sujetos productivos que con su esfuerzo cotidiano contribuyen a fortalecer la economía nacional–; y por el otro lado, la de los países que no creen más en la seguridad social y pretenden privatizarla o exterminarla, aduciendo a priori que es ya un “barril sin fondo” que se traga cuantiosos recursos públicos y cuyos resultados son pésimos.
     Pues bien, como lo peor es permanecer neutrales en temas de tanto impacto social, nosotros desde ahora tomamos partido y conscientemente preferimos ubicarnos en quienes aún creen que la seguridad social es viable, financiable y de suyo la única posibilidad de vida digna y equitativa que nos queda como sociedad organizada que nos preciamos ser.
    
En este punto, recuérdese siempre que el concepto seguridad, en todos los órdenes, es una legítima aspiración de los seres humanos que somos inseguros por naturaleza al vivir en este mundo que riesgoso. Así, seguridad afectiva, seguridad familiar, seguridad económica, seguridad laboral, y otras más, son para los seres humanos una aspiración perenne desde el inicio de los siglos. Vivimos en la búsqueda permanente de seguridad total.
     Pero en mi opinión, sostengo la tesis de que existen 3 niveles de seguridad que son claves y debieran importarnos a todos sin distingo, las cuales por su trascendencia no pueden quedar sujetas a cuestiones presupuestales ni tampoco a caprichos o disputas electorales:

  1. Seguridad nacional, porque sin ella no hay patria, y tal objetivo primordial justifica la existencia de ejército, aunque no nos guste la idea;

  2. Seguridad pública, pues sin ella no puede haber orden ni progreso, lo que justifica la existencia de policía aunque nos disguste su actuación; y,

  3. Seguridad social, que es la muestra más palpable de la solidaridad humana y la única posibilidad de vida digna que tiene millones y millones de seres humanos, cuya función justifica la existencia y operación del ISSSTE y el resto de los seguros sociales federales y o locales. 

     Concluimos pues en que los esquemas de seguridad social resultan básicos en cualquier país del mundo, con independencia de su ideología, economía u orientación político-partidista; pero por desgracia, debido a una sentida falta de cultura previsional, no se le da en los hechos la importancia que nos merece académicamente ni tan siquiera por elemental sentido común.

Propuestas de solución a la problemática
Pues bien, si el fenómeno de la transformación laboral es irreversible debido a los impresionantes avances científicos y tecnológicos existentes, esto es, si el entorno es desechable y hasta prescindible –como todo tiende a serlo ahora–, la siguiente interrogante que nos formulamos es si el Derecho del Trabajo –que lamentablemente ha visto pasar sus mejores tiempos–, también es desechable y prescindible.
    
Porque si lo es, lo más probable es que el Derecho Burocrático también se halle contaminado sin remedio, y para colmo su esquema de protección social a nivel federal –el ISSSTE–, resienta más todavía la compleja problemática de su entorno, porque no es un secreto que el ISSSTE atraviesa por su peor crisis existencial en sus más de 45 años de historia, lo que de paso ha puesto en duda su viabilidad financiera.
     En mi opinión no hay más alternativa: el ISSSTE, organismo público descentralizado de la administración pública federal requiere de un rescate financiero urgente similar al del FOBAPROA, llevado a cabo por parte del Estado al ser éste dos veces responsable de la protección destinada a sus servidores públicos, a saber:

  1. Como empleador, responsable por tanto de los esquemas de previsión social estrictamente laboral; y,
  2. Como responsable, garante y co-financiador del servicio público de la seguridad social básica para los sujetos de afiliación a dicho seguro social nacional, el ISSSTE.

     Hablamos claro de un salvamento que, de no darse en plazo breve, pondría en riesgo la supervivencia de un seguro social nacional que protege nada menos que a 10 millones de mexicanos, en números redondos, una institución en el cual millones de servidores públicos federales han debido depositar sus esperanzas.
     Además, a mi entender el diagnóstico situacional del ISSSTE está ya hecho y es correcto: o cambia y se transforma, o desaparece. Las propuestas de reforma a su marco legal, en vez de coadyuvar a resolver su problemática, se han convertido en parte del problema. Y si bien los “cabildeos” y negociaciones se han dado desde hace años, falta algo esencial para que se materialicen las reformas a su actual cuanto rebasado marco legal: la voluntad política de todos los actores involucrados en este esquema de protección social.
    
Es imposible que todos los involucrados se pongan de acuerdo, puesto que cada uno defiende sus intereses; bastaría entonces con que la mayoría estuviesen de acuerdo en modificar la Ley del ISSSTE y con verdadero patriotismo se sentaran a contribuir en vez de dedicarse sólo a destruir lo ya hecho, a fin de que refundaran esa gran institución. Pero ahora, con un Ejecutivo débil y un Legislativo atomizado, será imposible efectuarla; y más si se insiste en cambiar el modelo pensionario de reparto al de cuentas individuales, para darle más juego y más ganancias a las Administradoras de Fondos para el Retiro (AFORE).
     Ningún servidor público federal debiera ignorar que lo peor es no hacer nada; cualquier esquema puede ser corregido sobre la marcha. Porque la deuda contingente del ISSSTE, a quien ha sido confiada su seguridad social, es enorme; un asunto que sumada a la responsabilidad Estatal imbíbita en otros esquemas pensionarios públicos nacionales, vuelve monstruoso el problema.
     Vamos, hasta la propia Organización Internacional del Trabajo (OIT), habitualmente lenta para reconocer problemas, reconoce desde hace casi dos décadas que los sistemas pensionarios jubilatorios y de seguridad social del planeta se encuentran colapsados debido a factores que inciden en su desarrollo, provocando su insolvencia e inviabilidad financiera.
     Al respecto, las cifras oficiales dadas a conocer en junio de 2004 por la propia Secretaría de Hacienda y Crédito Público y el propio Banco de México, son reveladoras para dimensionar la problemática, al desnudar por primera vez el tamaño del problema de las pensiones públicas a largo plazo:

  • Los pensionados del Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (ISSSTE) representan a futuro un pasivo de 281.7 mil millones de dólares norteamericanos;

  • Los pensionados del Estado (como son los del ISSFAM) representarán 156.5 mil millones de dólares; y,

  • Los empleados de las empresas paraestatales –Petróleos Mexicanos (PEMEX) y Comisión Federal de Electricidad (CFE), entre ellas–, tendrán un pasivo laboral de 56.3 mil millones de dólares; y,

     Sumado todo eso a los pasivos enormes del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) y el Régimen de Jubilaciones y Pensiones de dicho ente asegurador nacional, hablamos pues de una deuda interna de 726.3 mil millones de dólares. Ésa es la cuantía real –medida a largo plazo, es decir, 50 años–, de los compromisos pensionarios que estarán al cargo del Estado mexicano, lo cual de suyo supera a toda la economía en su conjunto dado que dicha cifra total representa nada menos que el 116% del Producto Interno Bruto o PIB, es decir, de todo lo que se logra producir en bienes y servicios en un año en México.
     Se trata de una deuda interna que es varias veces mayor al rescate bancario del FOBAPROA que pagamos todos los mexicanos. Además, está aún por definirse cuánto representarán a largo plazo los 31 esquemas pensionarios locales de seguridad social restantes, y los esquemas de pensiones de todas las Universidades Públicas.
     Hay que decirlo entonces, para que todos lo entendamos de una buena vez: dicho problema pensionario y de salud pública ha dejado de ser de seguridad social, para convertirse en un asunto de seguridad nacional.
     Sí, ésa es la perspectiva económico-financiera del asunto. Pero el espinoso tema de la seguridad social contemporánea tiene múltiples aristas y cada una de ellas tiene sus propias razones y necesidades: lo social, lo jurídico, lo institucional-administrativo y obviamente lo político.
     Sería un imperdonable error académico dejarnos guiar únicamente por una perspectiva economicista acerca de la financiación de este servicio público. Para los investigadores nacionales en esta abigarrada disciplina sí es financiable la seguridad social nacional, porque a fin de cuentas todo consiste en priorizar objetivos.
     Así las cosas, la pregunta deviene en inevitable: ¿Qué debería hacerse en esta coyuntura para resolver tan ominoso panorama?
     Para comenzar, es necesario estructurar una genuina política de Estado –que no gubernamental–, que sea de largo plazo y no quede sujeta a los vaivenes políticos. Será ésta la única forma de sentar las bases, establecer objetivos y lineamientos básicos nacionales, haciéndose por fuerza las correcciones estructurales indispensables en los actuales esquemas vigentes, a partir de la reforma integral al mítico artículo 123 Constitucional ya rebasado en los hechos, cuidando siempre que no se lesionen derechos o simples expectativas de derecho adquiridos por los trabajadores.
     También será necesario crear nuevos esquemas modernos y uniformes de protección social. Establecer mínimos y máximos en prestaciones, poniendo piso y techo a las pensiones. Que exista siempre un salario regulador para cuantificar prestaciones en metálico y para pagar aportes a la seguridad social. Que haya portabilidad de derechos para que estos sigan al operario, cualesquiera que sea su marco de protección social. En fin, urgiría rediseñar toda la seguridad social para el siglo XXI. No hay otra alternativa de solución posible.
     Resulta inútil cerrar los ojos al cambio de nuestra sentida realidad, pues reitero ahora lo que he sostenido al menos desde hace algunos años: algo de los más inseguro que existe hoy en día en el planeta entero, lo son los propios esquemas de seguridad social instrumentados.
     Urge pues rescatar al ISSSTE; urge también dotar a los servidores públicos federales, locales y municipales, de un marco legal realmente protector; y urge también que nosotros los académicos efectuemos propuestas viables y factibles que orienten y hasta eduquen a nuestros políticos.
     De no hacerlo pronto, estaríamos apostando a que se ponga punto final a la historia del esquema protector de las sociedades contemporáneas más magnífico que el ingenio humano ha podido crear en el decurso de los siglos para atemperar la inseguridad a que estamos expuestos todos los seres humanos: la seguridad social.
     Un servicio público de seguridad social sólida y confiable es la única alternativa de vida digna para millones y millones de seres humanos; y los seguros sociales –ya se sabe, el instrumento concebido para materializar tan legítima aspiración humana que es irrenunciable e inalienable–, deberán ser corregidos de inmediato, sin prisas pero también sin pausas, haciéndolo con conciencia de clase y clase en la conciencia.
     Señoras y Señores: Tenemos una deuda impagable qué saldar con nuestro ancestros que nos legaron una vida mejor, pero sobre todo con quienes vienen detrás nuestro, nuestros hijos, junto con aquellos a quienes el insigne Maestro Mario de la Cueva llamaba, con sobrada razón, “los sin tierra y sin riqueza”: los trabajadores de México.
     La alternativa académica es harto sencilla: O lo planeamos y estructuramos nosotros los juslaboralistas, volviéndonos parte de la solución y dejando de ser parte del problema; o por nosotros de plano no lo hará nadie.
     Así de simple y a la par así de complicado es el ominoso futuro de la seguridad social contemporánea.

Guadalajara, Jalisco, a 18 de Febrero de 2006.

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