En construcción
Calderón tiene propuestas factibles, pero no ha dado a conocer
cómo las aterrizaría.
Si no aclara cómo hará lo que Fox no hizo, no será un candidato capaz de ganar.
Denise Dresser / Reforma
Como si tuviera un cono anaranjado en la cabeza. Como si fuera una calle en
plena pavimentación. Entrevista tras entrevista, promesa tras promesa, Felipe Calderón
construye su candidatura. El político con el ceño fruncido aprende a sonreír. El
panista tradicional intenta no actuar como tal. Y tendrá que hacerlo más y mejor. Porque
dado quién es y del partido que viene, no va a ser fácil remontar, convencer, ganar. La
elección del 2006 se vislumbra como una batalla frontal entre dos maneras de ver a
México y cambiarlo. Dos formas de entender a la economía y hacerla crecer. Dos prismas
para mirar al mundo y relacionarse con él. Una elección entre lo blanco y lo negro. Y
para avanzar, Felipe Calderón tendrá que trascender el color con el cual se le asocia
hoy: un tenue tono de gris.
Porque Calderón va subiendo en las encuestas. Va creciendo en
las preferencias. Va armando apoyos entre los empresarios. Va despertando interés entre
las clases medias. Aprovecha los espacios que un PRI desacreditado y cada vez más
desgajado va dejando tras de sí. Arrebata a los indecisos que antes apoyaban a AMLO
porque no tenían otro lugar a donde ir. Se presenta como una opción viable ante un
priismo corrupto y un perredismo atemorizante. Entre 25 y 27 por ciento de la población
lo percibe como una bocanada de aire fresco. Un salvavidas blanquiazul. Un candidato
aburrido pero confiable. Un candidato aplaudido porque -por lo menos- no es los otros dos.
Pero antes de abrazarlo sin miramientos habría que examinarlo
bien. Antes de alzarlo en hombros habría que evaluar lo que instrumentará sentado allí.
Calderón dice qué va a hacer, pero no cómo. Dice que no repetirá los errores de Fox,
pero no se atreve a listar cuáles son. Dice que ofrecerá un México moderno, pero no
precisa de qué manera pavimentará la ruta para alcanzarlo. Dice mucho de lo mismo que
decía el Presidente durante su campaña, pero no explica por qué él sí podrá
lograrlo. A Calderón le sobran propuestas pero le faltan pasos específicos para hacerlas
realidad. Le sobran buenas ideas pero aún no logra aterrizarlas. Enfatiza que su
candidatura representa el futuro, pero todavía no articula cómo se librará del pasado.
Ese pasado reciente en el cual el PAN fue partido en el poder y no supo cómo usarlo.
Es claro que Calderón -y el PAN- ya eligieron dónde quieren
estar parados. Cerca de la globalización y lejos del proteccionismo. Cerca del mercado y
lejos del Estado. Cerca de Irlanda y lejos de Argentina. Por ello él habla de la
inversión; por ello habla de la productividad; por ello habla de otras experiencias
globales y la necesidad de emularlas. Calderón está mirando hacia adelante y hacia
afuera, con la esperanza de que el país pose la mirada allí. Con inversión privada en
energía. Con competencia eficaz en telecomunicaciones. Con el desmantelamiento de los
cuellos de botella que aprisionan a la economía y explican su estancamiento. Calderón le
apuesta al supermercado de la integración global por encima del laberinto de la soledad.
Y esas propuestas parecen razonables. Se antojan factibles.
Apelan a quienes entienden lo que México necesita hacer para modernizarse, para crecer,
para innovar, para competir. El problema es que México ya escuchó esas ideas. Ya
memorizó esas palabras. Son las mismas que pronunciaron Fox y Zedillo y Salinas. Al oír
a Calderón es imposible no sentir un poco de deja vú. Porque sus palabras son
las del "consenso de Washington"; el recetario formulado desde los ochenta para
reestructurar a las economías latinoamericanas y transformarlas. Para abrir los mercados
y modernizarlos. Para salvar a México de sí mismo, vinculándolo con el mundo.
Desde hace 20 años, México oye esas palabras, las sigue. Las
pone en prática. Pero lo hace mal. Con privatizaciones poco transparentes y poco
reguladas. Con cambios económicos que benefician a muchos empresarios pero a pocos
consumidores. Con una apertura comercial que no es acompañada por una política
industrial. Con los resultados a la vista: una economía que no crece lo suficiente, una
clase empresarial que no compite lo suficiente, un arreglo socio-económico que no crea la
riqueza suficiente y se apropia de la que hay. Allí están los sectores privilegiados y
los intereses protegidos y los sindicatos apapachados y los monopolios públicos y los
duopolios privados.
Frente a eso Felipe Calderón ofrece -en esencia- más de lo
mismo. La misma retórica modernizadora, la misma agenda privatizadora, la misma apuesta a
"las reformas que el país necesita". Y el problema es que eso no bastará. Para
modernizar a México no será suficiente usar las palabras correctas ni prometer los
planes adecuados. Hacerlo requerirá actuar en varios terrenos cruciales. Requerirá
confrontar a los sectores privilegiados y a los intereses enquistados. Requerirá
convencer a una población cada vez más escéptica en torno a las reformas estructurales
y su necesidad. Requerirá construir una mayoría legislativa que apoye los cambios
requeridos en vez de sabotearlos a cada paso.
El yugo para Calderón es que Fox intentó hacer precisamente eso
y falló. El PAN prometió hacer lo mismo en este sexenio y no cumplió. Pero ahora ambos
aseguran que sí sabrán cómo hacerlo. Negociar. Convencer. Ofrecer zanahorias y empuñar
garrotes. Domesticar a los sindicatos recalcitrantes y a los empresarios monopólicos.
Construir apoyos cuando sea posible y comprarlos cuando sea necesario. Armar una mayoría
legislativa con diputados del PRI, que se unirán porque no sobrevivirían políticamente
de lo contrario. Crear un gobierno panista dispuesto a usar su autoridad cuando a lo largo
de cinco años rehusó hacerlo. Ejercer el poder en vez de sólo compartirlo.
Éstas son tareas titánicas para alguien cuyos hombros parecen
pequeños. Cuya historia no revela el arrojo que requerirán. Cuyo paso por el poder no
demuestra una vocación para usarlo con ganas. Pero si Calderón quiere ganar y gobernar
tendrá que asumirlas y aclarar cómo las enfrentará. Porque probablemente la elección
será una contienda de dos, contra alguien -AMLO- que representa todo lo contrario.
Alguien que rechaza las reformas estructurales y las considera una "tomadura de
pelo". Alguien con otras prioridades: primero los pobres, primero el combate a la
desigualdad, primero el otro país. Para apelar a quienes lo siguen, Calderón tendrá que
decir no sólo qué va a modernizar, sino cómo va a nivelar. Cómo va a hablar con el
México profundo y convencerlo. Cómo va a construir una carpa azul lo suficientemente
grande para que todos los Méxicos quepan allí. |