Propuestas en Educación Básica y Formación Docente
Arturo Santana
Una valoración general
del Acuerdo Nacional para la
Modernización de la Educación Básica, del Programa
Nacional de Actualización Permanente y del Programa Escuelas de Calidad nos
puede acercar a la magnitud del gran desafío de la educación básica en México y
subrayar el modo en que ha sido encarada en los últimos cuatro sexenios de la
administración pública federal. El fracaso de las estrategias políticas
recientes concebidas e instrumentadas para avanzar en esa cruzada nacional nos
habla de la necesidad de un cambio de mirada en la perspectiva histórica del
problema, a la luz de las expresiones sociales de nuestro presente.
Dos indicadores elocuentes
de la dimensión diversa y compleja de la educación pública elemental proviene
de la evaluación asumida por millones de connacionales asentados y en ruta
hacia el norte geopolítico de nuestra frontera, y de los bajos índices de
calidad de nuestro sistema educativo, reconocidos por algunos organismos
internacionales: la educación básica de nuestro país no ha logrado alcanzar las
metas que se ha propuesto desde el precepto constitucional, toda vez que el
formato de su realización se halla más cerca de la inequidad injusta, que de
las necesidades sociales de la población.
Así aparece su
formulación si la juzgamos desde el profundo vínculo que la asocia con el
modelo económico y el orden social que la padece, sin visos claros de su
transformación. La educación básica es un eslabón frágil de esa larga cadena de fracasos cuyo
sentido no termina de aclararse pese a la experiencia acumulada desde la raíz
nacionalista impulsada por Vasconcelos, por Isidro Castillo y Rafael Ramírez
entre otros pioneros, por ejemplo, manifiesta en la escuela pública de los años
veintes y treintas del siglo de la gran revolución social de 1910. Al
compromiso social de aquellos educadores le sucedió el interés gremialista de
los derechos sindicales; a la entrega solidaria y comprometida con la población,
el fardo de la responsabilidad laboral; al aprendizaje participativo, la razón
instrumental. Desde aquella gesta, viva aún en la memoria social, la educación
pública ha venido perdiendo su sentido popular mientras adopta gradualmente una
orientación mercantilista.
Ahora sabemos más de
pedagogía, pero mantenemos un rezago educativo histórico en la mayoría de la sociedad;
estamos mejor capacitados en métodos y técnicas para enseñar, pero hemos
olvidado su sentido social; tenemos a maestros mejor informados, pero incapaces
de comunicase con las necesidades vitales de la sociedad; poseemos una más
amplia infraestructura educativa, pero esta funciona desintegrada, masificada e
ineficientemente. Hoy sabemos y tenemos más, pero podemos menos que ayer. ¿En
dónde radica ese misterio? ¿Por qué los maestros de la escuela rural mexicana
fueron más eficientes con menos herramientas y saberes que los maestros de hoy?
Podemos encontrar muchas
respuestas a esas interrogantes, pero en el fondo se destaca una, cuyo alcance
y significado comprende un conjunto de valores que fueron luz en la práctica
educativa de los maestros de la escuela rural mexicana: la concepción de la tarea educativa como un compromiso político con las
necesidades prioritarias de la sociedad. En aquellos escenarios históricos los maestros
se insertaron en las comunidades con la sensibilidad de quien se sabe entre los
suyos, esto es, de quien reconoce su pertenencia al gran segmento de la mayoría
social identificada en los más necesitados, en los más pobres. Ninguna zanja
entre unos y otros, sino la fusión, la voluntad colectiva dispuesta en la mira
de otros horizontes, la actitud común de mirar hacia el mismo rumbo.
En el panorama actual los
maestros mantienen una visible distancia entre las funciones educativas
escolares y las asociaciones de padres y madres de familia, reforzada por una
obsoleta normatividad que inhibe la participación social en las cuestiones
técnicas de la vida escolar; la jornada de trabajo reducida al mínimo formal y
acotada por acciones supérfluas e intrascendentes; la burocracia educativa (jefaturas
de departamento, jefaturas de programas, jefaturas de academia, jefaturas de
sector, supervisores, directores, apoyos técnicos) erigida en baluarte del
inmovilismo y la simulación; la dependencia técnica de los colectivos
escolares; la permanente pérdida del tiempo y de recursos; la desarticulación
entre modalidades y niveles; el caos
curricular. No es entonces
extraordinario el dato de que nuestro país ocupa los últimos lugares en las
competencias de las áreas más importantes de la currícula escolar, en el
concierto de naciones de la OCDE.
La alta inversión en el
campo educativo es insuficiente para brindar atención a toda la población
demandante, y se estimula al segmento de la educación privada; la práctica
docente del maestro de educación básica se reviste más claramente del
imaginario pluricultural, que de los avances de la pedagogía; sus intereses
están más cerca del puntaje escalafonario y la promoción, que de los intereses
y necesidades educativas de la sociedad.
Sobre ese contexto se
mueve la circunstancia de un deterioro profundo en el universo educativo que
los analistas designan como “catástrofe silenciosa”, y en cuyos efectos se mira
el optimismo acrítico de las políticas públicas en este sector; se afirma también la oportunidad histórica de
un proyecto alternativo de nación que pueda ver con otros ojos a la empresa
colosal de la educación pública a la mexicana; es decir, que identifique en
nuestra historia las mejores experiencias educativas, las recupere y adapte a
nuestras actuales condiciones, con la finalidad de diseñar estrategias de
acción afines y pertinentes con la diversidad cultural de la república actual.
En esa dirección se bosquejan las siguientes propuestas:
-
Realizar cambios normativos
correspondientes que permitan promover una amplia y organizada participación de
la sociedad civil en el funcionamiento de las escuelas de educación básica
pública y privada, a través de Consejos Ciudadanos de Planeación Educativa.
-
Impulsar la autonomía técnica de los
colectivos escolares, a partir de proyectos estratégicos escolares que incluya la
intervención de la sociedad civil en el desarrollo de líneas de acción y
evaluación participativa.
-
Abrir formas, modalidades y escenarios
sociales propicios para la educación no formal, abierta y a distancia, que
amplíe, enriquezca y mejore la oferta educativa oficial para todos los sectores
y segmentos sociales, con el apoyo de los medios de comunicación masiva y de
los recursos tecnológicos de la red internacional de comunicación.
-
Diseñar proyectos de desarrollo
socioeducativo globales e integrados que generen transformaciones cualitativas
profundas en las comunidades rurales e indígenas, urbanas y suburbanas
marginadas, a través de la autogestión social y la formación de equipos de
trabajo multidisciplinarios, adoptando y adecuando el modelo histórico de las
Misiones Culturales de la escuela rural mexicana.
|