De patito feo a secundaria modelo en Iztapalapa
Otrora territorio de bandas, el plantel Japón fue
transformado por maestros, padres y alumnos
CLAUDIA
HERRERA BELTRAN
Clase
de electricidad en la secundaria 132 Japón, delegación Iztapalapa. En la escuela
quedaron atrás los tiempos en los que imperaban bandas juveniles, venta de droga, además
de que sus salones, sucios y oscuros, "parecían una cárcel"
Cuando Wendy Delgado supo que iba a ser alumna de la secundaria
132 Japón se soltó a llorar. No se imaginaba en una escuela que era territorio de peleas
de bandas juveniles, donde circulaba droga y que "parecía una cárcel" con sus
salones sucios, oscuros y pintados de grafitis.
Su secundaria, una de las mil 300 del Distrito Federal, tenía la
peor reputación de los planteles públicos de Iztapalapa. Los profesores faltaban
continuamente o daban clases de apenas 20 minutos y sus egresados obtenían los resultados
más bajos en el examen de ingreso a bachillerato; la escuela ocupó el lugar 926 en el
concurso del Ceneval de 2001.
Wendy pidió que la inscribieran en otro colegio, pero "me
tuve que aguantar", ya que no había lugar disponible donde deseaba estudiar. Como
ella, la mayor parte de los casi 800 alumnos del plantel habían sido rechazados de otras
secundarias y asistían por obligación a la 132 Japón, ubicada en el pueblo de Santa
Cruz Meyehualco, barrio pobre y populoso del oriente de la ciudad.
Pero la desesperación de esta alumna de 13 años se transformó
pronto en optimismo. Alentados por una joven directora, padres de familia, alumnos y
maestros se pusieron como meta dejar atrás la "mala fama" y convertir su
colegio en el mejor de la zona.
Unos cambios mínimos detonaron el entusiasmo. Se pintó la
fachada, los muros de los salones fueron derribados y en su lugar se colocaron grandes
ventanales. En los patios de cemento los adolescentes colocaron jardineras y plantaron
árboles frutales.
Además hubo una reforma de mayor profundidad que convirtió a
esta escuela en ejemplo a seguir en el Distrito Federal: el turno vespertino desapareció
y con ello se extendió la jornada escolar, lo que hizo imprescindible la apertura de un
comedor.
Desde noviembre los alumnos asisten por las tardes a clases de
regularización de matemáticas y español, así como a talleres de cómputo, ajedrez,
teatro, poesía y atletismo, lo que hace de ésta la primera secundaria de tiempo completo
de la capital.
También es la única con comedor que da servicio, a bajo costo o
gratuito, para los becados. Esta opción es una maravilla para muchos adolescentes, cuyos
padres son tianguistas y obreros que trabajan todo el día y están lejos de casa o no
tienen dinero para comprar comida nutritiva.
Hace dos años, la directora del plantel, Francisca López
Pérez, motivó a la comunidad escolar a dejar atrás la apatía.
Así dio inicio a una lenta devoción por la escuela. Con un
millón de pesos que aportó la delegación Iztapalapa y con otros apoyos de la SEP, las
paredes pintarrajeadas fueron cubiertas de amarillo y azul, y los baños se renovaron. Los
alumnos del taller de estructuras, dirigidos por el maestro Rubén Sánchez, colocaron
rejas para hacer más seguro el inmueble.
Sylvia Ortega, responsable de los servicios educativos en el
Distrito Federal, califica esta escuela de modelo para muchos planteles, a los que se
deben dedicar más tiempo, esfuerzos organizativos y dinero aprovechando el descenso de la
población estudiantil en esta ciudad.
En tiempos de
Bravo Ahuja
El plantel se ubica en
el pueblo de Santa Cruz Meyehualco, una de las siete colonias de Iztapalapa que son
señaladas por las autoridades delegacionales como focos "rojos" del narcomenudeo.
Sobre Ermita Iztapalapa, la avenida principal, hay una larga
hilera de deshuesaderos, adonde llegan muchos de los automóviles que son robados en la
ciudad, así como mercancía que se expende en tianguis de Santa Cruz Meyehualco, también
conocido por la venta de productos piratas.
Esta colonia es representativa de los problemas que aquejan a
Iztapalapa: alta densidad de población, falta de agua potable, altos niveles de
delincuencia, que -según cifras de la delegación y de la Secretaría de Seguridad
Pública- se traducen en la existencia de 130 bandas delictivas y 150 puntos de venta de
droga.
En este ambiente, 760 adolescentes asisten a la secundaria
Japón. La mayoría provienen de colonias populares: La Era, Desarrollo Urbano
Quetzalcóatl, Jalpa, Presidentes de México.
Por una placa de la entrada y los recuerdos que hilvana el
maestro jubilado Andrés Olivos se puede rastrear algo de la historia del plantel. Se
fundó en junio de 1971, cuando Luis Echeverría era presidente de la República y Víctor
Bravo Ahuja, titular de la Secretaría de Educación Pública.
"En esa época la escuela estaba muy bonita y muy equipada,
pero con el tiempo se fue cayendo", explica el profesor Olivos. Había tantos planes,
dice, que un día la embajada de Japón ofreció construir gimnasio y alberca.
Nadie se acuerda por qué el proyecto no prosperó, pero sí
cuándo empezó el derrumbe. Como si se tratara de una leyenda, los profesores de mayor
antigüedad cuentan que a finales de los años 70 estudiantes de la Vocacional 7 se
enfrentaron con los alumnos del turno vespertino y "casi destruyeron" el
edificio. Luego, agentes federales vigilaron el plantel durante un mes en espera de
encontrar traficantes de drogas.
Integrantes de bandas como Los Babys, Los Panaderos
y El Hoyo iban al plantel a buscar pleito, o incluso estudiaban ahí, recuerda el
prefecto José Antonio Zúñiga. La geografía no ayudó mucho, porque la escuela se
encuentra en la frontera entre el pueblo de Santa Cruz Meyehualco y la colonia La Era, y
los chavos banda se disputaban el territorio.
"Había muchos vagos que metían droga y se peleaban",
recuerda Mireya Ríos, quien con preocupación inscribió a su hija.
Adentro el panorama era lúgubre: salones oscuros, paredes viejas
y, como mala jugada del destino, el paisaje cotidiano de los alumnos son las lápidas y
cruces del panteón del pueblo de Santa Cruz Meyehualco, de la calle de enfrente.
Pocos querían inscribirse. Hubo años en que sólo se
presentaron 50 solicitudes para los dos turnos, y por eso la matrícula de casi 800
alumnos se completaba con jóvenes rechazados de otros planteles.
Pero a partir de los cambios, la directora presume que por
primera vez se van a dar el lujo de rechazar alumnos. Para el ciclo que empieza en agosto,
la inscripción fue de 434, y sólo hay cupo para 300.
Somos raza de
águilas
El primer paso para
acabar con la mala reputación de la escuela fue el "cambio de imagen". Con
ayuda de los adolescentes se ideó un nuevo escudo, en el que aparecen dos manos
sosteniendo un átomo como símbolo de la ciencia. Hoy con orgullo los alumnos lo portan
en sus uniformes.
Y la escuela adoptó como lema una estrofa de un poema de Amado
Nervo: "Somos raza de águilas/ y raza de leones/ de leones indómitos/ de coronas
fulgentes/ y de águilas reales/ que en los hoscos peñones/ estrangulan serpientes".
Alumnos y papás participaron en la limpieza y remodelación de
los edificios. "No puedo decir que no hay pintas en las paredes, pero se ven más
cuidadas", explica la directora.
El maestro Arturo Falcón, junto con cuatro jóvenes de segundo
año, plantó en los dos patios cipreses, manzanos, limoneros, árboles de mandarina y
rosales. Es dulce ver cómo en sus horas libres los muchachos los riegan y arreglan.
Pero las transformaciones no se dan al paso que todos quisieran.
El laboratorio de física y biología dejó de ser el "terror" de los alumnos
con unas cuantas modificaciones, pero las precariedades siguen ahí. La tubería de gas no
funciona y faltan muchas sustancias y equipo básico para que los muchachos puedan hacer
los experimentos.
La biblioteca apenas comenzó a tomar forma con la colocación en
estantes de libros que estuvieron arrumbados varios años, mientras los techos de los
talleres, construidos de láminas de plástico, están en riesgo del derrumbe si no son
reparados pronto.
Aun así, maestros y directivos no dejan de hacer planes. La
directora quiere conseguir fondos para colocar un kiosco en el centro del patio, con el
propósito de rescatar "el sentido de pueblo" que tenía la colonia antes de su
urbanización, y también está esperanzada en que la SEP implante el programa Sec XXI,
costoso proyecto que dota de tecnología de punta a las secundarias capitalinas.
A comer
En la puerta de entrada
del colegio cuelga un papel con el menú del día: pollo en adobo, consomé, frijoles,
agua de mango y Danonino.
Como los estudiantes permanecen más tiempo en la escuela fue
necesario crear un comedor. Las maestras comentan lo útil que ha sido para dar atención
a alumnos; muchos provienen de familias desintegradas y pobres.
Antes varios niños se quejaban de dolores estomacales o se
desvanecían en las ceremonias cívicas, porque no habían desayunado. "Les
comprábamos una quesadilla, un jugo de naranja o un litro de leche", explica la
directora.
Para Wendy Delgado, una de las 150 estudiantes becadas, el
comedor significa la diferencia entre "comer cualquier cosa que encontraba en el
refrigerador" de su casa y tener una alimentación más completa en la escuela.
Actualmente la organización filantrópica Cáritas de México
les obsequia o vende a bajo costo verduras, arroz y frijoles, y tres cocineras,
contratadas por la SEP, se encargan de prepararlos. Cada niño paga ocho pesos por comida
y los que están becados reciben gratis los alimentos.
Gracias al comedor, los directivos pudieron detectar que dos
jovencitas padecían bulimia.
Pero no todo es perfecto. El profesor Falcón, que supervisa el
ingreso de los niños al comedor, comenta que ha bajado la asistencia. Diariamente van 100
de 300 muchachos.
No es fácil cambiar los hábitos alimenticios de los
adolescentes. "A los niños les ha costado trabajo comer verduras. Piden pizza,
papas, refrescos, y como no se los damos prefieren comprar chatarra en la
cooperativa", explica Aura Sánchez, una de las cocineras.
La cocina tampoco cuenta con equipo suficiente. Sólo tres
refrigeradores y dos estufas viejas -que eran del taller de cocina-, algunas cacerolas y
licuadoras. La directora espera que el próximo ciclo escolar la SEP los inscriba en el
Programa Escuelas de Calidad (PEC) y con los recursos disponibles pueda comprar otro
refrigerador.
A la maestra con
cariño
Norma
Torres, la maestra Cofi, como la llaman sus compañeros, abandonó una tranquila
escuela de clase media en la que esperaba jubilarse y aceptó el reto -así lo define
ella- de encabezar la academia de matemáticas en la Japón.
El desafío es mayúsculo, porque se encontró con muchachos
"mal preparados", algunos de segundo grado que no sabían ni multiplicar.
La profesora tomó un segundo aire con sus nuevos alumnos y,
emocionada, expone sus métodos para motivar a estudiantes y papás "para que dejen
de conformarse con un seis de calificación".
De su casillero extrae una cajita de cartón y la abre. Adentro
hay un dominó que los propios muchachos elaboraron con sobrantes de madera y utilizan
junto con otros juegos de mesa para aprender las fracciones matemáticas.
La maestra Cofi extrae su esperanza más vital, aconseja
a sus alumnos terminar la secundaria y seguir una carrera, aunque sea técnica. "Un
día un muchacho me dijo que no tenía caso estudiar tanto si iba a ser albañil como su
papá, y yo le dije que podía seguir esos pasos, pero llegar más lejos y diseñar
casas."
Aún es poco tiempo para medir los avances, pero hay atisbos de
solución. El índice de deserción se redujo a la mitad, sin embargo las evaluaciones
todavía indican que la mayoría de los 760 alumnos están muy mal en matemáticas y
español. El otro punto crítico es que los estudiantes más conflictivos fueron cambiados
de escuela, porque aquí ya no se toleraba la indisciplina.
Los resultados académicos todavía no son visibles, pero -como
dice el maestro Rubén Sánchez, el que hizo el nuevo portón- "en una escuela bonita
los muchachos están a gusto y puede que aprendan mejor". |