Las elites y los pordioseros
Osvaldo Bayer
Página 12
280204
Hace poco escribíamos que el famoso rey de Inglaterra
Enrique VIII echó la culpa de todos los males de la sociedad británica a los
pordioseros. Y los mandó a ahorcar. Setenta mil en poco tiempo. Venía esto al
caso por nuestra increíble discusión sobre los piqueteros. Hemos dado ahora con
un documento honesto, no escrito ni por un agitador obrero, ni por un miembro
de algún partido de los trabajadores, ni siquiera por algún discípulo de Kant. Es un escrito reciente del filósofo norteamericano
Thomas Pogge que enseña filosofía en la Columbia University. Es un
trabajo científico, pero sencillo, claro, que no admite tergiversaciones.
Detalla las terribles cifras del hambre. Indiscutibles. Y dice sin ninguna
búsqueda de notoriedad que “el hambre masiva en los países del Sur (y la
Argentina está al Sur del Sur) no es simplemente el destino sino la
consecuencia del actual ordenamiento del mundo”. Algo que sabemos todos y lo
hemos escuchado mil veces en discursos presidenciales, en cátedras de derechos
humanos, en las discusiones sin término de Naciones Unidas, en organizaciones
religiosas. Sí, sí. Pero ahí está. Y al profesor Pogge
no le importa repetir. Porque todo lo viejo que dice es absolutamente nuevo y
urgente.
Nos comienza acusando. Dice que el peor crimen que ha
cometido la humanidad hasta ahora nos sigue paso a paso. Es la pobreza mundial.
Y nosotros nos ocupamos, pero al mismo tiempo miramos para el lado contrario. Y
ahora viene el espanto.
La Segunda Guerra Mundial causó cincuenta millones de
muertos. Un absurdo que sólo se puede intentar superarlo yendo al Muro de los
Lamentos y ponerse a llorar a los gritos.
Para no aprender nada. Fueron muertas cincuenta millones de
personas como nosotros, como los niños de al lado, como los viejos de la plaza.
Pero ahí no nos detenemos. Ahora vienen los verdaderos muertos por nuestra
crueldad, desidia y codicia: desde la terminación de la Guerra Fría en 1989
murieron alrededor de 270 millones de seres humanos por cuestiones de pobreza.
Dos tercios de los cuales fueron niños. Niños más jóvenes de cinco años. Por
año se van juntando en esta pirámide monstruosa 18 millones más. Muertos de
hambre. La culpa la tienen los piqueteros, la culpa la tienen los pordioseros
según el rey de reyes Enrique VIII. Bueno, basta. No, por favor, en el trabajo
está todo demostrado de acuerdo con estadísticas oficiales y a estudios de las
llamadas organizaciones de elites.
La mitad de todos los seres humanos que vive en la
actualidad está debajo del límite de pobreza de dos dólares por día, que hoy
corresponde al poder de compra de mil dólares por año en Estados Unidos. Pero
hay más todavía. Aprendámoslo para ir comprendiendo la política que nos domina:
una mitad de la humanidad vive en promedio un 30 por ciento debajo del límite
de un dólar por día como límite de pobreza.
Este tendría que ser el tema de los sermones dominicales de
todas las iglesias y de todas las sesiones de cuerpos colegiados del mundo.
Mata más que la guerra de Irak y no sale en los titulares. Sí, el hambre
aparece de vez en cuando en algún concurso fotográfico, premiado por la cara de
increíble sufrimiento de los niños, nuestros niños.
Lo dicen los informes de las organizaciones mundiales de la
salud. Ochocientos millones de seres humanos están mal alimentados en forma
crónica. Mil millones no tienen agua limpia para beber. Por ejemplo, 2400
millones no tienen instalaciones sanitarias.
Los funcionarios mundiales se han propuesto que hasta el año
2015 van a impedir la muerte de 9 millones de pobres por hambre.
Nos dice el profesor Pogge que no
se trata de seguir publicando estadísticas sino de hablar de nuestra dureza de
corazón y nuestra falta absoluta de querer dar una solución al problema. Es la
misma línea absolutamente egoísta del ser humano cuando aplicó el colonialismo,
la esclavitud y el genocidio de pueblos. Hoy el sistema declara a la
desigualdad como ley suprema que domina las relaciones internacionales. Y la
venta de armas por los países más poderosos de la Tierra. Allí donde hay
hambre, hay armas de las más modernas cualidades vendidas por los países que
dominan las economías de esos países explotados. ¿Qué ha hecho Naciones Unidas
sobre el comercio increíble de la venta de armas? Todo se mezcla, todo es
producto de la misma causa: hambre, armas, dictaduras, golpes de Estado, labor
de los organismos de informaciones, consorcios, globalización de la injusticia.
Hambre.
El científico preocupado por los pobres señala que el
desarrollo de la pobreza en el mundo se debe, sin discusión, a la construcción
del orden que lleva a eso. En la conformación de ese orden dominan los Estados
ricos, que pese a toda la teoría del comercio libre exigen la seguridad de sus
masivas subvenciones y de las aduanas protectoras, como lo demostró claramente
Cancún. Las mafias dirigentes de los pequeños países pueden obtener aquí y allá
a veces pequeñas concesiones. Pero los intereses de los pobres no están
representados por nadie o permanecen sin ser contempladas como principio del
sistema (porque la culpa, y ya lo decía Enrique VIII, la tienen los
pordioseros; en la Argentina, los piqueteros. Y el que no lo crea, que escuche
las poderosas emisoras argentinas y los canales televisivos, toda una fuente de
sabiduría en el orden sociológico). El profesor Thomas Pogge
lo remarca, dice textualmente: “Los pobres son los culpables, así se dice,
cuando son gobernados sus países por tales mafias. Se exige a menudo good governance en los países
pobres. Pero el ejercicio del poder corrupto y represivo está condicionado por
factores globales”.
Materias primas y armas: como decíamos, esos dos son los
factores esenciales de nuestra globalización con el tercer mundo. Los pequeños
países dominados brutalmente venden sus materias primas y compran armas para
mantenerse en el poder. El abuso del poder es el que hace nacer la pobreza.
“Pero queda en claro la culpabilidadd de los países
ricos”, dice Pogge. Está claro y es indiscutible que
“la pobreza del mundo podría combatirse y hacerla desaparecer mediante un
ordenamiento justo del mundo”. Y en sus palabras finales, es definitivo: “De
esta manera, somos los que producimos –se refiere a Estados Unidos y a su
sistema– la pobreza mundial no sólo de una manera pasiva sino evidentemente
activa. Mediante el sostén de un injusto sistema mundial, que podía preverse y
podía impedirse, y al no hacerlo reproducimos la miseria, la inimaginable
miseria de la pobre mitad de la humanidad”.
Y se ve en todo. Cada vez se quiere ganar más. Lo vemos
hasta en los aviones de pasajeros. Cada vez las diferencias son más grandes.
Sillones para elefantes en la primera clase y en la tercera, los pasillos cada
vez más estrechos para hacer entrar cada vez más butacas. Los carritos de comida
han quedado reducidas a lo que llamábamos antes
changuitos, para no hablar de las comidas y el vino en vasos. Todo sigue al
modelo. El trabajo del profesor Pogge tiene una foto:
niños de Lubango, Angola, viven en cajas de cartón
una sobre otra. Los llamaríamos cartoneros. Investiguemos bien porque a lo
mejor los culpables de nuestra república cartonera fueron los piqueteros. Todo
tiene un origen común que lleva finalmente a destruir esta sociedad argentina.
¿Acaso el general Bussi no fue un buen alumno de
Enrique VIII y ordenó hacer desaparecer a los mendigos y vagabundos de Tucumán?
Por ahí está la cosa, profesor Thomas Pogge. Por
ejemplo, en el plan tan bienvenido en Estados Unidos y Alemania de las
universidades de elites. Marchemos con las elites y terminemos con los
pordioseros. Seamos bien occidentales y cristianos
En Argentina 1
de cada 4 niños trabaja para comer. Más de 1 millón y medio de niños en
esta situación Pablo Calvo Clarín 040404 Argentina
en crisis
Mirko
toca un acordeón en la calle Florida, la peatonal de los apurados. Toca mal,
pero no es su culpa. No nació para la música. Dos hombres lo controlan a
distancia. Uno tiene acento eslavo y el otro traduce, pero hablan de lo mismo,
de cómo se repartirán las propinas que genera ese fueye
sin alma y sin compás.
Los fines de semana, 18 chicos hacen lo mismo. Y ninguno respira
si no pide permiso con la mirada a la mujer que lo vigila. Algunas amamantan a
bebés, candidatos a vivir de La Cumparsita apenas puedan soportar en sus muslos el peso del acordeón.
Las leyes dicen que los niños deberían tener un solo trabajo:
ser niños. Pero en el país hay más de un millón y medio de chicos que trabajan
para poder comer. Es uno de cada cuatro chicos argentinos, ya que la cifra de
niños de entre 6 y 14 años supera los seis millones. Es probable que sean
muchos más, dado que los últimos datos oficiales son viejos, de 1998, es decir
que no contemplan el daño social que provocó la crisis del 2001.
La orquesta esclava de Mirko envuelve de notas desafinadas un puesto de flores de Retiro,
seleccionadas esa misma madrugada por Juan y sus hermanos, en un mercado de Avellaneda. Son tres, en edad escolar, pero en la
necesidad imperiosa de acoplarse al diario plan de supervivencia. En vez de
mochila, carretilla. En vez de cuadernos, pétalos y espinas.
Los chicos son utilizados para múltiples tareas. Hornean
ladrillos, atan verdura en los mercados de abasto, cosen zapatos, los lustran,
recogen los frutos de la tierra, fabrican ropa y helados, limpian autos o
casas, buscan tesoros en la basura. "Argentina dejó de ser un país de
prevención del trabajo infantil, porque la pobreza lo convirtió en un país en
riesgo", dice María del Pilar Rey Méndez, a cargo de la campaña oficial
contra el empleo de niños.
Ningún gobierno hizo hasta ahora un censo sobre el verdadero
volumen del trabajo infantil. "Las cifras disponibles no reflejan toda la
magnitud del problema, debido a la invisibilidad de labores, como el trabajo
doméstico, y de formas intolerables, como la explotación sexual", dice la
directora local de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), Ana Lía Piñeyrúa.
Tampoco hay un mapa que ayude a identificar las regiones más
críticas del país.
En Puerto Madero, las frutillas y las moras suelen estar
deliciosas. Alicia ni sabe que su copa de "frutos del bosque" cuesta
14 pesos, lo mismo que gana Chuli en todo un mes por recogerlos cerca de El Bolsón, donde gasta sus
rodillas de bailarina imposible. La nena, de 9, verá pasar cosechas enteras de
cerezas, guindas y corintos antes de terminar la primaria, si es que antes no
se le cansa su mirada celeste.
Las manos de Lucho también
están curtidas. Debe ser por eso que los malabares con las pelotitas no le
salen. Prueba otra vez, pero.... tampoco. No importa, la exhibición termina y
él sale disparado a buscar monedas. El semáforo es su amparo y su guillotina.
Mientras manda el rojo, corre el tiempo sagrado de la recaudación. Pero el
amarillo le da el ultimátum para volver al refugio de la vereda. Y el verde lo
expone al riesgo de las ruedas.
—¿Cuánto juntás por día?— le pregunta Clarín en 9 de Julio y
Venezuela.
—Si llego a 20 pesos, me dejan volver a casa— confiesa el
payaso.
Lucho es víctima de la explotación tarifada: necesita
esa canti dad para que el mayor que lo explota deje
de molestarlo ese día. Lo que junta hoy, lo pierde en la cuenta bancaria de su
futuro.
"Es evidente que hay más chicos que trabajan. Pululan como
hongos después de la lluvia. Pero no se puede salir a condenar el trabajo
infantil cuando los padres no tienen trabajo y sus hijos no tienen para comer.
No hay que olvidar la pésima distribución de la riqueza que tiene este país.
Hay que analizarlo bien, porque muchas veces, cuando un chico trabaja, nos está
enseñando lo que es la dignidad", dice Alberto Morlachetti,
director del hogar Pelota de Trapo.
El Congreso no profundizó el tema en el reciente debate sobre
la ley laboral. Pero allí se advierte que no hay inspectores suficientes para
detectar casos de explotación infantil y que faltan sanciones ejemplares para
los empresarios que abaratan sus costos mediante la contratación de chicos.
Faltan incluso mecanismos de rescate inmediato cuando la Unidad de Monitoreo de
Inspección detecta a un chico explotado.
"Conmueve constatar a diario situaciones de explotación de
los menores de 14 años, como venta callejera, limpieza de parabrisas, comercio
ambulante, recolección de frutas o de algodón en diversas zonas del país",
advierte la senadora nacional Marcela Lescano
(UCR—Formosa), en un proyecto donde reclama una "campaña de
esclarecimiento" sobre el tema "con énfasis en las obligaciones y
recaudos que deben tener los empleadores al momento de ofrecer o contratar
empleo".
Dice el Pacto de San José de Costa Rica: "Los Derechos del
Niño no podrán ser suspendidos ni derogados en ningún momento, sea cual fuere
la magnitud de la emergencia". Aquí, la crisis le ganó la carrera a las
respuestas del Estado. Pasaron siete años y tres meses desde la adhesión del
país al Programa Internacional de Erradicación del Trabajo Infantil (IPEC). La
Comisión Nacional para la Erradicación del Trabajo Infantil (CONAETI), creada
en 1997, comenzó a funcionar a fines de 2000. Y entre el decreto de creación y
la primera reunión pasaron cuatro meses. En 20 años de democracia, tampoco hay
una ley específica sobre trabajo infantil.
El Gobierno nacional lanzó una campaña de concientización
—junto a los países del Mercosur—, con el lema
"Trabajar es cosa de grandes. No al trabajo infantil". Anunció que se
enseñarán los derechos laborales en la secundaria. Y firmó un convenio con
UNICEF para controlar el uso de fondos para la infancia.
Nada de eso alcanza para que María abandone su puesto de cuidacoches en la
Costanera Norte, entre el agua chocolate del Río de la Plata y el predio Tierra
Santa, lugar de resurrección.
—¿Te da la gente?.
—Y...algo es algo— se conforma.
El trabajo le roba al chico tiempo para jugar, para ir a la
escuela, para soñar, para desplegar la fantasía y la creatividad. Documentos
oficiales explican que el trabajo infantil actúa como un mecanismo de
reproducción social de la pobreza, porque el chico que no estudia y no se
desarrolla en plenitud llegará al futuro extenuado, sin brazos para defender a
sus hijos, que también encallarán en el empleo precoz.
"Para saber cómo será la Argentina dentro de 20 años —dice
un comunicado de UNICEF— tan sólo hace falta ver las condiciones en las que se
encuentran hoy sus niños, niñas y adolescentes". Y la OIT advierte que
los chicos que trabajan están más expuestos a morir, a quedar desnutridos, a
sufrir invalidez, a repetir de grado o a no aprender nunca a leer y escribir