Publicado en Juventud Técnica Digital
Enero 2008
¿Intrusismo profesional?
Zapatero... ¡a tus zapatos!
A. González Arias
... y con este polo sur en
el tacón izquierdo enviamos al suelo las energías negativas.
¿Cuanto le vas a cobrar?
Charlatán, el vocablo que nos interesa analizar, se escribe
igual en inglés y en español, pero el significado no es exactamente el mismo.
Para los hispano-parlantes un charlatán es un hablador indiscreto, alguien que
habla mucho, con poco seso, o que dice muchas tonterías. Sin embargo, en la
lengua de Shakespeare charlatan (sin el acento) es sinónimo de “falso experto”;
alguien que alega poseer habilidades especiales o se autoproclama especialista
en un tema determinado sin realmente serlo; una especie de pícaro o embaucador.
Lamentablemente, no tenemos una palabra similar a la inglesa para designar
al falso especialista. Y debiéramos
tenerla, porque en los últimos tiempos los tales “expertos” han comenzado a
proliferar como la hierba tras los días lluviosos. No es que no los haya habido
en el pasado, pero antes no contaban con la TV e Internet para divulgar sus fantasías. Y pasma ver con la desenvoltura y seguridad que
hablan o escriben de temas como los flujos de energía, la física cuántica o la
teoría de la relatividad sin tener, a todas luces, la suficiente preparación
básica para comprender realmente su significado -y mucho menos para explicarlo a
otros. Por regla general, la finalidad que
se persigue con estas disertaciones energo-cuántico-relativistas es la de añadir
“peso” a determinadas elucubraciones pseudocientíficas (fantasías ajenas la
mayoría de las veces, repetidas mecánicamente sin un previo análisis crítico).
Así, es posible encontrar a quienes alegan diagnosticar o curar utilizando
propiedades u objetos muy disímiles, ajenos a la práctica médica convencional: varillas
y péndulos, pirámides, imanes, o energías inconmensurables que nadie sabe lo
que son, pero que los falsos expertos afirman poder controlar para realizar
diagnósticos y curas de todo tipo. No
faltan las cápsulas “milagrosas”, que al abrirlas sólo contienen fragmentos de alguna
hierba o raíz desconocida -¿por qué la cápsula y el misterio? ¿No basta con
recomendar un cocimiento del producto?
Otros tratan las enfermedades con... agua. Si, agua pura y cristalina, como en la
película “Los Días del Agua”. La
diferencia es que aquí el agua no viene acompañada del exorcismo “perro maldito
al infierno”, sino que se ofrece embotellada tras el rótulo Medicina Homeopática.
Bueno, no es agua pura exactamente; puede que contenga una mil millonésima
parte, o poco menos, de otros productos.
Para que el lector entienda sin muchos tecnicismos. La homeopatía es algo así como echar una aspirina
bien triturada en el tanque de agua del techo y después tomarse una cucharada para
controlar... el sangramiento en una encía. (Ah! Si en vez de diluirla en el
tanque lo hace en una piscina, según los homeópatas el efecto se multiplica).
Asombrosamente, aún quedan en el mundo unas pocas instituciones
oficiales que promueven la homeopatía. Las
hay también no oficiales, aunque a veces con títulos rimbombantes capaces de
engañar a cualquiera. Por ejemplo, la Sección Naturista del
Colegio Médico de Valencia[1],
en España, organiza cursos de Terapéutica Homeopática para Médicos, incluyendo uno que combina la homeopatía con la cromoterapia,
esta última ya hace tiempo desprestigiada en los tribunales[2].
Lo que si es seguro es que ninguna de estas “terapias” posee los avales
del método científico, no han sido sometidas a ensayos clínicos realizados
adecuadamente y no se han estudiado previamente en animales. Y cuando lo han sido, no han mostrado
efectividad. No obstante, los falsos
expertos insisten en usar a las personas como cobayos, aplicando estas
“técnicas” con total falta de ética e irresponsabilidad. ¿Contraindicaciones o
posibles efectos segundarios? ¡Que va! Todo es milagrosa maravilla benéfica.
Así -y si me permiten usar la acepción inglesa- en este carnaval
charlatanesco multicolor es posible encontrar licenciados, ingenieros, “reverendas”
y “terapeutas” (estos últimos de seguro autotitulados) que pretenden “sanar”
sin saber ni jota de medicina; también médicos y periodistas “especialistas” en
energías o que intentan dar lecciones de física cuántica, e incluso algún que
otro desorientado recién graduado de alguna especialidad de letras, que sin
siquiera saber poner una inyección aspira a cursar -nada más y nada menos- postgrados
en medicina para curar a la gente.
¿Habrá charlatanes que actúen de buena fe? Puede ser. Démosles el
beneficio de la duda. Pero... ¿no es el intrusismo profesional un delito?
Y esto me hace
recordar la anécdota de Apeles (352-308 AC), el famoso pintor de la Grecia
antigua. En una ocasión un zapatero le llamó la atención sobre un error en las
sandalias de una figura. Apeles rectificó el error inmediatamente. Sin embargo,
cuando el zapatero pretendió emitir juicios sobre otros aspectos de la obra, Apeles
exclamó “Ne supra crepidam sutor judicaret”[3],
amonestación que quedó inmortalizada como: “Zapatero, a tus zapatos”.