Memorias de Gulubú: Un
recorrido por las seudociencias
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El arte del zahorí: La radiestesia
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La radiestesia o
rabdomancia es un arte adivinatorio nacido en la Antigüedad para
localizar fuentes de agua o metales. Hoy se extiende a la Medicina. Los
practicantes alegan poseer percepción extrasensorial, una capacidad que
hasta el momento sigue sin estar demostrada.
Por Dr. Jorge Bergado Rosado, Profesor e
Investigador Titular.
(2 Octubre, 2013)
Los
días del agua
Leo en el blog El
diario de Chemazdamundi (1) en la entrada fechada el 27de
enero de 2010:
“-BuEEenOOooh
díaAAaah.
No lo habíamos visto
porque era… diminuto, vaya. Detrás del coche del geólogo, apareció un
hombre más viejo que la momia de Amenofis IV, arrugado como una pasa, con
la piel morena de haber pasado toda una vida trabajando al sol, con su
sombrero ancho de paja, gafas de culo de botella, y una pajita de trigo
en la boca.
De la impresión, lo
primero que pensé es “¡anda, coño, un gnomo!”
El geólogo,
conteniéndose la risa, nos lo presentó:
-Este señor es
Antonio… em… el zahorí de aquí, de La Carlota. Le he traído para que nos
averigüe si hay agua en sus tierras.”
El autor necesitaba un pozo, con agua, claro, y había contratado para
ello los servicios de una empresa especializada. La inesperada aparición
del curioso personaje puso al autor, a su familia y en especial a su
madre en fase de “Alerta ante posible fraude”, pero Antonio fue tajante y
claro ante la duda:
“-Heñora, hi no
encuentro agua, uhté no me tiene que pagar ná.
Cuando este hombre
salió del coche del geólogo, sacó un par de varillas de acero inoxidable,
en forma de “L”. Una cosa cutre para verla, porque se veía que sus
varillas habían sido parte de alguna butaca. Estas varillas tenían un
lado más corto que el otro. Antonio las cogió como si fueran pistolas,
por esos extremos más cortos. Cruzó los brazos como si fuera una momia
faraónica, con cada vara-pistola asida en una mano y echó a andar por
toda la parcela, mientras hablábamos. Se tiró así un buen rato hasta que,
en un momento dado, las varas se cruzaron formando una X delante de su
cara. Se detuvo y dijo:
-Aquí hay que
“ehcarbar.”
Abreviando,
a la primera hubo agua, pero muy poca de modo que decidieron probar otra
vez en otro sitio también localizado por Antonio. Al segundo
intento:
Al
quinto metro, estalló un chorro de agua que parecía talmente un géiser
islandés. Para qué voy a mentir… nos embargó la emoción.
Y Antonio el zahorí
era el hombre más orgulloso del mundo. Sacaba pecho y no paraba de decir:
-Hi yo lo jabía, hi
yo jabía que había agua.
La
estrella de Venus
Recorrían los campos de Europa medieval ofreciendo sus servicios. En
Inglaterra eran llamados dowsers,
en España zahoríes.
El nombre “zahorí” proviene del árabe zuharí que significa “geomante” es
decir mago o adivino de la tierra. Zuhari, a su vez, viene del nombre con
el que los árabes nombran al brillante astro del alba, Venus: azzuharah
(1).
Con
el auxilio de varas de madera o metal se declaran capaces de hacer un
pronóstico de suma importancia: detectar la presencia de agua subterránea
y así, garantizar el éxito del rudo trabajo de perforar un pozo. No
existen registros de la tasa de éxitos en tales predicciones, pero la
persistencia de la profesión hasta nuestros días sugiere que “algo hay”.
No
solo persisten sino que expanden el rango de actividad. Y no solo se
trata de la detección de aguas subterráneas, o metales; ahora se extiende
a la determinación de la calidad y limpieza de ambientes y empata con el
milenario feng shui, y ¡cómo no! la medicina.
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Antes
se llamaba rabdomancia, por aquello de la varita en forma de Y
(rhabdos: vara, manteia: magia) pero el zahorí francés abate Alexis
Bouly propuso en 1930 el nombre de radiestesia
(2) (radios: radiación, estesia: sensación) y aunque no se sabe qué
tipo de radiación (si es que alguna) detectan los radiestesistas, el
nombre se ha hecho popular entre los modernos zahoríes. Suena mejor,
parece ciencia.
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El abate y zahorí francés
Alexis Bouly introdujo en
1930 el términoradiestesia
para designar a esta técnica adivinatoria.Tomado
de:http://www.radiestesiazahori.
com/radiestesia.html
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La
Ciencia considera esta actividad y las pretendidas capacidades de los
radiestesistas como falsas o, al menos, no comprobadas y por tanto una
pseudociencia; pero estos lo niegan y se declaran portadores de una
capacidad perceptiva real. Algunos la consideran innata, otros afirman
que algunos, muchos o casi todos tenemos esa capacidad, solo hay que
desarrollarla.
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Siento
una cosita…
Según el radiestesista Epifanio Alcariz “…en la vertical de estas zonas (de
la Tierra) se genera una gran ionización positiva, la cual contribuye a
la creación de radicales libres en nuestro organismo. Aún no se ha
inventado ningún dispositivo capaz de medir estas radiaciones en su
conjunto, pero sí se pueden detectar por separado. Ese dispositivo existe
y se encuentra en el interior de algunas personas que son especialmente
sensitivas a estas alteraciones. Se cree que es el inconsciente el que, a
través de la hipófisis y las glándulas suprarrenales, detecta estas
radiaciones y envía unos impulsos neuromusculares al brazo haciendo que
el péndulo o las varillas se muevan en manos del radiestesista, que de
esta manera puede interpretar las respuestas” (3).
En
otro post añade este autotitulado Investigador de la Energías Telúricas:
“Sin duda una mano invisible mueve sin descanso el entramado de cada uno
de los pasos que por mucho que nos empeñemos no vamos a poder evitar.
Aunque al término “energía” se le pueden aplicar diversos significados,
en Física se la define como la fuerza capaz de realizar un trabajo. Este
flujo de partículas realiza una fuerza. Ejemplos de energías son la
eléctrica, solar, térmica, eólica, magnética, nuclear, gravitacional,
etc. Nuestro Cuerpo Etérico recibe la vitalidad de una estructura o ente
invisible y desconocido que forma parte de las energías llamadas sutiles.
Ella es gestionada en el mismo a través de siete vórtices que son
conocidos con el nombre de “chacras” (que son los puntos o puertas de
acceso principales). Dicen que hay otros 21 “subchacras” y 340
“sub-subchacras”. Esta energía actúa sobre el campo vital o físico de
nuestro cuerpo, sobre el campo mental y sobre el campo espiritual y
emocional de las personas. La medicina, después de estudiar miles de
cuerpos, no ha encontrado pruebas de que esta energía exista. Tampoco la
ciencia ha conseguido detectarla. Por este hecho no reconoce su
existencia. Sin embargo, hay realidades que muestran que esta energía
existe.”
La
idea de que el radiestesista percibe las señales de esa energía sutil,
telúrica, a través del hipotálamo y las suprarrenales es tal vez
descabellada, pero en principio susceptible de ser comprobada o
rechazada. Tal vez por esto prefiere recurrir en otro acápite a los
incombustibles e inmedibles chacras de la vieja Medicina Ayuvédica
hindostaní. Y aunque aclara que no lo considera algo probado, plantea que
“el campo de energía vital adoptaría la forma de nuestro cuerpo y
crecería con el mismo. El campo energético mental tendría la forma y
medida aproximada de un huevo de gallina, y se situaría de forma
horizontal en el hemisferio derecho del cerebro. El campo espiritual
tendría la forma y medida aproximada de una naranja, y tendría un
apéndice del tamaño de una pelota de ping-pong en la parte inferior
izquierda, que sería el campo energético emocional; estarían situados por
encima del corazón. Y por último el aura, que sería la envoltura protectora
de estas "cápsulas" energéticas” (3).
Otro
zahorí español, Carlos Pellón Rivero, ofrece en la web Terrae Antigvae
una detallada descripción de cómo debe operar un rabdomante en la
búsqueda de agua, pero va más allá y se arriesga a localizar el órgano radiosensible
(4). El procedimiento es una mezcla bastante ingenua de experimentación
intuitiva y especulación, algo muy común en estos territorios
intelectuales. Para ello utilizó un tubo de media pulgada a través del
cuál circulaba agua y, por aproximaciones sucesivas, llegó a la
conclusión de que el “receptor” estaba dentro de la cabeza, a la altura
de los oídos. Hasta ahí el experimento. Comienza la especulación: ¿qué
hay dentro de la cabeza, dentro de los oídos? Efectivamente un receptor
muy singular compuesto por una membrana en la que se localizan células
receptoras ciliadas y que se agrupan en puntos específicos de un diminuto
e intrincado laberinto de cuevas y canalículos en la región petrosa del
hueso temporal. Una parte del sistema, la cóclea, es nuestro receptor
auditivo, la otra, el vestíbulo y los tres canales semicirculares
detectan la posición y movimientos de la cabeza. Es ciertamente un
hermoso y complejo sistema, tal vez por ello Pellón se sintió fascinado y
lo da como sede de las capacidades radiestésicas, pero hoy sabemos con
gran precisión cómo funciona y qué detecta cada una de sus estructuras.
Evidencias de que sirvan para algo más no existen todavía fuera de la
desbordada imaginación del zahorí español.
Y
¡pum!... se mueve
El zahorí se vale de instrumentos sencillos, las dos varillas metálicas,
o una vara de madera o un péndulo. El sentido de sus movimientos,
afirman, da las respuestas a las preguntas que el operador se hace a sí
mismo, en general “Sí” o “No”. Pero ¿qué las mueve? El radiestesista
cubano Sierra Figueredo declara: “La
interacción y comunicación entre nuestros hemisferios cerebrales se ocupa
del resto de forma totalmente autónoma, lo cual provoca las
contracciones musculares del brazo, antebrazo y manos para que ocurra el
movimiento del indicador (varilla o péndulo) al ser percibido por nuestro
cuerpo o una parte del mismo, la señal o indicio de lo que estamos
buscando específicamente” (5).
Es decir, las mueve la propia mano del explorador.
Esta
descripción corresponde en todo detalle a lo que el psicólogo William B.
Carpenter denominó en 1852 una acción ideomotora. Es decir un movimiento
como cualquier otro, provocado por señales que viajan por las vías
convencionales y conocidas desde el cerebro a los músculos, y provocan su
contracción. Y claro está, el movimiento de las varillas, la vara o el
péndulo. Los movimientos pueden ser muy sutiles y la persona puede
incluso creer que los dispositivos se mueven a impulsos de una fuerza
externa (6). El famoso y misterioso tablero conocido como Ouija sería
otro ejemplo de acción ideomotora.
El péndulo es uno de los
instrumentos de los zahoríes actuales.
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Michael
Chevreul fue un importante químico francés del siglo XIX. Por esa época,
un grupo de sus colegas experimentaba con el péndulo y afirmaba que se
podían identificar sustancias con él. Chevreul se mantenía escéptico,
pero quiso comprobarlo. Tomó un recipiente con mercurio, y muy para su
sorpresa, el péndulo se movía en la dirección indicada cuando lo
colocaba sobre el mercurio. Chevreul realizó entonces una segunda
comprobación, lo que hoy denominamos un experimento a ciegas. Casi
literalmente. Se vendó los ojos, péndulo en mano, mientras un asistente
colocaba o retiraba el mercurio en secuencia al azar. Nada sucedió.
Concluyó: "En tanto yo creía posible el movimiento este ocurría,
pero después de descubrir la causa no pude reproducirlo (7)."
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Otro
conocido científico de la época Michael Faraday también tuvo un papel en
la detección de este tipo de hechos. En 1853 fue comisionado para
investigar el fenómeno de la “mesa giratoria”. Varias personas se sientan
ante una mesa circular y colocan sus manos sobre ella. En pocos minutos
la mesa gira en un sentido o en otro. La sospecha: eran los propios
participantes quienes empujaban la mesa. Faraday, un genial físico
experimental, hizo varios ensayos y comprobó que, en efecto la mesa se
movía, pero era imposible detectar si lo hacía por sí sola o si era
empujada suave y sutilmente por las personas sentadas a ella. ¿Qué se
mueve primero: la mesa o las manos? Faraday colocó varios pliegos de
cartulina cubriendo la mesa, cada uno un poco mayor que el de abajo e
hizo unas marcas con lápiz en el borde libre de los pliegos. Su
razonamiento: si la mesa se mueve primero las líneas marcadas se
desplazarán en sentido contrario, puesto que los pliegos superiores se
retrasarán en su movimiento; pero si son las manos quienes la empujan
entonces las líneas se moverían en el mismo sentido del desplazamiento.
El resultado mostró sin lugar a dudas “que la mano, de hecho, había
empujado el pliego superior y que los pliegos inferiores y la mesa lo
habían seguido arrastrados por él” (7).
De
modo que sí: el movimiento del aparato auxiliar del zahorí es una acción
ideomotora. Los zahoríes más instruidos lo han aceptado, pero si leemos
las declaraciones de Sierra Figueredo comprendemos que esa aceptación
conlleva hacernos creer que la idea del movimiento que se origina en la
mente del zahorí es provocada por su percepción de “algo” externo que
nadie sabe qué es, aunque se le bautice con nombres más o menos
convincentes. Es el clásico argumento presentado irónicamente por el gran
divulgador Carl Sagan de aquel que afirma que tiene un dragón en el
garaje y a cada pregunta le añade supuestas cualidades que lo hacen
invisible, impalpable e insensible, pero presente.
Poder
o no poder, ahí está el dilema
La ciencia crece cuando se confirman hipótesis bien fundamentadas y
que encajan dentro del delicado tejido intelectual que une a sus diversos
componentes. Y aunque no guste de propuestas basadas en hipótesis
descabelladas o simplemente en ninguna hipótesis, aceptará su existencia
siempre y cuando se ofrezcan evidencias razonables y repetibles de que es
así. Y la mejor forma de hacerlo es por medio de experimentos.
James
Randi, un conocido escéptico y famoso mago retirado (The Fantastic Randi)
hizo una apuesta con varios zahoríes australianos y un experimento que
debía confirmarlo. Se construyó un sistema de tuberías paralelas, cada
una con una entrada controlada que permitía o no el paso de agua por unas
u otras. La tarea era simple: detectar con los medios usuales en esta
práctica (varillas o péndulos) en cuáles tubos había agua y en cuáles no.
Varios dowsers
del continente de los canguros acudieron a la prueba. El resultado: los
aciertos no superaron lo que cualquiera hubiera podido hacer solo
adivinando. El conocido escéptico Richard Dawkins realizó una prueba
semejante con dowsers
ingleses con idénticos resultados. La tasa de éxitos no sobrepasó el
límite del azar.
Tales
resultados negativos siempre se acompañan de quejas, objetando que las
condiciones de los experimentos habían influido negativamente en las
capacidades de detección.
Por esa razón los autores del más grande y ambicioso estudio realizado
para comprobar la capacidad predictiva de los zahoríes tuvieron buen
cuidado de todos los detalles para evitar la menor queja, fuesen cuales
fuesen los resultados. El estudio fue un encargo del gobierno alemán a la
Universidad de Munich y a la Universidad Técnica de la misma ciudad
bávara para determinar si existían o no personas capaces de detectar
agua. Se realizó por un equipo de físicos de esas universidades con un
presupuesto de 400.000 marcos a mediados de los ochenta del siglo pasado,
que equivaldrían actualmente a unos 300.000 dólares. Sus resultados
fueron remitidos al Ministerio Alemán de Ciencia y Tecnología en 1990. A
pesar del cuidado meticuloso en la selección de las condiciones de la
prueba y de la satisfacción de todas las sugerencias exigidas por los
zahoríes incorporados al equipo investigador el resultado mostró que,
como grupo, las predicciones no superaban al azar adivinatorio. Sin
embargo, los autores afirman que existió un muy pequeño grupo de radiestesistas
que tuvieron resultados positivos tales que hacen pensar que,
efectivamente, algunas personas tienen la capacidad alegada. La puerta
casi se cerró, pero quedó un resquicio. El informe ha sido criticado por
esa afirmación que, al parecer se basa en resultados seleccionados de
seis participantes en alguna de las repeticiones de la prueba, pero que
ellos mismos no pudieron replicar en otras repeticiones. Al parecer no se
trata de individuos con capacidad demostrada, sino de un pequeño número
de ensayos que mostraron una predicción acertada, algo que también debe
ocurrir por puro azar, como lo demuestra un análisis estadístico riguroso
de los resultados (8).
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Una
sesión de terapia radiestésica. Nótese que además del péndulo el
rabdomante coloca cristales sobre o cerca del cuerpo de la víctima en
una ceremonia ecléctica que combina la radiestesia europea con los
chacras de la medicina ayuvédica indostaní.Tomado de: http://sanador.mex.tl/882344_Radiestesia-con-pendulo.html
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¿Y
el agua de Antonio?
¿Por qué un geólogo titulado recurrió a los servicios de Antonio el
zahorí? He aquí sus razones:
“Saben perfectamente
dónde van a parar los correntíos de agua cada vez que llueve, por dónde
pasan los arroyos que sólo aparecen con las lluvias, conocen la consistencia
de la tierra porque la han cultivado con sus manos, se saben de memoria
dónde están los pozos que se cavaron a lo largo de los años por las
tierras vecinas y los retienen en mente a la hora de hacer sus “mapas
geológicos mentales”… y se transmiten de unos a otros esos conocimientos.
[Nota de autor del blog: es por eso que sólo hay un
zahorí por pueblo, y que se pasan los conocimientos de padres a hijos].
Yo, esos
conocimientos, no los tengo, porque no soy de este pueblo. Por eso, cada
vez que me llaman para abrir un pozo, localizo al zahorí de la zona, para
que me indique dónde hay agua y dónde he de perforar para abrirlo. A
veces nos encontramos con zahoríes que se atreven a salir de “su zona”
pero, por experiencia le digo que entonces fallan mucho más. No significa
que no acierten algo porque se sirven de algunos de los trucos genéricos
de “la profesión” y que los geólogos conocemos, para encontrar agua:
buscan pendientes, líneas de árboles de raíces profundas, surcos de
antiguos arroyos… En fin, “cosillas” que les dicen más o menos por dónde
tienen que tirar, pero yo no me fío de un zahorí que no sea de la zona.
-¿Y cómo es que
saben el punto exacto dónde cavar?
-Pero
si es que no lo saben. Lo intuyen. Una intuición basada en la
experiencia, claro. Antonio lo único que me asegura con certeza es si
hay agua o no en la tierra, en la zona, para eso lo llamo: para no
perder el tiempo ni el dinero de mis clientes. Si dice que sí hay, lo que
le queda es afinar la puntería… o confiar en que el cliente quiera
profundizar lo suficiente. Mire, la tierra es como una esponja: si uno le
echa agua, la absorbe, ¿no? Bueno, pues el agua absorbida no se guarda en
riachuelos subterráneos, como se cree la gente. A veces sí, pero eso es excepcional,
depende del tipo de la tierra. Lo normal es que el agua quede atrapada en
las diferentes capas de diferentes materiales de tierra en pequeñas
“burbujas”: cavernitas, grietas, bolsas, huecos… Cuando uno taladra, lo
que hace es atravesar montones de esas burbujas, que quedan así
conectadas, haciendo que toda el agua de esas burbujas vaya a parar al
tubo-pozo que las conecta. Después, cada vez que llueve, la tierra vuelve
a absorber el agua sólo que, ahora, en vez de quedarse encerrada, va a
parar al pozo. Y de ahí saca usted el agua. Antonio me afina la puntería
señalándome el sitio donde más probabilidades hay de que vaya a parar
el agua de las lluvias, y lo sabe porque se conoce estas tierras
palmo a palmo (1).
La Habana, día
de un año…
Un zahorí habanero (médico por demás) sujeta la mano de un paciente. Con
la otra, alzada sobre la mesa sostiene un pequeño péndulo que hace
oscilar sobre un frasco cada vez, de una hilera de estos. Algunas veces
asiente con la cabeza, otras niega. Así, asegura, puede determinar qué
medicamentos serán efectivos para aliviar las dolencias de su paciente.
Pero, al parecer el poder atribuido a los radiestesistas va mucho más
allá. En el libro Salud
Ecológica, de los doctores Ávila y Fonte puede leerse:
“Estos planteamientos
parecen ser muy válidos, principalmente cuando se utiliza la
telerradiestesia, o sea, radiestesia a distancia. También se puede
emplear para el diagnóstico médico; con el péndulo sobre una fotografía o
sobre el diagrama de una figura humana, se pueden conocer las afecciones
orgánicas, emocionales, bioquímicas o energéticas que presenta esa
persona, con muy poco margen de error, si se posee el entrenamiento y los
conocimientos convenientes”(9).
¡Ay, Antoñica Izquierdo, ten piedad de nosotros!