Magia, pseudociencia y ciencia.
Una
reflexión desde la Neurobiología (IV Parte)
La revista Juventud Técnica pone a
disposición de los lectores un material que polemiza sobre el
lugar de la ciencia en la sociedad actual. A tono con los
debates que se suceden en el país, en torno a la nueva
política económica y social, el artículo aporta criterios que
contribuirán con la reflexión colectiva.
Por DrC.
Jorge A. Bergado Rosado y DrC. William Almaguer Melián (Centro
Internacional de Restauración Neurológica, CIREN)
25 Enero, 2011
Ciencia y
pseudociencia
El hombre moderno y civilizado, cree en la ciencia
y confía en ella, y aunque no por eso deja de creer en otras
cosas, su visión del mundo se apega cada vez más a las
interpretaciones que ofrece la ciencia moderna.
Obnubilados y timadores siempre han existido.
Cualquiera puede, lleno de ingenua buena fe o con execrable
ánimo de lucro, construir hipótesis descabelladas o aplicar
terapias y tratamientos inoperantes. Solo que hoy en día, para
lograr una mayor credibilidad, han debido disfrazarlos de
ciencia. Surge así un fenómeno de nuestro tiempo: la
pseudociencia, algo que parece ciencia, pero no lo es. Basta
con que alguna vez, por azar, parezca que funciona; ese
acontecer fortuito será disfrazado de hecho científico y
adornado con palabras, poderosas palabras -como
energía-, y nos será ofrecido como solución efectiva
a problemas reales.
Cuando digo que parezca funcionar
quiero decir exactamente eso, que ofrezca al menos la
apariencia de que puede funcionar. Lo que un científico hace
es probar experimentalmente si funciona o no; lo que el
pseudocientífico hace es retar al crítico y decirle:
“Demuestra que no es cierto”, escamoteando con malas artes que
su deber primero e intransferible sería aportar las pruebas,
los hechos comprobados, que demuestren lo que afirma.
Quien propone una verdad tiene la obligación de demostrarla, y
no al revés.
La sociedad capitalista moderna sufre de
males raigales y terribles. La explotación despiadada de seres
humanos y recursos naturales genera tragedias enormes y tiene
al mundo al borde de una catástrofe ecológica devastadora.
Algunos profetas acusan a la Ciencia de ser culpable de este
entuerto, lo cual además de injusto, es falso. La Ciencia es
conocimiento y el conocimiento es poder. Usarlo
razonablemente, usarlo solidariamente, usarlo sabiamente, es
algo que la sociedad capitalista no ha sabido y nunca sabrá
hacer, a menos que renuncie a sus esencias consumistas,
egoístas y derrochadoras.
Nuestra sociedad se debate en
un mundo lleno de problemas, crisis y amenazas aparentemente
sin solución. La caída del socialismo europeo parece habernos
dejado sin esperanzas de un futuro mejor para todos. Nosotros,
y muchos como nosotros, creemos que eso no es cierto, pero de
momento, la realidad percibida por una buena parte de la
humanidad es bastante pesimista, por no decir apocalíptica.
En tiempos así los hombres se debaten, las ideologías
se derrumban y se alzan y se renuevan. Aparecen, se nos
proponen y se nos venden, todo tipo de soluciones, todo tipo
de refugios, todo tipo de líderes, todo tipo de Mesías. Son
tiempos de incertidumbre y búsqueda, una aparente vuelta atrás
en la espiral de la evolución.
Profetas, farsantes y
lunáticos preconizan el fin de la Ciencia, el cambio de
paradigma, la vuelta al pasado, las medicinas antiguas y las
terapias místicas. Los seres humanos, confiados y crédulos,
buscan asideros y consuelos. Surgen o resurgen engendros en
forma de pseudociencia o religión, o ceremonias mágicas, o
ritos ocultistas, reunidos malsanamente.
Las
predicciones astrológicas ocupan espacios inauditos en los
medios de prensa, conjuntamente con dietas mágicas que nos
convertirán en Venuses y Adonis. La gente regresa a los
antiguos cultos, y adquieren fuerza y popularidad teologías
relegadas, desde el Espiritismo a la Teosofía; incluso
aparecen nuevas religiones como la Cienciología, creada por un
escritor de ciencia ficción en los Estados Unidos y que cuenta
entre sus adeptos a populares estrellas de Hollywood.
Curadores y espiritualistas difunden el Reiki y el Feng shui,
la imposición de manos y la radiestesia y hasta algunos
médicos aceptan y recomiendan viejos métodos de curación con
respaldo científico pobre o ausente, como la homeopatía y la
terapia floral, que no tienen nada que ver con el tradicional
uso de las plantas en tisanas o cocimientos para aliviar
determinadas dolencias.
El hombre imaginativo,
confiado y gregario, tiene premisas biológicas que lo
predisponen a la credulidad. Pocas repeticiones, aislados
aciertos azarosos, bastan para darles fuerza y sustento.
Nuestro cerebro predictor no necesita muchas repeticiones y
adquirir un pensamiento científico no es algo sencillo, pues
requiere de un entrenamiento riguroso y largo.
A modo de
conclusiones
Al presentar estos argumentos no lanzamos el
anatema fatalista de que el hombre está biológicamente
condenado per secula seculorum a ser supersticioso.
La evolución de la cultura humana y el desarrollo de la
Ciencia nos han dotado de un método poderoso y sencillo (al
menos conceptualmente) para distinguir entre ilusión y
realidad.
La evolución cultural de la humanidad es un
proceso complejo, pero con más avances que retrocesos. Magos,
brujos, sacerdotes y científicos, son escalones dentro de ese
proceso, que se suceden unos a otros, pero que también pueden
coexistir y de hecho lo hacen distintas formas de pensamiento
y de entender el mundo. Si primero fue desplazada la magia por
la religión y luego esta por una cosmovisión científica, esos
desplazamientos no han significado la extinción de las
anteriores; en la sociedad viva está toda la historia del
pensamiento humano.
Hay que reconocer que la sociedad
no evoluciona in toto, y que en cualquier etapa del
desarrollo subsisten y persisten todas las formas anteriores
de su evolución. Los pseudocientificos, en la más benévola de
las consideraciones, lideran un amotinamiento contra la
ciencia desde el pensamiento anterior a la ciencia.
El
pensamiento científico es el logro más alto de la cultura
humana, nada compite con él, nada se le aproxima, ni siquiera
la 9na. Sinfonía de Beethoven. Aprender a pensar
científicamente es aprender a vivir y actuar de otra manera,
pero vale la pena. El universo, el mundo, la vida, son
maravillas tan espléndidas que no hace falta aderezarlas con
espectros.
Bibliografía
Consultada
Llinás, R.: El cerebro y el mito del yo.
Editorial Norma. Bogotá 2003
Frazer, G.: La Rama Dorada.
Magia y Religión. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana,
2009
Kandel, E.R, Schwartz, J.H. y Jessell, T.M.:
Principles of Neural Science. 4ta Ed. McGraw-Hill, New York,
2000
Agradecimientos
Los autores agradecen al
Prof. Ivan Izquierdo de la Universidad Federal de Río Grande
de Sur (Brasil) y al Prof. Luis C. Silva del Centro Nacional
de Información Científica sus comentarios, críticas y
sugerencias al presente trabajo. También agradecemos el
estímulo recibido de otros colegas consultados para perseverar
en este empeño.