Magia, pseudociencia y ciencia.
Una
reflexión desde la Neurobiología (III Parte)
La revista Juventud Técnica pone a
disposición de los lectores un material que polemiza sobre el
lugar de la ciencia en la sociedad actual. A tono con los
debates que se suceden en el país, en torno a la nueva
política económica y social, el artículo aporta criterios que
contribuirán con la reflexión colectiva.
Por DrC.
Jorge A. Bergado Rosado y DrC. William Almaguer Melián (Centro
Internacional de Restauración Neurológica, CIREN)
25 Enero, 2011
Hombre, sociedad, magia y
religión
El hombre biológico posee una imaginación poderosa
y es gregario. El gregarismo se construye sobre bases de
confianza; confianza en los otros miembros del grupo, horda,
tribu, nación o estado. Aunque muchas personas hoy día
reniegan de la confianza, lo cierto es que aún hoy, nuestra
existencia en sociedad se basa en la confianza mutua.
Confiamos en el conductor del ómnibus que nos lleva al
trabajo, en el panadero que elabora el pan nuestro de cada
día, en el médico que nos prescribe un tratamiento… Son solo
ejemplos, la lista sería demasiado extensa.
De modo
que nuestro imaginativo y gregario hombre biológico se
sociabiliza con otros en quienes confía y además ¡habla!
La palabra es, sin dudas, la herramienta más útil y el
arma más poderosa inventada por el hombre. La palabra permite
coordinar acciones, describir lo existente, pero también lo
imaginario. Es también una vía para conservar y hacer durar
una forma nueva de herencia sin parangón biológico: la
herencia cultural.
Así pues el hombre, en su vida
social, ha añadido nuevas formas de aprender y de establecer
asociaciones a partir del lenguaje. Indudablemente, el
lenguaje puede sustituir la experiencia más o menos
eficazmente según la “labia” y el poder histriónico de nuestro
interlocutor.
Escuchar la narración de dolores
terribles no duele, pero funciona perfectamente para el
establecimiento de asociaciones; basta con imaginarlo, lo cual
es extremadamente útil. No todo el mundo tiene que aprender
por experiencia propia lo peligroso que es introducir objetos
metálicos en una toma de corriente. A esto llamamos
aprendizaje preceptivo que consiste, básicamente, en aprender
de la experiencia de otros, transmitida por la narración oral;
una información en la cual confiamos.
El hombre social
y primitivo tenía dudas, temores y necesidades. Magia y
religión surgen y evolucionan de la combinación de todas estas
cualidades y de todos estos peligros y preguntas. La primera
es un intento de manipular la naturaleza, la segunda un
intento de comprenderla.
La creencia en la magia se
fundamenta en una asociación imaginada entre fenómenos
naturales, o entre estos y acciones humanes. En muchos casos
la acción humana remeda una acción natural que se asocia con
el fin deseado, como ocurre en lo que Frazer define como magia
homeopática. El trueno se asocia a la lluvia, el tronar de un
tambor mimetiza la acción del trueno y debe, por tanto, hacer
llover.
El inventario de ceremonias mágicas que han
existido a lo largo de la historia humana es enorme. Cada
pueblo y cada cultura las tuvieron. Simples o complejas,
ingenuas o sofisticadas, inocentes o crueles hasta el
sacrificio humano. La magia fue un recurso primitivo y, las
más de las veces, fallido; eso la hizo ceder en primacía a la
sumisión ante imaginarios, etéreos y poderosos seres:
espíritus y dioses. Ceder no significa desaparecer. Sorprende
hoy constatar que las prácticas mágicas siguen siendo en
nuestra moderna y civilizada sociedad un recurso empleado por
millones de personas -en todo el mundo- para obtener el bien
para sí y los suyos o el mal para sus enemigos.
No
excluimos, por supuesto, a nuestro país, donde florece la
hechicería asociada fundamental, aunque no exclusivamente, con
los cultos africanos. La larga vida de la magia es una muestra
de la fuerza de las asociaciones, aún de las que nos llegan
por vía indirecta. Tienen poderes de hechizo esas anécdotas
que se narran ponderando la efectividad de prácticas mágicas y
conjuros. Los fracasos, las predicciones no cumplidas y los
ensalmos fallidos se olvidan, se pasan por alto ante el
ocasional y aparente éxito de algunos intentos. Por eso la
magia pervive a pesar de sus reiterados fracasos. La magia es
primitiva, pero es expresión del afán del hombre por encontrar
vías útiles para poner las cosas del mundo y la naturaleza a
su favor y servicio.
La imaginación del hombre es
poderosa, mucho más que los fracasos. Este inventó un espíritu
para sí, y lo extendió a otros seres vivos e inanimados, dando
así origen a la pléyade de ánimas que repletan los panteones
totémicos primigenios. Incapaz de dirigir a su antojo a las
fuerzas naturales, la rendición llega en la religión. En lugar
de exigir, suplica. Y los espíritus se transforman en dioses
que se van sublimando en un dilatado proceso de depuración
intelectual hasta convertirse en monopólicos seres eternos y
todopoderosos, sin rostro ni cuerpo, etéreos y omnipresentes,
insondables en sus propósitos y omnisapientes.
Los
dioses fueron hipótesis colosales, y más que eso: fueron
herramientas sustitutivas de las ineficaces ceremonias
mágicas. La religión, vista en una perspectiva histórica, fue
la claudicación de los hombres ante sus propias creaciones y
dominó la vida y la cultura europeas durante la larga noche
intelectual del medioevo.
Los dioses compartidos fueron
también elementos de unión de las sociedades humanas
primitivas y, por ese camino, llegaron a ser herramientas de
enorme valor para justificar la explotación de unos hombres
por otros en las sociedades clasistas, desde su inicio hasta
hoy.
Ciencia
y pseudociencia