Tomado de Juventud Técnica Digital, Agosto 14 2013 |
La Frenología. La “ciencia” de los cráneos Jorge Bergado Rosado
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Diagrama frenológico del siglo XIX |
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Durante alguna amable mañana habanera, o alguna cálida tarde atemperada por la brisa de la bahía cercana, el Profesor de Fisiología de la Universidad de San Carlos y San Jerónimo de La Habana, Julio Le Riverend, instruía y alentaba a sus alumnos del curso 1843-1844: “Estudien con particular atención el
sistema nervioso, cuyo centro es el cerebro, porque es de inmensa importancia
en los fenómenos fisiológicos y patológicos del hombre considerado física y
moralmente. Examinen Vdes. con el mayor cuidado la estructura de esa víscera,
su forma, su consistencia, su color, sus circunvoluciones, la dirección de
sus fibras blancas; pues cuando tratemos de sus funciones nos veremos
precisados á llamar en nuestro auxilio, ¿qué piensan Vdes?... la Frenología, Señores. El entusiasmo del Profesor Le Riverend por la Frenología no era injustificado ni exclusivo. Una de sus características le ganaba adeptos entre médicos y fisiólogos: el intento de explicar sobre bases materiales y racionales las capacidades afectivas, cognoscitivas e intelectuales del ser humano; y también de los animales con los cuales, afirmaban los frenólogos, compartía aquel algunas capacidades. Por esos tiempos de los cuarenta decimonónicos, la Frenología, en voz y acción de Johan Spurzheim, un discípulo de su creador, y con la fervorosa ayuda del abogado británico George Combe, se extendía por Albión y era acogida con entusiasta fervor por los pragmáticos estadounidenses. No es raro entonces que el Profesor Le Riverend, aun teniendo en cuenta la lenta difusión de información en su tiempo, hubiese podido ya conocer, admirar y asimilar en su curso en La Habana el corpus teórico (no sabemos si también su praxis) de la Doctrina del Cráneo creada por el neurólogo alemán Franz Joseph Gall. De la Schädellehre a la Frenología Cinco
axiomas constituían la base de la Schädellehre
(Doctrina del Cráneo) desarrollada por Gall:
El niño - ¿Qué llegará a ser? Millot Severn, el ultimo gran frenólogo británico, “leyendo” el cráneo de un niño para determinar sus aptitudes (7).
El derivado práctico de esos postulados fue la craneometría, una técnica de exploración de la superficie exterior de la calvaria, bajo el supuesto no confirmado de que el crecimiento de un “órgano” cerebral provocaría un abultamiento del cráneo encima de él. Esto permitiría conocer las inclinaciones y potencialidades de cualquier individuo, explicar y entender los errores y crímenes que hubiese cometido, y predecir de manera “científica” su paso por la vida. En 1805 Gall emprendió una gira por varias ciudades de Europa para presentar sus conceptos y resultados. Le acompañaba su ayudante Johan Gaspar Spurzheim. Gall fue su maestro; le ayudó a sufragar sus estudios y en 1804 le contrató como preparador y asistente. Tanto apreció los aportes de su discípulo que en 1810, cuando comenzó la publicación de sus ideas en cuatro volúmenes, colocó a Spurzheim como co-autor (2-4). Sin embargo, dos años después algo sucedió entre ellos que llevó a su separación. La causa de la ruptura nunca fue revelada por ninguno y permanece desconocida hasta hoy. Gall permaneció en París hasta su muerte en 1828. Hizo aportes de valor a la comprensión del Sistema Nervioso, como por ejemplo la determinación de que la sustancia gris cerebral estaba compuesta por los cuerpos de las células nerviosas y la sustancia blanca por sus proyecciones neuríticas (axones). Y aunque su Doctrina del Cráneo no sobrevivió, su idea de la posible localización de áreas cerebrales con funciones específicas fue confirmada en las postrimerías del siglo XIX por los trabajos de Broca, Wernicke y otros en relación al lenguaje y Penfield y colaboradores en las regiones motoras y sensoriales del cerebro, ya en el siglo XX. Spurzheim regresó a Viena donde concluyó sus estudios de Medicina en 1813. Dos años después publicó un texto titulado The Physiognomical System(5) en el cual afirma: “Este libro en sí mismo, mostrará cuánto he mejorado nuestra doctrina en los últimos años, porque el sistema debe asumir una organización más científica, y ser considerado de modo más filosófico, a lo acostumbrado por el Dr. Gall en sus conferencias”. Spurzheim aumenta el número de órganos definidos por Gall de 27 a 33, cambia los nombres de algunos, y los ordena según categorías jerárquicas que comienzan por las que comparten el ser humano y los animales (amor a la descendencia, por ejemplo) y terminan con las más elevadas capacidades humanas como la veneración y el lenguaje (Ver Tabla de Órganos cerebrales en la Frenología). Fue el primero en presentar dibujos de cabezas humanas con la representación de las “parcelas” atribuidas a cada una de las facultades descritas, como un modo de popularizar su teoría haciéndola más compresible para el público. También introdujo el nombre de “Frenología” para esta “ciencia” en lugar del acuñado por su maestro. La etimología de la palabra combina el conocido sufijo proveniente del griego “logos” con la palabra del mismo origen “phrenos”, que significa tanto mente como diafragma, entendido este último como el importante músculo respiratorio que separa el tórax del abdomen.Todavía llamamos frénico al nervio que lo inerva. Esta dualidad de significados es difícil de entender; tal vez tenga como origen que los griegos consideraban el “aliento vital” (pneuma) como asiento de la fuerza que mantiene la vida y portadora del espíritu. Lo cierto es que la selección de phrenos como prefijo en lugar del conocido psyche aplicado al alma inmaterial, aparentemente señala una voluntad materialista de los creadores del sistema y un intento de deslindarse de la naciente Psicología. En 1815 Spurzheim se trasladó a las Islas Británicas y estando en Dublín conoció de un artículo anónimo en la revista Edinburgh Review que calificaba a la Frenología como un embuste de principio a fin. La identidad del autor se supo pronto. Se trataba del conocido y prestigioso anatomista John Gordon, miembro de varias academias británicas. Spurzheim se trasladó a Edimburgo en 1816 y ofreció una conferencia para refutar las irónicas y caústicas acusaciones de Gordon. Uno de los asistentes describe la conferencia en una revista médica inglesa en los siguientes términos: El
Dr. Spurzheim no se hundió ante las crueles críticas que afrontó con una
serenidad digna de un hombre de ciencias. Por el contrario su carácter moral
apareció más brillante a los ojos de aquellos que lo conocían…. El inocultable entusiasmo del relator da fe de la simpatía personal y encanto de Spurzheim, que unido a su capacidad oratoria, sus habilidades como diseccionista y el atractivo innegable de la doctrina, contribuyeron mucho a su éxito. Lamentablemente, la verdad de una hipótesis no depende en lo más mínimo de la simpatía de sus sostenedores. Spurzheim vivió muchos años en París y mantuvo una intensa actividad viajera como conferencista y promotor de la Frenología. En 1832 viajó a los Estados Unidos donde realizó una exitosa gira de conferencias. Antes de una de ellas, se sintió muy enfermo, pero su amor a la fama y al dinero no le permitió suspenderla y murió en Boston a los 56 años. Ascenso y caída Creó
la Sociedad Frenológica de Edimburgo (1820), viajó extensamente por Europa y
Estados Unidos promoviendo la doctrina, escribió un bestseller en su tiempo
(The Constitution of Man)
y llegó a ser considerado por algunos un pensador tan influyente como Darwin. Una de las aplicaciones más remunerativas de la “lectura del cráneo” era la predicción de las capacidades especiales de las personas, algo muy atractivo a los empleadores y patronos. Si un aspirante a cajero tenía un muy pobre desarrollo de su “órgano de la propiedad” eso le convertía en un ladrón potencial y le inhabilitaba para el cargo. Los padres querían saber en qué invertir para la educación de sus hijos. Dice el famoso inventor Thomas Alva Edison: “Yo nunca supe que tenía talento de inventor hasta que la Frenología me lo dijo. Era un extraño para mi mismo hasta entonces”(8). El Phrenological Journal se preciaba de 35 mil testimonios de gratitud recibidos de personas beneficiadas por la Frenología. Importantes políticos como William Gladstone (cuatro veces primer ministro británico) declaraban al sistema frenológico de filosofía mental superior a cualquier otro. Todavía bien entrado el siglo XX la Frenología aparecía como una verdad indisputable, como aseguran los 30 testimonios publicados por la Sociedad Frenológica de Edimburgo en 1929. Los hermanos Combe y otros como J. Milliot Severn (el último gran frenólogo británico) hacían demostraciones prácticas en las que sus clamorosos aciertos al juzgar el carácter de las personas por su cráneo (casi siempre convictos o enfermos mentales) parecía testimonio irrefutable de la cientificidad de un sistema que llegó a la cumbre y se desplomó hasta la ruina. Ya desde sus mismos orígenes algunos científicos se habían pronunciado contra a la Frenología por razones diversas. Marie Pierre Flourens, un famoso neurólogo francés, realizaba experimentos con pollos y palomas a los que cortaba partes del cerebro y no encontraba relaciones entre la parte extirpada y cambios conductuales, lo que le hacía afirmar que no existían en el cerebro zonas especializadas y que este funcionaba como un todo. Tenía razón en parte, en parte no, pero sus críticas a la Frenología no lograron contener el impetuoso avance de esta seudociencia. Las
“investigaciones” frenológicas se caracterizaban por un método que hoy
pudiera parecer inconcebible: solo registraban los ensayos que confirmaban
sus puntos de vista e ignoraban los resultados negativos. En 1847 se publicaron los resultados de un experimento simple pero impecable. Skae (7) seleccionó un conjunto de cráneos de difuntos con características de personalidad muy bien conocidas. Midió con un calibrador los famosos “abultamientos” craneales que debían ser causados por el crecimiento del “órgano” subyacente y reflejar entonces una capacidad favorecida, pero hizo algo obvio que los frenólogos pasaron por alto y siempre ignoraron. Dividió el resultado de cada medición por la raíz cúbica del volumen craneal, para normalizar las diferencias individuales entre cabezones y cabecitas. Los resultados resultaron totalmente irreconciliables con las predicciones frenológicas.
Carátula de la revista American Phrenological Journal que muestra uno de los tantos mapas usados por los frenólogos para ilustrar las “parcelas” ocupadas por los “órganos” cerebrales (8).
Casi 90 años después, Cleeton y Knight (7), armados ya de herramientas matemáticas desarrolladas por la Estadística, sometieron a validación experimental a la Ciencia de los Cráneos. Lo primero que debe señalarse es que su consulta de libros y tratados de Frenología en búsqueda de puntos relevantes, mostró un elevado grado de desacuerdo en la presunta localización de aptitudes. Se decidieron por algunas como el coeficiente intelectual (IQ, por su sigla en alemán), la sociabilidad y la voluntad para las cuales la discrepancia era menor. Midieron los cráneos de 28 adultos voluntarios y compararon los resultados de una encuesta caracterológica sobre cada uno de los probandos realizada por 20 personas que les conocían muy bien. Los resultados no mostraron asociación alguna entre las mediciones y las características reales. De 201 pruebas de correlación calculadas solo cuatro fueron significativas estadísticamente, seis estuvieron en el margen del error. La correlación promedio fue insignificante (0,004). ¡El rey ha muerto, viva el rey!
La Frenología murió lentamente, de modo natural. Fue un caso de extinción gradual. Todavía quedan algunos relictos de la doctrina, pero apenas son conocidos. Tal vez creció demasiado. Fue víctima de sus errores y de sus éxitos porque los éxitos eran espurios y los errores muy graves. Con el avance de la ciencia y los argumentos que se acumulaban en su contra, el mundo comprendía que los éxitos que la habían sustentado se explicaban, muy obviamente más por el conocimiento previo de la persona examinada que por las prácticas de la craneometría. De un recluso se conocían sus crímenes; de un enfermo, su diagnóstico; la observación del andar y el habla, los gestos y otros detalles fácilmente discernibles ofrecían información mucho más valiosa para el juicio que el escrutinio del cráneo. En el caso de los niños resultaba aún más fácil. Los frenólogos creían firmemente en lo innato de las aptitudes. Si bien casi todo el mundo acepta que algo de eso es cierto, no es posible, todavía hoy, identificarlas sobre la base de la exploración del cerebro. Las capacidades mentales se desarrollan durante la vida según el entrenamiento y la experiencia gracias a esa formidable capacidad del Sistema Nervioso que llamamos plasticidad. No es, por tanto, nada raro, que un niño identificado como un talento para la música, enviado por sus padres a una escuela especial y esforzándose en el estudio y la práctica podría llegar a ser, en la mayoría de los casos, un buen músico. Tal vez no un Beethoven, pero sí una aparente prueba viviente de la verdad de la Frenología. Gall, el creador, fue a la vez el más sensato. Su gran error fue buscar donde, aparentemente, había más luz. Si en lugar de mirar a la superficie del cráneo y a las deslumbrantes y poderosas facultades humanas hubiese mirado al interior de la corteza y el humilde movimiento de un dedo, hubiera podido demostrar que sí existen regiones del cerebro comprometidas con ciertas funciones. Gall fue un buen médico y un buen neurólogo, un materialista consecuente, pero un mal científico, o para ser más justo, un pensador que intentó adelantarse a su tiempo y tomó por el camino equivocado. La Frenología es considerada hoy un ejemplo paradigmático de seudociencia, algo que parece ciencia o lo pretende, pero no lo es. Su influencia llegó a ser tan grande y abarcadora que todos los capítulos de historia de las Neurociencias la mencionan como un intento fallido de conocer el grande y fascinante misterio de la mente y su relación con el verdadero órgano del pensamiento, esa “víscera” que Le Riverend recomendaba estudiar y conocer a los estudiantes cubanos del siglo XIX. Bibliografía citada y fuentes 1)
Riverend, Julio J.: Lecciones
orales de Fisiología Médica. Imprenta del Gobierno y Capitanía
General. La Habana, 1843.
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