Publicado en Orbe año IV, No. 51, mayo del 2003
Por E. A Altshuler
Detectando “forros”
Imagínese que usted está en un juego de dominó en el que le ha tocado una maravillosa
“data” de sietes. Se ha pasado todo el juego calculando una espectacular jugada
final donde se “pegará” con el doble siete. Pero en el último segundo, un
jugador enemigo lo sorprende, pegándose inesperadamente con el doble uno,
mientras el grito de “¡vayá, Unesco pa’tí!”, se confunde con el aparatoso
impacto de su última ficha sobre la mesa.
Desastre absoluto.
Con un último aliento de racionalidad en medio de
la tropical carcajada, usted intenta reconstruir el juego retrospectivamente,
para ver en qué falló su excelente plan. Y, de golpe, encuentra que, como quien
no quiere la cosa, alguien había colocado
un cuatro donde debía haberse puesto un cinco. Usted se levanta, señala
inquisitivamente al risueño vencedor con el índice, y exclama: “¡forrista,
de’cara’o!”. (En ese mismo instante su esposa, sintiendo la algarabía a lo
lejos, suelta un profundo suspiro, mientras mira de soslayo el sobrecito de
pastillas de Atenolol).
“Meter forro” significa, en buen cubano, engañar,
pasar gato por liebre, hacer creer a los demás lo que no es. Y ojalá sólo
ocurriera en el dominó.
La Ciencia es, quizás, la actividad humana donde
menos se practica el “forro”. Pero, lamentablemente, se practica de vez en
cuando. Siendo un terreno extraordinariamente competitivo –aunque generalmente
para lograr fines más elevados que el simple bienestar financiero— , a veces
algunos investigadores caen en la tentación de alterar sus datos
experimentales, por ejemplo, para que “concuerden” mejor con sus ideas
preconcebidas. O sea, puede que alguna que otra vez escriban un cuatro donde
habían medido realmente un cinco. Algunos dicen que Mendel, el beatífico cura
que descubrió las leyes de la herencia allá por el siglo XIX, tuvo a bien
alterar ligeramente sus datos experimentales para que concordaran con las ideas
preconcebidas (y, por cierto, correctas), que venía cocinando en su cabeza. Lo
cierto es que, si intentamos repetir sus experimentos hoy día exactamente en
las condiciones que él los realizó, es bien difícil obtener resultados “tan
buenos” como los que sabio austríaco dejó plasmados para la Historia.
He aquí una enseñanza esencial que diferencia el
“forro” en la Ciencia de sus “primos y hermanos” en otras esferas de la
actividad humana: más tarde ó más
temprano, los engaños en la Ciencia se descubren. Y esto no ocurre por
casualidad, sino por la implacable aplicación del llamado método científico. Uno de los puntos claves de este método es que,
para que los resultados teóricos ó experimentales reportados por un
investigador sean confiables, tienen que ser reproducidos por otros investigadores independientemente, dentro de los márgenes de error estadísticos,
cuidadosamente analizados. Si los resultados de un experimento no se pueden
reproducir por investigadores independientes, preferiblemente de forma cuantitativa, no estamos haciendo
Ciencia: estamos especulando, haciendo pseudo-ciencia, o, simplemente...estamos
“metiendo forro”.
El “negocio” de la Ciencia es comprender la Naturaleza,
ponerla al servicio de la Humanidad, y protegerla: el engaño, el ocultamiento
de parte de la verdad, el “ver” lo que se desea creer y no lo que objetivamente
está ocurriendo, sólo pueden contribuir al retroceso. El científico, pues, está
psicológicamente acostumbrado a lidiar con verdades, por duras que éstas sean.
Quizás por eso algunos dicen que es el ser humano más fácil de engañar.
El caso de engaño más sonado de los últimos
tiempos en el campo de la Ciencia ha tenido lugar en la Física. El héroe
negativo de la historia ha sido un físico de 32 años de origen alemán nombrado
Hendrik Schön, que trabajaba en los prestigiosos laboratorios “Bell Labs”, de
Estados Unidos. Por lo visto, su avaricia de prestigio profesional (y, quizás,
de solvencia financiera) no le permitió conformarse con los brillantes
resultados científicos que había logrado en buena lid, y comenzó a adulterar
datos experimentales aquí y allá, obteniendo resultados tan “bellos”, que
incluso ya se manejaba su nombre...como un posible candidato al Premio Nobel de
Física.
En concreto, este investigador llevaba años
trabajando en un campo conocido como “Electrónica Molecular”, y en una nueva
variedad de superconductores cuyo
nombre podríamos traducir un tanto macarrónicamente como “superconductores
superficiales inducidos por campo” (en general, los superconductores son
materiales capaces de conducir la corriente con muchísima menos resistencia que
la que ofrece un alambre de cobre ó, incluso,
de plata). De hecho, varios de los artículos científicos de Schön
publicados en prestigiosas revistas como Physical
Review Letters, Nature y Science alrededor del año 2000, se encontraban
entre los más citados por los físicos en los últimos años.
Pero, una
vez más, el método científico fue implacable. Como parte inherente al proceso de
establecimiento de nuevos hechos científicos, otros grupos de investigación en
el mundo intentaron repetir los resultdos de Schön, y encontraron que una parte
sustancial de los mismos era irreproducible.
Comenzaron las sospechas. Finalmente, se nombró una comisión compuesta
por prestigiosos investigadores dirigidos por un profesor de la Universidad de
Stanford para examinar los pretendidos
resultados “en el lugar de los hechos” . Se examinaron minuciosamente las
instalaciones experimentales tornillo por tornillo, se husmeó en los discos
duros de las computadoras del laboratorio, en busca de los datos originales
salidos directamente de los equipos de medición, y se entrevistaron al propio
Schön, y a todos sus colaboradores, directos ó indirectos. El primer hecho
sospechoso fue que el acusado sostenía que no había conservado los datos
experimentales originales: sólo quedaban aquéllos que habían sido procesados
para publicación. Otra irregularidad, contraria a la práctica normal de la
Ciencia, es que, de entre todo el grupo de trabajo, sólo él había tenido acceso
directo a dichos datos durante los experimentos. En fin. Para hacer corta la
historia, se concluyó que Schön había “inventado resultados” en 17 experimentos
de vanguardia, por lo que fue despedido
de Bell Labs a fines del pasado año, empañando 77 años de historia de dicha
institución sin la sombra de un fraude científico. En lo personal, me parece
bien difícil que el joven candidato a Nobel logre trabajar de nuevo como
científico en lugar alguno…aunque, con un poco de entrenamiento, bien pudiera
convertirse en un prestidigitador de primera.
Bromas aparte, no dejo de preguntarme cómo un
científico bien entrenado como Hendrik Schön pudo haber pensado que tenía la
más mínima probabilidad de éxito en su fraude. Supongo que la psicología humana
es muy compleja, y, en definitiva, los cientificos también son seres humanos.
Pero una cosa tengo clara. Si yo fuera él, hubiera desahogado mis instintos de
“meter forro” en la mesa de dominó. Sobre la mesa de trabajo del científico,
amigos míos, es un “deporte” condenado al fracaso.