Publicado en Juv. Téc. Digital
por
José Díaz Novás, 28 Abril 2008

 

 

 

 

 

Las aguas milagrosas

 

 

Especulaciones acientíficas, anécdotas y un poco de folklore han enraizado el uso de prácticas médicas poco rigurosas.

 

En un pequeño pueblo del interior de un país de América Latina, hace ya muchos años, uno de sus habitantes oyó hablar de que había en el monte un manantial de “aguas milagrosas” que los indios utilizaban para curar todos sus males.


Como el pueblo no tenía médicos y estaba muy apartado, el hombre decidió buscar las aguas del manantial para remediar sus dolencias: acidez y dolores en la “boca del estómago”. Sin pérdida de tiempo se internó en el monte, localizó el manantial, bebió de sus frescas y cristalinas aguas, y acopió estas en recipientes que había llevado para tener una provisión del “medicamento”.


Con el pasar de los días y al beber consecutivas dosis del agua, notó que sus males mejoraban hasta desaparecer y que sus digestiones ya eran buenas. Impresionado por tales efectos los comentó con los vecinos del lugar y recomendó el uso de las aguas milagrosas. Muchas personas concurrieron entonces al manantial y comenzaron a utilizar las aguas para remediar diversas dolencias: cefaleas, reuma,
dispepsias, acidez, cólicos menstruales, nerviosismo, falta de ánimo y energía; todos o casi todos mejoraron luego de beber el líquido.

                                                                                                             
La felicidad reinó en el pequeño pueblo. Ahora tenían un remedio que suplía la falta de médicos y medicinas. Todo iba bien, hasta que un día, una hermosa joven  querida por todos enfermó de unas fiebres muy altas que parecían ser inmunes a los efectos del agua milagrosa. Ante el aparente fracaso de la panacea, fue consenso duplicarle la dosis del remedio. Le preguntaban todos los días si se sentía mejor, pero a pesar de que la joven respondía afirmativamente, las fiebres no se retiraban y la muchacha estaba cada vez más delgada y pálida, hasta que murió.


Los padres de la joven comenzaron a hablar mal de las aguas y le achacaban  la culpa de la muerte de su hija. Con el tiempo, el agua que antes lo curaba o aliviaba todo, llegó a no servir para casi nada, hasta que nadie o casi nadie la volvió a utilizar. He aquí la historia que me contó un anciano que cuando niño vivía en el lugar.


Comentarios:


Aunque es difícil analizar un hecho que sucedió hace muchos años, hay algunos aspectos que deben señalarse.


- El primer paciente que tomó las aguas pudo haber tenido una remisión espontánea de sus problemas de salud, que bien podían haber sido una úlcera péptica o una gastritis, muy propensas ambas a fluctuaciones en sus síntomas y a que estos desaparezcan sin que medie ningún tratamiento efectivo. Puede haber tenido también una dispepsia funcional que cedió espontáneamente. No debe descartarse que el efecto placebo del agua –con poder curador de los males de los indios- fuera el causante de la mejoría.


- Al difundirse los supuestos efectos del agua en la población que, por otra parte, carecía de médicos, la esperanza, la fe en el remedio y la sugestión permearon a las personas y potenciaron el efecto placebo del agua, responsable de las mejorías experimentadas por las personas. Las fluctuaciones en el curso de muchos trastornos pueden incluir remisiones y hasta, en algunos casos, curaciones espontáneas.


- La joven enferma de fiebre seguramente tenía una infección grave, no podía curarse por el efecto placebo del agua. Aunque ella decía que mejoraba, esto podía deberse a la sugestión o al hecho de que los humanos tratan de responder con reciprocidad a la atención que se les da y a manifestarse o evolucionar como se espera de ellos.


- Al experimentarse el fracaso del agua en el caso de la joven, y con la propaganda negativa que le hicieron los padres, se perdió la fe y la esperanza en el agua y por tanto su efecto placebo.


- La ciencia tiene la forma de probar la real eficacia de un tratamiento mediante los ensayos clínicos aleatorios a doble ciego, donde se controlan el efecto placebo, las fluctuaciones propias de la enfermedad, los sesgos del observador, las sugestiones del paciente y cualquier otra interferencia ajena al real efecto del tratamiento.

 

Cualquier observación individual sobre los supuestos beneficios de un tratamiento debe primero pasar por el filtro de la metodología científica, creada al efecto, para ser aceptada y generalizarse.