Revista
Cubana
de Salud Pública Vol. 32 No. 3 (2006)
LUIS CARLOS SILVA AYÇAGUER, Dr. en Ciencias,
Académico
Titular CNICM, Infomed Email:
[email protected]
Las pautas para
el debate científico:
reflexiones a raíz
de una
controversia
sobre la
energía piramidal
RESUMEN
Desde hace unos
años se han venido divulgando en la prensa y en algunos enclaves
científicos cubanos las propiedades y beneficios
–especialmente como recurso
terapéutico- de la llamada Energía Piramidal calificada como asombrosa por parte de sus propios divulgadores.
El tema ha dado lugar a algunas
expresiones de aprensión o de crítica directa, con lo cual se abrieron las puertas a una polémica científica. Lamentablemente, ésta
no siempre se ha desarrollado siguien- do las pautas más generalmente
aceptadas en el marco de la ciencia. Nuestro propósito no es intervenir en la controversia propiamente dicha sino contribuir a robustecer
la cultura científica general, de la cual, la capacidad para el debate
científico racional, es parte
crucial. El uso de un lenguaje transparente, el intercambio razonado de argumentos que respete el
hilo lógico de la discusión, la integridad y rigor a la hora de realizar citas y la responsabilidad que
contraen los científicos, tanto al hacer propuestas novedosas como al
enjuiciarlas, son algunos de los
aspec- tos sobre los que el presente
trabajo procura reflexionar.
Rules for scientific
debate:
reflections due
to pyramidal
energy contro- versy
ABSTRACT
For some years news have been spread by
Cuban
scientific
milieus
and the press about the properties and benefits –particularly as a therapeutic resource- of the so called
Pyramidal En- ergy, which is deemed to be astonishing by its own promoters.
The topic has prompted reactions of apprehension or open criticism, which in turn have paved the way for scientific debate. Re- gretfully, this debate has not always been conducted according
to generally accepted rules in the
realm of science. Our purpose is not to intervene
in this controversy, but to contribute to
strengthen the general scientific culture, of which the capacity
for rational scientific debate is a crucial
component. The use
of a transparent language,
the reasoned exchange
of arguments along a logical path of discussion,
the integrity and rigor in citing or quoting references and the responsibility that scientists contract when
they make as well as when they judge innovative proposals are some
of the aspects on which this paper is meant
to reflect.
INTRODUCCIÓN
Desde hace algunos años se ha venido produciendo en Cuba un proceso de difusión de la llamada energía
piramidal y de los
extraordinarios beneficios que se
derivarían o que supuestamente se
han derivado de su aplicación.
Según sus propulsores1,
una pirámide construida con cualquier material no ferromag- nético
-aluminio, madera, cartón, etc.,
cuya base sea un cuadrado y cuya altura sea igual al lado del cuadrado dividida por 1.57,
tan pronto se coloque de manera que cualquier lado de la base se ubique perpendicularmente a la dirección Sur-Norte, co- mienza a acumular energía
en su interior.
Las propiedades y efectos atribuidos a esta energía han sido
calificados como asom- brosos por algunos
de sus promotores, quienes suelen acompañar sus afirmaciones con anécdotas y testimonios de los resultados
alcanzados. Se afirma que tal energía tendría influencia tanto sobre
seres vivos (rehabilitar personas o gallinas) como sobre entes inanimados (afilar tijeras, reparar disquetes de computadora, o recuperar baterí- as alcalinas ya
agotadas). En particular, se ha destacado el posible efecto terapéutico de esa energía debido a las propiedades miorrelajantes, analgésicas,
sedantes, bac- teriostáticas, y
antiinflamatorias que se le atribuyen. Con esta energía se curarían o mitigarían males tan diversos
como la depresión, la escabiosis,
el herpes simple, los trastornos
ulcerosos, la ciatalgia, el insomnio, el tabaquismo, la cervicitis,
las cefaleas, la psoriasis, la bursitis,
la conjuntivitis, la hernia hiatal,
la hipertensión, la dermatitis y la impotencia. Tales reclamos han sido presentados oralmente en jornadas científicas y han aparecido tanto en la prensa nacional2,
3, 4, 5 como en algunos artículos o notas publicadas en
revistas científicas o divulgativas6, 7, 8 , 9.
A lo largo del último lustro, varios científicos cubanos del ámbito de la física han venido
expresando objeciones10, 11,
12, 13 a las bases
conceptuales esbozadas
o desarrolladas en los trabajos
arriba mencionados. Los disparos se han dirigido a la línea de flotación de la teoría: se refuta la existencia propiamente
dicha de la energía presuntamente
responsable de los logros testimoniados.
En este punto se perfilaba un interesante debate científico. Sin embargo, no parecen
haberse publicado respuestas estructuradas y abarcadoras a los
artículos contestata- rios. Sólo tengo
conocimiento de una réplica formal,
ubicada en Internet, escrita por el Dr. Ulises Sosa Salinas, especialista de segundo grado en
Ortopedia y Traumatología, titulada Respuesta a los nihilistas que desconocen los efectos de las pirámides14
Las ideas y precisiones conceptuales
de la presente nota no procuran aportar elemen- tos acerca de la legitimidad de las pirámides
como tales ni pronunciarse sobre sus
posibles propiedades. Su propósito es contribuir a consolidar la cultura científica gene-
ral aprovechando que la situación, a mi
juicio, ofrece una buena oportunidad para re- flexionar en torno a las pautas universalmente aceptadas para el debate científico.
La forma en que se ha desarrollado la discusión sobre el tema es la que ahora
interesa analizar, y mi aspiración es aportar algunas ideas que
pudieran ser útiles no solo para el
caso de las pirámides, sino para toda la investigación sanitaria,
sea del área de la llamada medicina
natural o no. El famoso físico norteamericano Robert Park advertía recientemente15 que lo que más necesitan las personas
no es tanto extender sus co- nocimientos técnicos como consolidar una adecuada cosmovisión científica que les persuada
de que vivimos en un universo ordenado. Mal conseguiremos ese propósito si el
debate científico no se ajusta a normas lógicas y racionales.
El lenguaje de
la ciencia
El descalificador adjetivo de nihilistas que el Dr. Sosa atribuye a quienes afirman
tener razones convincentes para no compartir determinadas
aseveraciones, es de por sí
inquietante. El nihilismo es la
negación de toda creencia o principio. Sin embargo,
el propio hecho de disentir de ciertas afirmaciones y de
hacerlo mediante argumentos racionales –equivocados
o no- pone de manifiesto que quienes han discrepado creen en no pocas cosas:
creen que la encomienda de la ciencia es construir representacio- nes precisas de la realidad (siempre imperfectas y
siempre perfectibles) y en el inter-
cambio de opiniones sobre bases
rigurosas como una de las
herramientas para con- seguirlo. De sus reflexiones se deriva,
además, que creen en la necesidad de hacer mediciones y contrastaciones objetivas, así como en los mecanismos de
validación externa.
Los problemas
científicos no se dirimen con adjetivos dirigidos a las personas. Estos últimos
suelen depreciar los argumentos de
quien los usa. Lo verdaderamente fecundo es incorporar elementos tales como el empleo de referencias a la ciencia constituida,
expresarse con precisión y aplicar métodos valorativos incontrovertibles, en
especial experimentales.
En la respuesta del Dr. Sosa, figura el siguiente
párrafo:
“Los argumentos en
que más insisten los autores se
refieren al aspecto se- mántico de utilizar la palabra
“energía” cuando nos referimos al
efecto pi- ramidal. No se esgrime ningún argumento
en torno a la demostración no científica de
los cientos de resultados obtenidos hasta la fecha. Se esca- motea la esencia bajo un manto discursivo en torno a la definición de un vocablo
(energía), el cuál reconozco desde ya
que en el ámbito de la disci- plina
de la física posee sus regularidades.”
El párrafo cierra
con una oración ciertamente
desconcertante, donde el autor reconoce que “en el ámbito
de la física el vocablo energía posee sus regularidades”.
Resulta casi imposible imaginar qué
se querrá decir con esta críptica afirmación. Tampoco
queda claro qué ha de entenderse por “demostración no científica”
de un resultado. Son precisamente las vaguedades de ese tipo las que más dificultan un
intercambio inteligible.
Un doctor en
Ciencias Físicas ha expresado12 que un pasaje
tal como que “las pirámides son una cavidad resonante donde se modulan todas las energías, tanto cósmicas como
telúricas, dando lugar a esta nueva energía de una altísima frecuencia, … y los que la hemos
podido constatar sabemos que la energía piramidal es inmensa, incon-
mensurable en sus potencialidades”9 constituye un galimatías incomprensible, y que en ese texto se hace un uso arbitrario y estrafalario de los términos
científicos.
José Ingenieros señalaba: "El
estilo que anhela expresar la verdad se estima por su
valor lógico: su claridad es transparente, sus términos precisos, su estructura
crítica. Es el lenguaje de las ciencias…Más vale decir una palabra transparente que murmurar mil enmarañadas. Nunca se construyeron templos
con filigranas, ni se ganaron
bata- llas con fuegos artificiales”.16
A la mayoría de los testigos de este debate nos gustaría contar con definiciones y ex-
plicaciones que permitan
presenciar un diálogo fluido. Pero para ello se necesitarían respuestas a las siguientes preguntas: ¿Qué significa
“modular energías”? ¿Qué es la
“frecuencia de una energía”? ¿Qué ha de entenderse exactamente por “constatar una
energía”? ¿Cómo se ha llegado a la conclusión de que la energía piramidal
es “in- mensa” y de que su frecuencia es “altísima”? ¿En qué unidades han sido medidas la energía
y su frecuencia? ¿Cómo han conseguido hacerlo, a cuánto ascienden estas
magnitudes y cuál fue el margen de error con se
hicieron las mediciones?
El intercambio
de argumentos
No pongo en duda la honradez y buenas intenciones ni de unos ni de otros participan-
tes en este debate. Pero, si queremos
llegar a la verdad, no pueden violentarse las reglas bien establecidas para todo intercambio de argumentos científicos, por muy altruistas que puedan ser los propósitos de quienes intervengan en él.
A juzgar por el contenido del párrafo que he
reproducido de la respuesta del Dr.
Sosa, aparentemente él no comprende
que cuando se impugna la afirmación de
que en el centro de las pirámides se concentra una prodigiosa
energía, supuestamente de ori- gen
“cósmico” o “telúrico”, la discusión
no se está centrando en aspecto semántico alguno, sino en un problema ontológico. Es decir, la cuestión no radica en el vocablo, sino en si tiene o
no sentido hablar de tal energía.
De hecho, me
pregunto con cierta perplejidad ¿cómo puede afirmarse que un físico está
concentrado en un problema semántico cuando señala10 que en las comunicacio- nes sobre el tema “las referencias acerca de las mediciones y el valor
numérico del campo en el interior de la pirámide y fuera de ella siempre están
ausentes” o cuando fundamenta por qué piensa que “el campo magnético es absolutamente incapaz de transmitir la supuesta energía”? El profesor Arnaldo González, Doctor en Ciencias Fí- sicas de la Universidad de La Habana pudiera estar en lo cierto o no, pero lo que sos- tiene no es que haya un problema con la palabra “energía” sino que quienes usan tal palabra no intentan medir la magnitud
que ella evoca, así como que hacen bien en no intentarlo, pues será imposible medir lo que no existe.
La Doctora Hart,
profesora de la misma Facultad
escribía11: “Energía en la más burda de sus
acepciones, con ésta basta, no es otra cosa que la medida común de las diver- sas formas de movimiento de la materia. En su uso práctico la energía está
asociada a un sistema concreto. De esta forma se habla de
energía mecánica, electrostática, magnética, etc. Cobra importancia práctica este
vocablo cuando tiene apellidos. Pero energía piramidal ni se
define ni puede definirse” ¿Cabe reducir esta objeción a una discrepancia de índole semántica?
El Doctor en
Ciencias Físicas, Luis Felipe
Desdín, Investigador Titular del Centro
de Aplicaciones Tecnológicas y Desarrollo Nuclear de
Cuba plantea12 que los creyentes en el poder de las
pirámides “profesan el dogma de que una vez
construido un objeto de forma piramidal, respetando determinadas proporciones y
orientación, se genera en su interior una “energía de las formas”, que solo se materializa en esas circunstan-
cias”. La peyorativa condición de dogmáticos que el Dr. Desdín atribuye a
priori a los defensores de la
energía piramidal es a mi juicio
improcedente, y no contribuye a es- tablecer un diálogo ecuánime. En
cambio, sí lo favorece cuando acude a argumentos razonados como los siguientes:
Pero los fundamentos de la energía piramidal son irreconciliables con la
Ley de Conservación de la Energía
(principio, irrebatiblemente demostrado por la práctica) , término este
último que proviene de la palabra griega energía (actividad). … La
energía se puede clasificar en dos tipos: cinética
(la inherente al movimiento de los cuerpos) y potencial
(relacionada direc- tamente con alguna interacción). En la naturaleza solo se
conocen las de- nominadas
gravitatoria, electro-débil (que tiene sus manifestaciones en los fenómenos electromagnéticos y en determinados procesos de desintegra- ción
que transcurren muy lentamente en
el micromundo)
y nuclear…. Se- gún sus postulados, la energía
piramidal proviene de la forma,
de manera que está asociada a un concepto
geométrico y no a la materia en sí.
Pero como la energía es una medida del movimiento —y este no existe
separa- do de la materia—, aceptar la existencia de la denominada
piramidal signi- fica admitir que la
Ley de Conservación de la Energía no
es cierta. Seme- jante posición niega
o contrapone todos los conocimientos científicos en los que se basan la ciencia y la
tecnología contemporáneas.
El decano de la Facultad de Física de la
Universidad de La Habana, Dr. Osvaldo
de
Melo, formula
preguntas que tampoco pueden considerarse de naturaleza léxica13:
¿cómo se propagan
las energías piramidales o vitales?; ¿a través de
qué mecanismo o de qué substancias se
transmiten?; ¿de dónde vienen y hacia
dónde van? Y luego, está el asunto de
la detección: ¿con que ins- trumentos se detectan? Y el de la transformación:
¿cómo se pueden trans- formar en otras energías más conocidas? ¿Pudiéramos
obtener un poco de electricidad a
partir de la piramidal?
Donde parecería
que sí asistimos a una operación semántica es cuando los defenso- res de la “energía piramidal”, aparentemente a raíz de los cuestionamientos, emigran de ese concepto hacia el de “efecto piramidal”. No se consigue anular de un plumazo la controversia suprimiendo una palabra conflictiva
y supliéndola por otra, como si con
ello quedaran resueltas las objeciones. El problema
estriba en que la noción de efecto piramidal
es tanto o más conflictiva que la de
energía piramidal, pues todo efecto lo es de una
causa, y si nos circunscribiéramos a hablar del efecto,
entonces la causa que lo produce quedaría
en un misterioso limbo.
Cabe recordar que
no son pocos los trabajos donde los
profesionales adheridos a la terapia de las
pirámides aluden una y otra vez a la “energía piramidal”,
noción que, por más señas, figura en el título de la monografía sobre
el tema que hace poco ha hecho
pública en versión electrónica el propio Dr. Sosa1. Allí se consigna
que “la energía pi- ramidal no es más que energía acumulada en el centro de la pirámide que se origina dentro y alrededor de ella, por la forma
y orientación de la pirámide”. Otro
tanto ocurre, por poner algunos
ejemplos adicionales, con un artículo del que el profesor Sosa fuera en 1999 el primer autor6,
así como en notas publicadas con y sin su colaboración, des- tinadas justamente
a comunicar las “evidencias de la
energía piramidal”7 o a dar cuenta de su “presencia en la medicina cubana”8.
No queda claro en
qué medida el Dr. Sosa se desentiende ahora de sus numerosas afirmaciones previas acerca de la existencia de la energía piramidal. Supongo que no se retracte de
ellas, pero el hecho de que en su respuesta comunique
que la esencia no está en la “energía piramidal” sino en el “efecto piramidal” produce cierto descon- cierto.
La lógica del
debate y los instrumentos demarcatorios en la ciencia
El Dr. Sosa
plantea: “…quisiera preguntar a estos notables físicos tan preocupados
por la generalización del uso de las pirámides: (1) ¿Cuántos protocolos investigativos metodológicamente correctos
han realizado para demostrar la supuesta ineficacia del efecto piramidal? (2) ¿Dónde han sido publicados esos resultados?”
En estas demandas anida una confusión acerca de cómo funciona la ciencia. Como atinadamente ha señalado el columnista de Scientific American Michael Shermer17 no son los destinatarios de revolucionarias propuestas
a quienes corresponde, en princi- pio, demostrar su falsedad; es a quienes las realizan a los
que –evitando tanto las anécdotas
como el empleo de categorías difusas- corresponde demostrarlas.
Si alguien plantea
una teoría o hace una afirmación que a juicio de otro
investigador es errónea o
descabellada, y este último fundamenta las razones de su objeción, lo
que toca al primero es analizar -ocasionalmente rebatir- esa fundamentación. Los cien-
tíficos no están en la obligación de dedicarse,
cada vez que creen que algo no
existe,
a demostrar que en
verdad no existe; ni a demostrar que una propuesta tecnológica no
funciona cada vez que creen que no funciona. Lo que sí deben hacer es evaluar tanto teórica como prácticamente
los resultados científicos presuntamente
conseguidos siempre que éstos hayan sido seriamente
fundamentados y transparentemente docu- mentados. A lo que más puede
aspirar quien hace una propuesta es a que otros
inves- tigadores reproduzcan los
experimentos que presuntamente la
respaldan.
Por ejemplo, se
han proclamado las propiedades terapéuticas del “agua piramidal” para encarar diversas dolencias hepáticas, renales y gástricas. Según se
afirma1, bas- tan 24 horas
de exposición bajo la pirámide para que el agua
obtenga propiedades piramidales lo
cual “se puede comprobar mediante la radiestesia” y también mediante lo que se califica como “la más
simple experiencia”, descrita textualmente
del modo siguiente:
Coger un trozo de
carne algo deteriorada y dividirlo en dos mitades, su-
mergiendo uno de ellos en agua tratada y el otro en agua común. Al cabo de un par de días,
comprobaremos que en la primera ha
desaparecido el mal olor, la carne ha
dejado de descomponerse y el agua se conserva lim- pia; en cambio la carne sumergida en agua común sigue descomponién- dose y el agua queda completamente turbia.
Se agrega que debe
evitarse el consumo de agua que haya
sido colocada en la mitad que se halla
al sur de la base de la pirámide, pues se ha demostrado que en tal caso, el agua se contaminaría, y
que lo correcto por lo tanto es colocarla en la zona norte. Ya que el texto
no contiene explicación alguna al
respecto, es bastante natural que se
quieran conocer las razones que asisten a su autor para creer que en el primer caso el agua no es potable mientras que en
el segundo sí, qué propiedades químicas adquiere o pierde el agua en cada caso, cuál es el
agente contaminante, con qué recursos ex- perimentales se puede distinguir una de otra. Cuando hayan sido respondidas esas cuatro preguntas cobrará mayor sentido enjuiciar
o valorar la pertinencia del mencio-
nado precepto.
En cambio, aunque
tampoco se dé una explicación teórica sobre la piradimalización del agua, afortunadamente
el texto sí sugiere, como hemos visto, una manera concre- ta de valorar si el agua ha adquirido condición piramidal o
no. Con ello se satisface la conocida y crucial condición de “falsabilidad” formalmente establecida por Karl Pop- per18
(que sea factible evaluar su posible falsedad), con la que ha de cumplir toda hipótesis para consentir una
evaluación.
Vale la pena poner un par de ejemplos reales que ilustren el daño que pudiera
causar el abandono de los cauces racionales en el debate.
A mediados
del siglo XIX el médico magyar Ignatz Semmelweiss demostró que adop- tando
un conjunto de elementales medidas
antisépticas en los hospitales, se conse- guían impresionantes resultados en el manejo de la childbed fever (fiebre puerperal). Con los datos que se aportaban, cualquiera podía constatar objetiva
e incontroverti- blemente sus espectaculares efectos (reducción de la mortalidad nada menos que de12.2% a 2,4% y la virtual
desaparición de la fiebre puerperal); las explicaciones que
Semmelweiss y su colega Ferdinand von Hebra trataban de ofrecer eran asombrosa- mente lúcidas y no contradecían ningún conocimiento bien establecido, si bien es cier-
to que resultaban incompletas. Pero en lugar de aquilatar y valorar los argumentos
que respaldaban la recomendación de incorporar el uso de antisépticos, y a pesar de que
dichos argumentos no pudieron
ser objetivamente cuestionados, ésta fue dogmática-
mente desdeñada por las autoridades sanitarias. Prevalecieron motivos básicamente
chovinistas: la clase médica austriaca no estaba dispuesta a aceptar lecciones de un húngaro. Como trágica consecuencia, murieron
innecesariamente miles
y miles de
mujeres.
En segundo lugar,
repasemos brevemente el famoso suceso
de la “fusión fría”. En marzo de 1989, Stanley Pons y Martin Fleischmann, ambos electroquímicos de la Uni-
versidad de Utah, convocaron a una conferencia de prensa en Salt Lake City
(proce- dimiento informativo bastante
insólito, por cierto) para
presentar un descubrimiento
prodigioso. De acuerdo a la visión tradicional de los físicos, para
conseguir que dos núcleos de deuterio se aproximen tanto como para fusionarse, se requerirían
tempera- turas de decenas de millones de grados
Celsius. Los científicos mencionados anuncia- ron el logro del
proceso de fusión a temperatura ambiente mediante el empleo de una batería conectada a un par de electrodos de
paladio sumergidos en agua. En términos prácticos, esto
significaría una producción fabulosa de energía a bajísimo costo. Supe- rado el estupor generalizado inicial, se
les enfrentó a varias inconsistencias
teóricas y se les pidió que expusieran con detalle cómo habían sido los
experimentos que de- mostraban la posibilidad
de producir la susodicha fusión, conocida como “cold fusion” en inglés.
Los autores de la propuesta hicieron todo tipo de trucos para enmarañar,
dilatar y difi- cultar tanto la discusión teórica
(pues el resultado contradecía más de un
principio de la física) como la corroboración práctica, pero nadie puede eludir sine die las
reglas admitidas y exigidas por la comunidad científica
sin quedar desacreditado, de modo que accedieron a dar la información requerida. Hubo
unas pocas y confusas convali-
daciones parciales, pero se produjeron innumerables informes con resultados sólida- mente negativos. Poco a poco, la aparatosa falta de sustento teórico,
las
evidencias de maniobras
espurias y el hecho de que los resultados de los experimentos
no podían ser reproducidos, fueron conjugándose hasta que la
fusión fría fuera inequívocamente calificada como “ciencia basura”. En cuestión de pocos
meses, Pons y Fleischmann habían
completado el ciclo que involuciona de la
convicción a la obcecación y de ésta
a la superchería, de modo que a la postre resultaron concluyentemente desenmasca- rados como los protagonistas de uno de los más sonados andamiajes
fraudulentos en la historia de la ciencia
(para tener una descripción detallada de este bochornoso epi- sodio,
pueden consultarse diversos libros15,19,20 y muchos miles de sitios de Internet).
Las reglas de juego de la ciencia verdadera no admiten que el autor inicial
se desen- tienda de una
objeción concreta y, en lugar de
continuar el hilo del debate, aceptando o refutando la impugnación que se le ha hecho, exija al
objetor que demuestre la inva- lidez de lo que proclama. En el
caso específico de las pirámides, varios físicos,
como se ha visto, argumentan por qué
consideran insensato pregonar una
teoría que a juicio de ellos contradice el principio de conservación de la energía. Un defensor de la teoría
vertebrada en torno a la energía piramidal está en su derecho a pensar que
los docto- res en ciencias físicas están equivocados cuando
convergen en esa opinión, pero a lo
que no tiene derecho es a pasar por alto sus argumentaciones,
sacrificando la lógica del debate en el altar de sus convicciones previas.
Es decir, una respuesta consecuente, lo que debería contener en el plano teórico
son juicios sobre si los argumentos críticos que se han dado son correctos o no y
responder a las preguntas formuladas.
Que no se tengan todas las respuestas, puede com- prenderse; actuar
como si esas preguntas concretas no
se hubieran formulado, no es
admisible.
En el marco
empírico, en lugar de exigir que se demuestre que la energía piramidal no existe, sus descubridores deberían explicar con nitidez
los experimentos que demues- tran su
existencia para que puedan ser convalidados o refutados. De modo que la pri- mera pregunta que
debe responderse es: ¿en qué
revistas de indiscutido
prestigio han sido publicados por cubanos o por extranjeros
de cualquier lugar del planeta los
expe- rimentos que demuestren la existencia de la susodicha energía?
Hace ya veinte
años, Hebe Vessuri, Directora del
Departamento de Estudio de la Cien-
cia del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas, recordaba el conocido afo- rismo
según el cual “la investigación científica que no está publicada
no existe“ y agre- gaba:21
La publicación en una revista de prestigio reconocido asegura la prioridad en la
producción de un resultado,
acrecienta el crédito académico de un científico, legitima su actividad y permite la
existencia de sistemas de co-
municación científica ligados a procesos activos de persuasión, negocia- ción, refutación y modificación.
Análoga demanda
cabe hacer en relación con sus
proclamados efectos terapéuticos.
¿Existen ensayos
clínicos realizados en algún sitio
del mundo bajo estándares univer- salmente aceptados y posteriormente
publicados con una explicación detallada de su
metodología? ¿Se han realizado ensayos
clínicos controlados, aprobados por el centro existente en nuestro país
para velar por la calidad
metodológica de tales ensayos, y en tal caso, cuáles
son sus resultados?
Por lo pronto, solo conozco un
artículo que haya sido publicado en una revista científica6 donde se exponga con
detalle -de manera que pueda ser reproducida- la metodología de una investigación empírica. Lamentable- mente, dicho artículo es ciertamente
heterodoxo, tanto en su estructura (ajena a las pautas sugeridas por el Comité Internacional de Editores
de Revistas Médicas22) como en su metodología, ya que en
él se reseña una mera descripción de resultados y no un
experimento riguroso; ni siquiera se incorporó al estudio un grupo de
control, de modo que tampoco se
aplicaron los pilares esenciales de todo ensayo bien
realizado: las técnicas de enmascaramiento y la asignación aleatoria.
Los criterios de
autoridad
Obviamente, el rango,
el currículo o los honores académicos que pueda exhibir un científico, querámoslo o no, influyen
subjetivamente en el grado de credibilidad que alcanzan en principio sus afirmaciones. Sin embargo, es obvio que el nombre
de un científico, por muy afamado que sea, no agrega solidez por sí mismo a sus puntos de vista.
Basta recordar el ejemplo de Wollfang Pauli, premio Nobel de Física, cuando sin una base
seria, se apresuró a declarar que la idea del joven colega Ralph Kronig acerca del concepto de spin (un momento
angular asociado a las partículas en la mecánica
cuántica) era “muy penetrante, pero, carente de la menor relación con la realidad”. Puesto que tan cáustica descalificación provenía
de una voz muy autorizada, Kronig se
abstuvo de mantener sus reclamos. Pero Pauli había dado una opinión, no una re-
futación teórica. De modo que ello no bastó para dar por cerrado
el asunto. Meses más tarde, los holandeses George Uhlenbeck y Samuel Goudsmit,
en quienes no hizo
mella la retórica de Pauli,
llegaron a las mismas
conclusiones que había
anticipado Kronig. El concepto constituye hoy un elemento de medular
importancia en la físicacuántica, con trascendentes aplicaciones, tales como las que se han verificado en el campo
de la resonancia magnética nuclear. Para mayor ironía, el susodicho concepto
de spin fue más tarde
formalizado por el propio Pauli.
Otro tanto ocurre
con las fuentes: no recibe a priori igual aceptación
un artículo de
New England
Journal of Medicine
o de Science que uno aparecido en Anales de Pe- diatría
de Teruel. Pero el hecho de que haya sido publicado en Science
no garantiza ni su rigor ni su veracidad, como acaba de ponerse mundialmente en
evidencia con el caso de Woo-suk Hwang, el impostor
coreano que consiguió publicar varios trabajos
fraudulentos sobre obtención de células madre en dicha revista. En fin, los criterios de autoridad, aunque pudieran tener algún valor orientativo, no sirven por sí mismos co- mo árbitros en la ciencia.
Esta parecería ser otra grieta metodológica de la
respuesta del Dr. Sosa. En su nota
dirigida a los físicos tildados de nihilistas, informa textualmente14 que:
En el año 2000 se
realizó un Simposium Internacional de Física
Teórica y Biológica, publicado en Internet, donde se
dedicó gran espacio a la discu- sión sobre la “energía de las formas” llegándose a la conclusión “sobre la existencia de la radiación del
hadron y magnetismo del hadron,
producidos por las partículas nucleares del hadron, protón y neutrón… “
Y en la monografía
ya mencionada antes1 el propio
autor decía:
En fecha
relativamente reciente, se realizó
en los Estados Unidos de Nor- teamérica, un Simposium de Física Teórica (Symposium of Theoretical Physics
and Biology) en que se llegó al consensus
de que la radiación energética
concentrada en las pirámides y en
otras formas geométricas es una energía magnética producida por las partículas nucleares hadrón de los protones y neutrones procedentes de los cuerpos cósmicos.
Puesto que este acontecimiento se esgrime
como un argumento persuasivo, procede
que nos detengamos en él.
Desgraciadamente, el Dr. Sosa no emplea esta informa- ción con acuerdo a las exigencias de una discusión científica
rigurosa. Veamos.
Efectivamente, se
realizó este Symposium sobre física
teórica y biología. Pero no se produjo
en el año 2000 sino en 1999. No se celebró en Estados Unidos, sino en Kiev. No fue internacional sino organizado por dos instituciones locales y todos los miem- bros de los Comités
Organizador y Científico eran
ucranianos. Tres imprecisiones
que pudieran considerarse laterales. Sin
embargo, hay varias que no lo son.
En el Symposium se
presentaron 35 trabajos. Tanto el programa inicial detallado
como el texto de todos los resúmenes (no así el de los trabajos completos) pueden encon- trarse en Internet23 .
Solo en uno de esos 35 resúmenes se menciona la energía de las formas y se
alude a las pirámides. Más concretamente, para la última hora y media del último día del Symposium se programó la exposición y discusión de cinco presentacio- nes orales; la que nos ocupa fue una de ellas.
¿Por qué decir que se dedicó “gran es- pacio” a la discusión
sobre la energía de las formas? ¿y con qué fundamento se afirma que tras esa
discusión se llegó a una conclusión
y a un consenso sobre la energía piramidal? Tales distorsiones son bastante
serias, y contribuyen a dificultar el desarro- llo
de un intercambio científico fructuoso.
Por otra parte, el
hecho de que en una jornada científica se haya
presentado un traba- jo en el que se defiende la energía de las
formas o de las pirámides no otorga,
desde luego, ningún género de aval a
nada. Mucho menos constituye una respuesta a las objeciones
concretas de los físicos. En el mejor de los casos, solo pondría de mani- fiesto que hay
otras personas que opinan del mismo
modo que quienes han sido refu- tados por ellos. Ya vimos que aunque hubiese sido publicado incluso
en la más presti- giosa revista, ello no bastaría en sí mismo
como argumento.
Cabe recalcar, sin
embargo, que la publicación de un artículo, consiente por lo
menos un escrutinio detallado. Es evidente y está universalmente aceptado que las presentaciones orales (aunque fueran
cientos, haya o no resúmenes a los que se pueda
acceder), si no han sido concretadas en publicaciones formales,
susceptibles de ser detenidamente
examinadas, no aportan elementos útiles para el análisis.
Pero lo cierto es que el trabajo que ahora nos
ocupa, simplemente, nunca ha sido pu- blicado, ni ha sido citado en
revista indexada alguna en los siete
años posteriores a su presentación.
Desafortunadamente,
esto no es todo. A juzgar por la opinión que personalmente me
hiciera llegar poco tiempo atrás el Doctor en Ciencias Físicas y Matemáticas Sergey N. Volkov,
organizador del Symposium, y sobre
todo por el resumen que figura en
Inter- net, todo indica que la ponencia de Adamenko y Levchook no
pase de ser una típica pieza de
nítido corte pseudocientífico. En
efecto, las pocas líneas
de que consta dicho resumen están plagadas de alusiones a
descabelladas posibilidades,
tales como que se puede burlar la ley de gravedad a través de la
telekinesis y la levitación, y que se
puede establecer comunicación extrasensorial y conseguir curación a
distancia me- diante un llamado
“sexto sentido”. Y por si fuera poco,
en la propia ponencia se reivin- dican los efectos de la “fusión fría” cuya escandalosa historia, como vimos, ya había
transitado por sus más deshonrosos
pasajes en el momento en que se celebraba
el Syposium de Kiev.
A propósito de esto último, cabe intercalar que no es extraño que los autores de su- percherías académicas sobrevivan a su desenmascaramiento. Baste consignar
que, aunque la abrumadora mayoría de
los científicos recuerdan con rubor
el episodio de la fusión fría, lo cierto es que
pervivió una especie de enfebrecida
secta que ha seguido insistiendo
en ello, procurando, y ocasionalmente consiguiendo, financiamiento,
inclu- so hasta nuestros días. Tanto así, que revistas del
llamado “mainstream” (revistas de primer nivel) se ven obligadas a rechazar constantemente artículos sobre
el tema y, por ejemplo, dos de ellas,
Scientific American y Nature , publicaron sendos artículos en marzo y octubre
de 2005 respectivamente denunciando una vez más la patraña.
En enero de 2006,
varios órganos de prensa de máxima influencia (por ejemplo The
Washington Post, The Guardian
y la revista Time) publicaron nuevos artículos advir- tiendo a los neófitos que la farsa estaba de
antiguo desenmascarada.
El legado de
Ronald Fisher
Hace unos años opiné24
que prestar mecánica atención a toda propuesta terapéutica,
por descabellada e infundada que sea, no sería una regla
de conducta racional, aun- que sólo fuera
por mero afán de ahorrar recursos humanos y materiales. Agregué que, sin
embargo, en ciertas circunstancias, pudiera ser aconsejable
valorar rigurosamente y con estándares demarcatorios indiscutibles algunas de
ellas, especialmente cuando han alcanzado
notoriedad o implantación social y
cuando los procedimientos valorati-
vos no resulten onerosos. Señalé finalmente que, aunque no tuvieran más cimiento que el testimonio
reiterado de sus virtudes,
ocasionalmente pudieran contener elemen-
tos de verdad, lo cual pudiera justificar dicho esfuerzo valorativo.
Creo que en este
caso, además de reclamar que se
encauce el debate llamado a cu- brir
las numerosas lagunas conceptuales y empíricas que se han señalado sobre la existencia de la energía piramidal y sobre la validez de las terapias asociadas, procede que se realicen algunas experiencias
independientes debidamente
protocolizadas. También sería muy
atractivo que se realizaran esfuerzos conjuntos
en esa dirección. Con ello se contribuiría, bien a fundamentar
mejor su posible viabilidad, bien a conjurar los
riesgos que su aplicación pudiera
entrañar para quienes aplazan el empleo de re- cursos terapéuticos
convencionales o prescinden de ellos.
En la citada respuesta a los físicos, se
plantea1:
No creo que
debiera existir polémica alguna entre
físicos y médicos sobre este tema. Al contrario, deberíamos aunar esfuerzos para lograr demostrar de una vez y por todas, que este efecto o energía o como quieran llamarlo es efectivo.
Aunar esfuerzos
para desestancar la
polémica y prosperar en el
conocimiento me pa- rece una magnífica propuesta
del Dr. Sosa. Si el desenlace de ese empeño conjunto contribuyera a fundamentar que la energía existe y/o de que su influencia es efectiva para resolver algunos problemas, se habrá llegado a una
situación sumamente intere- sante y promisoria. Sin embargo, tal esfuerzo realizado en común tiene sentido preci- samente porque no se pueden garantizar de antemano sus resultados, y porque unos y otros experimentadores
abrigarían expectativas muy
diferentes. Por otra parte, cual- quiera sea el
desenlace de dichas experiencias, resulta aventurado vaticinar que el asunto quedaría zanjado “de una vez y por todas”; la historia prueba que solo la pa- ciente acumulación de datos y
evidencias puede ir perfeccionando las representacio- nes que la ciencia hace de la realidad
objetiva.
En este caso se
dan condiciones especialmente favorables para la
experimentación, ya que, por ejemplo, valorar si las baterías alcalinas
agotadas recuperan o no su ca- pacidad tras ser colocadas
dentro de una pirámide de cartulina es algo muy fácil de evaluar con un
voltímetro, no ofrece barrera ética
alguna y está eliminado el peligro de un efecto placebo. La mera lectura de los manuales sobre energía piramidal permite concebir muchos
otros experimentos igualmente simples
y útiles para valorarla que no exigen
en principio la participación de pacientes.
Tal es el caso, por poner un solo ejemplo, de
la obtención de agua piramidal. Con ese fin, los investigadores podrían
emular la celebérrima y emblemática propuesta que en
1929 hiciera el eminente estadístico Sir Ronald Fisher, pionero en la teoría del diseño experimental, para evaluar si cierta dama,
después de probar un té con leche,
tenía o no el don de identificar el orden en que los dos ingredientes fueron vertidos dentro de la taza (véase el reciente
libro de David Salsburg inspirado en la famosa metodología introducida por Fisher25).
Bastaría mantener
bajo la pirámide durante cierto lapso
convenido (24 horas, en opi- nión de Sosa) cierto número de recipientes con agua –por ejemplo, 50- y luego prepa- rar un número igual de recipientes no sometidos al supuesto
influjo de la pirámide.
Tras aleatorizar
el orden de las 100 muestras y, habiendo puesto a buen resguardo los códigos
que identifican una y otra condición, entregarlas en su totalidad a los especia- listas en pirámides.
Transcurrido cierto lapso también
convenido –un par de días o una semana- durante el cual aplicarían la radioestesia, la prueba de la carne arriba descrita o el procedimiento que deseen, ellos comunicarían cuáles habían
sido colocadas bajo la pirámide y
cuáles no. El cotejo público entre tal comunicación y el
contenido del so- bre permitirá
valorar nítidamente la hipótesis y prosperar en la configuración del juicio que nos merezca.
Una nota final
“A los académicos se les paga por ser lúcidos, no por estar en lo cierto” reza un cono- cido
aforismo debido a Donald Norman, Profesor Emérito de la Universidad
de Califor- nia. Vale decir: en el marco de la ciencia,
errar es una contingencia natural; lo que no cabe admitir es la falta de rigor.
Con mucha
frecuencia surgen criterios encontrados,
ideas o reportes novedosos que son contradictorios en una u otra medida con puntos de vista prevalecientes. Llegar a un criterio universalmente aceptado puede
tomar tiempo. Nuestro deber es
resolver esas contradicciones con
la mayor celeridad posible, y lo más importante es aprender que la ruta crítica para ello pasa por principios
tales como la transparencia de los
pro- tocolos de investigación, el respeto por el hilo lógico de
la discusión, la pulcritud en las citas y el cumplimiento, en fin, de las
reglas que mejor han funcionado a lo largo de los siglos.
Particularmente
importante es comprender que un debate científico debe dejar fuera todo
calificativo o ataque personal y desarrollarse en un marco de respeto: quienes dudan de un resultado o teoría, o creen que
están ante una expresión de pseudocien- cia, están en el deber de hacer respetuosamente
las preguntas o los juicios concep- tuales que consideren pertinentes a la vez que deben abstenerse
de emitir opiniones sobre los autores
del resultado criticado (salvo, claro está, que
posean pruebas de que han cometido fraude); cuando a un científico se le formulan objeciones o
preguntas bien delimitadas, lo único
que corresponde a éste es
contestarlas honradamente y teniendo
en cuenta que, al atacar a las personas que las formulan, solo se consigue enrarecer y entorpecer la
discusión, además de poner de
manifiesto la precariedad de
argumentaciones de quien lo hace.
Fecha
de recepción:
9-03-2006 Fecha de aprobación: 14-04-2006
Nota: Habida cuenta de la ocasional labilidad de algunas páginas Web, el lector puede dirigirse al autor si desea recibir por correo electrónico cualquiera de los materiales procedentes de Internet que hayan sido citados en este trabajo.
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