Regresar a Rationalis
Publicado en Orbe, La Habana, Año V, 52, mayo 2004
por E. Altshuler
El juego de la propagación
El juego del
“teléfono roto” era muy popular en mi época. Un niño decía algo en voz muy baja
al oído de un compañero, éste repetía a un tercero lo que le parecía haber
oído, y así sucesivamente. Al final, el
último niño decía en voz alta el mensaje que a él había llegado, y siempre
resultaba ser algo increíblemente diferente del mensaje inicial. Todos nos
desternillábamos de la risa. Era un juego de propagación de información.
Ocupémonos, por el momento, de una propagación más sencilla: la de la luz.
La luz, por sus
propios méritos, es un ente muy extraño. De hecho, en ciertos experimentos
parece propagarse como una colección de “paquetes de energía” –llamados
fotones– y, en otros, como una onda electromagnética. Lo cierto es que, desde
hace siglos, la luz ha causado dolores de cabeza a científicos de la talla de
Newton, Huygens, Maxwell y Einstein, entre otros. La destilación de la materia
gris de esa colección de mentes privilegiadas ha resultado en un conjunto de
definiciones y leyes que –si bien son aún imperfectas– nos permiten comprender
mejor qué es la luz, cómo se propaga, y cómo interactúa con la materia. Además, nos han permitido no sólo explicar,
sino predecir nuevos fenómenos –tal y como se espera del auténtico Método
Científico. Esas definiciones y leyes también han contribuido decisivamente a
la creación y perfeccionamiento de increíbles avances tecnológicos que van
desde el microscopio y el telescopio, hasta el láser, la holografía y las
fibras ópticas, pasando por otros inventos un tanto más más frívolos como las
gafas de sol.
Las gafas de sol
más sencillas son simples filtros de luz solar. La luz es una onda
electromagnética que se puede visualizar, simplificadamente, como las
oscilaciones que se propagan en la superficie de un estanque si tiramos en él una pequeña
piedra. La luz visible que viene del Sol
se puede describir como una mezcla de ondas electromagnéticas de diferentes
frecuencias que el ojo humano percibe, en conjunto, como luz blanca. Sin
embargo, si pudiéramos ver separadamente cada una de sus componentes, las
percibiríamos de diferentes colores. Al pasar la luz blanca a través de las
gafas, ellas son capaces de absorber selectivamente parte de sus ondas
componentes, permitiendo que pasen sólo un conjunto de frecuencias –o sea, un
conjunto de colores. Las gafas que se ven azules, por ejemplo, dejan pasar con
mayor intensidad la luz de color azul, mientras que absorben notablemente luz
de las demás frecuencias.
Las gafas
“polaroides” son más sofisticadas. Si entramos aún en más detalle, la luz solar
es luz blanca no polarizada: sus
ondas componentes oscilan en planos diferentes (eso, por cierto, nunca
ocurriría en las ondas del estanque: allí las ondas siempre oscilan en un plano
perpendicular a la superficie del agua). Suele llamarse “luz natural” a la luz
no polarizada. El material del que están constituídas las gafas polaroides se
las arregla para dejar pasar únicamente las ondas que oscilan en un sólo plano.
Ello, por cierto, hace que las gafas polaroides sean capaces de atenuar
selectivamente los rayos solares que llegan a nuestros ojos tras rebotar en el
suelo, que son especialmente molestos –pero no discutiremos aquí la causa de
éste efecto en particular.
La luz solar
tiene otros “defectos”, como el hecho de que no es luz coherente. Si
lanzáramos, en vez de una piedra, un puñado de pequeñas piedras en una zona del
estanque, cada una produciría su propia onda. Ello resultaría en una superposición
de ondas, unas más “adelantadas” que otras, que los físicos llamarían incoherentes. Hasta donde conozco, no existen gafas ó
dispositivo sencillo alguno que convierta la luz incoherente del Sol en luz
coherente. De hecho, para generarla de forma verdaderamente controlada hubo que
esperar por la invención del láser a mediados del siglo XX, el cual es capaz de
“poner de acuerdo” a múltiples átomos para que generen fotones de forma
sincronizada, produciendo un haz de luz coherente. Lograr luz coherente es, amigos míos, algo
bien difícil.
Hace unos días,
en una madrugada de insomnio, me siento atraído por la colorida portada de
cierta revista nacional que de alguna forma ha aterrizado en la sala de mi
casa. Abro una página escogida al azar,
y leo, a vuelo de pájaro, algunos fragmentos de uno de sus artículos, que trata
sobre la curación de lesiones en la piel mediante cierto dispositivo óptico:
La propagación de esta energía [la luz solar] en el
espacio es incoherente, es decir, no tiene un seguimiento lógico y ordenado,
por eso no puede ser utilizable directamente por el medio biológico con fines
terapéuticos. Para ello es necesario emplear un dispositivo descodificador
[...]. El dispositivo óptico de alta definición [...] selecciona, ordena y
transmite las radiaciones electromagnéticas de la luz natural hasta el medio
biológico por efecto de concordancia entre las frecuencias electromagnéticas
procedentes de la luz natural y de las frecuencias emitidas por las células.
[...]. La interposición del filtro [...] aumenta la coherencia de los
biofotones por el juego de la propagación múltiple [...].
Un sudor frío
perla mi frente: este artículo acaba de echar por tierra, de golpe y porrazo,
gran parte de mis conocimientos de Óptica, trabajosamente adquiridos tras
prolongadas horas de estudio. Y lo que es peor: siento que sólo he dicho
verdades a medias a varias generaciones de estudiantes universitarios de
diferentes carreras, a los cuales he impartido conferencias de Óptica durante
años. Tras consultar desesperadamente varios textos de Óptica corriendo de un
librero a otro, arribo a la terrible conclusión de que todos deben estar
equivocados: un trueno retumba en medio de la madrugada, y mi mundo se viene
abajo.
A pesar de lo
avanzado de la hora, y de lo ruidosas que están las líneas telefónicas debido a
la lluvia y a la tormenta eléctrica, me atrevo a llamar a uno de mis colegas.
Le leo, un tanto atropelladamente, uno de los fragmentos más desconcertantes
del artículo “La interposición del filtro
[...] aumenta la coherencia de los biofotones por el juego de la propagación
múltiple”. Desde el otro lado de la línea, en el medio del infernal ruido,
oigo un ¿Cómo? ¿Que la interposición del
filtro aumenta la coherencia de los fotones, por el juego de...la qué?. ¡Claro que es un juego! ¿A ti te parece que yo estoy para juegos a
esta hora de la madrugada?.
Muchos años
después, el juego del teléfono roto se ha repetido, quizás para darme una
señal. Sólo que esta vez no hay ninguna razón para desternillarse de la risa.
|
|