El agua no tiene memoria
La dilución extrema que propone la
homeopatía en sus preparados para curar “lo semejante con lo
semejante” termina por eliminar los supuestos agentes activos de sus
remedios. En su propia piedra angular radica, pues, la fórmula del
derrumbe de su sistema.
Por el Dr. Osvaldo de Melo, Facultad
de Física, Universidad de La Habana
7 Octubre, 2013
Las
sustancias están formadas por átomos, que en muchos casos se agrupan
en conglomerados llamados moléculas. Esto se traduce en que los
objetos que nos rodean no son continuos en su constitución.
Por muy macizos que nos parezcan un
pedazo de metal o el agua contenida en un vaso, están formados por
átomos. Su apariencia compacta viene del hecho de que los átomos son
extremadamente pequeños, y al mismo tiempo se encuentran en una
concentración muy grande.
Por ejemplo, en un cristalito de sal
de un centímetro cúbico (o 1 mL) compuesto por átomos de sodio (Na)
y de cloro (Cl), hay nada más y nada menos que 2x1022
átomos de cloro y la similar cantidad de átomos de sodio. Dicho más
claramente, se trata de 20 mil millones de millones de millones de
parejas de átomos de cloro y sodio (un 2 seguido de 22 ceros).
Por eso es que no podemos distinguir la composición atómica de la
sal con nuestros sentidos, como la de ninguna otra
sustancia.
De unos años a acá han podido
obtenerse imágenes de los átomos usando distintos instrumentos de
muy alta resolución, pero hasta los albores del siglo XX la certeza
de su existencia era bastante indirecta. Ya existía una teoría
molecular, mas solo era, entonces, una buena hipótesis de trabajo.
Varios de los más grandes científicos
de la época se negaban a aceptar la hipótesis como buena, al menos
hasta que aparecieran pruebas irrefutables de la existencia de esas
partículas que nadie había alcanzado a ver. Escépticos y rigurosos,
como deben ser, los científicos querían más evidencias.
La historia del establecimiento
definitivo de la estructura molecular de la sustancia comenzó en
1827. Este año un famoso botánico inglés llamado Robert Brown,
observó que granos de polen en suspensión en agua, se movían
continuamente de forma caótica describiendo trayectorias
irregulares. A tal movimiento que no cesaba nunca se le llamó
browniano en honor a su descubridor.
Este curioso efecto quedó sin
explicación hasta mayo de 1905, cuando Albert Einstein publicó un
trabajo titulado “Sobre el movimiento de pequeñas partículas
suspendidas en un líquido estacionario según la teoría cinético
molecular del calor”. Einstein estaba empeñado en contribuir a
proporcionar evidencias ya fueran a favor o en contra de la
existencia de las moléculas y de la teoría cinético-molecular. ¡Y el
movimiento browniano iría a aportar las pruebas que
faltaban!
En efecto, un cálculo elaborado le
permitió obtener ecuaciones que relacionaban el desplazamiento de
las partículas en suspensión en un tiempo dado, con el número de
átomos en cada centímetro cúbico y con ello pudo determinar las
dimensiones de las moléculas. O sea, ¡el estudio del movimiento
browniano ofrecía un método para medir el tamaño de estas partículas
aun sin verlas!
Todavía estas predicciones teóricas
tuvieron que ser verificadas. Fue el francés Jean Perrin quien
preparó varios tipos de suspensiones y pudo determinar que,
efectivamente, estas partículas se comportaban de la forma prevista
por Einstein. Perrin ganó el premio Nobel de Física por ese
resultado en 1926 y la comunidad científica aceptó definitivamente
la realidad de la teoría cinético-molecular.
Si algo pudiera fijar el lector de lo
relatado hasta aquí es que la sustancia está compuesta por átomos y
por nada más que átomos extremadamente pequeños y numerosos. Si
retiramos todas las moléculas que componen un cuerpo, una por una,
no quedará absolutamente nada del cuerpo en cuestión, porque no hay
otra cosa que las moléculas en su constitución.
Si lográramos sacar del agua salada
todos los átomos de sodio y de cloro, el agua dejaría de ser salada
y habría perdido cualquier otra propiedad que se debiera a la
presencia de la sal. Porque el agua no tiene memoria; no se ha
probado que exista ningún mecanismo por el que el agua pueda
“recordar” que tuvo sal, una vez que ya no la tiene.
La propuesta
de la homeopatía
“Lo similar
se cura con lo similar”, principio que no se deduce de nada anterior
verificado, es una de las bases de la propuesta homeopática. En
otras palabras, esto quiere decir que algo que produzca los mismos
síntomas de una enfermedad podría también curarla.
Para curar con estos productos o
medios activos, la homeopatía propone diluirlos extremadamente en
una sustancia inocua, generalmente agua, o en una mezcla de agua y
alcohol. Y este es el segundo principio importante: la dilución, a
la que en el lenguaje homeopático también se llama “potenciación”,
pues se asume la extraña idea de que ella aumenta la potencia del
remedio.
Estas diluciones son extremas y se
realizan en pasos sucesivos. Por ejemplo, primero se disuelve una
cierta cantidad de la sustancia supuestamente activa, se revuelve
vigorosamente y luego una pequeñísima parte de la solución
resultante se disuelve otra vez y así sucesivamente. La llamada
“potencia” de la disolución se define por el grado de dilución en
cada uno de los pasos y se identifica con una letra, C o CH. Al lado
izquierdo de la letra se coloca un número que indica las veces que
el proceso se realizó.
En un mililitro, como ya vimos,
existen muchísimas moléculas, pero hay que tener mucho cuidado, ¡no
hay infinitas moléculas!: creando sucesivas disoluciones utilizando
la anterior como soluto de la siguiente se termina por no tener
ninguna de ellas en la solución.
Tomemos como ejemplo nuestro mililitro de sal para disolverlo
en 99 mililitros de disolvente inocuo. Sabemos que allí hay 2
x 1022 parejas de cloro y sodio. Este es un número muy
grande, que irá cambiando en las sucesivas diluciones.
Un mililitro de esta primera solución
lo agregamos a otros 99 de agua pura. En este caso, la cantidad que
añadimos al agua es mucho menor, pues hemos tomado solo una
centésima parte del preparado anterior, por tanto el número de
parejas de Cl y Na es todavía muy grande aunque cien veces menor
(2x1020). En la tercera cuarta y quinta solución
tendremos 2x1018, 2x1016, 2x1014
parejas respectivamente. O sea, en cada dilución el número de
parejas de átomos que contiene el líquido es cien veces menor que en
la anterior. Es fácil ver entonces que en la dilución número 11
tendremos solo 200 parejas; en la doce, dos; y en la trece, 0,02
parejas. ¿Qué quiere decir esto? Que en este punto de dilución
tendríamos que tomarnos 50 de estos frascos de 100 mililitros para
encontrar ¡una sola parejita de átomos de sodio y cloro! Sin
embargo, las diluciones en la homeopatía llegan hasta 30.
Esto significa que en una cucharada o
unas goticas de estos presuntos remedios en que la sustancia
supuestamente activa se ha diluido centesimalmente 30 veces, con una
probabilidad enorme no vamos a encontrar ni un solo átomo de la
sustancia que se diluyó. Estaremos tomando agua pura. O,
seguramente, agua con las impurezas que normalmente tiene, que
estarán ciertamente en una proporción mucho mayor que la de la
sustancia supuestamente activa.
Los homeópatas sostienen que de esta
manera, la potencia del medicamento es mayor que con diluciones
menores, una idea realmente extraña, no solo a la ciencia, sino al
más elemental sentido común, sobre todo si uno tiene una comprensión
más o menos clara de la composición molecular de la
sustancia.
Pero por el hecho de que una idea
resulte extraña no se puede inferir que sea errónea. La historia de
la ciencia está plagada de “ideas extrañas”, las cuales dieron lugar
a teorías importantísimas que llegaron a comprobarse a partir de muy
diversos experimentos y que resultaron en aplicaciones útiles.
¿No fue extraña la teoría cuántica de
la luz, de Einstein, para explicar un efecto según el cual la luz
podía arrancar electrones a los metales? Esta teoría contradecía el
concepto de la luz como una onda electromagnética, el cual no podía
explicar muchas de las características de este efecto. Einstein
supuso que la luz estaba compuesta de partículas (que hoy se llaman
cuantos) y esta hipótesis, luego de haber sido comprobada, dio lugar
a la que hoy se conoce como física cuántica.
¿Y no fue rara la teoría de la
relatividad (también presentada por Einstein), que proponía que el
tiempo y el espacio eran relativos y que la longitud de un cuerpo o
el tiempo entre dos sucesos dependían de la velocidad del
observador?
Efectivamente, ambas teorías
eran extrañas, pero se demostraron cada vez más ciertas, cada
vez más congruentes con los datos de la naturaleza, y cada vez más
aplicadas en la práctica.
El problema de la homeopatía es que en
la medida en que la ciencia avanza, en vez de aclararse, se hace
cada vez más insólita.
La teoría de la constitución
atómico-molecular de la sustancia no surgió porque los científicos
decimonónicos hubieran tenido una revelación, ni porque
arbitrariamente les hubiera parecido ingeniosa o incluso coherente
con ella misma. Surgió porque su naturaleza lo exigía, porque los
experimentos se negaban obstinadamente a seguir las leyes de una
supuesta sustancia continua. El problema de la homeopatía es que no
proviene de experimentos que la requieran y como veremos enseguida,
tampoco da lugar a experimentos que la comprueben.
El caso
Benveniste
La práctica de la
homeopatía fue concebida a finales del siglo XVIII por Samuel
Hahnemann (Meissen, 1755– París, 1843), época en que la medicina
tenía que ver muchísimo menos con la ciencia que hoy, y la realidad
de los átomos era mucho menos aceptada.
Hahnemann pudo haber pensado que en la
sustancia había algo más que las moléculas y que este algo pudiera
impregnarse en el disolvente por el hecho de revolver fuertemente la
solución. Dicen que alguna vez admitió que tenía que haber un límite
a la disolución; él no lo sabía.
A pesar de que en aquella época ya se
conocía la ley de Avogadro, la cual planteaba que el volumen de un
gas es proporcional al número de moléculas que contiene, no se supo
con exactitud el número de moléculas que hay en la unidad de
cantidad de sustancia hasta los trabajos de Einstein y Perrin en el
Siglo XX*.
|
Probablemente la homeopatía no
debe haberse considerado una seudociencia en época de
Hahnemann. Con el tiempo, pudiera haberse convertido en una
ciencia, pero esto no ocurrió pues los datos proporcionados
por las investigaciones científicas fueron aplastantes en
relación con la factibilidad, el fundamento científico o las
evidencias de esta práctica.
Sin embargo, la homeopatía trató
de justificarse científicamente. Es famoso el caso de Jacques
Benveniste (1935-2004), cuya historia es interesante, sobre
todo, para ilustrar la mezcla de rigor y de tolerancia
presentes en la evaluación de la actividad científica.
Benveniste tenía prestigio en el
mundo científico por investigaciones relacionadas con la
sangre y era director del laboratorio de inmunología del
Instituto de Salud e Investigación Médica en París. En 1988
envió un artículo una de las revistas científicas más
prestigiosas, Nature,
en el que supuestamente ofrecía evidencias de la homeopatía.
Él decía haber encontrado que cierta sustancia tenía un efecto
determinado en la sangre aun cuando estuviera diluida a nivel
homeopático. |
Jacques Benveniste director de inmunología del
Instituto de Salud e Investigación M édica en
París |
El efecto podía medirse objetivamente,
por lo que no estaba afectado por la posibilidad de la sugestión de
algún paciente. El editor de la revista Nature en
aquel momento era John Maddox, quien se interesó directamente en el
asunto. A pesar del asombro de los árbitros que revisaron el
artículo, tomando en cuenta que el documento parecía estar bien
escrito, y quizás no queriendo dar margen a un error debido a
la censura, decidió publicarlo. Sin embargo, impuso al autor unas
condiciones desacostumbradas: se debería permitir que un equipo de
Nature
visitara el laboratorio de Benveniste y revisara la realización de
los experimentos.
Una vez que Benveniste aceptó, Maddox
formó un singular equipo de tres personas: él mismo, un físico
llamado Walter W. Stewart, reconocido como especialista en detectar
fraudes, y un tercero que era una persona desconocida en el ámbito
científico: el mago James Randi. Este mago, basado en sus
conocimientos sobre ilusionismo, había tenido mucho éxito en
descubrir los trucos de reconocidos charlatanes. De hecho, unos años
después de estos sucesos fundó la Fundación Educativa James Randi,
que ofrece un millón de dólares (que nunca nadie ha podido ganar) a
quien pueda demostrar algún hecho de tipo paranormal o que esté
evidentemente en contra de las bases de la ciencia.
Poco tiempo después el equipo se
personó en el laboratorio de Benveniste, donde se repitieron los
experimentos que supuestamente probaban lo que a estas alturas se
había dado en llamar “memoria del agua”. Se prepararon varias
muestras, algunas de las cuales eran de control, o sea, solo tenían
agua, mientras que otras admitían la solución homeopática (que ya se
sabe también sería agua, pero que los investigadores conjeturaban
que poseía alguna propiedad de la sustancia activa).
En una primera prueba, los resultados
parecieron favorecer al grupo de Benveniste; sin embargo, el equipo
de Nature
percibió que los investigadores que medían los resultados conocían
cuáles eran las muestras de control y cuáles no, y pidió repetir el
experimento pero a ciegas. Se codificaron los nombres de las
muestras y se escondió el sobre con el código. Entonces los
científicos volvieron a realizar las mediciones, ahora sin saber la
procedencia de las muestras. Al final, el resultado fue que todas
arrojaron idénticos resultados. La falsa prueba de la homeopatía
había sido desacreditada. Benveniste fue acusado de haber manejado
mal los experimentos, y unos años después fue despedido del
laboratorio.
Ante la insistencia de otros
investigadores tiempo después, la fundación de Randi observó nuevos
experimentos aún más controlados, ahora con la oferta del millón de
dólares y nuevamente las pruebas que supuestamente demostrarían la
homeopatía resultaron negativas.
Otras investigaciones sobre la
efectividad de la homeopatía se han realizado analizando el efecto
de medicamentos en pacientes. Estas pruebas son menos exactas que
las del caso Benveniste, porque el efecto no puede medirse tan
fácilmente debido a la posibilidad de la ocurrencia del efecto
placebo. Los resultados de tales análisis son muy dudosos.
En septiembre de 1997, Klaus Linde y
colaboradores publicaron un artículo en la prestigiosa revista
británica The
Lancet, donde reportaban un meta-análisis de los
resultados de más de 80 publicaciones en que se había estudiado la
efectividad de la homeopatía para diversas patologías, con pruebas
controladas. Los autores concluyeron que “en estos estudios no hay
suficiente evidencia de que ningún tipo de tratamiento homeopático
sea claramente efectivo para ninguna condición clínica”. Ellos
reconocen lo complicado de interpretar los resultados debido al
sesgo que pudiera estar presente en las publicaciones, así como a la
calidad de las evidencias presentadas en los diferentes trabajos.
La verdad es que luego de 200 años de
homeopatía, en cuanto a fundamentos, demostraciones y pruebas,
seguimos más o menos en lo mismo: bases insólitas y evidencias
inexistentes. Difícilmente podría ser de otra manera, porque el agua
no contiene nada de la sustancia supuestamente activa y, es más que
evidente, tampoco tiene memoria.
*La
unidad de cantidad de sustancia se llama mol. El número de Avogadro,
que representa la cantidad de partículas que hay en un mol es
6,02x1023.
. Para tener
una idea, en el caso del agua un mol equivale a 18 g, que es un poco
más del agua que cabe en una jeringuilla
grande.