Publicado en Orbe Año 9 No. 4 junio 2007,
Por J. Alvarez González*
Pancho Tejuca y el efecto placebo
Cuando conocí
al campesino Pancho Tejuca, tenía sesenta y tantos años y una marcada obsesión
por el sexo. Se quejaba de que, con una mujer más joven, ya no podía tener sexo
cinco veces en el día como antes: solo podía hacerlo una vez y excepcionalmente
dos veces en el día. Intenté convencerlo de que a su edad esto era no solo
admirable sino excepcional, más bien prodigioso, pero nunca pude. Pancho quería
sexo cinco veces en el día. Dos de sus sobrinos tuvieron la idea de decirle que
habían contactado a un familiar en el extranjero que enviaría unas pastillas de
unos concentrados de espermatozoides de mono que eran muy buenos para su
problema.
Como yo era “el
científico”, Pancho me consultó y, estando yo al tanto de la broma, le hablé de
las virtudes de los concentrados de espermatozoides de mono. Sus sobrinos, estuvieron
casi dos meses “trabajando” sobre Pancho, convenciéndolo de las maravillas de
aquellas milagrosas pastillas, hasta que un día le disfrazaron casi un centenar
de aspirinas en un frasco vacío de vitaminas “de afuera” y se lo entregaron
como acabado de recibir (por suerte, tuvieron a bien buscar un medicamento que
no debía causarle daño pues Pancho tenía un estómago resistente a todo). Le
advirtieron que debía tomar una pastilla diaria en el desayuno y que debía
hacerlo diluyéndolas en agua.
Pocos meses después volví a visitar a Pancho y
estaba eufórico: las pastillas habían funcionado, incluso si no las tomaba
diariamente, y ya podía tener sexo cinco veces en el día. Pancho vivió así casi
dos años más. Falleció, mientras trabajaba en medio de un terreno, fulminado
por una descarga eléctrica durante una tormenta. Seguro estoy que al morir
tenía una sonrisa de satisfacción en sus labios. Como seguro estoy también, que
estos campesinos nunca se imaginaron que habían sido protagonistas de un
ejemplo casi perfecto de lo que es un efecto
placebo. Definitivamente nuestro
sistema nervioso, nuestra “psiquis”, trabaja de alguna forma que nos hace
sentir, alivio y curación en determinadas condiciones. Es el efecto placebo.
Por otra parte, es bien sabido también que, por
ejemplo, la expectativa de un dolor, produce dolor aun sin un estímulo nocivo
(si usted tiene miedo, casi terror, a inyectarse y se ha visto obligado a ello,
quizás sepa de qué estoy hablando). También puede ocurrir que si usted no cree
en el tratamiento que le brinda un médico, sus síntomas pueden empeorar. Es el “efecto nocebo” (voy a empeorar) y los hay que han muerto del susto por la mordida
de una serpiente no venenosa. Hay innumerables ejemplos de placebos y nocebos.
Ahora bien, pongamos por caso que usted se siente
mal, está ansioso, con dolor cervical, articular o lumbar, quizás una presión
arterial “ocasionalmente” elevada, algo más allá del “límite superior normal”
**, está tenso, inapetente o tiene digestiones “pesadas”, no duerme bien.
Entonces le hablan de un Qi maligno, o de un trastorno en su energía o fuerza vital (el “ying/yang”) o
que tiene influencia de una energía negativa o problemas espirituales
(aunque esto le suene un poco a espiritismo), etc., y utilizan para ello un
lenguaje con apariencia científica. Usted puede llegar hasta convencerse de que
le “explican” el origen de un padecimiento que la medicina no le acaba de
resolver. Le ofrecen entonces hacer un tratamiento con terapia bioenergética o
tomar un preparado que quizás tenga un nombre exótico o simplemente le indican
ponerse un imán y le argumentan que esto balancea su energía vital. Inclusive
pueden hasta llegar a explicarle que, bajo estas acciones, sus moléculas y
átomos van a “vibrar con una frecuencia mayor y se van a ordenar de manera correcta”
y que todo va a estar en armonía perfecta, que no hay efectos adversos y que
hasta aquellas pequeñas escaras que tenía en la piel le van a sanar. Si su
padecimiento no es realmente grave y tiene un alto componente psicosomático (o
psicogénico), tiene alta probabilidad de mejorar pero en la realidad solo ha
habido un alto nivel de subjetivismo al ofrecer y al recibir el tratamiento.
¿Qué le ha sucedido entonces? Existen moléculas, que
produce el propio organismo humano, como las endorfinas (o endomorfinas),
encefalinas y dinorfinas (opiáceos), así como sustancias endógenas relacionados
a las benzodiazepinas (algo estructuralmente similar al diazepam), etc., que
serán liberadas y actuarán sobre determinados centros aliviando su dolor o su
malestar, lo sedaran .... ¿Y no es esto similar a lo que sucedió a Pancho
Tejuca? Desde luego que sí, hay un efecto placebo.
¿Debemos estar en contra de este tipo de “curación”
o alivio por medio de un efecto placebo? Realmente no debemos. Más aun, para
determinado tipo de padecimientos que mucho tienen de psicosomáticos es hasta
aceptable (aunque en la medicina moderna, científica, cada día se aconseja más
que el médico brinde una terapia de apoyo en vez de utilizar un placebo). El problema es que a las “terapias”
basadas en energías jamás medidas, más bien inexistentes, no se les puede dar
la categoría de científicas. Lo científico sería buscar el mecanismo de ese
efecto placebo y tener una vía de acción terapéutica bien o mejor definida.
Puede estar seguro que, si su enfermedad es real, estos remedios no funcionarán. Hasta ahora una compresión
severa de una raíz nerviosa no ha sido curada con estas terapias bioenergéticas
o remedios alternativos, como tampoco lo ha sido con píldoras inertes
(placebos). Tendrá que visitar a un neurocirujano para resolver esto. Tampoco
un cáncer ha podido ser curado con estas terapias ni un infarto del miocardio o
una arritmia grave, como tampoco las infecciones bacterianas, los procesos
inflamatorios severos, la diabetes mellitus, etc. ¿Y no funciona en estos casos
el “desequilibrio de la energía vital” o no hay “Qi malignos”? ¿No debían
funcionar también en estos casos esas terapias “bioenergéticas”?
Pero aquí es donde está lo más serio de este
problema: el usar alternativas pseudocientíficas de eficacia nunca comprobada,
cuando lo racional e imprescindible es utilizar una terapia eficaz con un
basamento científico. Se llega entonces muy cerca de los límites de la iatrogenia,
además de engañar al paciente. Se corre también el riesgo de un mal diagnóstico
y quizás este ejemplo que pongo a continuación sea aclaratorio. Un hermano del
psicólogo y escéptico canadiense Barry Beyerstein, diabético severo dependiente
de insulina, visitó varios especialistas en medicina bioenergética. A cada uno
le describió (de acuerdo con su médico) el cuadro típico de su enfermedad, tal
y cual él la padecía, pero sin pronunciar la palabra diabetes. Ninguno de estos
“maestros” reconoció la manilla de diabético que estaba obligado a portar
siempre consigo, como tampoco ninguno fue capaz, después de hacer “el análisis
del estado de su energía vital”, de llegar a la conclusión de que él era
diabético. Peor aun, varios le indicaron “medicamentos” y procederes terapéuticos
que de haberlos seguido, hubieran empeorado su condición como diabético severo.
A este es el peligro que me refiero ...
*Doctor en Ciencias.
Investigador del Instituto de Cardiología y Cirugía
cardiovascular. La Habana, Cuba.
** Algo perfectamente normal en determinados estados
de ansiedad. Hay que aclarar, además, que muchos “hipertensos” no lo son
realmente pues las determinaciones de presión arterial no están hechas adecuadamente.
Recordemos que también existe la “hipertensión de bata blanca”.