Publicado en 'El Escéptico', Ene-Marzo 2011, pp. 44-45

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La Medicina:

Ciencia o creencia

 

 

 

 

Pedro Caba Martín, Médico, Ex-vicepresidente de la OMS

 


La reciente noticia sobre la decisión de la Universidad de Zaragoza de crear una cátedra de homeopatía como resultado de un acuerdo con un potente laboratorio, así como la insistente atención de los medios de comunicación a ineficaces procedimientos terapéuticos, supuestos medicamentos  y  “productos milagro”,  hace  necesario  una réplica  desde la prensa no especializada  sobre las llamadas medicinas alternativas. Es cada vez más frecuente que en centros privados, Colegios de Médicos e incluso alguna Universidad se impartan cursos académicos y concedan títulos  de  homeopatía,  acupuntura,  medicina  natural  y  otras paramedicinas. Del incuestionable carácter incompleto del saber  científico  se  benefician  las  pseudociencias  que  ofrecen a la opinión pública una respuesta global y asequible sobre la enfermedad y el sufrimiento humano, con procedimientos ancestrales que corresponden a periodos históricos precientíficos.

 

Asistimos a una confusión terminológica que no diferencia las medicinas tradicionales o populares de las llamadas medicinas alternativas.

 

Las medicinas tradicionales o populares se fundamentan en los principios comunes del patrimonio cultural de los pueblos: religión, creencias, mundo sobrenatural y tabúes. La enfermedad es la consecuencia de fuerzas maléficas que requieren la intervención del chamán o hechicero para combatirlas. Utilizan procedimientos terapéuticos que, en algunos casos, han sido precursores de la medicina moderna, fueron y todavía son la única respuesta ante la enfermedad y el dolor en las antiguas culturas y aun hoy en día están vigentes en etnias y grupos sociales desfavorecidos que no tienen acceso a la medicina científica. La OMS acepta estas terapias populares de relativa eficacia que utilizan los pueblos mientras no alcancen un desarrollo social y económico que les permita disponer de los avances de la medicina moderna. En zonas subdesarrolladas en todo el mundo coexisten la medicina popular, a la que recurren en su mayoría los sectores sociales más desfavorecidos y la medicina moderna, para las clases sociales privilegiadas.


La OMS ha definido las medicinas tradicionales como “la suma de conocimientos, técnicas y prácticas, explicables o no, utilizadas para combatir trastornos físicos, mentales y sociales, basados en la experiencia y observación y transmitidos de una generación a otra” (Informe Técnico OMS 1998).

 

Muy diferentes, y no se deben confundir, son las llamadas medicinas alternativas, paralelas, naturales u holísticas. Son prácticas sistematizadas de terapias no verificadas por la comunidad científica médica y se basan en el efecto placebo, al que tenemos que reconocer que también recurre la medicina oficial en ocasiones. Las llamadas medicinas alternativas (homeopatía, acupuntura, naturismo, iridología, quiropraxia, reflexoterapia, auriculoterapia y otras), pueden mejorar algunos síntomas subjetivos asociados a la enfermedad: ansiedad, aflicción, temor al dolor y a la muerte.  La  acupuntura, por ejemplo,  es  una  práctica  empírica milenaria china derivada de su visión cosmogónica, según la cual el universo surgió de la relación dialéctica entre el principio activo, caliente, masculino y positivo (Yang) y el principio pasivo, oscuro, femenino y negativo (Yin). En esta dualidad básica, el equilibrio entre el defecto y el exceso, el Yin y el Yang, es el Tao. La acupuntura está asociada al taoísmo que fue adoptado por Confucio en el siglo V antes de nuestra era, y los preceptos descritos en el Nei-Ching son su base teórica.

 

  

Asistimos a una confusión terminológica que no diferencia las medicinas tradicionales

o populares de las llamadas medicinas alternativas

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


 

 

La homeopatía se fundamenta en la convicción de que “lo semejante se cura con lo semejante”. Fue el lema de Hahnemann, su creador. Utilizó sustancias diluidas en dosis infinitesimales en diluciones sucesivas de una en noventa y nueve partes y tuvo justificación en sus comienzos (siglo XVIII) como reacción a una práctica médica académica, con escasa base científica, en la que se utilizaba con profusión sangrías, crísteles1 y purgas. Hoy ha derivado hacia una impostura ineficaz y charlatanesca que mueve grandes sumas de dinero y genera grandes beneficios económicos.

 

Últimamente han surgido proyectos de integrar en la sanidad pública estas prácticas médicas acientíficas, con el sorprendente argumento de que aproximadamente el 40% de la población recurre a las medicinas alternativas. Siguiendo, en tono festivo, este razonamiento, el Ministerio de Agricultura debería patrocinar el Calendario zaragozano por su popularidad, en los viajes espaciales convendría consultar el horóscopo y los resultados electorales se tendrían que augurar no con encuestas sino consultando a Rappel o Aramis Fuster.

 

En la medicina toda terapia debe ser subordinada a ensayos científicos. Las medicinas alternativas no admiten este tipo de pruebas y basan su actuación en creencias y testimonios históricos que demuestran, según ellos, la eficacia de estas pseudoterapias.  En 1993 el Parlamento Europeo creó una comisión para evaluar estas terapias alternativas y emitió un informe confirmando que “las prácticas médicas deben basarse en pruebas científicamente demostradas y en medicamentos experimentados en ensayos aleatorios”. Según New England, una de las más prestigiosas publicaciones  médicas, “las medicinas alternativas se fían de falsas teorías y anécdotas e ig- noran los mecanismos biológicos y menosprecian la ciencia moderna”.

 

La medicina como toda la ciencia es fragmentaria, provisional en sus conclusiones y transitoria hacia el progreso. El objetivo de la ciencia consiste en elaborar teorías fiables para predecir fenómenos y codificar experiencias.  Cuando el pensamiento se dogmatiza y se proclama poseedor de la verdad absoluta ya no es ciencia, es creencia. Ciencia y creencia son esencialmente distintas e irreductibles. La única alternativa a la medicina es una medicina más científica y humanizada. Es decir, una medicina mejor.

 

El ejercicio de la razón no es sólo necesario para el progreso científico sino también imprescindible para la supervivencia  de la humanidad.  El pensamiento  racional  no es sólo un imperativo ético sino el único camino para evitar la consolidación de una sociedad injusta e insolidaria e impedir que estemos encaminándonos hacia un ecocidio. La superstición, el oscurantismo, el fanatismo religioso o nacionalista se propaga por doquier, incluido el mundo desarrollado.

 

Tal vez un sueño, una esperanza: la aparición de una cul tura  racional  y  crítica  pero  no  dogmática,  con  mentalidad científica no cientifista, tolerante pero no frívola. Quizá sea desmedido el grito del premio Nobel Richard Feyman: “Racionalismo o barbarie”.

 

 

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Nota:

 

1. Según el DRAE, un cristel es un enema o “medicamento lí quido que se introduce en el cuerpo por el ano con un instrumento adecuado para impelerlo, y sirve por lo común para limpiar y des cargar el vientre”.

 

 

 

 

La homeopatía hoy ha derivado hacia una impostura ineficaz

y charlatanesca que mueve grandes sumas de dinero y genera grandes beneficios económicos