1. Filosofía y Cristianismo
En el presente tema vamos a adjetivar el sustantivo “filosofía” con
el adjetivo “cristiana”. Sin embargo, hay que tener presente que
el cristianismo no es una filosofía sino una religión, y que sólo
de modo secundario, se puede hablar de “filosofía cristiana”,
por lo menos, al principio. El “pensamiento cristiano” presenta una
profunda diferencia estructural en relación al “pensamiento griego”:
mientras que en la concepción filosófica griega el hombre se enfrenta
a la Physis desde su razón intentando una explicación que busca
la verdad respecto a los procesos a los que la Physis se ve sometida, además
de procurar una investigación racional acerca de las normas de conducta
tanto individual como colectiva (Etica y Política), en el pensamiento
cristiano la verdad está dada en la revelación, la verdad deja
de ser buscada pues es inmediatamente accesible al hombre mediante la fe. Es
este hecho el que condiciona a la razón humana que, en sentido estricto,
deja de buscar explicaciones para ofrecer una justificación de los contenidos
de la fe.
1.1.Panóramica del “pensamiento cristiano”: los
temas principales. SAN AGUSTÍN
Los primeros pasos de esta “filosofía” se comienzan a dar
por la actividad apologista de los primeros escritores cristianos en su defensa
racional del cristianismo frente a las impugnaciones de los retóricos
y filósofos paganos (s. II d.C.). Aunque en un principio la actitud de
estos primeros pensadores cristianos ante la filosofía es, en general,
bastante negativa (se la considera fuente de errores, de pecado) pronto se siente
la necesidad de una mejor comprensión y conceptualización de la
revelación bíblica. Comienza a asimilarse entonces la filosofía “pagana” utilizando
sobre todo a Platón.
El progresivo asentamiento del cristianismo hasta su consolidación definitiva
como religión oficial del Imperio Romano -año 391- no puede hacernos
olvidar el hecho de que la “ortodoxia” fue gestándose de manera
gradual, siendo frecuentes los conflictos en el seno mismo de la comunidad cristiana.
La necesidad antes aludida de profundizar en los datos contenidos en la revelación
se siente entonces de especial manera; además en la formulación
del dogma fue necesaria la utilización de argumentos y una terminología
filosófica.
El primer gran momento de la filosofía cristiana es la Patrística,
término con el que se pretende recoger el pensamiento filosófico
de los primeros Padres de la Iglesia (s.II-VI): la fijación del dogma
cristiano y la lucha contra las fecuentes “herejías”, son
los intereses dominantes. El principal representante de este pensamiento es S.
Agustín (354-430) y sus tesis principales -compendio de las innovaciones
que introduce la religión cristiana- las que siguen:
a-La afirmación de la existencia de un Dios personal, infinito en su esencia
y atributos, trascendente al mundo y providente. La afirmación de la providencia
divina significa que Dios se ocupa directamente de los asuntos humanos. El hecho
decisivo que “anuncia” el cristianismo es que Dios se ha hecho hombre
en un lugar y en un momento precisos. Este hecho constituye para el cristiano
el centro de la historia: toda ella, desde la creación del mundo hasta
su final, adquiere significación y sentido a la luz del mismo. La historia
se concibe como un proceso lineal en el que se desarrolla un “plan” divino
cuyo sentido sólo se desvelará plenamente cuando alcance su fin.
Esta “teoría” de la historia se conoce con el nombre de “providencialismo”.S.
Agustín de Hipona en “De Civitate Dei ” (La ciudad de Dios)
ofrece la versión más elaborada de esta interpretación de
la historia: cree Agustín que la historia de la humanidad es la historia
de dos reinos o ciudades, formados por dos clases de hombres, que han existido
y luchado desde el comienzo de los tiempos. Estas dos ciudades, integradas por
estas dos clases de hombres, coexisten mezcladas en el tiempo y en el espacio.
La Ciudad de Dios está formada por todos aquellos hombres que a lo largo
de todos los tiempos, desde el principio de la humanidad “se han rendido
a la obediencia de Dios”. Componen la ciudad terrena todos los que anteponen
la felicidad en la tierra a la felicidad en el cielo “todos los que buscan
sólo su propio interés”. El mal, el odio, las guerras, la
destrucción, el caos...todo esto es hechura humana, producto del egoísmo,
del pecado, de la soberbia del hombre, no es, ni puede ser -cree S. Agustín-
obra de Dios. El problema del origen del mal se resuelve al afirmar que el mal
no es una realidad positiva, sino una privación, una carencia de bien,
resultado último de la elección (libertad) de los seres humanos.
Finalmente, sin embargo, llegará a imponerse definitivamente el triunfo
del Bien, el Reino y la Ciudad de Dios, eliminando el mal por toda la eternidad.
b-La tesis de la creación de todas las cosas por Dios, libremente y en
el tiempo, a partir de la nada. Esta tesis afecta profundamente a todo el pensamiento
cristiano y marca un abismo con el pensamiento griego (Parménides: imposibilidad
de que surja algo de la nada absoluta). La idea de la creación acentúa
el poder ilimitado de Dios y permite el desarrollo de conceptos tales como la
contingencia, es decir, la aceptación de que para todos los seres excepto
para Dios, la existencia es una posibilidad: pueden existir o no. Dios es el único
Ser que existe de modo necesario: si Dios no existiese, el mundo no existiría.
Además, el cristianismo sitúa la creación del mundo como
muestra de la bondad divina y como expresión de su sabiduría.
c-La concepción del hombre como un ser dotado de un alma espiritual, libre
e inmortal, cuyo destino final se halla en Dios. La libertad del hombre se entiende
como posibilidad de elección. Si el hombre no fuese libre de elegir entre
el bien y el mal toda la fe cristiana en la salvación y el pecado pierden
sentido. El fin de la vida humana es el amor a Dios y la vida según su
voluntad, este fin está abierto a todos, cualquiera que sea la capacidad
intelectual de cada uno. Dice Pablo de Tarso:
“Si yo comprendo todos los misterios y todo el conocimiento... pero
no
tengo amor, no soy nada”
d-Primado de la fe sobre la razón. Tanto S. Agustín como la corriente
de pensamiento a la que su obra da origen -el Agustinismo- sostienen que no puede
haber oposición entre lo que creemos (fe) y lo que podemos saber mediante
la razón, ya que la verdad es única. La fe y la razón colaboran
conjuntamente en la explicación y esclarecimiento de esa verdad, que es
la verdad del cristianismo. Sobre esta tesis volveremos más adelante.
1.2. La filosofía en la Edad Media: La escolástica
La Edad Media comienza en el siglo V. Suele considerarse como hecho inicial
la
invasión del Imperio Romano por los pueblos “bárbaros” y
como final la caída de Bizancio en poder de los turcos en el año
1453. Filosóficamente la Edad Media puede considerarse iniciada con la
muerte de San Agustín y terminada con el Renacimiento. La Edad Media en
el “mundo occidental” presenta una organización social que
culmina en el feudalismo (XI-XII): todos los hombres quedan distribuidos en tres “órdenes” que
se consideran establecidos por Dios y que poseen una misión propia: los
que rezan, los que combaten y los que trabajan. El poder absoluto lo ostenta
el Emperador pero el primado del obispo de Roma es reconocido unánimemente
-aunque halla disputas acerca de hasta donde llega su autoridad-. En el siglo
XIII se comienzan a esbozar los Estados de la Europa Moderna y, finalmente, en
el siglo XIV la “cristiandad” queda fraccionada en naciones que se
afirman frente a las demás y se identifican por la comunidad de lengua
y la fijación de fronteras.
No hay que confundir Edad Media con filosofía escolástica, ya que ésta
no aparece propiamente hasta el siglo IX. Estamos en una época en la que
los conocimientos se reducen a la enseñanza del Trivium (Gramática,
Dialéctica, Retórica) y del Quadrivium (Aritmética, Geometría,
Astronomía, Música), que se impartía en las escuelas que
fueron surgiendo en torno a los monasterios, las catedrales y posteriormente
en torno a los palacios. A este origen en las escuelas debe su nombre el término
Escolástica, que después vino a representar a las diferentes filosofías
medievales.
Hay que tener presente el hecho de que en el trasfondo del pensamiento medieval
existen tres grandes religiones monoteístas, que van a dar lugar a tres
tradiciones filosóficas, tres “escuelas”. En nuestro tema
trataremos solamente una de esas filosofías, la de Tomás de Aquino,
representante genuino de la tradición cristiana. Pero tan importantes
como la cristiana fueron la tradición judía representada por Maimónides
y la tradicíon árabe representada por Averroes.
El fondo religioso de las tres tradiciones explica su coincidencia en algunos
temas básicos, como son la afirmación de la creación del
mundo por Dios y el problema de las relaciones razón-fe. Si además
unimos ese fondo religioso a la propia estructura de la sociedad medieval, se
explica bien el hecho de que el protagonismo cultural a lo largo de estos siglos
correspondiera a las “iglesias”. Las tres tradiciones: judía,
musulmana y cristiana reciben los “materiales” filosóficos
del pasado y los organizan bajo una idea religiosa, alumbrando una nueva concepción
del mundo, edificada desde el prisma de la revelación y la fe.
Hasta que la tradición de origen aristotélico es conocida en Occidente
(entre finales del siglo XII y principios del XIII), S. Agustín es la
fuente fundamental y el marco doctrinal de todo el pensamiento de la alta escolática.
El desarrollo de la escolástica cristiana tendrá lugar a medida
que Occidente vaya conociendo la sabiduría antigua, a través de
las traducciones que se hacen de los pensadores árabes y judíos
y de los propios griegos
1.3 Razón y Fe
Este es uno de los principales problemas, sino el más importante de toda
la filosofía cristiana. Las relaciones entre la razón y la fe -filosofía
y teología-, y su papel respectivo en la comprensión del mundo,
la orientación moral y la salvación del hombre, son el contenido
del problema.
En general podemos decir que se trata de conciliar el pensamiento de los filósofos
(Platón, Aristóteles y neoplatonismo principalmente) con la tradición
bíblica y patrística (San Agustín, sobre todo). Este problema
se presenta en sucesivas etapas siendo la primera de ellas el nacimiento mismo
del pensamiento cristiano con la polémica entre los partidarios de utilizar
argumentos filosóficos y los que denuncian como impostura tal utilización.
En el siglo IV S. Agustín parecía haber sentado las bases de una
solución al enfrentamiento entre estos ámbitos cognoscitivos. El
pensamiento de San Agustín va a condicionar al menos durante seis siglos
la postura de la ortodoxia cristiana sobre el problema de la relación
entre fe y razón. Su postura puede sintetizarse en la afirmación
de que la filosofía es un instrumento de gran ayuda para la fe; consideró siempre
que la filosofía platónica, que el adaptó al cristianismo,
le había supuesto una enorme ayuda para comprender, en la medida de lo
posible, las verdades de fe de su religión. La fe, dice, busca la comprensión.
Esto no significa que la fe nazca de la comprensión, al contrario, es
la comprensión la que surge de la fe pues “creo para entender”.
Es decir, sólo la aceptación de las verdades de fe que Dios nos
revela posibilita su comprensión. Sin embargo, aun siendo la fe superior
en todo a la razón, ello no implica que no debamos utilizar la razón
para aumentar nuestra fe, pues “entiendo para creer”. En efecto,
la fe, como toda disposición humana, es susceptible de perfeccionamiento
y profundización. No hay que quedarse en una fe primaria e inmadura, sino
que, partiendo de ella, hay que intentar comprenderla cada vez mejor y para eso
la razón filosófica -defiende S. Agustín- presta una ayuda
inigualable.
La concepción agustiniana de la relación entre la razón
y la fe fue posible porque para él la filosofía estaba personalizada
de modo singular en Platón. La filosofía platónica, aunque
no tuviese nada que ver con el cristianismo, mantenía algunas doctrinas
susceptibles de ser asimiladas por él. La división platóncia
entre el mundo de las ideas y el mundo de las cosas, podía ser interpretada
como la diferencia cristiana entre el cielo y la tierra. La demostración
platónica de la inmortalidad del alma podía ser también
interpretada como una anticipación imperfecta de la doctrina cristiana
sobre la vida eterna. Todo ello, unido a un escaso conocimiento de Aristóteles,
le hizo pensar a San Agustín que la filososfía griega era en gran
medida asimilable al cristianismo y que entre razón y fe no había
oposición radical, sino más bien unidad, la unidad de la verdad
cualquiera que sea su fuente de originación.
Esta concepción agustiniana dominó como hemos dicho la filosofía
cristiana durante gran parte de la Edad Media. Pero en el S. XII un acontecimiento
filosófico de singular importancia va a cambiar radicalmente el panorama.
La obra de Aristóteles va a ser rescatada del olvido en el que estaba
sumergida desde hacía siglos. La tarea de rescatar el legado aristotélico
la llevaron a cabo filosófos árabes, especialmente Averroes (f.1198),
que formulará su célebre doctrina de la doble verdad. Esta doctrina
tendrá un gran eco en el Occidente cristiano dando lugar a una corriente
filosófica -el Averroísmo latino- que reclamará la autonomía
de la Razón frente a la Fe.
La filosofía de Aristóteles no es tan claramente asimilable a una
concepción cristiana del mundo como la platónica. Aristóteles
suponía la existencia de una materia primera eterna e inengendrada, es
decir, sostenía racionalmente que el mundo era eterno; esta afirmación
se opone frontalmente a la creencia cristiana de la creación. Además,
al contrario que en la filosofía platónica, en la filosofía
de Aristóteles no hay una figura como la del Demiurgo que pueda ser interpretada
en términos creacionistas. El Dios de Aristóteles es un Dios separado
del mundo que lo mueve sin ser él mismo móvil, un Dios que no ha
hecho el mundo y que ni siquiera lo conoce, un Dios pensamiento que se piensa
así mismo, perfecto en su ser (Acto puro exento de potencialidad y por
ello forma pura), un Dios al que el mundo aspira como a su fin, aspiración
que, sin embargo, nunca será cumplida.
Otro aspecto de la filosofía aristotélica dificílmente asimilable
al cristianismo es la consideración de que el alma individual no es inmortal
sino perecedera y corruptible. Estos dos puntos de su filosofía entraban
en franca contradicción con los postulados de la fe que afirmaban que
el mundo había sido creado por Dios y el alma individual era inmortal.
La filosofía medieval se ve convulsionada por una fuerte polémica
entre los partidarios de la razón filosófica aristotélica
y los de la fe cristiana. Esta polémica tiene como centro neurálgico
a la Universidad de París -el principal representante del averroísmo
es el maestro de la facultad de artes de esta Universidad, Siger de Brabante(1235-1281)-
y tiende a ser una polémica sin solución que anuncia la desaparición
de la filosofía escolástica y el fin de una época. Los averroístas,
partidarios de una lectura pura de Aristóteles, establecen que la razón
y la fe pueden llegar a conocimientos contadictorios sin que ello implique que
ninguna de ellas sea falsa. Así es verdad conocida por la razón
que el mundo es eterno e inengendrado y es también verdad de fe que el
mundo ha sido creado. Ambas tesis son verdaderas, con lo que tenemos una doble
verdad: la verdad de la razón (filosófica) y la de la fe (religiosa).
Ninguna de ellas es superior a la otra sino que se mantienen en planos completamente
distintos. Como creyentes se adherían a lo que mantenía el cristianismo,
pero como filósofos estaban de acuerdo con Aristóteles. Esta doctrina
que fue condenada por la Iglesia, planteó a la filosofìa cristiana
el reto de asimilar la filosofía aristotélica y hacerla compatible
con la fe. Tal reto fue asumido por Santo Sto Tomás que realizó una
síntesis extraordinaria entre la filosofía aristotélica
y la visión cristiana del mundo.
1.4. Razón y Fe en Sto Tomás
La postura de Sto Tomás de Aquino se presenta como un intento de encontrar un equilibrio y conciliación entre los ámbitos de la fe y la razón. En síntesis podemos resumir su pensamiento a este respecto en los siguientes puntos:
a-Neta distinción entre razón y fe. La razón del hombre
sólo puede conocer a partir de los datos de los sentidos (asunción
de la teoría del conocimiento aristotélica); en cambio la fe
conoce, de arriba abajo, a partir de la revelación divina. En consecuencia,
razón y fe, son mutuamente independientes y autónomas.
b-No contradicción. Las verdades racionales y las verdades de fe no
pueden estar en contradicción: “solamente lo falso es contrario
de lo verdadero”, es decir, la verdad es una sola. Además, los
primeros principios de la razón natural están, primero, contenidos
en la sabiduría divina y, sólo después, en nuestra mente.
c-Zona de confluencia. Sto Tomás niega, pues, la “doble verdad”,
tal y como la entendía el averroísmo latino, es decir, como contradicción
entre la verdad racional y la verdad revelada. Pero admite dos tipos de verdades:
“ Hay ciertas verdades que sobrepasan la capacidad de la razón
humana, como es, por ejemplo, que Dios es Uno y Trino; hay otras que pueden
ser alcanzadas por la razón natural, como la existencia y unidad
de Dios, etc., las cuales fueron incluso demostradas por los filósofos,
guiados por la luz natural de la razón”.
Dios ha revelado algunas de esas verdades que la razón puede conocer
por sí sola, estas verdades son denominadas “preámbulos
de la fe” y se distinguen de aquellas que sólo son accesibles
al hombre mediante la fe. Estas últimas son absolutamente necesarias
para la salvación, las denominada “artículos de la fe”.
En definitiva, Razón y Fe (Filosofía y Teología) tienen
campos autónomos de aplicación, sus propios métodos y
verdades autosuficientes. Entre ambos saberes no debe haber oposición
e incompatibilidad, sino mutua colaboración. Sin embargo, la razón
natural, por su intrínseca limitación, no puede alcanzar de un
modo completo la verdad última acerca de Dios. Por ello es necesaria
la revelación. El conocimiento de la revelación procede directamente
de Dios y es aceptado por el hombre mediante la fe que consiste en una adhesión
libre y voluntaria a los principios dados por la revelación. Entre ambos
modos de conocer se da una subordinación. En efecto, lo conocido por
revelación, al provenir directamente de Dios, es infalible y superior
a lo conocido por la razón. La razón tiene que estar así subordinada
a la fe y servir a sus fines, subordinación que no implica anulación
ni la suplantación de la razón, sino sólo su perfeccionamiento
por la fe. La colaboración razón y fe se manifiesta de la siguiente
manera:
-La fe puede ayudar a la razón sirviendo de guía negativa, es
decir, previniendo contra posibles errores en los que pudiera caer, y también
de guía positiva suministrando nuevos datos para la reflexión
racional.
-La razón puede ayudar a la fe de tres maneras diversas:
a-Como preámbulo de la fe: la razón puede demostrar algunas
afirmaciones básicas en las que se basa la fe, tales como la existencia
de Dios.
b-Como aclaración, sistematización y ordenación de los
datos de la fe (teología)
c-Como defensa de la fe frente a sus oponentes y adversarios
Santo Sto Tomás cree que razón y fe no pueden nunca llevar a
afirmaciones contradictorias entre sí, ya que, aunque sean dos modos
de conocimiento distintos, en última instancia ambos dependen de Dios,
y por tanto, aun siguiendo caminos diferentes, tienen que coincidir. Si de
hecho no coinciden, el fallo no puede deberse a la revelación, que es
infalible, sino a la razón que habrá dado un inadvertido paso
en falso tomando el error por la verdad. De ambos saberes es el de la fe el
que goza de preeminencia pues la revelación de la verdad por parte de
Dios a los hombres “fue necesaria para la salvación del género
humano...ya que el hombre está ordenado a Dios como a un fin que excede
la capacidad de compresión de nuestro entendimiento...y cierto conocimiento
de ese fin configura el camino que el hombre ha de seguir...por tanto, para
salvarse necesitó el hombre que se le diesen a conocer por revelación
divina algunas verdades que lo superan” (Suma Teológica I,q.1)
Final