3. LA CRÍTICA DE HUME A LA METAFÍSICA

3.1 Análisis de la idea de causa

La idea de causalidad o relación causa-efecto es una de las ideas de mayor relevancia en la tradición filosófica y científica de Occidente. Hume sostiene que es el “fundamento de nuestros razonamientos que se refieren a cuestiones de hecho”, por tanto, del valor que concedamos al principio de causalidad dependerá el valor que tengan nuestros razonamientos (nuestro conocimiento) sobre la realidad.

Hume comienza su anáisis señalando que la idea de causalidad es una idea compleja ya que la podemos dividir en distintos elementos. Es además una idea de relación pues mediante ella se establece una conexión entre algo que denominamos causa y otro algo que denominamos efecto. La relación que se establece es, además, productiva: decimos que algo es causa de otro algo cuando lo primero produce lo segundo.

Los elementos que intervienen en la relación causa-efecto son:

1-Contigüidad espacio-temporal,
2-Prioridad temporal de la causa respecto del efecto

La causa, aunque en el momento productor es simultánea al efecto, es evidente que tiene que existir antes de producirlo y, en este sentido, tiene una necesaria prioridad temporal frente al efecto.
Además de las dos condiciones anteriores, la causa y el efecto aparecen constantemente unidos. Pero no basta con la unión constante entre causa y efecto para decir que entre dos hechos existe una relación de causalidad. En efecto, podría ocurrir que un acontecimineto se siguiese siempre de otro y no fuese su causa, sino que tal sucesión fuera totalmente azarosa. Es preciso que además de la unión constante se de entre ellos una conexión necesaria. Sólo por esto podemos establecer un principio básico de todo conocimiento científico: en circuntancias idénticas las mismas causas producen necesariamente los mismos efectos. Hume quiere decir que si conocemos la causa de un hecho (por qué es así y no de otro modo) lo que conocemos es que siempre que se de la causa se da “necesariamente” el efecto; esto es, sabemos lo que se va a producir “antes” de que se produzca. Un saber de este tipo es un saber “a priori” (antes de la experiencia), pero ¿qué valor tiene un razonamiento de este tipo?

3.2 Crítica a la idea de causa

Descritos los elementos de la relación causa-efecto, Hume comprobará si proceden directamente o no de impresiones. Le parece evidente que los dos primeros sí proceden de impresiones, pero no así el tercero de ellos: la conexión necesaria.

“Yo aventuraría aquí una proposición que considero general y sin excepción: que no puede citarse ni un solo caso en el que el conocimiento de la relación que hay entre la causa y el efecto pueda obtenerse a priori; sino que, al contrario, este conocimiento se debe únicamente a la experiencia, que nos muestra ciertos objetos en una conjunción constante. Presentad al mejor razonador que haya salido de las manos de la naturaleza un objeto que le sea enteramente nuevo; dejadle examinar escrupulosamente sus cualidades sensibles; yo le desafío, después de este examen, a que pueda indicar una sola de sus causas, o uno solo de sus efectos. Las facultades racionales de Adán acabado de crear, aun suponiéndolas de una entera perfección desde el principio, no lo ponían en estado de poder concluir, de la fluidez y transparencia del agua, que este elemento podría ahogarle, ni de la luz y el calor del fuego que sería capaz de reducirle a cenizas...La investigación más exacta, el examen más profundo, no pueden hacernos leer un efecto en su causa supuesta; porque el efecto es totalmente distnto de la causa y jamás podremos descubrirlo en ella... El movimiento de la segunda bola de billar es un acontecimiento completamente distinto del movimiento de la primera, y no se encuentra nada en el uno que pueda sugerir la idea del otro...en una palabra, todo efecto es un acontecimiento distinto de su causa; no puede ser percibido en su causa, y las ideas que de él nos queramos formar a priori serán arbitrarias... La mente no tiene sentimiento o impresión interna alguna de ninguna sucesión necesaria de objeto. Por consiguiente, en cualquier caso determinado de causa y efecto, no hay nada que pueda sugerir la idea de conexión necesaria” (Investigación sobre el entendimiento humano IV)

Para Hume no existe, pues, impresión de conexión necesaria entre la causa y el efecto, y, por consiguiente, la noción de causalidad entendida como conexión necesaria entre la causa y el efecto no deriva de la experiencia y no tiene legitimidad cognoscitiva. Sí existe impresión de unión constante entre la causa y el efecto: en nuestra experiencia observamos que de las mismas causas surgen siempre los mismos efectos, observamos la unión constante y repetitiva entre ellos, pero no su conexión necesaria. La mente humana realiza así un paso en falso, pues cree poder derivar la idea de una conexión necesaria de lo que es una mera unión constante entre hechos ya que la experiencia no nos muestra que una determinada causa produce un efecto determinado, lo único que la experiencia nos da a conocer es que ciertos hechos o acontecimientos se dan en una conjunción constante, que a un cierto hecho sucede regularmente otro; en consecuencia, las inferencias causales únicamente podrán ser establecidas por la experiencia y no se pueden fundar en la razón ya que no podemos predecir a priori los efectos que se derivarán de una causa determinada. Al ser la causa y el efecto completamente heterogéneos entre sí; el efecto no está contenido en la causa, de manera que el entendimiento puede concebir multitud de efectos distintos. Todos estos efectos no son contradictorios y, por tanto, son posibles. En definitiva, la conexión de un efecto con su causa no es necesaria, entendiendo por tal, lo que es así y no puede ser de otro modo.

3.3 La costumbre y la creencia

Si la relación de causalidad sólo se conoce gracias a la experiencia (lo que implica negar la noción filosófica de causalidad estricta, es decir, la conexión necesaria entre la causa y el efecto) de ello se sigue que no hay fundamento racional para esperar que en el futuro de las mismas causas deriven los mismos efectos. Pero el hecho es que nosotros esperamos para el futuro efectos semejantes a los que hemos experimentado en el pasado y Hume se preguntará cuál es el fundamento de este hecho.

Pues bien, ya que esa tendencia a tomar lo experimentado en el pasado como base de previsión del futuro, no tiene su fundamento en la argumentación formal (en la razón), deberá tenerlo -piensa Hume- en algún principio, que tenga tanto peso y autoridad como aquello.

Dicho principio es un principio de la naturaleza humana (un principio psicológico) que denomina COSTUMBRE O HABITO: cuando hemos observado la conjunción constante de dos cosas, por ejemplo del calor con la llama, de la solidez con el peso, etc., el hábito o costumbre nos determina a concluir la existencia de una de esas dos cosas, cuando se da la otra; y ello sin recurrir al razonamiento.

En definitiva, ninguna inferencia sobre hechos se basa en el razonamiento; todas ellas se basan en la costumbre. La principal guía en la vida de los hombres es la costumbre; sin la influencia de la costumbre no seríamos capaces de dar un paso más allá de lo que se halla presente a nuestros sentidos y de lo recogido en la memoria; la experiencia pasada no serviría como fundamento de previsión del porvenir y, de hecho, la vida humana sería totalmente imposible al no poder ajustar los medios a los fines.

Ahora bien, mediante la costumbre no podemos conocer, estrictamente hablando, la realidad; no podemos conocer con rigor cómo va a ser el futuro. Para ello necesitaríamos la noción estricta de causalidad, noción que ha quedado descartada: la costumbre no produce conocimiento, sino CREENCIA, nos proporciona la mera creencia de que las mismas causas seguirán produciendo en el futuro los mismos efectos. Tenemos que resignarnos con creer que así sucederá, pero no lo podremos saber de un modo cierto.


Además la creencia “es más propiamente un acto de la parte sensitiva de nuestra naturaleza que de la cognoscitiva”, es más un sentimiento que un acto de razón. La consecuencia es que de los hechos que trasciendan la experiencia actual o la memoria, no hay, propiamente hablando, conocimiento; no hay conocimiento absolutamente cierto, sino tan sólo PROBABILIDAD. Hume reconoce, no obstante, que la creencia producida por la costumbre no es una mera ficción producida por la imaginación, sino una imágen mucho más vivida e intensa, vigorosa, firme y segura que las que proporciona la imaginación “resultan muy distintas de la capacidad de sentir y tienen mayor influjo -que las de la imaginación- en todos los sentidos para producir placer o dolor, alegría o tristeza”

3.3 Crítica a la idea de sustancia


La crítica de Hume a la metafísica tradicional tiene un segundo momento en la valoración del concepto de sustancia, tanto material como espiritual: “La idea de sutancia no es sino una colección de ideas simples unidas por la imaginación, y que poseen un nombre particular asignado a ellas, mediante el cual somos capaces de recordar -a nosotros o a otros- esa colección" (THN, I)

Hume afirma que la idea de sustancia, entendida como una realidad en sí distinta de nuestras impresiones y soporte de las cualidades que parecen causar nuestras impresiones, no se deriva de ninguna impresión y, en consecuencia, carece de valor cognoscitivo. Al ver, por ejemplo, una manzana lo que “vemos” es un conjunto de impresiones: color, peso, forma, etc., impresiones que, al debilitarse, forman las ideas simples de esas cualidades. Pero no tenemos -piensa Hume- ninguna impresión de que haya algo que esté por debajo de esas cualidades, esto es, no tenemos ninguna impresión de que la manzana sea una sustancia. Y lo mismo sucede con todas “las cosas”. En consecuencia, la idea de sustancia no está empíricamente justificada, y como quiera que la justificación empírica es la única justificación posible para Hume, la idea de sustancia no está justificada en absoluto.


Lo anterior significa que todo lo que la filosofía clásica ha dicho acerca de ella no era verdadero conocimiento, sino un pseudo-saber. La filosofía clásica ha caído en el error porque ha intentado ir más allá de lo que las impresiones nos ofrecen, lo que , para Hume, es imposible: esa “presencia” o realidad que mantiene accidentes o cualidades, subsitiendo a sus posibles cambios porque los “so-porta” -la sustancia- queda reducida a no ser más que una ficción de la imaginación sin ninguna base real.

3.5 El “YO”

Hume extiende la crítica anterior a la idea de “sustancia espiritual” o “yo”=identidad personal. Lo que llamamos “yo” no es más que un conjunto de percepciones asociadas por la imaginación. ¿De qué impresión deriva la idea del yo? Respuesta imposible, pues el yo es sólo “aquello a que se supone que nuestras distintas impresiones e ideas hacen referencia”; en definitiva, la idea de yo es una idea sin justificación: “un haz o colección de percepciones diferentes, que se suceden entre sí con rapidez inconcebible y están en un perpetuo flujo y movimiento” Lo que nos lleva a asignar identidad a las percepciones es la memoria que recuerda la continuidad de la sucesión, pero, estrictamente no hay justificación para tal idea (la de “yo”) ya que no hay impresión previa, y por tanto queda reducida a ser lo que cualquier otra sustancia: una ficción.


3.6 El escepticismo de Hume

El propio Hume reconoce que el escepticismo es una “enfermedad que nunca se puede curar del todo”: “Dirijamos nuestra atención fuera de nosotros cuanto nos sea posible; llevemos nuestra imaginación a los cielos, o a los más extremos límites del universo: nunca daremos realmente un paso fuera de nosotros mismos, ni podremos concebir otra clase de existencia que la de las percepciones manifiestas dentro de esos estrechos límites” (Tratado de la Naturaleza Humana)

Hume niega en este texto la posibilidad de conocer el origen de nuestras impresiones. Las impresiones, la pieza primera de la teoría del conocimiento de Hume eran entendidas como “ los contenidos inmediatos de la conciencia”; pero ¿cuál es el origen de las impresiones? Hume dice que surgen en la mente debido a... “causas desconocidas”. Nuestra naturaleza nos empuja a creer que las impresiones proceden del mundo externo, pero es absolutamente imposible -piensa Hume- demostrar de un modo racional que tal mundo existe. Ahora bien, el hecho de no poder justificar racionalmente la existencia del mundo exterior no significa para Hume negar que éste exista: de la existencia del mundo no hay conocimiento, pero hay creencia. Lo mismo puede afirmarse de Dios, y de la identidad y unidad del yo (no hay conocimiento pero puede haber creencia). En lo que se refiere a la idea de Dios y a la religión, Hume es, también, extremadamente escéptico. En este ámbito Hume pretende denunciar la influencia perjudicial que para la vida del hombre representa el fanatismo y sectarismo religioso. También observa que la existencia del mal difícilmente se concilia con la existencia y propiedades que se le atribuyen a Dios (creador, omnisiciente, bueno, todopoderoso)

 

4. LA MORAL


Hume se propone abordar el tema de la moral siguiendo el método experimental de razonamiento. Se trata de partir de hecho empíricos -en este caso, el comportamiento moral del hombre- para averiguar a continuación los principios o elementos que influyen en el mismo. La concclusión de sus análisis es que el fundamento último de la moralidad no es la razón, sino el sentimiento moral.


Hume no pretende decir que la razón no desempeñe papel alguno en la vida práctica del hombre, pero es un papel auxiliar y no el de fundamento último. Según Hume, los juicios morales no pueden ser juicios de razón porque la razón nunca puede impulsarnos a la acción mientras que todo el sentido y finalidad del empleo de juicios morales (aquellos en los que intervienen terminos como “bueno”, “justo”, “virtud” “vicio”, etc.) es guiar nuestras acciones. La razón se ocupa de las relaciones entre las ideas, como en la matemática, o de cuestiones de hecho (ya hemos visto con que limitaciones), y en ninguno de los dos casos puede incitarnos a actuar. No nos vemos impulsados a actuar porque la situación sea tal o cual, sino que actuamos por las perspectivas de placer o dolor que ofrece lo que es o será la situación. Las perspectivas de placer y dolor excitan las pasiones y no la razón. Se explica de esta manera la máxima que es central en su ética:

“La razón es y sólo debe ser la esclava de las pasiones, y no puede aspirar a ninguna otra función que la de servir y obedecerlas”. La razón puede informar a las pasiones sobre la existencia del objeto que buscan y sobre los medios más económicos y efectivos de alcanzarlo, pero no puede juzgarlas o criticarlas. Se infiere sin paradoja alguna que “no es contrario a la razón preferir la destrucción de todo el mundo al rasguño de mi dedo”.

Estas afirmaciones radicales lo único que reconocen es que el fundamento de las distinciones morales, las distinciones entre lo bueno y lo malo, lo virtuoso y lo vicioso no son distinciones de razón sino que pertenecen a la esfera del sentimiento: Hume pone el siguiente ejemplo: si consideramos una acción “mala” “no virtuosa” como pueda serlo un asesinato intencionado no es posible encontrar, en tal acción, un hecho, una existencia, que se llame “mala”; las únicas cuestiones incluidas en esa acción son ciertas pasiones, motivos, voliciones (actos de la voluntad) y pensamientos. Eso que llamamos “mal” o “vicio” se descubre cuando, al dirigir la atención a nuestro interior, encontramos un sentimiento de desaprobación de esa acción.

Así pues, la virtud y el vicio no son objetos del entendimiento (de la razón) sino del sentimiento moral que funciona básicamente igual en todos los hombres. Este sentimiento es un sentimiento de agrado o desagrado, aprobación o desaprobación hacia las acciones que se encuentra en uno mismo y no en el objeto.

Hume se pregunta también por las causas del sentimiento moral, esto es, por el factor que determina el que aprobemos una acción y desaprobemos otra, y aduce como factor fundamental la UTILIDAD, aunque no sea el único. Pero no se trata sólo de la utilidad para el interés propio, sino también de la utilidad para los demás. En este sentido, hay -dice Hume-un sentimiento de simpatía -una especie de compenetración con el bienestar o malestar de los otros-, que hace que aprobemos o desaprobemos aquellas acciones, cuya bondad o maldad no nos afecta personalmente.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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