3. La duda y el “Cogito” Los fundamentos de la certeza. Existencia y Naturaleza de Dios (Cuarta parte del Discurso; Meditaciones metafísicas 2ª)
La aplicación del método a la metafísica -que es por donde
ha de comenzar el edificio del saber- exige partir, según la primera regla,
de una primera verdad absolutamente evidente . Mientras no se alcanza tal verdad
Descartes resuelve “rechazar como absolutamente falso todo aquello en lo
que pudiera imaginar la menor duda” (DM IV). En el texto de las Meditaciones
el proceso que desencadena la duda es presentado así:
“
He advertido... que, desde mi más temprana edad, había admitido
como verdaderas muchas opiniones falsas -lo edificado sobre ellas por fuerza
ha de ser dudoso e incierto- así que es preciso emprender seriamente,
una vez en la vida, la tarea de deshacerme de todas las opiniones a las que hasta
entonces había dado crédito, y empezar todo de nuevo desde los
fundamentos, si quería establecer algo firme y constante en las ciencias...
Así pue, ahora que mi espíritu está libre de todo cuidado,
habiéndome procurado reposo seguro en una apacible soledad, me aplicaré seriamente
y con libertad a destruir en general todas mis antiguas opiniones. Ahora bien,
para cumplir tal designio, no me será necesario probar que son todas falsas,
lo que acaso no conseguiría nunca; sino que, por cuanto la razón
me persuade desde el principio para que no dé más crédito
a las cosas no enteramente ciertas e indudables que a las manifiestamente falsas,
me bastará para rechazarlas todas con encontrar en cada una el más
pequeño motivo de duda. Y para eso tampoco hará falta que examine
todas y cada una en particular, pues será un trabajo infinito; sino que,
por cuanto la ruina de los cimientos lleva necsariamente consigo la de todo el
edificio, me dirigiré en pincipio contra los fundamentos mismos en que
se apoyaban todas mis opiniones antiguas” (Meditaciones Metafísicas
I)
Recordemos que el propósito de la crítica cartesiana es alcanzar
una certeza absoluta en nuestros conocimientos, mas para alcanzar tal fin
necesita “al
menos” una verdad indudable, una verdad inmediatamente evidente “tan
firme y segura que las más extravagantes suposiciones de los escépticos
no sean capaces de conmoverla” (DM 4). El camino hacia tal verdad
exige dudar de todo, someter “todos los conocimientos” a la
prueba de la duda, prueba que consiste en dejar fuera del ámbito
de la verdad todo aquello de lo que no sea imposible dudar. La “duda” cartesiana
presenta las siguientes características:
-Es metódica: resultado de la aplicación del primer precepto del
método. No es una duda escéptica sino justamente un “instrumento” provisional
que exige “hacer un alto en el camino” y no continuar hasta no tener
una seguridad racional plena. La duda escéptica es estacionaria, un fin
en sí mismo; la duda métodica es un camino... para llegar a
la verdad
-Es teórica: en el sentido de que no se aplica al ámbito de la
acción, esto es, a la moral ( “costumbres”) sino sólo
al plano de la teoría. La razón de esto está en que no es
posible suspender el juicio en el terreno práctico, pues la vida nos exige
actuar y tomar decisiones en todo momento (de ahí la necesidad de una
moral aunque sea “provisional”)
-Es universal: en el ámbito teórico se extiende hasta los fundamentos de la totalidad de nuestras “opiniones”
3.1 La construcción de la duda (Motivos para dudar)
En primer lugar, es posible dudar de los conocimientos que nos llegan a
través
de los sentidos. La razón de ello es que los sentidos nos engañan
a veces y es posible pensar que se prolongue ese engaño siempre; de acuerdo
que no es probable que los sentidos nos engañen siempre, pero esto, la
probabilidad, no basta: la probabilidad no es más que una aproximación
a la verdad, pero no la verdad; lo que es sólo probable es dudoso y no
se le puede dar más crédito que a lo manifiestamente falso;
“
Lo que he admitido hasta el presente como más seguro y verdadero, lo he
aprendido de los sentidos; ahora bien, he experimentado a veces que tales sentidos
me engañaban, y es prudente no fiarse nunca por entero de quienes nos
han engañado una vez” (Meditaciones Metafísicas I)
Mediante este primer motivo quedan en suspenso nuestros juicios acerca
de la realidad -de cómo es la realidad- que tienen su origen en los sentidos;
pero queda en pie la propia realidad del mundo externo. ¿ Es posible dudar
de ella? Descartes considera que sí y para ello alude a la dificultad
manifestada en algunas ocasiones para distinguir la vigilia del sueño.
Hay sueños que semejan tal realidad que difícilmente se distinguen
de la propia realidad, así que al no poder encontrar un criterio firme
que distinga la realidad de las ilusiones del sueño también
queda en suspenso la realidad del mundo.
“
En este momento, estoy seguro de que yo miro este papel con los ojos de la vigilia,
de que esta cabeza que muevo no está soñolienta... lo que acaece
en sueños no me resulta tan claro y distinto como todo esto. Pero pensándolo
mejor, recuerdo haber sido engañado, mientras dormía, por ilusiones
semejantes. Y fijándome en este pensamiento, veo de un modo manifiesto
que no hay indicios concluyentes ni señales que basten a distinguir con
claridad el sueño de la vigilia, que acabo atónito y mi estupor
es tal que casi puede persuadirme de que estoy durmiendo. Así pues, supongamos
ahora que estamos dormidos, y que todas estas particularidades, a saber: que
abrimos los ojos, mobvemos la cabeza, alargamos las manos, no son sino mentirosas
ilusiones; y pensemos que, acaso, ni nuestras manos ni todo nuestro cuerpo son
tal y cmo los vemos” (Meditaciones metafísicas I)
A estas alturas lo único que queda a salvo son las verdades de la matemática;
pues, duerma yo o esté despierto, dos más tres serán siempre
cinco y un cuadrado tendrá siempre cuatro lados. Los motivos anteriores
no afectan al “saber matemático” ya que la matemática
no hace propiamente referencia al mundo exterior, a la experiencia; la matemática
es “construcción” en el entendimiento (la matemática
no “deduce” las propiedades de los objetos esféricos que existen
sino que determina las propiedades que tendría que cumplir una esfera
si existiera). Sin embargo, Descartes encuentra un tercer motivo de duda, este
más radical, que amplia la duda al saber matemático limitando
su seguridad.
3.1.1 La “hipótesis” del genio maligno
En el texto del Discurso Descartes justifica la duda frente a las verdades matemáticas aduciendo que “como hay hombres que se equivocan al razonar, aun acerca de las más sencillas cuestiones de geometría...juzgué que estaba yo tan expuesto a errar como cualquier otro y rechacé como falsos todos los razonamientos que antes había tomado por demostraciones”. Es en las “Meditaciones Metafísicas” donde presenta un motivo que hace más verosímil la duda en el nivel de la matemática: Imagina que Dios, o un Genio maligno -en definitiva “un ser que lo pueda todo”- emplea todo su poder en engañarme de modo que cuando mi entendimiento piensa estar en lo cierto (p. ej: en una demostración matemática) está sin embargo en el error ya que la voluntad de ese ser “inteligente y todopoderoso” se complace en engañarnos.
La duda alcanza con esta “hipótesis” su máxima radicalidad:
se cuestiona todo el orden del pensamiento, la racionalidad total, así como
la correspondencia entre las cosas y sus imágenes ya sean representaciones
o ideas, abarcando tanto las verdades físicas como las esencias matemáticas.
La mera posibilidad de que exista ese ser “sumamente poderoso y astuto” que
intencionadamente -a propósito- nos engaña en todo nos obliga a
dudar de todo aunque no quisiéramos. Con esta hipótesis se entra
realmente en el campo de una metafísica que problematiza toda la realidad
cuestionándose los fundamentos últimos del ser y del pensar y la
relación entre ellos.
3. 2 La salida de la duda: Cogito ergo sum. La naturaleza del “yo”
Sin embargo la duda cartesiana no desemboca en el escepticismo. Del hecho
mismo de dudar surge la primera certeza. En efecto, si dudo, si estoy persuadido
de que es posible que las cosas no sean como yo creo que son, que incluso
es
posible
-¿cómo saberlo?- que la propia realidad de las cosas sea en definitiva
nada, y de modo más radical, si pienso que las verdades de la matemática
no son verdad por la existencia de una conciencia todopoderosa que me engaña,
me queda, sin embargo y hasta paradójicamente algo de lo que no es posible
dudar: que yo que pienso todo lo anterior existo. Pues, si yo soy nada, ¿cómo
puedo dudar, cómo puedo estar persuadido de algo, cómo puedo ser
engañado?
“Pero, inmediatamente después, advertí que, mientras
deseaba pensar de este modo que todo era falso, era absolutamente necesario
que yo, que lo pensaba,
fuese alguna cosa. Y dándome cuenta de que esta verdad: pienso,
luego soy, era tan firme y tan segura que todas las más extravagantes
suposiciones de los escépticos no eran capaces de hacerla tambalear,
juzgué que
podía admitirla sin escrúpulo como el primer pincipio de
la filosofía
que yo indagaba” (DM IV)
“Cierto que hay no sé qué engañador todopoderoso y astutísimo, que emplea toda su industria en burlarme. Pero entonces no cabe duda de que, si me engaña, es que soy; y engáñeme cuanto quiera, nunca podrá hacer que yo no sea nada, nunca podrá hacer que yo no sea nada, mientras esté pensando que soy algo. De manera que, tras pensarlo bien y examinando todo cuidadosamente, resulta que es preciso concluir y dar com cosa cierta que esta proposición: yo soy, yo existo, es necesariamente verdadera, cuantas veces la pronuncio o la concibo en mi espíritu” (Meditaciones Metafísicas II)
La afirmación pienso, luego existo (cogito, ergo sum ), se presenta
como la primera certeza, capaz de resistir a todo posible motivo de duda,
incluso
al más radical de todos, el “genio maligno”. Puedo dudar
de la totalidad de mi pensamiento pero no de que mi pensamiento es. El “cogito
ergo sum” no es una deducción o un silogismo (“Todo
lo que piensa existe. Yo pienso. Luego yo existo”) sino una intuición
intelectual mediante la cual se “comprende” inmediatamente
la conexión
necesaria entre pensar y existir. Intuyo, sin ninguna deducción,
la imposibilidad de que se de mi pensar sin mi existir. La primera verdad
es la de que el sujeto,
por dudar, por pensar, es (=existe). En las Meditaciones escribe:
“
Ahora bien: ya sé con certeza que soy, pero aún no sé con
claridad qué soy ... ¿Qué soy, entonces? Una cosa
que piensa ¿Y
qué es una cosas que piensa? Es una cosa que duda, que entiende,
que afirma, que niega, que quiere, que no quiere, que imagina también,
y que siente". (Meditaciones Metafísicas II)
¿
Qué soy? Sé con certeza que existo porque pienso, mientras puedo
dudar de la existencia del mundo y de mi cuerpo. Luego sólo soy pensamiento
(lo único que entiendo clara y distintamente en mi ser) o alma que
no necesita del cuerpo para existir:
“
examinando con atención lo que yo era, y viendo que podía fingir
que carecía de cuerpo así como que no había mundo o lugar
alguno en el que me encontrase, pero que, por ello, no podía fingir que
yo no era, sino que por el contrario, sólo a partir de que pensaba dudar
acerca de la verdad de otras cosas, se seguía muy evidente y ciertamente
que yo era... llegué a conocer a partir de todo ello que era una substancia
cuya esencia o naturaleza reside en pensar y que tal sustancia, para existir,
no tiene necesidad de lugar alguno ni depende de cosa alguna material. De suerte
que este yo, es decir, el alma, en virtud de la cual yo soy lo que soy, es enteramente
distinta del cuerpo, más fácil de conocer que éste y, aunque
el cuerpo no existiese, el alma no dejaría de ser cuanto ella es” (DM
IV)
Resumamos: Descartes parte de su propia interioridad, de los pensamientos
que descubre en sí mismo, y a partir de ahí llega a la existencia:
el Yo como pensamiento que existe. Tenemos pues dos cosas: la existencia del
yo y la naturaleza del yo -su atributo o propiedad principal, aquello que lo
define y lo distingue de cualquier otra cosa-: el pensamiento. La evidencia se
da sólo en el interior del sujeto; lo que es evidente es, ante todo, el
acto de pensar, que “hay pensamiento”, que “hay ideas”.
Lo pensado en la idea -el objeto del pensamiento- ya no es -contra la filosofía
anterior- lo inmediatamente evidente.
3.3 El criterio de certeza
Al hallar la primera verdad, Descartes descubre al mismo tiempo lo
que se requiere para estar cierto de algo, es decir, descubre el
criterio general de certeza.
En ese primer conocimiento (primera verdad) no hay más que una percepción
clara y distinta. Por eso Descartes establece como regla general que todo cuanto
se presente con igual claridad y distinción será verdadero.
“
... juzgué que podía admitir como regla general que las cosas que
concebimos muy clara y distintamente son todas verdaderas” (DM
IV)
Basta reflexionar sobre la primera verdad y ver qué es lo que la hace
verdadera con entera certeza para universalizar ese rasgo y establecerlo como
criterio general aplicable a toda verdad: las afirmaciones que posean ese rasgo
( claridad y distinción ) serán verdaderas y las que no lo posean
no podrán ser tenidas por tales. El criterio de verdad queda establecido
pero por el momento sólo en el grado en que, puesto que pienso algo claro
y distintamente, es verdad que lo pienso. La existencia de la cosa pensada, en
cambio, todavía no es afirmable, por muy clara y distintamente que dicho
objeto parezca presentarse a nuestra mente. Ni siquiera las verdades matemáticas,
tan claras y distintas, son absolutamente indudables mientras se mantenga la
hipótesis del genio maligno. Al pensarlas como evidentes lo único
que se desprende de ellas es que pienso, pero nada referente a su
existencia:
“Así, por ejemplo, estimaba correcto que, suponiendo un triángulo,
entonces era preciso que sus tres ángulos fuesen iguales
a dos rectos; pero tal razonamiento no me asegura que exista triángulo
alguno en el mundo” (DM IV)
Salir del pensamiento, recuperar los conocimientos que la prueba
de la duda ha dejado fuera del campo de la verdad “exige” excluir la hipótesis
del genio maligno, lo cual implica, no sólo demostrar previamente la existencia
de Dios, sino también su veracidad.
“
... a fin de poder suprimirlos del todo -los motivos de duda- debo examinar si
hay Dios, en cuanto se me presente la ocasión, y, si resulta haberlo,
debo examinar si puede ser engañador; pues, sin conocer estas dos verdades,
no veo cómo voy a poder alcanzar certeza de cosa alguna...” (Meditaciones
III)
Si se demuestra que Dios existe y que Dios es veraz se seguirá -observa
Descartes- que todo lo que percibo con las notas de claridad y distinición
existe o es tal como yo lo percibo, pues si Dios me ha creado, no hubiera querido
que yo me engañase cuando creo estar en lo cierto. En definitiva, después
de eliminado el genio maligno (probado que Dios es veraz), los conocimientos
quedarán fundamentados con igual evidencia que la primera
certeza y garantizados -en su verdad- por la veracidad divina.
3.4 La existencia de Dios
El pensamiento es lo único que no puede separase del “yo”.
Pensar es una actividad en la que “algo” se muestra, el contenido
del pensar: las ideas. Descartes llama idea “a todo lo que hay en nuestra
mente cuando concebimos una cosa”. Idea es así todo aquello que “atraviesa” la
mente. La demostración de la existencia de Dios -necesaria para “saber
con verdad si hay cosas fuera de mi” - se realiza ateniéndose únicamente
a lo descubierto hasta el momento: el cogito -el pensamiento- y
las ideas.
“Pues bien, de esas ideas, unas me parecen nacidas conmigo, otras extrañas y venidas de fuera, y otras hechas e inventadas por mí mismo... ” (Meditaciones III)
Existen pues algunas ideas (pocas, pero las más importantes) que no son
ni adventicias (venidas de fuera a través de los sentidos) ni facticias
(inventadas por mí, fruto de mi imaginación). Son ideas que se
encuentran en el yo y que no pueden provenir -en la visión cartesiana-
ni de la experiencia externa ni tampoco son construidas a partir de otras, ¿cuál
es su origen? La única contestación posible es que el pensamiento
las posee en sí mismo, es decir, que son innatas. (Esta afirmación
es una de las fundamentales del racionalismo: las ideas primitivas a partir de
las cuales se construye el edificio del saber son innatas; por ejemplo, las ideas
de “pensamiento” y “existencia” que se encuentran en
la percepción misma del “Yo pienso, Yo existo”)
Entre estas ideas innatas encuentra Descartes la idea de perfección, a
partir de la cual “descubre” que Dios es (existe). El hecho de dudar
-afirma Descartes repetidas veces- implica una imperfección (“Hay
más perfección en conocer que en dudar” DM IV) y puesto que
yo dudo, soy imperfecto, lo cual equivale a afirmar que tengo en mí la
idea de perfección, y en concreto la idea de un ser más perfecto
que yo, en último término la idea de un ser sumamente -infinitamente-
perfecto. ¿De dónde procede esa idea?
“
era cosa manifiestamente imposible que tal idea procediese de la nada. Y por
ser igulamente repugannte que lo más perfecto sea consecuencia y dependa
de lo menos perfecto que pensar que de la nada provenga algo, no podía
tampoco proceder de mí mismo. De suerte que era preciso que hubiera sido
puesto en mí por una naturaleza que fuera verdaderamente más perfecta
que yo y que poseyera todas las perfecciones de las que yo pudiera tener alguna
idea, o lo que es igual, para decirlo en una palabra, que fuese Dios” (DM
IV)
La idea de Dios (ser infinitamente perfecto) no es una idea adventicia,
pues nada hay en la experiencia infinitamente perfecto. Y tampoco
puede ser una
idea facticia, construida a partir de la idea de lo finito por
vía negativa.
Según Descartes, es al revés: mi idea de lo finito supone la de
lo infinito, la idea de imperfección la de perfección (no podríamos
ser conocedores de nuestra finitud y de nuestras limitaciones a no ser que pudiéramos
compararnos con la idea de un ser infinito y perfecto). Por lo tanto, la idea
de Dios es innata y en su causa (tiene que tener una causa) ha de haber al menos
tanta perfección como la que la idea re-presenta; mas siendo yo limitado
-imperfecto (dudo )- es claro que no puedo ser la causa de la idea de perfección.
Luego -concluye Descartes- su causa ha de ser Dios mismo.
Además, Dios por su propia naturaleza (la perfección) es veraz,
es decir, no puede engañar, porque el engaño viene siempre de algún
defecto: pretender engañar -nos dice Descartes- no es, en realidad, un
signo de potencia sino cierto indicio de debilidad, en definitiva, de imperfección,
y, por tanto, no puede darse en Dios.
Descartes añade aun dos pruebas más que le muestran que no está solo
en el mundo:
a. Aunque es evidente que el yo existe, es también evidente que no se
dio la existencia a sí mismo, pues de ser así se darían
todas las perfecciones que es capaz de pensar. Esto es, Dios no es sólo
la causa de mi idea de Dios sino también es la causa de mi ser ya que
si fuéramos nuestra propia causa nos habríamos dado “realmente” toda
la perfección de que tenemos idea.
b. El argumento ontológico cartesiano: Esta última prueba es la
más difundida y típica del racionalismo cartesiano:
“
... advertí que nada había en ellas -en las demostraciones de la
geometría- que me asegurase de la existencia de su objeto. Así,
por ejemplo, estimaba correcto que, suponiendo un triángulo, entonces
era preciso que sus tres ángulos fuesen iguales a dos rectos; pero tal
razonamiento no me aseguraba que existiese triángulo alguno en el mundo.
Por el contrario, examinando de nuevo la idea que tenía de un Ser Perfecto,
encontraba que la existencia estaba comprendida en la misma de igual forma que
en la del triángulo está comprendida la de que sus tres ángulos
sean iguales a dos rectos o en la de una esfera que todas sus partes equidisten
de un centro, e incluso con mayor evidencia. Y, en consecuencia, es por lo menos
tan cierto que Dios, el Ser Perfecto, es o existe como lo pueda ser cualquier
demostración de la geometría” (DM IV)
Dios es una esencia que incluye su existencia (una naturaleza
que existe necesariamente). El intelecto capta de modo “simultáneo” la idea de Dios y
la existencia de Dios; es la misma operación que se realiza al establecer
el “Yo pienso, Yo existo”; la mente “ve” con claridad
y distinción que Dios (ser perfecto) no puede no existir ya que se incurriría
en una contradicción: admitir la perfección suma y, por otro, una
limitación a esa perfección, la de su no existencia.
No hay idea de Dios que pueda ser pensada sin ser pensada como
existente:
“Pero aunque, en efecto, yo no pueda concebir un Dios sin existencia, como
tampoco una montaña sin valle, con todo, como de concebir una montaña
con valle no se sigue que haya montaña alguna en el mundo, parece aimismo
que de concebir a Dios dotado de existencia no se sigue que
haya Dios que exista; pues mi pensaminto no impone necesidad alguna a las cosas;
y así como
me es posible imaginar un caballo con alas, aunque no haya
ninguno que las tenga, del mismo modo podría quizás atribuir existencia
a Dios, aunque no hubiera un Dios existente. Pero no es así: precisamente bajo la apariencia de esa objección
es donde hay un sofisma oculto. Pues del hecho de no poder
concebir una montaña
sin valle, no se sigue que haya en el mundo montaña
ni valle alguno, sino sólo que la montaña y el
valle, háyalos o no, no pueden
separarse uno de otro; mientras que, del hecho de no poder
concebir a Dios sin la existencia, se sigue que la existencia
es inseparable de El, y, por tanto,
que verdaderamente existe. Y no se trata de que mi pensamiento
pueda hacer que ello sea así, ni de que imponga a las
cosas necesidad alguna; sino que al contrario, es la necesidad
de la cosa misma - a saber, la existencia de Dios-
la que determina a mi pensamiento para que piense eso. Pues
yo no soy libre de concebir un Dios sin existencia (es decir
un ser sumamente perfecto sin perfección
suma), como sí lo soy de imaginar un caballo con alas
o sin ellas" (Meditaciones III)
La idea de Dios, por su esencia misma, impone a la cosa pensante
(Yo) la verdad de su existencia. Probada así la existencia de Dios y conocida su naturaleza
que incluye la veracidad tenemos un último fundamento del criterio de
verdad. El Dios cartesiano garantiza la aplicación general del criterio
de verdad (la claridad y distinción): todas las cosas que concibamos clara
y distintamente son verdaderas tal y como las concebimos. El yo “puede
fiarse” de Dios
“Y aunque haya necesitado una muy atenta consideración para concebir esta verdad -Dios existe- sin embargo, ahora, no sólo estoy seguro de ella, sino que, además , advierto que la certidumbre de todas las demás cosas depende de ella tan por completo, que sin ese conocimiento sería imposible saber nunca nada perfectamente” (Meditaciones III)
“la razón nos dicta que todas nuestras ideas o nociones deben tener
algún
fundamento de verdad, pues no sería posible que Dios
que es sumamente perfecto y veraz las haya colocado en nosotros
careciendo del mismo”(DM
IV)
Es ahora cuando alcanzo una “certeza metafísica” acerca de
la existencia de un mundo independiente de mi mente. Dios crea mi razón
y mi inclinación a creer en tal mundo; es ahora cuando conozco que siendo
Dios bondadoso y “veraz” no permitiría que yo me engañase
cuando sigo mi razón y mi inclinación. La razón y la verdad
dependen en última instancia del poder de Dios.