MARCA
es una Fiesta
Ubicada en el corazón de Recuay- Ancash, Marca es un
pintoresco pueblo que mantiene la alegría de sus fiestas tradicionales y la
defensa de sus costumbres, así como el deseo de salir adelante mediante el turismo. |
Hermosa palla marquina, símbolo de sus fiestas de agosto
en homenaje al patrón San Lorenzo |
Marca no es un pueblo, es una ilusión. Es hermoso y pequeño como una
postal. Uno se resiste a creer que la tranquilidad, la belleza del paisaje, los olores
de la tierra y el eucalipto, la música del río y las guitarras cantarinas
fueran a combinarse como se unen las palabras en un verso. Y está tan cerca,
apenas a cinco o seis horas de Lima, en la provincia de Recuay, Ancash. Nosotros
ya la habíamos visitado, y no sabíamos si los recuerdos inventan el sabor
de la alegría o es la realidad la que nos pinta su suave presencia.
De entre sus tantas fiestas, la más famosa y comentada es la de agosto (del
8 al 13), en homenaje al patrón San Lorenzo. No sabría decirlo, pero al
igual que en otros distritos ancashinos, el pueblo se viste con el color de la memoria:
la historia renace para estar presente, y los hombres y mujeres la viven nuevamente
para amar, celebrar y recordarse más vivos que nunca.
Marca es tan bella como un suspiro, como una mariposa en pleno vuelo o un arcoíris
cantando. Y la comparación no es gratuita. Entre sus bosques de eucalipto, sus
truchas escondidas en los ríos de Marca y Quechcán, y sus callecitas empedradas
o polvorosas, surge una sensación acogedora y eficaz para la creación,
el descanso o la fiesta.
El Inca, el Rumiñahui, las pallas y el auquish son
los personajes principales de esta fiesta.
El Capitán de la Fiesta y sus pajes recorren las
calles de Marca entrechocando espuelas y agitando las espadas, mientras van en persecución
del Inca y sus pallas. Ellos representan a los españoles y su danza rememora
el andar brioso de los caballos de paso.
Es cierto que su celebración de agosto reúne a la gente dispersa. Es cierto
que las pallas se acercan a ti, colocan su pañoleta de mil colores sobre tu
hombro y te sonríen. Así surge la magia. Puedes enamorarte o abandonarte,
pero no se puede dejar de admirar a esas mujeres cuyos ojos están ocultos por
un cerquillo de perlas mientras a tu lado bailan el Inca y el Rumiñahui, y el
Auquish hace estallar latigazos al viento en señal de protección y advertencia.
Es necesario anudar un billete o unas monedas en la pañoleta de la palla y devolverla,
y esperar a que en la próxima pieza ella se acuerde de ti.
Pero cuidado, porque detrás vienen el Capitán de la Fiesta y sus dos pajes;
sí, llegan los conquistadores a caballo o danzando, y a cada paso entrechocan
sus espuelas y levantan las espadas relucientes. Escapan el Inca y las pallas, y
toda la fiesta no es más que una persecución lenta, segura y conocida.
En los cerros cantan las flores como aves: la llima-llima y el bonito pullu-pullu
son nombres como caricias; el cantu-weta, el wéshull y el yáwar-shutí,
y las clavelinas, el yarqué y el corpus-corpus son, más bien, aguardiente
en la garganta; y la españolada, la ñaccha-weta, las campanillas y las
siemprevivas, y también las wachocsas, y el tayar, como flor de tauri, son voces
de la tierra o cantos de la lluvia. Son palabras como la misma fiesta. Porque Marca
no es un pueblo, es una canción.
Los marquinos bailan la huayllashada entre música
y cohetones antes de la corrida de toros.
Es cierto que el día nueve queman los castillos brillantes y breves, como un
beso robado. Y que el once es la corrida de toros. Pero también es cierto que
Sháncur, el apu del pueblo, cerro de piedra y de historia, acoge la alegría
de lugareños y visitantes. No hay marquino que no se haya bautizado, en las
fiestas, con calentito o washco, y ahora con cerveza y caliche. Ver a los marquinos
con poncho y bufanda, y a las marquinas con sus vestidos de colores, llicllas y sombreros,
es una invitación para ser pintor o artista de la palabra. Porque Marca no es
un pueblo, es un sueño.
Si uno mira el ave que cruza el cielo exageradamente azul, sabe que no es un cóndor.
Pero puede ser, nuevamente, una fiesta de los nombres: winchus o chihuillos maiceros,
jarcas, cárpish o cúllcush pequeñitos, carwayuc, rucus, halcones o
fugaces gavilanes; quilicshas, chollcos, quércuchís y siquiwicsu; también
las wayanitas, el yacushúllac y el tuctupillín; el tuctuwísh, el cashró
y el llécllish; el yacupishco, la agorera pacapaca y el tucu, y también
la chacua, la pichichanca y el huanchaco, y si uno sigue sabe que podrá empacharse
de nombres tan bellos como extraños. Porque Marca no es un pueblo, es historia.
Un sorprendido Antonio Raimondi la llamó "Perla de vertientes". Marca
era ruta hacia Huaraz antes de que la pista se desviara por Cajacay y Conococha.
Y mucho más antes de que la visitaran Bolívar o Cáceres, o que los
incas pisaran esta tierra, era reducto de los misteriosos hombres de los cuatro ayllus
marquinos: Paracmarca, Pirkeymarca, Chaupismarca y Jacamarca. Un observatorio o calculador
astronómico como el de Pacón, o las tumbas pétreas de Intijequé,
Iglesiaqaqa o Límacjirca, nos hablan del idioma de siglos, del habla muda de
los tiempos.
El Inca y sus pallas bailan con el público. Su celebrada
danza de la Cuadrilla puede durar horas para satisfacción del respetable.
Pero la fiesta de agosto continúa, y antes de la corrida de toros aparecen
el Capitán de la Tarde y sus dos pajes, montados en caballos de paso, y surgen
incontenibles las rondas humanas, la huayllashada, los vozarrones de las bandas de
música, y ese grito divertido e irónico que es la huayllarada. Ole, toro,
grita el respetable. Y todos gritan oooleee, y los borrachitos vuelan por los aires
o alfombran el piso de polvo, sudor y carcajadas. Porque Marca no es un pueblo, es
una fiesta. Y aunque el Inca es atrapado finalmente por el Capitán de la Fiesta,
y se derrame chicha y cerveza en señal de duelo, permanece la mirada incógnita
de las pallas clavada en esa otra mirada que es la nuestra. El final es el comienzo
del recuerdo. Y Marca permanece entre los cerros verdes y amarillos, y queda el corazón
como al principio del mundo cuando del asombro nació el conocimiento.
Texto y Fotos: RICARDO VIRHUEZ VILLAFANE.
Fuente: Revista 'ANDARES'
Publicación del Diario La REPUBLICA, Lima Perú.
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