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Fuente: Diario El Mercurio - 28-4-00 - Chile
La vida de María Paz Henríquez de treinta años de
edad cambió radicalmente el día en que entró a estudiar periodismo.
Perfeccionista como era, se propuso ser la mejor alumna y, no sabe cómo, una
mañana decidió iniciar una dieta vegetariana:
No era porque estuviera gorda ni mucho menos. La
anorexia me dio por un problema emocional, tenía una autoestima muy baja,
inseguridad y carencias afectivas. La necesidad de demostrar que yo valía la
pena me hizo darme cuenta de que, comiendo poco, llamaba la atención.
"María Paz, come", me decían constantemente mis padres y mis amigos.
No sé por qué llegué a pensar que si empezaba a comer, nadie más me iba a querer
ni a preocuparse por mí. Llegó un momento en que mi alimentación consistía sólo
en lechuga, quesillo y tomate, y además, me tomaba cuatro frascos al día de
laxantes, pastillas para adelgazar y diuréticos. También me provocaba vómitos.
Los dientes, producto de la descalcificación, estuvieron a punto de caérseme y
sufría de calambres por la baja de potasio. Era un verdadero guiñapo humano.
Durante doce años mantuvo inalterado ese ritmo de
vida. Cada vez que sus padres la obligaban a hacerse exámenes médicos, ella ingería
vitaminas, hierro y todo tipo de suplementos alimenticios. De esta forma los
resultados salían siempre normales. A los siquiatras "debo haber acudido a
más de veinte" los engañaba con facilidad.
Ninguno me diagnosticó anorexia nerviosa, sólo el
que finalmente me recuperó. Cada vez que alguien me insinuaba que podía tener
esa enfermedad, porque era evidente para todo el mundo que yo estaba demasiado
flaca y que no comía nada, entonces yo exhibía con orgullo lo que dictaminaban
los médicos: cualquier cosa. Era increíble la habilidad que tenía para
disfrazar mi enfermedad, incluso a mí misma.
María Paz, de un metro 70 de estatura, llegó a
pesar 42 kilos. Una biopsia practicada inesperadamente dejó boquiabierto a todo
el mundo. Las paredes de su estómago estaban destruidas y parecían más las de
un anciano de ochenta años que las de una joven.
Para salvar mi vida, mis padres me internaron a
la fuerza en una clínica siquiátrica junto a drogadictos y alcohólicos. Estaba
acompañada de una enfermera día y noche. A los dos meses y medio, en mi primera
salida dominical, fui corriendo a comprar laxantes. Estuve cinco meses
hospitalizada y subí doce kilos, pero realmente no estaba convencida de querer
mejorarme. Me sentía pésimo porque había aumentado dos tallas y la verdad es
que nadie tenía esperanzas de que me recuperara. En una sesión de terapia me
vino una claridad tremenda respecto a mi vida y nació en mí el deseo de ser
feliz y salir adelante. Pensé en lo mucho que toda mi familia había sufrido y
las cosas que había perdido y me dije que ya estaba bueno.
Reconoce que prácticamente tuvo que nacer de
nuevo. Aprender a quererse y a aceptarse con sus cualidades y defectos.
Recuerda que durante su permanencia en la clínica, a menudo se preguntaba qué
hacía allí rodeada de drogadictos y alcohólicos:
En las terapias en conjunto que hicimos pude
comprobar que nuestras causas eran comunes, sólo que nadie sabe por qué uno
revienta con las drogas, otro con el alcohol y otra comiendo chocolates y
después vomitándolos. Por eso me da rabia cuando la gente simplifica todo y
dice que la anorexia le da a las mujeres que quieren
adelgazar. Muchas hacen dieta, pero sólo unas pocas se enferman. Yo era la más
vieja del grupo, las demás anoréxicas que estaban allí tenían todas menos de
veinte años y había una niñita de once.
Le preguntamos si alguna vez buscó a un culpable
de su enfermedad y enfáticamente dice que no:
No vale la pena buscar culpables. Hubo
circunstancias que no pude sobrellevar y creo que la única culpable de todo
esto fui yo. Era tremendamente exigente conmigo misma, obsesiva. El primer mes
en la universidad bajé ocho kilos. Después de todo lo que sufrí, ahora me
atrevo a mirarme al espejo e incluso a dar la cara en esta entrevista, porque
quiero que mi testimonio ayude a otras mujeres. Uno realmente busca la muerte y
si uno no respeta su propia vida, ¿qué más puedes respetar? Yo era un ente, con
cara de pena y ojos sin brillo. Era la ausencia misma.
El testimonio de María Paz, quien a un año de su
recuperación está convertida en una buenamoza
profesional, no es suficiente para mostrar esta enfermedad en su real
dimensión.
Los médicos conocen la anorexia desde hace por lo
menos trescientos años, pero sólo a fines del siglo XIX lograron describirla
con más exactitud. Sin embargo, la definición más usada en la actualidad fue
creada, en 1987, por la American Psychiatric
Association y establece básicamente cuatro criterios
para diagnosticarla:
* Miedo excesivo a aumentar de peso o a engordar,
a pesar de que se esté delgado.
* Baja de peso: un quince por ciento por debajo
de lo esperado.
* Trastorno de la imagen corporal: la persona se
ve a sí misma gorda, aunque esté delgadísima.
* En mujeres, la ausencia de al menos tres ciclos
menstruales consecutivos.
Otras características que a veces acompañan la
anorexia son: caída del cabello, vello fino (lanugo) que crece en todo el
cuerpo, incluso en la cara; piel seca, uñas quebradizas, insomnio, sensación de
frío, exceso de ejercicio físico dirigido a perder peso, interés obsesivo por
la comida y las calorías, aislamiento, pérdida de la capacidad de
concentración, baja autoestima y odio a sí misma.
En la actualidad, en Estados Unidos y Europa, el
mal reviste carácter de epidemia. Modelos, cantantes y actrices famosas que son
estigmatizadas de padecerlo, como Victoria Adams (Spice Girl) y Ester Cañadas, se
apresuran a desmentirlo. A otras, en cambio, como la princesa Victoria de
Suecia les resulta imposible negarlo, pues las evidencias y los huesos saltan a
la vista.
La muñeca Barbie y la
inocente Olivia de Popeye
han caído bajo la lupa de quienes buscan un culpable; lo mismo ocurre con la
industria dietética y de la moda.
¿Qué joven o adolescente de peso normal puede
caber en una talla 34? se pregunta la doctora Patricia Tapia, jefa del Programa
de Trastornos Alimentarios de la Clínica Siquiátrica de la Universidad de
Chile, donde entre 1991 y 1996 se hospitalizaron noventa casos graves.
Según la profesional, si bien no existe un perfil
típico de personalidad, la enfermedad afecta más frecuentemente a niñas muy
dependientes, con dificultad para separarse de sus madres, autoexigentes y con
problemas para asumir la llegada de la adultez.
Durante mucho tiempo se pensó que existía un
miedo a convertirse en mujer y un deseo de permanecer como niñas prepúberes. Pero el poco interés sexual que demuestran se
debe a la disminución de las hormonas producto de la desnutrición. Ahora ya
está claro que es una enfermedad donde influyen muchos factores y, entre ellos,
el social es el más importante. El modelo físico que impone la Barbie, por ejemplo, no calza para nada con nuestra
genética. Tenemos dramas de niñitas que, por tratar de parecerse a esa muñeca,
se convierten en esqueletos agrega.
Sin embargo, es un hecho que no todas las
adolescentes que hacen dieta terminan anoréxicas. Existiría entonces una
predisposición genética al mal. El siquiatra especialista en trastornos
alimentarios Alfredo Nudman, llegado de Nueva York hace un año y medio, explica que hoy la teoría más aceptada
sobre el origen de la enfermedad es la del modelo biosico-social:
La persona tiene una falla biológica
genéticamente determinada en los mecanismos cerebrales que regulan el apetito y
la conducta alimentaria. Esta falla que puede ser más
o menos seria, no basta para que la persona se enferme, pero sí la predispone.
Si a ello se agregan circunstancias sicológicas, emocionales y familiares, se
puede quedar más predispuesta. Pero el detonante que gatilla esta verdadera
bomba de tiempo es siempre una dieta de cualquier origen, ya sea porque se
enfermó y no pudo comer bien por un tiempo o porque quiso bajar de peso. He
tenido pacientes que empezaron a enfermarse en la época universitaria, porque
nunca tenían tiempo para almorzar, debido al exceso de estudio y trabajo.
Lo cierto es que el noventa por ciento de las
mujeres mayores de catorce años ha hecho una dieta alguna vez en su vida, lo
que significa que el mismo porcentaje de mujeres predispuestas a la enfermedad
la padecen. Se cree que entre un cinco y diez por ciento de la población puede
estar predispuesta a algún tipo de trastorno alimentario.
Hay además dos tipos de anoréxicas: la
restrictiva, es decir, aquella que nunca come nada y hace mucho ejercicio; y la
purgativa, de tipo bulímica, que come poco, pero a veces tiene episodios de
comilonas compulsivas, llamados atracones, y después vomita. Puede usar también
laxantes y diuréticos. Esta última es la más grave, la de peor pronóstico, pues
tiene un porcentaje de recuperación mucho menor.
Diez años de atraso
Recuerdo que le conté a una de las eminencias en
el tema durante un congreso en San Diego que acá en Chile, en algunos colegios
de mujeres del barrio alto, se vieron obligados a cerrar con llave los baños
después del almuerzo e incluso a instalar chaperonas para evitar que las
niñitas fueran a vomitar. Él me dijo que nos estaba pasando lo mismo que en
Estados Unidos hace diez años, cuando en los colleges
femeninos se tapaban las cañerías por causa de los vómitos dice Nudman.
Cuenta que el problema efectivamente ha llegado
hasta los colegios y sólo algunos están tomando cartas en el asunto. Entre
ellos menciona el André English
School, que no se conforma con dar charlas educativas
a los padres, sino que además realiza jornadas completas para los alumnos de
enseñanza media y de séptimo y octavo básicos. Pero, sin duda, que el aspecto
más preocupante de la anorexia nerviosa, que debería hacer a los padres correr
con su hija a consultar al médico, es su alto porcentaje de mortalidad.
En líneas gruesas, un tercio de las pacientes se
recupera completamente; un tercio no se recupera a cabalidad y es proclive a
sufrir recaídas, y un tercio se cronifica, es decir, más de la mitad jamás
vuelve a la normalidad. Entre las crónicas, aproximadamente un quince y hasta
un veinte por ciento muere en un lapso no superior a veinte años. Es una
estadística brutal, porque no existen muchas enfermedades en medicina con tan
alto porcentaje de muerte: dos de cada diez. A nivel siquiátrico
ninguna otra se le iguala agrega el profesional.
Hay dos periodos en que la enfermedad se inicia
comúnmente: entre los 12 y 14 años de edad o bien, entre los 16 y 18 años. Si
aflora después de los 22 aproximadamente, es de mal pronóstico, pero si aparece
antes de los 12, es definitivamente peor. Se trata de casos mucho más graves,
con patalogías más profundas que el sólo trastorno
alimentario.
Tengo una paciente de 16 años que me trajo a su
hermanita de 11, quien estaba comenzando a enfermarse también. La menor me
contó que en su colegio de La Serena todas sus compañeras viven en función del
cuerpo y de la dieta. No se habla de otra cosa. Entonces pasa que, para estas
niñitas, los cambios corporales propios de la pubertad son interpretados como
un fatal engorde. Hacen dietas más estrictas y no alcanzan el desarrollo normal
de una mujer señala.
La pediatra especialista en nutrición del
Hospital de la Universidad Católica María Isabel Hodgson,
cuenta que los casos más leves de anorexia son tratados ambulatoriamente, pero
con un estricto control de las comidas.
Es bien complicado, porque muchas veces hay que
sacarlas del colegio o prohibirles las clases de gimnasia. Permanentemente debe
vigilarse que coman cuatro veces al día y no dejarlas ir al baño después, sino
obligarlas a descansar. No se puede confiar en ellas, porque sucede que algunas
comen bien, pero en la noche hacen quinientos abdominales en su pieza.
El tratamiento, a su juicio, dura entre dos y
cuatro años, y, dependiendo de la gravedad, se hospitaliza al paciente en una
primera etapa.
Nosotros preferimos internarlas en el mismo
hospital y no en un siquiátrico. Una vez que la
persona recupera peso, comienza la terapia familiar. Algunos padres se
exasperan porque los resultados no se obtienen de inmediato, pero es que la
enfermedad es así.
El siquiatra Alfredo Nudman,
por su parte, afirma que en seis meses es posible lograr una mejoría
significativa (aunque no en todos los casos) y en un año como máximo, en los
casos menos complejos, la paciente está recuperada. Utiliza para ello algunos
fármacos antidepresivos, especialmente el Prozac el
único con resultados demostrados en casos de trastornos alimentarios y una
combinación de sicoterapia individual y en algunos
casos, terapia familiar.
Aunque el noventa por ciento de los que se enferman
son mujeres, hay también un aumento entre los pacientes varones. Y si bien los
estratos medio-alto y alto son los más afectados, están comenzando a surgir
anoréxicas en los sectores de más bajos recursos.
La doctora Patricia Tapia advierte que si el
problema continúa su curso, los hospitales siquiátricos
del Servicio Nacional de Salud no van a dar abasto.
En Alemania, la tasa de mortalidad llegó en un
momento dado al veinte por ciento. Creo que sería muy útil establecer un
programa a nivel nacional para evitar que la anorexia se convierta en una
epidemia dice.
A nivel más doméstico se puede aconsejar que no importan las razones por las cuales los hijos anuncien el
inicio de una dieta; la respuesta inmediata debe ser un tajante no. De lo
contrario, aceptarla sólo si existe sobrepeso y bajo estricta evaluación
profesional.
No hay que olvidar que la mejor dieta consiste en
comer de todo en la cantidad justa, acompañada de un régimen razonable de
ejercicios (tres a cuatro veces por semana, no más de una hora). El resto es
pura charlatanería. La industria de la dieta mueve en Estados Unidos
aproximadamente cincuenta mil millones de dólares al año, y es un buen negocio
porque los productos que ofrecen realmente no sirven afirma Nudman.
Según su experiencia, lo más difícil de la etapa
del tratamiento es la motivación. Para las anoréxicas adolescentes la
enfermedad no significa ningún costo. Que sufran de osteoporosis como
consecuencia de la descalcificación o que corran riesgo de infertilidad
permanente son para ellas amenazas lejanas que nunca se van a concretar, aun si
se rompen una pierna caminando o lleven meses sin menstruar. La piel seca y
llena de vellos, los huesos a flor de piel, nada de eso ven en el espejo. La
imagen que observan es sólo la de una horrible y deforme gorda.
María Paz Henríquez lo ejemplifica claramente:
Llega un momento en que la enfermedad te maneja
al punto de volverte irracional. De otra forma, ¿cómo alguien podría atentar
contra su propia vida? Se cae en una depresión tan profunda que una sólo quiere
morirse. No se lo deseo a nadie.
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Anorexia en años pasados
La actual epidemia de anorexia que se vive en el
mundo occidental no es ninguna novedad. A finales del siglo XIX y principios
del XX hubo otra, según lo relata la escritora española Rosa Montero en su
libro Historias de mujeres:
"La insana y torturante moda de los corsés
(llegaban a torcer las costillas y a provocar desplazamientos de útero y de
hígado) fomentaban los ahogos y desmayos, y la falta de lugar en el mundo y de
perspectivas vitales aumentaban las depresiones y las angustias. Por
consiguiente la mujer era tenida por un ser enfermo y de hecho se enfermaba: a
finales del XIX y principios del XX hubo una epidemia de anoréxicas, de
pacientes aquejadas por extrañas patologías crónicas, hasta llegar a las
histéricas de Freud".
Entre las más famosas víctimas de la anorexia
figuran la escritora inglesa Virginia Woolf, la
filósofa francesa Simone Weil
quien, en 1943, se dejó morir de hambre a los 34 años de edad, la escritora
suiza Isabelle Eberhardt,
Juana de Arco y las hermanas Bront, Emily y Charlotte, quienes
inmortalizaron obras como Cumbres borrascosas y Jane Eyre.
Sobre ellas, la autora española escribe:
"Emily no se
enamoró nunca, vivía encerrada en su mundo imaginario y todo parece indicar que
era anoréxica. No comía nada y, como muchas de las pacientes de ese tipo, era
muy inteligente, autoexigente, inflexible y extrema. Sin llegar a un grado de
patología, se diría que también Charlotte bordeó
durante toda su vida la anorexia; a los catorce años, sus amigas la veían
consumida, como seca. Tenía problemas con la comida, a menudo se negaba a comer
carne y siempre fue diminuta y delgadísima. Además estaba obsesionada con su
aspecto físico, como suelen estarlo estas enfermas; Charlotte
era más bien fea, pero ella se consideraba repulsiva".
Ya más corrido el siglo XX, muchos se preguntan
si Wallis Simpson o Coco Chanel fueron anoréxicas. Respecto a este tópico sólo quedó
consignada la frase de la primera: "Nunca se es demasiado rica ni
demasiado delgada". Lo cierto es que en pleno 2000, ¿a qué debemos la
epidemia? Las nuevas víctimas, ¿son mujeres que luchan por no ser doblegadas en
una sociedad machista como aquellas de principios de siglo? No, son sólo
tímidas adolescentes que temen no trascender por sus obras ni por sus ideas. O
a lo mejor, eso también está por verse.