Jorge Yarce
Hablar de dimensiones
antropológicas del liderazgo líder es hablar de hábitos estables que se
logran poco a poco. El potencial de cada persona es muy grande, con
independencia de sus cualidades naturales. De modo que la gama del
perfeccionamiento personal es muy amplia. Pero podemos pensar en aquellos
hábitos que ayudan a cumplir más eficazmente la función de dirigir a otros al
logro de sus objetivos. Veamos los principales:
1. Concepción del mundo o cultura
general
2. Conocimiento realista y
objetivo.
3. Preparación profesional
especializada
4. Temple de alma: valores éticos.
5. Administración eficaz de la
libertad.
6. Señorío sobre el mundo: trabajo
formativo y productivo
7. Acción social y política: amor y
servicio al bien común
8. Jerarquía de valores:
integración ascendente
9. Fe auténtica para un mundo que
vive como si Dios no existiera
10.
Alegría de vivir para
convivir sirviendo.
Esta visión
se la da el contacto con las ideas de nuestro tiempo, en el campo de la
filosofía, la historia, los desarrollos científicos más importantes, la cultura
posmoderna, las ideologías –a las cuales no puede ni debe hipotecarse–, el
mundo empresarial, y el conocimiento de los problemas claves de la sociedad en
la que vive.
Culto, al
decir de Ortega, “es el hombre que ve los caminos de la vida” y la cultura es
un “sistema de ideas vitales desde las cuales el tiempo vive”. Miremos cuál es
nuestra atalaya y cuál debería ser si aspiramos a un liderazgo efectivo en
medio de nuestra sociedad
Se opone al manoseo
superficial de los temas, al vedetismo intelectual, a las opiniones no
fundamentadas. El conocimiento realista y objetivo de un líder se dirige ante
todo a los bienes esenciales del hombre: verdad, libertad, fe, amor,
trabajo...). Vivimos en una sociedad en la que, según Guitton, hay un “silencio
sobre lo esencial”, y en cambio tenemos la mente invadida por los bienes de
consumo, por el “imperio de lo efímero” como diría Lipovetsky. No hay
tema más apasionante para el hombre que el hombre mismo.
Ese
realismo es primero sentido común y luego saber fundamentado, que nos permite
sentirnos plantados en la vida con raíces profundas. Enfrentarse a la filosofía
del éxito material y oponerle una filosofía de la calidad de vida y del
compromiso con la comunidad. Al líder le toca ofrecer alternativas al
consumismo envolvente que padecemos, que embota las mentes y le quita vuelo a
las aspiraciones intelectuales de muchos jóvenes que podrían poner su
inteligencia a rendir a cotas más altas.
Eso no de
les deja ver la extraordinaria aventura de la búsqueda de la verdad que es lo
que nos capacita para atacar los problemas individuales y sociales. “La
sustancia misma de la universidad consiste en que el amor a la verdad es más
fecundo que el afán de poder. Porque, mientras el afán de dominio es siempre
individualista, la pasión por la verdad es radicalmente solidaria” (A.LLano). Y
la pasión por la verdad y por sus resultados es el objetivo del conocimiento y
de la maduración del mismo que se hace durante los años de universidad.
Estamos en
una sociedad consumista, relativista, hedonista, y alejada de Dios y de los
bienes más elevados del hombre. Pero es ésta nuestra sociedad, en la que nos ha
tocado vivir, y en la que hay ansias de verdad, afán de libertad, deseo de
saber, necesidad de construir vínculos comunitarios perdurables.
“Todo tiene que ver
con todo”, pero dentro de un orden de prioridades, de gradualidad en el saber,
de perfeccionamiento personal en todos los órdenes. Problemas hay los que
queramos. “Nuestros tiempos -afirma L.Polo- no son para la resignación. Si no
atacamos los problemas, nos devoran”. De ahí que la esperanza del líder
le lleva a estudiar a fondo, a conocer mucho más a su gente, a llegar a muchos
más frentes.
Es un
imperativo de la hora presente. Se trata de contar con un instrumento
cualificado para realizar un trabajo productivo sin renunciar al trabajo
formativo. Ser profesional es ser capaz de bien común, no es simplemente estar
habilitado para ejercer una profesión. Hacia la unidad del hombre habilitado
para servir la sociedad se dirige la universidad misma. Ella es “versus unum” y
ese “unum” es la unidad del saber pero también la unidad de vida del
universitario y la unidad de su obrar en relación con el fin de la sociedad.
Hoy no se
puede pensar en una profesión sin especialización. Se corre el riesgo de salir
mal librado en la competitividad, cada vez más fuerte. La sociedad, la familia,
los demás esperan de unos resultados a los que tienen derecho. Hay que aprender
a trabajar y aprender a aprender continuamente, a lo largo de toda la vida. Hay
que estar volviendo a la universidad para actualizarse y yo diría que la
universidad tiene que ir donde están los profesionales, validar su experiencia
y estar ofreciéndoles siempre posibilidades de mejora, además de aprender de
ellos también.
El futuro es de quien
sepa más. Ese es el capital más valioso de las empresas hoy en día: el
conocimiento de sus empleados y directivos. No me cabe duda de que
esto es aplicable plenamente a un líder. Hay que procurar, en el ejercicio
profesional evitar el activismo, ese vivir esclavo de lo que se hace, ese hacer
in cesante sin tiempo para nada más, ese moverse de un lado para otro sin
reflexión ni reposo, en una palabra rechazar la “idolatría de la
acción”(Thibon).
El trabajo
bien hecho lleva a la madurez y es como el eje vertebral del proyecto personal
de vida. Es un medio para la felicidad personal, no un fin en sí mismo.
Adquiere sentido a la luz de lo que no es trabajo: valores humanos, sociales,
éticos, etc.). Quien trabaja bien aborda primero lo principal e importante y
luego lo secundario o accesorio. Y para trabajar bien es absolutamente
necesario administrar el tiempo con orden, con prioridades y saber usarlo y
aprovecharlo hasta el último minuto.
Vivimos una
época de transición en la que hay gran demanda de los valores y de la Ética.
Desde el mundo empresarial se lidera una especie de revolución de los valores,
precisamente en un mundo donde campea la corrupción. Es el anhelo de lo que
falta, la ausencia de algo esencial que, al no darse, produce cataclismos.No
basta la razón teórica para entender el mundo, ni la razón tecnológica.
Se necesita
la razón práctica, en el sentido utilizado por Kant, para poder utilizar bien
los frutos del conocimiento, de la ciencia y tecnología. No hay que olvidarse
de que se puede saber mucho y comportarse pésimamente. En el líder eso causa,
además, decepciones profundas. Porque la gente quiere que encarna virtudes, que
busque fines, que evite males. Esto está íntimamente conectado con la búsqueda
de la verdad y la comprensión del hombre. “Sin moral -dice San Agustín- los
imperios, los reinos y principados no son sino empresas de bandolerismo”.
Unos valores que
hagan al hombre crear un clima de vida común y capaz de una protesta pura
frente a la injusticia, a los males, a la violencia, que no se reduzca a pura
protesta. Principios y valores morales que no se negocian al mejor postor de la
sociedad materialista y egoísta. Más bien, “fidelidad a los principios que
inspire la elección de los medios (Thibon).
Insistir en la
libertad y en su administración eficaz es apenas lógico. Demasiada gente hay en
la sociedad que reclama libertad para luego hacer lo que les da la gana.
Administra bien este activo fundamental quien responde a lo que la sociedad
espera de él como persona formada o como líder formal o informal de un
determinado grupo. Libertad para ser persona de calidad, libertad para
comprometerse desde la propia vida con la de los demás a través del servicio
profesional calificado, o sea, libertad para cumplir un fin. “No me
preguntes -nos recuerda Nieztche- de qué soy libre. Yo te pregunto
para qué eres libre?”
Ser señor
de sí y del mundo es un modo de definir la persona. Y un líder debe serlo en
grado superlativo Para ello hay que saber lo que se quiere en a vida, y como
fruto de eso, saber lo que se hace. “Para saber lo que debemos hacer, hemos de
hacer lo que queremos saber”. El consejo viene de lejos, es de Aristóteles, y
lo podemos aplicar al anticiparse del líder, creando caminos, yendo por delante
con el ejemplo de su experiencia.
Hay señorío sobre el
mundo si hay dominio de sí y voluntad para trasformar los sueños en realidad.
Se puede, incluso saber lo que se hace sin saber lo que se quiere en la vida.
O, con otras palabras, alimentar más el cuerpo que el espíritu.
Recordemos que “la peor miseria del hombre no es no tener, sino no querer”.
Para ser señor del mundo hay que estar bien pertrechado de bienes esenciales,
cuya drama consiste en que se pierden indoloramente. Casi sin darnos cuenta,
reaccionamos egoístamente, nos volvemos consumistas, nos dejamos llevar por la
pereza mental, debilitamos el espíritu, nos entregamos al dolce far niente
o a la mediocridad ilustrada, o dejamos que pasen los años sin una mejora y un
crecimiento interior que nos haga capaces de emprender grandes tareas. El líder
tiene que ser, con su actitud, con su espíritu magnánimo, un despertardor de
inquietudes y un abridor de horizontes.
El líder
tiene que estar presente en los grandes ámbitos marco de su acción: la
Universidad como fuente permanente de conocimiento y actualización profesional,
la sociedad en la que se proyecta su acción y la política, entendida como
gestión del bien común. En ella se decide el destino de los pueblos y el líder
no puede marginarse. No porque tenga que meterse en la politiquería de los
grupos –a lo cual tendría legítimo derecho- sino porque debe dar ejemplo de
civismo participando en el ejercicio de ese derecho esencial a la democracia.
Si los líderes
jóvenes del futuro no se empeñan en renovar y contribuir a limpiar el clima de
la vida política, estarían dejando de cumplir una tarea inaplazable. La
política es la realización del bien común y una estructura consectánea al
carácter comunitario y dialógico del ser del hombre. El bien de la persona se
realiza plenamente en el bien común. Hay que romper esa dura costra de quienes
hacen política para buscar el bien común pero en provecho propio.
La política
no es todo, pues se convertiría en totalitarismo, que invade abusivamente todas
las esferas de la vida personal, usando a veces de la manipulación a través de
los medios masivos de comunicación. El líder realiza el bien común actuando y
procurando que otros actúen como buenos ciudadanos. No puede dejar de serlo,
porque dejaría de ser justo. Hay que huir de la tecnocracia y sus formas de
condicionar las decisiones políticas, convirtiendo los medios en fines, o sea,
el poder para poder para sí, y de los agitadores que masifican y
despersonalizan. Recordemos que el universitario como futuro profesional es un
deudor de la sociedad que invirtió en él y que espera de él respuesta de
servicio eficiente y de contribución generosa. Puede ocurrir que nunca se meta
en la política activamente, pero sin duda su actuación tendrá repercusiones
políticas.
Además, la
acción social –esa que empieza siendo acción universitaria–tiene muchas
vertientes abiertas a la recepción de las iniciativas provenientes de quienes
quieren hacer de su existencia un compromiso solidario con sus semejantes. La
acción social, en y desde la universidad, es un baluarte de la libertad que en
ella se aquilata para el compromiso futuro
El líder,
quizás como nadie, tiene ante sí el reto de la eficacia apoyada en los valores
que encarna en su vida. Pero así como estudio y su trabajo le exigen
perentoriamente un profundo sentido del orden y un pragmatismo eficiente en el
aprovechamiento del tiempo, necesita establecer una jerarquía u orden
preferencial, para poder llevar adelante su proyecto de vida de acuerdo con lo
prospectado y con la estrategia que se ha trazado. No puede ocurrirle lo que
pasa con frecuencia en la sociedad actual en la que parece haber tiempo para
todo menos para lo más necesario, los bienes esenciales, los valores del
espíritu.
La
integración de sus valores en su actuación, ha de llevar al líder en forma
ascendente a fortalecer su espíritu, su cultura, su afán de servir, la
austeridad necesaria en una sociedad donde el consumo, la filosofía del éxito
material y el materialismo en sus mil formas tratan de ahogar las más altas
aspiraciones. Su avidez no debe ser un ansia superficial de sobresalir, influir
o dominar, sino un ansia interior que lo impulsa a la tarea perseverante, al
sacrificio para sembrar hoy recoger mañana, a sentir, vivir y valorar a quienes
le rodean.
Todo ello
le exigirá planificar su tiempo diario y reflejar en él el balance adecuado de
la dedicación a las diferentes tareas formativas y productivas, en lo
intelectual, en lo humano, en el estudio, en la cultura y en la lectura, en su
formación moral, en su descanso, y en las actividades de cooperación social.
Estoy convencido de
que un líder tiene que tener muy bien formada su conciencia, no sólo con los
valores humanos naturales, y bien arraigados los principios de una ética
natural que dimana de la concepción mismo del hombre como criatura, sino con el
refuerzo y la vivencia de los valores sobrenaturales, esos que se adquieren con
la práctica sincera y el conocimiento doctrinal de la propia fe religiosa. Su
tarea no es justificar lo que hace, no es acomodar su conducta a las
circunstancias sino al contrario, ajustar su obrar a su pensar y a su proyecto
de vida. Y eso mismo ha de empeñar a que otros lo hagan. Es, ya lo dijimos,
coherencia o unidad de vida. En medio de una sociedad donde hay tantos
“desertores de la eternidad”, un hombre de fe auténtico trata de dar un
testimonio sincero y sencillo de lo que significa vivir de cara a Dios y a los
hombres.
Un
liderazgo comprometido, asertivo, proactivo, , basado en el servicio constante
y en la afirmación de valores para ayudar a construir una sociedad justa,
genera actitudes de entusiasmo por la vida, de vibración ante la riqueza de lo
humano, y de reciedumbre y fortaleza para afrontar los problemas. Y la vida –es
una idea de Bergson– se encarga de mostrarnos con un signo inequívoco si hemos
logrado el objetivo que buscamos: ese signo es la alegría. Y con ello el
optimismo, el buen humor, la esperanza acabamos de anotar. Es la alegría de
vivir que se contagia, que hace llevaderos los días oscuros de la vida. Y el
líder tiene que tener la suficiente sensibilidad y capacidad de observación
para saber cuándo su gente pasa por malos momentos y cuándo necesitan una dosis
intravenosa de optimismo realista. Es la única forma de hacer las cosas en
armonía y con paz interior. De lo contrario se puede apoderar de nosotros el
activismo, la agitación, la desesperación ante los problemas o ante los errores
o las dilaciones, e incluso los fracasos.
Lord Acton decía que
mientras más se empeñan los hombres en construir un paraíso en la tierra, más
se convierte ella en un infierno. Si se trata del paraíso del bienestar, el
confort, la vida fácil, el dejarse llevar de la corriente, el aburguesarse, el
adormecer el alma, el no pensar en grande o soñar con grandes metas
personales, creo que tiene la razón. Pero no creo que los rasgos del líder que
hemos dibujado aquí se parezca en algo a ese ideal que nace muerto.