De engaños posibles y desengaños necesarios

Terceras Jornadas de Psicología Universitaria, Noviembre de 1996.


Al iniciar este comentario descubro, tal vez sin sorpresa, que retoma y prosigue reflexiones que comuniqué hace ya un año.

La pregunta que me hacía entonces tenía que ver con la posibilidad de la transmisión del psicoanálisis en una institución, digámoslo sin miedo, educativa. En aquel momento convocaba mi interrogación esa suerte de poción en su sentido más mágico que recubría (y recubre) al concepto de psicoanálisis y a la técnica concebida para sus fines. Se trataría de algo así como una receta de cocina (para hacer la diferencia con otras recetas) que confiaba en que, de la mezcla de pequeñas porciones de bien dispares ingredientes, saldría un jarabe curativo mucho más efectivo que la complicada y anacrónica propuesta de un tal S. Freud.

Hoy y después de este breve trayecto recorrido con estudiantes, mi interés se centra en una expresión que, si bien tiene la bondad de lo breve, no deja de mostrar la maldad de su propósito. Me refiero a lo que se expresa en términos de "carrera docente", algo que parece ser lo propio en una institución educativa.

La educación tiene que ver con doctrinar al joven, con instruir, con lo que, aún siendo la más amplia de sus acepciones, no es por ello menos ambigua: me refiero al enseñar. ¿Qué enseñamos?, vale decir, ¿qué mostramos?: por lo menos un camino. Con lo que queda desde ya establecida una escalera que aunque solo cuente dos peldaños, es capaz de provocar algunos daños más.

Posición delicada si la hay, la de profesor es singularmente problemática, aún cuando queramos suavizarla con ese apelativo tan inocuo, el de "docente". Ya lo señalaba Freud en 1925: el de educar, el de la pedagogía, es uno de los "oficios imposibles".

Pensemos el dispositivo educativo, en el que ubicaremos por lo menos tres elementos: 1- la institución que faculta a otros para determinada tarea; esto significa que a partir de determinado momento (o sea, una vez aprobados todos los exámenes), se encuentra uno apto, con el poder y el derecho (estoy leyendo el diccionario) para hacer psicología. 2- El cuerpo docente, vale decir, la materia orgánica que habilita a la mencionada institución para designar a alguien como facultado; lo que podría decirse es su soporte fundamental en tanto es quien instruirá y educará en el oficio al último elemento, 3- los estudiantes, que son los sujetos que le suponen un saber a algunos otros, los llamados docentes.

Dentro de un tal dispositivo, los callejones sin salida y las contradicciones no se hacen esperar.

Puedo plantearme -porque una ética me habilita a ello-, qué me autoriza a la práctica docente que ahora me toca realizar aquí. No es ciertamente el hecho de haber aprobado todos los exámenes de la "carrera", en tanto no recuerdo haber corrido en algún momento. Ni porque ello no sirva en su sentido más lato para habilitar una práctica, puesto que en algún momento y de algún modo hay que poder decir: "bueno, su instrucción está acabada y ahora puede Ud. hacer psicología".

Mucho menos aún se trata del destaque que ciertas calificaciones podrían otorgar, en tanto en ello hay también un cierto engaño. Después de todo, ¿les pasó alguna vez a ustedes como estudiantes escuchar a un docente decirles que saben más que él?. Porque es claro que aquí no hablamos de la lectura de los libros, en donde es sin excusas esperable que el maestro siempre supere al alumno, ya que así al menos podrá mostrarle un camino en la maraña de posturas con que seguramente se encontrará. Se trata más bien de aquello que debemos ser capaces de captar en el otro, esto es, un potencial, un interés, unas ganas, una pregunta que insiste. Y desde esta perspectiva es indudable que siempre encontraremos personas capaces de formular preguntas incisivas, o en su defecto, deberemos propender a que ello suceda.

Inspira mis preguntas actuales una práctica de transmisión del psicoanálisis que ve a la mayéutica socrática como un modelo y un lugar de referencia obligados. Las actuales propuestas de formación en torno a la docencia, con asistencia a conferencias dictadas por expertos, me hace pensar más en términos económico-financieros de lograr una excelencia, que en el real reto que supone hacer una transmisión efectiva de algo, llámese en este caso psicoanálisis. No dejo de ver que a más de 2000 años de Sócrates, su propuesta sigue siendo válida, y él nunca pasó por un (o una) IPA. Es posible que no a todos nos resulte cómoda la posición de parteros en que nos dejaría aquella práctica, pero hay que admitir que una revisión de lo que se hace en un salón de clases nos llevará a cuestionamientos de ese tipo. Lacan se expresa en relación al saber de los psicoanalistas en estos términos: "lo que el psicoanalista debe saber: ignorar lo que sabe". No es ocioso que me plantee esto en relación a la docencia, y es más, creo que un buen maestro es el que sabe deponer su saber para que otro pueda descubrir el suyo propio. Entiéndase bien: digo descubrir y no inventar (que tal vez esté en el proceso de aprendizaje, pero como un paso muy posterior), porque descubrir implica sacar el velo, la cubierta a algo que ya está. Implica ayudar a desenmascarar lo que tal vez la represión cubrió en algún momento, deshinibir lo inhibido, dejar un espacio para la pregunta o el silencio del otro. Permitir que ello haga letra, que conmueva. Nadie queda indiferente ante la enseñanza de un Sócrates, pero acordaremos en que un maestro así no se encuentra todos los días. Pero me animo a decir que puede forjarse, y esta idea tampoco es novedad ni invención. En el prólogo a Verwahrloste Jugend, de August Aichhorn, el rigor conceptual de Freud aclara una vez más como pensar algunas prácticas: "Me parece que dos advertencias derivan de las experiencias y resultados de August Aichhorn. La primera: que el pedagogo debe recibir instrucción psicoanalítica, pues de lo contrario el objeto de su empeño, el niño, seguirá siendo para él un enigma inabordable. Esa instrucción se obtendrá mejor si el pedagogo mismo se somete a un análisis, lo vivencia en sí mismo. La enseñanza teórica del análisis no cala lo bastante hondo, y no crea convencimiento alguno.

La segunda advertencia suena más conservadora, y es que el trabajo pedagógico es algo sui generis, que no puede confundirse con el influjo psicoanalítico ni ser sustituido por él. El psicoanálisis del niño puede ser utilizado por la pedagogía como medio auxiliar, pero no es apto para remplazarla".

Pueden aplicarse estas palabras al quehacer con los jóvenes en general, y tienen, como la enseñanza de Sócrates una plena vigencia aún 70 años después.

No adhiero a la postura de quienes se ufanan de nunca haber pasado por un tratamiento psicoanalítico. Considero que el riesgo que se corre de no hacerlo es grave. Termina uno apareciendo siempre en el primer plano, los demás atrás, o como lo dice Lacan: "incluso me disgusta tener que colocarme en posición de enseñanza, dado que un analista que habla ante un auditorio no preparado adquiere siempre un cariz propagandístico".

En unas famosas conferencias ofrecidas en Caracas, Lacan expresó que "la letra es efectiva solo cuando pasa al escrito". La tarea que me propongo tiene relación con ello en la medida que en la docencia o en el psicoanálisis, el sujeto que encuentro es el sujeto del inconsciente, el que padece del significante. Una intervención en la letra es muchas veces posible en estos casos, y la posibilidad de que esa letra descubierta deje paso al escrito es una mera cuestión de tiempo, que éticamente debemos habilitar para que ocurra en los llamados estudiantes.


Bibliografía

Freud, Sigmund - Prólogo a August Aichhorn, Verwahrloste Jugend (1925), Obras Completas, tomo XII, A.E., Buenos Aires, 1983

Lacan, Jacques - La ética del Psicoanálisis, Seminario 7, Ed. Paidós, Bs. As., 1992

Millot, Catherine - Freud Anti Pedagogo, Ed. Paidós, Barcelona, 1982

 

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