Por Johan Ross
Revista “Trend Management”, vol 1, 2000, 56-59
Hay que ser capaz de capturarlo, medirlo y evaluarlo porque es la fuente que generará las futuras ganancias de las empresas.
El “Capital intelectual” se
apropió de los holdings financieros, de los negocios inmobiliarios, del manejo
de inventarios y de otros activos tangibles para reflejar el aspecto más
valioso de una compañía. Sólo considere las diferencias que existen entre una
compañía que representa a la era industrial, como la General Motors, y una que
simboliza a la era de la información: Microsoft. La capitalización de mercado
de General Motors, que posee una cantidad considerable de activos
tradicionales, es de aproximadamente US$ 40.000 millones. Microsoft, en cambio,
tiene pocos activos además del edificio de su sede central, en Seattle, pero su
capitalización de mercado es cercana a los US$ 70.000 millones.
El punto clave es que, en empresas
como esta última, los individuos constituyen la principal fuente de ventajas competitivas.
En consecuencia, el concepto de capital intelectual (CI) dice más que cualquier
otra medición convencional de desempeño
sobre la futura capacidad de una compañía para generar utilidades. Si los 50
programadores top de Microsoft se alejaran repentinamente, el valor de las
acciones de la compañía caería de manera estrepitosa. Por lo tanto, no es
sorprendente que la Comisión Nacional
de Valores de los Estados Unidos haya indicado que, muy pronto, las compañías
deberán incluir un suplemento vinculado con el CI en sus memorias anuales.
Esto, inevitablemente, plantea la siguiente pregunta: ¿qué grado de eficiencia
tienen las empresas para capturar, medir, y manejar el motor que generará sus
futuras ganancias; es decir, su capital intelectual?.
Las compañías, por supuesto, tratan
de atraer a los mejores empleados y de brindarles las herramientas necesarias
para hacer su trabajo. Pero esto no es suficiente. Si se pretende que apliquen
sus conocimientos con éxito, los empleados deben beneficiarse de la
infraestructura de la compañía y desarrollar relaciones útiles. Porque el CI no
incluye sólo el conocimiento y las habilidades de cada uno, sino además la
infraestructura, las relaciones con el cliente, la motivación de los empleados
y otros procesos.
En una compañía, aquello que puede
medirse es, generalmente, lo que puede ser manejado. Pero, tal como dijo Albert
Einstein, “lo que puede medirse no siempre es importante, y lo que es
importante a veces no puede medirse”. Aunque el mercado bursátil muestre que el
CI es más importante que el dinero y otros activos tradicionales, sólo unas
pocas compañías se esfuerzan por obtenerlo, medirlo y manejarlo.
Cómo medir y manejar el CI
Un sistema de CI incorpora los esfuerzo previos de individualización de capacidades centrales. También complementa los sistemas de contabilidad convencionales, agregándoles una nueva dimensión.
Hay tres pre requisitos para
desarrollar un sistema de CI. Primero, la compañía debe estar lo
suficientemente madura como para poder superar la etapa de discutir su
rendimiento exclusivamente en términos financieros. Segundo, debe tener una
idea clara del negocio y del rumbo que tomará. Tercero, debe existir un
compromiso operativo que cuente con el apoyo total de la gerencia señor. Además,
para que resulte viable, un sistema de CI tiene que estar alineado con los
procesos gerenciales existentes.
A fin de desarrollarlo
sistemáticamente es necesario considerar tres factores:
Las
señales que envía el CI
En mi
opinión, el próximo nivel de la práctica del capital intelectual consiste en
desarrollar los denominados índices de “libre dimensión”, a partir de los
cuales podrá realizarse una consolidación de varias categorías de capital intelectual
en un solo índice. Aunque resulta más fácil decirlo que hacerlo, debería ser la
base de una actividad gerencial que apunte a conocer aún más la capacidad de
generar futuras ganancias que tiene una empresa.